Capitulo XX
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Tyson
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En medio de la oscuridad de la noche, me encontré con mis manos manchadas de sangre, el suelo empapado en rojo y los ojos sin vida de quienes decían ser mi familia, ahora inertes en una pila de cadáveres que me observaban fijamente.
Con paso tembloroso, salí de la habitación y me vi frente a un acantilado, el abismo parecía llamar mi nombre con una promesa de liberación. Mis pensamientos se nublaron por la desesperación y consideré saltar para poner fin a todo.
Justo en ese momento, una voz profunda y misteriosa resonó detrás de mí.
—El ciclo se repetirá, solo acabando con el linaje maldito se detendrá. Tú serás el arma que el último infinito necesita para romper ese ciclo interminable —añadió la voz enigmática —Un sacrificio por otro.
Desperté de golpe, sintiendo un intenso dolor de cabeza y notando sangre goteando de mi nariz. Aquellas palabras seguían latentes en mi mente y el fuerte dolor de cabeza me recordaba una vez más mi propósito.
«¿Qué significaban esas palabras? ¿De que infinito hablaba aquel hombre?» me pregunté, no por primera vez.
Me levanté del sofá de mi oficina y entré al baño, tomando mi frasco de analgésicos aún más fuertes. Se me estaba acabando el tiempo, la sangre que corría hacia mis labios era la prueba de ello.
Solo debía terminar con la vida de la última Lovelace para acabar con los recuerdos.
Abrí el grifo y eché un poco de agua helada sobre mi rostro borrando la evidencia de mi malestar.
Necesitaba terminar con esa obsesión que sentía por ella. Eso era todo. Después de sacarmela de la cabeza, tomaría un arma y le dispararía.
Evité mirar mi reflejo, sabiendo la verdad que escondían mis ojos y salí, justo a tiempo para ver a Brandon, Hans, Peter y Zac entrar a mí oficina.
—¿Tienen algo nuevo? —pregunté, dirigiéndome al mueble bar y sirviéndome un vaso de whisky. Se suponía que no debía mezclar el alcohol con los analgésicos, pero me iba a morir de todas formas, por lo que me daba igual.
—El italiano cantó como pajarito —se burló Zac.
—Segun confesó —continuó Hans —Su jefe encontró una nueva amante, una rubia de cuerpo escultural, pero con una voz que deberías cortarle la garganta para que no vuelva a utilizarla, palabras de el no mías.
—Rosa Sinclair —dije, apretando mi vaso de whisky hasta que mis nudillos se volvieron blancos.
—Exacto, fue ella la que le dió la información sobre la señorita Lovelace —añadió Brandon.
—Jefe ¿Nos permitiría matarla luego de una no tan agradable tortura? —pregunto Peter, el más tranquilo de los cuatro provocando que mis ojos se dirigieran directamente hacia él —Se metió con alguien preciado para nosotros.
—Nadie dispara en contra de nuestra Eva y vive para contarlo —explicó Zac, todo rastro de burla se habia ido de su expresión.
—Bien, la señorita Sinclair será toda para ustedes, ella solo fue un método para obtener información. Yo me encargo del imbécil que se le ocurrió que era buena idea intentar secuestrar a mi mujer.
—¿Su mujer? —preguntó Zac y por el tono en que lo dijo supe que había metido la pata. Sin embargo, ya no había vuelta atrás. —No sabía que la señorita Lyrae había ascendido de título, pensaba que era una del montón.
—Cierra la boca Zacary o te la cierro yo de un golpe —amenacé.
—Yo solo estoy preocupado por Eva, le ha cogido mucho cariño a Lyrae me rompería el corazón ver a mi mejor amiga sufrir —añadió ignorando mi amenaza, como siempre hacia.
—Dedicate mejor a hacer tu trabajo. Yo me encargaré de Lyrae. ¿Saben dónde está el imbécil que inició toda esta guerra?
—Esta en sicilia jefe —contestó Brandon.
—Llamen al piloto y que te ha listo el yet en una hora, nos vamos a Italia.
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Aterrizamos en Sicilia cuando estaba cayendo la noche. Mis hombres ya habían sitiado el lugar en donde se encontraban Rose, Damián, uno de los capos de la cosa nostra y un invitado que aún no habíamos descubierto quien era.
Con sigilo nos adentramos en la propiedad eliminando uno a uno a los guardias que custodiaban la casa evitando que delataran nuestra presencia. Usando el factor sorpresa de nuestra parte procedimos a entrar.
Al llegar al comedor, nos encontramos con una escena que no esperaba. Los tres se encontraban sentados a la mesa, disfrutando de una cena aparentemente tranquila, sin darse cuenta de nuestra presencia, ignorando que esa sería su última comida.
—¡Vaya sorpresa, vine buscando dos y me llevo un regalo! —exclamé con una sonrisa maliciosa mientras sacaba mi arma. Asombranda a los comensales —Querida Rose, te dije que yo no daba segundas oportunidades y no me oíste, una lastima.
