Capítulo XXII Final
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Lyrae
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Mis manos atadas al espaldar de la cama con una corbata roja. Mi cuerpo desnudo, mientras Tyson me torturaba con un cubito de hielo en su boca. Levanté mi pie, clavando la planta de este en su trasero, obligándolo a pegarse mucho más a mi cuerpo. Necesitaba su cercanía, pero el no tenía prisa.
El hielo se derritió contra mi cuerpo caliente, mientras el rostro de mi marido se acercaba más a mi feminidad, en dónde mordió, provocando que un grito saliera de mis labios.
—La próxima vez que te diga algo haces jodido caso.
—No soy un perro que mueva la colita a tu alrededor —dije, no daría mi brazo a torcer, que diversión traería eso.
—No, eres mi esposa y no me gusta que salgas con otros hombres sin mi compañía, y menos encontrarte con esos hombres en el hospital —dijo, deslizando su naris entre mis labios inferiores.
—Son mis…!Ah! —No pude terminar de hablar ni defenderme, pues a mí marido se le ocurrió la brillante idea de devorarme como si no hubiera un mañana.
Su lengua, sus dientes, sus dedos, los tres hacían competencia por ver cuál me llevaría al climax más rápido.
Sentí como el calor me consumía, los dedos de mis pies se enroscaron. Sentía que estaba a punto de saltar al vacío, de explotar en mi pedazos cuando Tyson se detuvo.
Sus oscuros ojos se encontraron con los míos. Su boca dibujó una sonrisa mientras su lengua salía para lamer sus labios, como si acabara de saborear la comida mas deliciosa del mundo y necesitara rescatar cada miga que se le escapó.
—¿A quien le perteneces, Krolik? —demandó.
—A nadie.
El sonrió complacido, sus ojos brillando con malicia.
—No te dejaré que alcances el orgasmo hasta que no respondas y solo la respuesta que sabes que me dejará satisfecho.
—Jodete
—Pronto
Se preguntarán ¿Cómo fue que llegaron a ese punto? Y pues claro, como me gusta el chisme se los voy a contar.
(***)
Resulta que aquella mañana, después de mi sesión matutina de orgasmos, me quedé remolineando en la cama, el embarazo volvía a uno un poco perezosa, también la falta de empleo. Como ya no necesitaba trabajar en Pulse RP agency, para poder comer, porque tenía un marido asquerosamente rico, en todos los sentidos para que mentirles, Tyson me había convencido de hacer algo que me gustara, algo que aún no sabía que era.
En fin, el punto es que aquella mañana mientras yo daba vueltas en la cama y mi marido hacía más ejercicio, recibí un mensaje de Will. Habían vuelto a la ciudad por unos días para resolver algunos asuntos y querían verme. Aquello fue suficiente para levantarme de la cama.
Estaba escogiendo entre mi ropa cuál era la más cómoda y abrigada, porque si, estaba haciendo un frío tremendo, cuando por el rabillo del ojo ví a Tyson entrar a la habitación y como que me congelé, con un sujetador deportivo en la mano.
Imagínense esto, un hombre, usando una chandal deportivo gris, un poco ajustado; por encima de los tobillos. Sin camiseta, solo esa tabla de lavar, esa barra de chocolate blanco a la que muchos le dicen abdomen definido, con esos tatuajes tan sexis y el pecho todo sudado. No sé si tienen la imagen en su cabeza como yo la ví frente a mí, pero les digo que de solo verlo mis bragas se arruinaron.
A ver, que lo he visto desnudo, pero ni eso se comparaba a verlo así. El hombre parecía que te podría sacar el alma por la vagina.
—¿Que haces? —preguntó, acercándose a mi por detrás y acariciando mi cuello con su nariz, aspirando el olor de mi cuerpo.
—Ahora mismo pensar en que bragas me voy a poner, porque acabas de arruinar las que llevo puestas —respondí y el muy idiota se rió, y luego me dió una palmada en el traseron, antes de empezar a quitarse las zapatillas deportivas.
—Me voy a bañar ¿Te vienes? —cuestionó con una sonrisa pícara.
—Si, definitivamente me voy a venir, digo que claro por supuesto que me baño contigo.
