Capítulo XXII

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   Arabella
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En mi corazón ardía una llama que avivaba mis emociones. Ese día me encontraría con Jeffrey tras una larga espera. Madre me reveló que su padre le había exigido regresar de sus viajes, pues era tiempo de que tomara responsabilidad sobre el negocio familiar.

Esa mañana, mis padres me anunciaron que se celebraría una cena a la que él estaba invitado. Desde entonces, no había dejado de sentir ansiedad por la llegada del atardecer. Contaba los minutos a la espera de su presencia. ¿Acaso habría conservado aquel encanto que lo caracterizaba cuando se fue? ¿Lograría atraer su atención hacia mí esa noche? Esas incertidumbres me invadieron, pero también se transformaron en la chispa que encendió mis ilusiones al imaginar el reencuentro con el hombre que había cautivado mi corazón desde mi más tierna infancia.

   Contemplé con admiración la imagen que me devolvía el espejo, mientras la doncella, con manos hábiles, terminaba de peinar mis rizos con encajes y cintas. El vestido de seda verde que había elegido para la ocasión resaltaba mis ojos del mismo color, reflejando la luz de las velas que iluminaban la estancia. Cada detalle de mi atuendo había sido cuidadosamente seleccionado para impresionar a Jeffrey.

Al finalizar, salí a buscar a mi madre, hallándola instalada frente a la chimenea, delicadamente ocupada en sus tareas de costura. Me acerqué a ella y me uní a su labor.

Al llegar la hora destinada a la cena, mi júbilo me incitó a descender, en compañía de mis hermanas, por las escalinatas con risueñas expresiones hasta ingresar al salón donde nos aguardaban nuestros distinguidos huéspedes. Los honorables Lewis, ataviados con sus más esmeradas indumentarias, se hallaban presentes junto a su vástago, Jeffrey.
  
   —Arabella, querida, es un goce reencontrarte —declaró la señora Lewis con cortesía.

—El placer es todo mío, mi Lady —refuté, ejecutando un reverente gesto de saludo.

—Niñas, tomad vuestra posición —ordenó padre con firmeza.

Todos ocupamos nuestros lugares y mis ojos no tardaron en posarse en Jeffrey. Su atuendo destacaba entre la multitud, elegantemente vestido como si fuera una ocasión especial. Llevaba un traje negro con sutiles detalles grises que resaltaban la tonalidad de sus ojos grises. Su cabello castaño claro estaba recogido en una pulcra coleta baja, aportando un aire imponente a su presencia.

    —Arabella querida, esta noche tengo una noticia importante que cambiara el rumbo de nuestras vidas, por eso he organizado esta cena. —inició padre.

—¿Sí, padre? Cuéntenos, estoy ansiosa por saber. —preguntó mi hermana Elena, siempre ávida de información.

—Tuve una conversación con los padres de Jeffrey y hemos llegado a un acuerdo. Decidimos unir a Arabella en matrimonio con él.

—¡Oh, vaya! —dije, mostrando una leve sorpresa antes de tratar de ocultarla.

—¡Oh, qué emocionante noticia! ¡Estoy segura de que serás muy feliz, querida! Jeffrey es un buen chico, ¿verdad, joven? —exclamó madre.

—Sí, señora, estoy agradecido por esta oportunidad.—respondió Jeffrey, quien hasta ese momento se había mantenido en silencio, asintiendo con timidez.

—Es una unión que fortalecerá nuestras familias. Estoy seguro de que ambos formaran una pareja maravillosa. —añadió el señor Lewis.

—Haré todo lo posible para hacerte feliz Arabella. —dijo Jeffrey, mirándome con sus hermosos ojos grises.

—Es todo lo que queríamos escuchar. Estamos seguros de que este matrimonio sera beneficioso para ambas partes. ¡Salud por esta nueva alianza! —exclamó padre, levantando su copa.

Todos lo imitamos, convirtiendo esa noche en una de las mejores de mi vida, al menos eso pensé en ese momento.

   (***)

   Semanas después me sentía colmada de felicidad mientras preparaba mi casamiento. No obstante, en aquel día me encontraba agotada de sonreírle a mi madre y a la señora Lewis mientras ellas solamente hablaban de los chismes de las demás damas de la corte. Necesitaba un descanso, por lo que me excusé para ir al tocador, pero terminé escabulléndome por la puerta de la cocina y no paré de caminar hasta que llegué al lago que se encontraba en el límite de la propiedad.

Allí me topé con un joven, sentado en la orilla con un libro en mano, devorando las páginas con ansiosos ojos.

   Con curiosidad me acerqué a él, pero tropecé con una rama y caí, llamando la atención del joven, quien no dudó en levantarse y caminar en mi dirección apresurado.

—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó, y cuando levanté mi rostro hacia el suyo, lo reconocí.

   Era aquel joven caballero que colisionó conmigo en la plaza, sus facciones quedaron veladas a mi vista. Sin embargo, en aquel momento crucial, sus pupilas oscuras parecían contener destellos de una llama amistosa que me atrajo irresistiblemente, así que me entregué al deleite de analizarlo detenidamente con mi mirada curiosa.