El rostro de la mujer se volvió completamente pálido. Intentó pararse, pero fue detenida por el cañón de la pistola de Zac, tocando su frente.
—Dame el gusto —dijo él, con una sonrisa burlona.
—Damian, te metiste con la persona equivocado, pero no creo que seas consiente de eso aún —dije, sentándome en la silla justo frente a él, con las piernas extendidas y la confianza de quien tiene a su enemigo en la palma de su mano.
—¿Cómo entraste? —Fue lo que preguntó él.
—Eso no es lo que debería de importarte en estos momentos. Sin embargo, te lo diré. ¿Las cámaras que usas? ¿Todo el sistema de seguridad de tu lamentable vivienda? Todo pertenece a TH segurity. Y adivina quién es el dueño. —Me recliné en el asiento un poco más, aparentemente relajado. Disfrutando de como la persona frente a mí a cada segundo se volvía más consciente de su situación —Te metiste con el tipo equivocado, Damián.
Me levanté de mi asiento tomé mi Glock tocando con el cañón la mesa y la fui arrastrando, todo el camino hasta donde él estaba sentado. Aumentando la tensión en las personas sentadas. Podía ver cómo una gota de sudor se deslizaba por la frente de Damián, algo muy gratificante si me preguntas.
Me paré detrás de este, le dí mi arma a Brandon, quién no apartaba sus ojos de Rosa, mirándola con odio. Tomé el cuchillo que guardaba en mi bota, tomé a Damián del cabello, haciendo que levantara la cabeza hacia atrás y sonreí.
—Saluda a tus hombres de mi parte —dije y apreté el cuchillo sobre su garganta, rebanándola.
La sangre salpicó sobre la mesa y sobre Rosa, quien soltó un grito aterrorizada.
—Llevensela, pueden hacer con ella lo que quieran; sin embargo, la quiero ver muerta antes de que amanezca —advertí a los cuatro amigos, quienes asintieron en respuesta. Me volví hacia la tercera persona sentada a la mesa y le dediqué una sonrisa ladeada —Pedro Ivanov, tu hermano estará muy contento con esto.
El me miró, la rabia tiñendo sus facciones lo que me resultó mucho más divertido.
Tomé mi teléfono y llamé a Alexander.
—Te tengo un pequeño regalo —dije cuando contestó la llamada —Alguien ha quien has estado buscando.
Salí de la casa, luego de hablar con Alexander y acordar dónde le haría la entrega del paquete, seguido de cerca por mis hombres que llevaban consigo a Pedro. Le hice señas a uno quien se acercó a mí.
—¿Señor?
—Preparen el Avión, volaremos a Rusia.
(***)
Ví el amanecer desde la ventana del yet, mientras este surcaba los cielos con destino a Rusia. No había bulto desde los veinte años y si no fuera por Alexander hubiera pasado más tiempo sin volver.
Los recuerdos de una casa en llamas, los rostros de los miembros de la mafia que me habían comprado. Todo lo que había pasado desde el momento en el que mi madre me vendió a los diez años, incluido mi primer asesinato.
Todo había salido de ese lugar en la memoria en el que lo mantenía encerrado.
Ya no existía ninguno de los hombres de mi pasado, me había encargado de cada uno de ellos; sin embargo, el lugar seguía sin estar entre mis favoritos.
Con un suspiro me recosté en la cama del yet. Podía oír las conversaciones de mis hombres a través de la puerta. No obstante, no estaba de ánimos para participar en ellas. En realidad nunca lo estaba.
Desde mi lugar alcancé a ver el frasco de gel de uva que había guardado en la mochila. Aún no sabía el por qué habia sentido el impulso de hacerlo; sin embargo, ahí estaba.
Me levanté, me acerqué a la mochila y lo tomé entre mis manos. El olor del jabón líquido fue suficiente para que en mi mente aparecieran un par de ojos violetas y una sonrisa descarada. El bulto en mis pantalones se hizo cada vez más difícil de ignorar. Mi erección pulsaba contra mis vaqueros desesperada por una liberación que no pensaba darle. Era vergonzoso como el simple olor del jabón corporal que aquella mujer utilizaba, fuera suficiente para ponerme a mil.
Sintiendo la rabia crecer a cada segundo que pasaba tomé el recipiente negro, lo lancé contra mi equipaje y como no, se abrió desparramando su contenido sobre mi ropa.
—Simplemente genial —murmure por lo bajo.
Cansado volví a recostarme en la cama y tomé mi teléfono. Abrí la aplicación de la cámara de la habitación de Lyrae y me dispuse a ver lo que había hecho en estos dos días.
La imagen se abrió enseñándome la cama y a Lyrae sobre ella, sus piernas abiertas con sus manos entre ellas dándose placer. Su gemido reberberó en la habitación que por suerte estaba insonorizada.