(***)
Una hora después, luego de ensuciarnos en el baño, limpiarnos y que mi marido se despidiera para ir a su despacho, que estaba a dos habitaciones de la nuestra, terminé de arreglarme. Terminé usando algo sencillo, un vestido de manga larga, medias hasta el muslo y botas. No me sentía cómoda con mis pantalones. Había aumentado de peso por lo que la gran mayoría me apretaban y no iba a lastimar a mi bebé por nada del mundo.
Caminé hacia el despacho de Tyson y lo encontré reunido con otro hombre. Uno de mediana edad, quizás cuarenta, o cincuenta años tal vez, robusto, por no decir que gordito, usando un traje negro que la verdad le sentaba fatal; lo hacía ver más pálido de lo que ya de por sí era.
—Hola, ¿Interrumpo? —Obvio sabía que si, pero ¿Me importaba? Pues no.
Entré al despacho sin esperar a que me respondieran, caminé los pasos que me separaran de mi marido y me senté en su regazo. Automáticamente el rodeó mi espalda con su mano para luego ponerla sobre mi muslo, luego yo puse la mía sobre esta y crucé nuestros dedos. El depósito un beso bajo mi oreja y respondió.
—Nunca. Enrrico está es mi esposa Lyrae Herthowne.
—Un placer señora —dijo mirándome fijamente.
—Algo que debes de saber —inquirió Tyson —A mi esposa no la miras, se puede parar ante ti y tu tienes que desviar la mirada hacia el suelo ¿Entendiste?
—No creo que eso sea justo Tyson yo…
—Me importa una mierda lo que tú creas, a las reinas no se les mira a los ojos, como el lacayo que eres te arrastras a sus pies, es eso o la muerte, tu decides.
—Bien.
—Ahora, continuemos con los negocios. Te recuerdo que tú no trabajabas conmigo, sino para mí, y ha llegado a mis oídos que has estado haciendo tratos que no me gusta que hagan en mi territorio, tratos que no autoricé. Por lo tanto… —Su voz había adquirido un tono amenazante que a las demás personas, como el hombre frente a nosotros por ejemplo, les daba terror. A mí, bueno, digamos que antes de salir debo volver a cambiar mi ropa interior. —Tienes veinticuatro horas para que desmanteles el negocio que tienes en mi ciudad y te vayas. Pasado ese tiempo mis hombres te cazarán hasta que tu cabeza sea lo único que quede de tu cuerpo. ¿He sido claro?
—Señor, no creo…
—Pregunté que si he sido claro —interrumpió él.
—Si señor —murmuró el hombre.
—Bien, ahora lárgate.
El tipo salió corriendo, cruzándose con Zeus a medio camino y dejando escapar un grito bastante femenino antes de irse. Nuestro perro por el contrario siguió su camino hacia la sala de estar, en dónde estaba segura, se subiría al sofá y caería rendido.
Me levanté del regazo de Tyson, sentándome sobre su escritorio frente a él.
—¿Que negocio era? —pregunte, cruzándose de brazos.
—Explotación sexual y trata de personas —respondió, ubicándose entre mis piernas y acariciando mis muslos sobre la tela de las medias.
—¿Sabes que salió de aquí seguro con la meta de matar a todas esas personas o algo similar?
—No llevo dos días en esto Krolik. Cuando llegue a donde tenía su negocio no encontrará nada, mis hombres se encargaron de sacarlo todo; personas, armas dinero y liquidaron a todos los que trabajaban para él.
—¿Por qué?
—¿Por qué que?
—¿Por qué te tomaste el tiempo de hacerlo? Otro en tu lugar le habría dado la advertencia y listo, o habría hecho de la vista gorda.
—Se de primera mano lo que es que comercien con tu cuerpo Lyrae, no podría hacer de la vista gorda con eso.
—¿Quieres contarme?
—No hay mucho que contar Krolik. Te conté que mi madre me vendió a la mafia rusa por un poco de coca, tenía diez años y el tipo que me compró tenía la idea de que sería un buen juguete sexual.
—¿Que pasó? —indagué, pasando mis dedos entre las hebras de su cabello negro.