Su mandíbula finamente esculpida resaltaba junto a los marcados pómulos, tenía densas cejas que enmarcaban unos ojos marrones tan profundos que rayaban en la tonalidad del ébano. Su cabello negro, cual sombra de medianoche, enmarcaba un rostro de facciones varoniles que destilaban elegancia y galanura. Su sonrisa, cálida y afable, se colaba entre sus labios para completar su atractivo, convirtiéndolo en un hombre de innegable belleza y encantamiento.

   —Sí, todo está en orden. Lamento la interrupción —mencioné mientras aceptaba su mano y me ponía en pie, sentía mis mejillas arder, un claro signo de mi vergüenza.

—No se aflija, apenas concluía mi lectura —me tranquilizó—. Disculpe si le incomodé, pero ¿Nos hemos cruzado con anterioridad? Su semblante me resulta familiar.

—Creo recordar que nos topamos hace unos días en la plaza —respondí.

—¡Oh, es cierto! ¿Hará usted acto de presencia esta vez o se retirará con premura? —inquirió.

—Mi nombre es Arabella. ¿Y el suyo?

—Puede llamarme Víctor.

Pasé la tarde en su compañía, deleitándonos a la orilla del lago en amenas pláticas sobre literatura. Las risas brotaban con naturalidad y el tiempo se escurrió entre nuestras manos. Al percatarnos, la penumbra casi nos abrazaba. Nos despedimos acordando encontrarnos nuevamente.

Al día subsiguiente, nos reencontramos, y poco a poco Víctor se convirtió en un pilar constante en mi rutina diaria. Con el paso del tiempo, mis afectos se tornaron cada vez más ambiguos. Por un lado, mi compromiso nupcial con Jeffrey se consumaría en escasos meses, habiendo compartido diversas citas juntos. A pesar de haber suspirado por él durante toda mi niñez y juventud, prefería pasar los atardeceres en compañía de Víctor que salir a pasear con mi prometido.

   Una fresca tarde de primavera en el mes de abril, Victor y yo nos reunimos en nuestro lugar habitual de encuentro. Mientras observaba su rostro, pude notar un leve temblor en sus manos y su mirada inquieta denotaba un evidente nerviosismo. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, creando una atmósfera casi mágica que contrastaba con la tensión que se percibía en el ambiente. Era como si el universo mismo nos estuviera enviando señales de que aquella tarde sería diferente a todas las anteriores.

   —Arabella, sé que mi confesión puede causar confusión en lo más profundo de vuestro ser, mas he de desvelar el amor que en mi pecho arde por ti. Me hallo comprometido con otra dama y sé que vos también estáis prometida a otro caballero, mas mi corazón solo late al son de tu nombre. En este mundo de apariencias y compromisos, solo encuentro consuelo en la llama eterna que arde por ti en mi ser. Y se que no podía pasar otra noche sin profesarre mis sentimientos.

    Aquella noche, el peso del destino transformó por completo nuestras vidas.

  (***)

  La gélida noche se cernía sobre mí mientras aguardaba su llegada. Había desafiado la ira de mi padre, quien amenazaba con renegar de mi filiación si persistía en mi desatino. No obstante, no retrocedería, mi determinación estaba sellada. Había escogido el amor por sobre todas las cosas.

De repente, unos pasos resonaron en la penumbra, y supe en el fondo de mi ser que era él quien se acercaba a mí. Giré con una sonrisa en los labios y sentí cómo el frío metal se clavaba en mi carne. Mis ojos buscaron los suyos en la sombra, apenas pude distinguir el color de sus ojos y el gesto de desagrado en su semblante.

Avanzando con esfuerzo, mis pies me llevaron unos pasos más hasta que mis piernas no pudieron soportar mi peso. Justo en ese instante, unos robustos brazos que me habían abrazado con ternura me impidieron caer al suelo. Al alzar la vista, unos ojos casi negros se encontraron con los míos, reflejando el pánico en su mirada.

—Te amo —susurré.

Podría maldecir aquel fatídico día en el que nuestros destinos se enlazaron para siempre con un hilo de sombría pasión, pues desde aquel instante, mi destino estaba trazado por un amor condenado. Sin embargo, aunque ahora siento cómo mi último aliento se escapa entre sus brazos y el sufrimiento de la traición me atenaza con más fuerza que la herida que vierte sangre en mi vientre, no lo hago. Pues incluso en la oscuridad de la muerte, mi corazón late con fervor por él.

Y mientras mis ojos recorrían su rostro, grabándolo en mi memoria, dispuesta a enfrentar mi destino, supe que, de alguna manera, esta no sería la última vez que nos encontraríamos. En esta vida o en la siguiente, mi amor por él trascendería, incluso la muerte. Mi alma era solo suya.

  En ese instante mis ojos se conectaron con otros que sufrían escondidos entre la maleza.
  Y cuando mi último aliento abandonó mi cuerpo y mi corazón prodigaba su último latido, una voz resonó en mi cabeza.

   —Vivirás mil vidas si es necesario, pero tu sacrificio no será en vano. Destruirás a aquellos que tanto daño te han hecho y aquel que llora por ti será el arma que usarás en esa batalla. Solo el sacrificio del amante torturado pondrá fin al ciclo y las almas que estuvieron cautivas por la eternidad serán libres.

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