El dolor en mis pantalones era casi opresivo por lo que abrí la cremallera liberando mi miembro. Me molestó solo la idea de tener que correrme en mis pantalones como un adolescente luego de su primera película para adultos.
No obstante, era una de las cosas que Lyrae ocasionaba. Oír su gemido provoca que mi miembro reaccioné de la misma manera que lo hizo cada vez que ella estaba cerca, endureciéndose en toda su longitud.
—Maldito traidor —murmuré cerrado mi mano en torno a el y comienzo a acariciarlo.
Los sonidos que se colaban a través de las bocinas del teléfono inundando la habitación del avión. Me follé mi puño, pero en mi mente era su boca la que me exprimió ansiosa hasta la última gota, trangándose mi semilla.
Cuando terminé, limpie un poco el desastre en mi mano y después de quitarme la ropa y pausar el video, ingresé al lujoso baño de mi avión equipado con una ducha, ideal para vuelos de larga duración. Bajo el reconfortante chorro de agua fría, dejé que la lujuria abandonara mi piel, sintiéndome renovado al salir de allí.
Al salir del baño tomé mi teléfono y continué con la grabación. Al ver la pantalla, no pude contener una sonrisa y dije en voz alta:
—Te tengo, Krolik. (Conejita)
En ese momento, uno de mis hombres llamó a la puerta y me informó con urgencia:
—Señor, ya vamos a aterrizar —anunció.
Asentí con rapidez, guardé el teléfono en mi bolsillo y me apresuré a seguir al hombre hacia donde se encontraba mi asiento. No pude evitar que una sonrisa se adueñara de mi boca. Había llegado el momento de cerrar el cerco tras Lyrae. Ella era mía, solo le faltaba darse cuenta de ello.
Cuando las puerta del avión se abrieron bajé junto a uno de mis hombres, encontrándome con la persona que había mandado Alexander a recoger el paquete a medio camino
—Tyson Herthowne
—Vladimir Ivanov
—He escuchado muchas cosas de ti, Herthowne, y la mayoría de ellas no son buenas.
—¿Qué se le va a hacer? —Me encogí de hombros con desinterés.No tenía el más mínimo interés en permanecer en Rusia más de lo necesario, pero eso era algo que no convenía demostrar, sobre todo estando en medio de una negociación.
—¿Cuánto quieres por él? —preguntó, pasando a los negocios.
—¿Cómo sabes que él lo tiene? —inquirió una voz femenina.
Arqueé una ceja al darme cuenta de que no estábamos tan solos como pensaba. Una chica pelirroja de caderas despampanantes, piel de porcelana y ojos tan grises y fríos como el metal se posicionó justo a un lado.
—¿Llevas a tu chica a todas partes? —me burlé.
—No soy de nadie —protestó ella.
—Si ambos dicen eso frente a Alexander, estaríamos en un baño de sangre —aclaró Vladimir con una sonrisa —. Ella es la prometida del pakhan y futura reina de la bratva.
—Qué cosita tan bonita —La miré haciendo un gesto de ternura —. ¿Tu papi sabe que estás aquí?
La pelirroja amartilló la Glock, disparó y rompió en varios pedazos la bombilla auxiliar del almacén. Era de carácter fuerte, justo como la mujer de ojos violetas que me esperaba al regresar a mi país.
—Mi papi me enseñó a disparar —dijo sin dejar de apuntarme, como si eso me fuese a dar miedo —. Entrégame a Pedro —advirtió tocándose el vientre. Un momento ella estaba...
¿Cómo diablos Alexander dejó que su mujer viniera estando embarazada?
Chasqueé los dedos y mis hombres tomaron al baboso de Pedro y lo tiraron al suelo, dejándolo en medio de ambos.
Ella le hizo una señal a Vladimir y este caminó en dirección al hombre que tenía sus horas contadas.
—Considéralo mi regalo de bodas. Solo una pregunta —dije con toda la seriedad que pude—. ¿Por qué has venido a por él?
—Porque esta también es mi lucha y nadie, absolutamente nadie, puede dañar a mi hijo —concluyó dándose la vuelta.
Esperé hasta verlos irse en su auto, seguido del resto de sus hombres, para voltearme y volver al avión. Nunca se le da la espalda a nadie, aunque creas que son tus aliados, todos pueden terminar clavandote un puñal sin importarles nada. Fue algo que aprendí desde muy joven.
En el momento en que subí al avión Brandon me dedicó una mirada.
—¿A casa jefe? —preguntó.
—A casa.
Había llegado el momento de vigilar de cerca a mi conejita y esperar el momento justo para atacar. Las ruedas de mi nuevo plan habían empezado a correr. Ya le había dado tiempo suficiente. Era hora de que Lyrae Lovelace supiera a quien pertenecía.
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