Capítulo XV
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Lyrae
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Me senté incómoda en la silla de plástico de la pequeña sala de interrogatorios de la comisaría. El policía de aspecto serio me miraba fijamente, esperando mi respuesta.
—¿Puede decirme cómo sucedieron los hechos? —preguntó con voz firme.
Respiré hondo y comencé a recordar lo que había pasado minutos atrás.
(***)
A través del caos y el humo, mi mirada fue atraída hacia cuatro hombres de aspecto sombrío, vestidos con ropas oscuras y caras llenas de determinación. Estaban de pie, desenfundando armas automáticas, sus movimientos precisos y letales. Las balas empezaron a salir en ráfagas, dirigiéndose hacia dos figuras que se retorcían en el suelo, tratando desesperadamente de buscar refugio tras una columna que apenas los protegía.
Las luces oscilantes del lugar, interrumpidas por los destellos de los disparos, revelaban el horror en sus rostros. Una de las víctimas, un hombre joven con una chaqueta de cuero desgarrada, intentaba cubrirse mientras la sangre manaba de una herida en su brazo. El otro, un hombre mayor con una barba canosa, intentaba arrastrarse hacia un rincón, sus ojos encontrándose con los míos por un breve instante, llenos de desesperación y súplica.
Todo porque no fueron lo suficientemente rápidos para esconderse.
De repente, un dolor agudo en el cuero cabelludo me arrancó de mi aturdimiento. Un quinto hombre, de complexión robusta y cara inescrutable, me había encontrado. Sus dedos se aferraron a mi cabello con fuerza, tirando de mí sin piedad. Intenté resistirme, pero su fuerza era avasalladora. Sentí cómo mi cuerpo era arrastrado fuera de mi escondite, el suelo duro rozando mis piernas mientras gritaba y luchaba por liberarme.
El mundo a mi alrededor se volvió un torbellino de gritos, disparos y terror. Cada paso que daba aquel hombre me alejaba más de Eva, que seguía oculta bajo la mesa, sus ojos llenos de terror buscándome entre la confusión. La brutalidad de la situación me dejó sin aliento, mientras mi mente se debatía entre el miedo y la incredulidad.
Fue entonces cuando entendí que los cuatro hombres armados no estaban allí para causar una matanza al azar; su objetivo era claro: me querían a mí. Los dos hombres refugiados tras la columna, con rostros endurecidos por la determinación, disparaban continuamente, tratando de protegerme. Sus balas silbaban en el aire, repeliendo a los atacantes con una precisión mortífera, pero el hombre que me sujetaba por el pelo no se detenía. Con una sonrisa perversa, me miró directamente a los ojos y susurró con una voz cargada de malicia:
—Ti ho trovato.
El sonido de su voz en italiano, "Te encontré," resonó en mi mente, haciéndome estremecer. La adrenalina me impulsó a luchar con todas mis fuerzas. Golpeé, arañé y me retorcí, buscando cualquier forma de liberarme. En un momento de desesperación, logré empujar al hombre con todas mis fuerzas. Perdió el equilibrio y cayó sobre mí, su peso aplastante me dejó sin aliento.
Sentí algo húmedo y cálido empapando mi ropa. Miré horrorizada y vi que la sangre emanaba de su cuerpo, la vida escapándose de él lentamente. Su rostro se tornó pálido y sus ojos se vidriaron antes de cerrarse por completo. La confusión y el miedo me embargaban cuando de repente, en medio del caos, apareció Tyson.
Con una precisión y fuerza sorprendentes, Tyson apartó el cuerpo inerte del hombre de encima de mí. Su rostro, lleno de preocupación y furia contenida, se inclinó hacia mí, pero sus ojos mostraban una profunda indiferencia ante lo ocurrido.
—Te dije que no salieras del edificio —me recriminó con voz firme, pero sus ojos mostraban un profundo alivio por verme viva.
Aún tambaleante y con el corazón latiendo desbocado, me aferré a Tyson, incapaz de articular una respuesta coherente. El sonido de los disparos continuaba, pero con Tyson a mi lado, sentí una chispa de esperanza en medio del caos.
(***)
—Señorita Lovelace, necesito que me explique los detalles del suceso —insistió el policía, sacándome de mis pensamientos.
—Oh, claro, sí, por supuesto, los detalles del suceso... Bueno, verá, todo comenzó un día muy, muy lluvioso. Bueno, en realidad, no fue tan lluvioso, más bien estaba nublado, pero usted entiende, ¿no? Es que los días nublados siempre tienen ese aire de misterio, como si algo estuviera a punto de suceder, pero no necesariamente algo malo. Podría ser algo bueno también, como encontrar un billete de cinco dólares en el suelo. Aunque, honestamente, ¿quién deja un billete de cinco dólares en el suelo? Es más probable que encuentre un papel de chicle.
—Señorita Lovelace —dijo, frunciendo el ceño—, necesito que se concentre.