—Lo maté, fue la primera vez que le quité la vida a un hombre y claramente no paré ahí. Tuve la suerte de que el segundo al mando tomara las riendas del negocio y me tomara bajo su ala, vio potencial en mi, según me contó. Me enseñó todo lo que sé. Me fui de Rusia tras su muerte, luego de cobrar venganza por supuesto.
—¿Y tú madre?
—Murió, quemada en su propia casa. Yo mismo prendí el fuego. Tu y nuestra hija son mi única familia Krolik —dijo, acariciando mi vientre con si nariz, para luego bajar hasta mi entre pierna.
—Estaba pensando
—¿Anja?
—Quiero darle el descanso que se merecen las ocho mujeres, se que podría ser una tontería, pero…
—No es una tontería esposa —negó el, deteniendo su exploración entre mis piernas —Nunca te lo dije, quizás se me pasó, bueno quizás no, se me olvidó, seamos claros —dijo y no pude evitar reír —Vi a Victoria y a las demás mujeres, Arabella y Victor entre ellas. Me dijo que te dijera que está muy orgullosa de ti.
—No hice nada.
—¿Bromeas? Lyrae tu investigaste todo referente a la maldición, te leíste los diarios. Mandaste a analizar los restos encontrados y no solo eso, sino que investigaste si aún vivían familiares de las mujeres.
—Cualquiera lo habría hecho. Además mis amigas me ayudaron.
—No Krolik, como tú misma dijiste, cualquiera en tu lugar habría hecho de la vista gorda. Habría dejado el diario y hubiera llamado a la policía cuando encontró los restos de las mujeres. Tu no lo hiciste, tu buscaste respuestas.
—Eran mi familia.
—Si, lo eran, pero eso lo descubriste porque seguiste investigando.
—Y la maldición se rompió porque tú te sacrificaste, también fue gracias a ti.
—Yo simplemente fui tu arma Krolik, no me necesitaste para matar a Samuel y acabar con el legado Lovelace. Deberías sentirte orgullosa de lo que hiciste y no quitarte mérito, yo estoy orgulloso de ti. Y mandaré a construir una bóveda en el cementerio para ellas. Quizás también pueda poner allí el cuadro de Arabella.
—Nunca me contaste por qué lo tenías, ni cómo lo conseguiste.
—No recuerdo muy bien como lo conseguí, desde que reviví algunos recuerdos de las vidas pasadas han ido desapareciendo. Solo sé que mirar el cuadro me recordaba mi misión, me recordaba que volvería a revivir su muerte en el último momento de mi vida, y que los sentimientos de Victor se convertirían en los míos hasta que ya no pudiera más.
—¿Era eso lo que te sucedía?
—Si, después de los veinte empezaba con los sueños, al principio eran sueños normales como cualquier otro, pero cada año aumentaban de intensidad hasta que ya no podía más. La última semana los sentimientos de Victor se convertían en los míos y cada noche soñaba con la muerte de Arabella. Él la amaba mucho ¿Sabes?
—Si, lo sé. Al menos ahora están juntos donde quiera que estén.
—Si. —volvió a acariciar mis muslos, antes de arquear una ceja —¿Por qué estás vestida así?
—No soporto los pantalones, necesito comprar algunos más anchos.
—No, me refiero a que ¿Por qué estás vestida como si fueras a salir?
—Porque voy a salir.
—Y ¿No pensabas decirme?
—Te lo estoy diciendo ahora —protesté.
—Doch' moya, nadeyus', ty ne budesh' takoy nepokornoy, kak tvoa mat' —dijo, susurrando a mi vientre.
—¿Que le dijiste?
—Es entre nuestra hija y yo, una conversación padre e hija.
—¿Por qué sigues diciendo que será una niña? ¿Y si es un niño?
—Lo amaré igual, pero estoy seguro que será una princesa que adorará a su padre.
—Claro, lo que tú digas. ¿Quieres apostar? —dije sonriendo.
—Bien, si gano tendrás que cumplir alguna de mis fantasías.
—Eso suena interesante. Ahora dime lo que le dijiste. Por favor —Si, hice puchero, no me arrepiento por usar métodos cuestionables.