—Sí, claro, concentrarme. Lo siento, oficial. Es que a veces mi mente hace eso, ¿sabe? Se va por las ramas como un mono en la selva. Ok, volvamos al restaurante. Estaba yo allí, disfrutando de una ensalada César. ¿Le gustan las ensaladas César, oficial? Porque a mí me encantan, pero siempre les quito las anchoas. ¡No soporto las anchoas! ¿A usted le gustan las anchoas? Es un gusto adquirido, dicen.
—Señorita Lovelace —repitió esa vez con un tono más severo.
—¡Oh, sí, sí, lo siento! Entonces, estaba comiendo mi ensalada sin anchoas cuando, de repente, ¡bum! Entraron esos tipos. Fue algo así como en las películas, ¿sabe? Todos se quedaron congelados. Yo pensé, 'Vaya, esto no puede estar pasándo', pero estaba pasando. Y, bueno, todo se volvió muy confuso. Hubo gritos, disparos, y, sinceramente, todo fue un desastre... como cuando intenté hornear galletas de avena por primera vez. ¿Ha intentado alguna vez hornear galletas de avena, oficial? Son una pesadilla si no tienes la receta correcta. Mi primer intento fue básicamente avena quemada.
—Señorita Lovelace, por favor, concéntrese en los hechos relevantes.
—Claro, los hechos. Pues, la cosa es que no me di cuenta de mucho porque todo fue muy rápido. ¿Conoce la teoría del caos, oficial? Es como cuando una mariposa bate sus alas en Brasil y causa un tornado en Texas. Yo estaba allí, en medio de todo, como una mariposa, pero sin tornado. Bueno, tal vez hubo un poco de tornado con todo el caos que se armó. En fin, los tipos malos acabaron... bueno, usted sabe, y los clientes... fue realmente triste. Y, después de eso, todo quedó en silencio, como después de un concierto cuando los oídos te zumban.
Respiró hondo, visiblemente tratando de mantener la calma y no estrangularme ahí mismo.
—Señorita Lovelace, ¿podría ser un poco más específica?
—Específica, sí, claro. Bueno, para empezar, nací un 12 de octubre. Ese día no llovía, pero hacía un viento terrible. Mi madre siempre me decía que el viento es señal de cambio. Y hablando de cambios, ¿alguna vez ha notado cómo el clima puede afectar el humor de las personas? Es fascinante. Pero volviendo al restaurante, después de todo el alboroto, creo que simplemente tuve mucha suerte de salir ilesa. Y, bueno, aquí estamos. ¿Puedo irme a casa ahora?
El oficial apretó los puños y alzó la voz.
—¡Señorita Lovelace! ¡Necesito que me diga exactamente qué pasó en el restaurante o de lo contrario podría enfrentar cargos por obstrucción de la justicia!
Mis ojos se abrieron desmesuradamente y levanté las manos en un gesto de rendición.
—¡No quiero ir a la cárcel! ¡Yo no hice nada! Mire, oficial, ya le dije que todo fue muy rápido. Además, no me gustan los lugares pequeños y cerrados, como las celdas. Una vez, cuando era niña, me encerré en un armario jugando a las escondidas y fue un trauma. Estuve ahí como... ¿cuánto tiempo? Quizás diez minutos, pero parecieron horas. ¡Horas! Y desde entonces, los espacios pequeños y yo no nos llevamos bien. ¿Sabía que el 15% de la población sufre de claustrofobia? Bueno, yo soy parte de ese 15%.
Se pasó una mano por la cara, claramente frustrado.
—Señorita Lovelace, solo necesito que me diga quién mató a los secuestradores.
—Ah, bueno, eso... Eso es complicado. Verá, yo estaba más preocupada por mi ensalada que por otra cosa. ¿Alguna vez ha intentado comer una ensalada mientras todo el mundo grita y hay disparos? No se lo recomiendo. Es como intentar resolver un cubo de Rubik mientras hace malabares. Y, bueno, cuando todo terminó, solo quería salir de ahí. Así que, de verdad, no sé quién fue. Quizás fue un héroe anónimo, como esos de las películas que aparecen, salvan el día y desaparecen en el atardecer.
Él cerró los ojos y respiró hondo, luchando por mantener la paciencia.
—Está bien, señorita Lovelace. Vamos a intentar esto una vez más, desde el principio, y esta vez, por favor, trate de ser más clara.
—Claro, claro, lo intentaré. Pero si me permite una pregunta, ¿le ha pasado alguna vez que intenta recordar algo importante y de repente se acuerda de un dato totalmente irrelevante? Como, por ejemplo, que los gatos tienen más huesos que los humanos. ¿No es fascinante?
El policía puso los ojos en blanco y se inclinó hacia adelante.
—Señorita Lovelace, concéntrese. Solo necesito saber quién mató a los secuestradores.