El sonrió, besó mis labios, mordiendo el inferior, luego volvió a sentarse en su silla, como el rey de un imperio, algo que para mí ya era.
—Hija mía, espero no seas tan rebelde como tú madre; eso fue lo que dije.
—Si de verdad tenemos una niña, la pobre va a terminar por ser mi cómplice te lo aseguro.
—No me digas.
—Si te digo, eres muy sobreprotector okhotnik —dije, llamándolo cazador en su idioma.
—¿Dónde aprendiste a decir esa palabra?
—Google, si tú tienes un apodo para mí en tu idioma, es justo que yo también tenga uno. —Besé su mejilla antes de levantarme —Ahora me voy.
—Ten cuidado —dijo tras darme una nalgada.
—Siempre —Le guiñé un ojo y salí del despacho.
(***)
Will y Shaw habían escogido un café no muy lejos de la antigua galería de arte perteneciente al primero y que habían logrado vender por muy buen precio.
Tomé un sorbo de mi zumo de naranja y miré a mis amigos directamente a los ojos.
—Estoy embarazada —anuncié.
Sus reacciones no fueron las esperadas. Shaw escupió su café sobre Will y este se quedó con la boca y los ojos abiertos, parecía como en shock.
—¿Te hiciste una inseminación artificial? —preguntó Shaw
—No, mi bebé tiene un papá que es muy conciente de su concepción, demasiado diría yo.
—¿Te acostaste con un hombre al azar? —inquirió Will, saliendo de su estupor.
—Claro que no, teniamos una relación, bueno algo así.
—¿Qué?
—Bueno, estoy casada.
Will y Shaw intercambiaron miradas atónitas, tratando de procesar la información. Shaw fue el primero en recuperar la voz, aunque todavía parecía aturdido.
—¿Casada? ¿Te casaste y no nos dijiste nada? —exclamó, sus palabras salpicadas de incredulidad.
—Sí, lo hice —respondí, tratando de mantener la calma a pesar del nerviosismo que sentía.
—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? —Will disparó las preguntas a una velocidad vertiginosa—. La última vez que te vimos, hace casi dos meses, no tenías ni un amigo aparte de nosotros dos.
Sonreí con un toque de ironía. —Bueno, parece que las cosas pueden cambiar rápidamente, ¿no?
Shaw se inclinó hacia adelante, con una expresión de sospecha en su rostro. —¿Esto tiene algo que ver con la cláusula del testamento de tu abuela?
Me quedé en silencio por un momento, recordando de repente esa cláusula. —De hecho, acabo de acordarme de eso. Pero no, mi matrimonio no tiene nada que ver con la mansión, aunque ahora que lo mencionas, ya sé que voy a hacer con ella cuando sea mía.
Will frunció el ceño, claramente confundido. —Entonces, ¿qué pasa con tu nuevo esposo? ¿Quién es?
Respiré hondo antes de responder, sabiendo que esto les sorprendería aún más. —Tyson Herthowne.
Will se desmayó de inmediato, y Shaw apenas logró atrapar su café antes de que se derramara.
—¡¿Tyson Herthowne?! ¡El magnate de los negocios, al que claramente te advertimos que no te acercaras?!
Asentí, sintiendo cómo mi nerviosismo se intensificaba.
—Sí, él. Pasaron varias cosas en estos dos meses y pues ahora lo amo demasiado y estoy esperando un bebé de él.
—Esto es increíble —dijo, pero decidió callar por el momento y concentrarse en su hermano.
Tanto Shaw como yo nos pusimos a atender a Will, que seguía inconsciente. Decidimos llevarlo a urgencias, ya que no reaccionaba.
En la sala de urgencias, Tyson apareció, su rostro una mezcla de preocupación y molestia. Se acercó a mí y, sin importarle la presencia de mis amigos, me dijo en voz baja, pero firme:
—Ya lo resolveremos en casa.
Will comenzó a despertar, murmurando algo ininteligible. Shaw no pudo evitar preguntar:
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Tyson suspiró, mirando a cada uno de nosotros. Yo me acerque aún más a él y con voz tranquila les dije a mis amigos:
—Lo explicaré todo, pero primero, asegúrense de que Will esté bien.
—Tu no estarás bien cuando lleguemos a casa. Vas a pagar caro haberme preocupado señora Herthowne —murmuró mi esposo de manera amenazante, con su rostro escondido en mi cuello.
(***)
Y así fue como llegamos a aquel momento, conmigo con los brazos sujetos por una corbata y mi marido torturandome con los orgasmos que no me dejaba alcanzar. Acarició mi torso, subiendo por mi cuerpo, pasando su lengua por mis costillas. Pasó sus pulgares por la parte inferior de mis senos, acariciándolos, para después morder uno de mis picos, que clamaban su atención.
Mis manos jalaron de la corbata, el ansia por tocarlo volviéndose casi imposible de controlar.
—Tyson —Su nombre salió de mis labios como un gemido desesperado.
—¿De quién eres? —demandó soltando mi seno, mientras uno de sus dedos jugaba con ese punto entre mis piernas que amenazaba volverme loca.
—Tuya, soy solo tuya —grité cuando sentí el fuego acumulándose en mi entrepierna.
Él sonrió satisfecho, y sin más dilación entró en mi. Arquee mi cuerpo bajo el suyo, cuando un orgasmo arrazó con mi cuerpo. Su boca dándose un festín con mis pechos. El choque de nuestra piel, el sonido de nuestras respiraciones agitadas, esa era la banda sonora que acompañaba aquel momento y no encontraría una mejor.
Poco a poco mi climax se fue construyendo una vez más. Con una embestida y el movimiento circular de sus caderas, fue suficiente para que explotara en millones de pedazos por segunda vez. Tyson siguió moviéndose, masajeando aquel botón, provocando que mi orgasmo se prolongara más y más.
Tres minutos después el también alcanzó su propio climax, su rostro escondido entre mi hombro y mi cuello.
Varios minutos después, cuando nuestra respiración ya se había normalizado, Tyson salió de mí, se inclinó hacia adelante y desató mis manos, tomándolas con delicadeza y acariciando las marcas que había dejado la tela.
—¿Te lastimé? —preguntó con preocupación.
—No, al contrario —respondí con una sonrisa—. Creo que el médico me recetó algo así dos veces por semana, y lo que el médico dice hay que hacerlo.
—Claro, claro, él es el profesional.
—Exactamente.
—¿Tienes hambre? —me preguntó.
—Sí, estoy famélica —dije, estirándome con languidez.
Tyson se levantó con una expresión decidida.
—Voy a preparar algo de comer.
Aproveché la oportunidad para darme un baño caliente. Me sumergí en el agua, dejando que el calor relajara mis músculos. Sin embargo, mi relajación se vio abruptamente interrumpida por el estridente sonido de la alarma de incendio. Salté de la bañera, anidé una toalla a mi cuerpo y corrí hacia la cocina.
Al llegar, encontré a Tyson parado frente a la estufa con una mirada de horror, como si hubiera cometido un asesinato. De la olla salía humo y el olor a quemado llenaba el aire.
—Vaya, parece que al final no eres perfecto —dije, tratando de reprimir una risa—. Pero me gustas así, sin saber cocinar y todo.
Tyson se giró hacia mí con una ceja levantada, su seriedad habitual desmoronándose por un momento. Se acercó lentamente, sus ojos fijos en los míos.
—Soy perfecto en otras cosas —murmuró con voz grave, sus labios rozando los míos.
Nos besamos apasionadamente, olvidando el desastre culinario a nuestro alrededor. El humo se disipó, pero la chispa entre nosotros ardía con más fuerza que nunca.
Me subió sobre la encimera, lo más alejados posibles del desastre. Nos besamos por un rato, hasta que el se separó de mi, mordiendo mi labio inferior, algo que me había dado cuenta, le encantaba hacer.
—¿Sigues con hambre? —preguntó Tyson, esta vez con una sonrisa traviesa.
Asentí, riendo.
—Sí, pero esta vez, ¿qué te parece si lo pedimos a domicilio?
Ambos reímos, y mientras esperábamos la comida, nos acurrucamos juntos en el sofá, disfrutando de la perfecta imperfección de nuestra relación.
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