—Lo intentaré, oficial. Entonces, estaba comiendo mi ensalada César «sin anchoas, claro» cuando esos tipos entraron. Fue un caos. La gente gritaba, los platos volaban, y yo solo trataba de proteger mi ensalada. De repente, hubo disparos. No sé de dónde vinieron, pero los secuestradores cayeron. Todos estábamos en shock. Luego, cuando miré alrededor, vi a dos clientes heridos. Fue horrible. Todo pasó tan rápido que, sinceramente, no vi quién disparó. Solo quería salir de allí. ¡Yo no hice nada, lo juro! Solo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
El policía me observó detenidamente durante un momento, como evaluando si creerme o no. Finalmente, dejó escapar un suspiro y se relajó un poco.
—Bien, señorita Lovelace. Entiendo que fue un momento traumático y que tal vez no tenga toda la información que necesitamos. Pero necesito que se quede disponible por si tenemos más preguntas.
—¡Claro, claro! Estaré disponible. Solo quiero irme a casa, tomar un largo baño y olvidar todo esto. Y, por supuesto, estaré disponible para cualquier cosa que necesiten. No quiero problemas.
El policía asintió y se levantó de la silla.
—Muy bien, señorita Lovelace. Puede irse por ahora, pero no salga de la ciudad y mantenga su teléfono encendido. Si recordara algún detalle más, por pequeño que sea, contáctenos de inmediato.
—¡Oh, gracias, oficial! Prometo que estaré disponible. Y, si se me ocurre algo, seré la primera en llamar. —mentí, pero estaba segura de que el no se había dado cuenta de ello, al menos eso esperaba —¿Puedo irme ahora mismo?
El policía asintió y me acompañó hasta la puerta.
—Sí, puede irse. Tenga cuidado y trate de descansar.
—Lo intentaré, oficial.
Mientras salía de la estación de policía, sentí una mezcla de alivio y agotamiento. Había logrado evitar incriminar a mi jefe y, por ahora, estaba libre. Mi deuda estaba saldada, al menos era lo que creía, había evitado que el tipo fuera a la cárcel, eso debía de contar para algo creo yo.
Por otro lado tenía una mezcla de sentimientos. Por una parte sabía que Tyson no era bueno, que tenía relaciones con la mafia, joder, tan solo una semana atrás se había reunido con el jefe de la mafia rusa. Sin embargo, no había llegado a entender bien su verdadera cara hasta verlo matar a alguien con mis propios ojos. Hasta ese momento solo se había tratado de amenazas, si, me había estrangulado hasta casi hacerme desmayar, pero, pudo haberme matado y no lo hizo, pudo haber acabado con la vida de mis mejores amigos cada vez que le planté cara y aún así ellos seguían vivos. Y quizás mi cerebro había decidido tomarse vacaciones porque no le temía.
Todo era demasiado confuso por lo que decidí pensar en ello más tarde. Por el momento me acerqué a Eva, quien me esperaba fuera de la comisaría, sentada sobre un muro bastante alto. Cómo se había logrado subir allá arriba con su corto tamaño era una incógnita más.
—¿Estás bien? —pregunté cuando me acerqué a ella. El sol de la tarde proyectaba sombras cortas bajo la luz intensa de las dos o tres. No parecía que ella también hubiera vivido un evento traumático, pero quizás para ella no lo fue; sus amigos eran matones después de todo.
—Todo lo bien que puedo estar —respondí, recostándome contra la pared del muro bajo. El calor del ladrillo bajo el sol era reconfortante en contraste con el frío que sentía por dentro.
—Vamos —dijo, bajándose de un salto del muro donde estaba sentada. Aterrizó sin problemas a mi lado, sus zapatillas chirriando ligeramente contra el pavimento caliente—. Esta noche me quedo en tu casa.
—No tienes que hacerlo, estoy bien —aclaré, dejándome arrastrar por ella. Miré alrededor y vi a varios oficiales entrando y saliendo del edificio cercano, algunos con semblantes serios y otros conversando animadamente.
—No está en discusión. Busquemos a Jack y luego vayamos para tu casa —dijo, su voz firme mientras me guiaba por la acera.
—¿Quién es Jack? —pregunté, tratando de seguir su paso decidido mientras el bullicio del tráfico y las voces de los transeúntes formaban un murmullo constante a nuestro alrededor.
—Mi perro, lo tengo desde que mi tía abuela murió —respondió sin aminorar la marcha. El sol brillaba intensamente, haciendo que el aire vibrara ligeramente en el horizonte. —Estaba obsesionada con el Titanic.
—Lo siento —dije, sintiendo una punzada de empatía.
—No te preocupes, fue hace ya seis años —dijo antes de hacerle señas al primer taxi que pasó. El taxi amarillo se detuvo con un chirrido y nos subimos, dejando atrás el calor abrasador de la tarde.
(***)
Ya en casa, acostada en mi cama luego de asegurarme que Eva y Jack, el perro de doce años heredado de su tía abuela, estuvieran cómodos en una de las habitaciones de invitados en mejor estado, mi mente divagó hacia los eventos de ese día.
Recordar a Tyson, implacable, sosteniendo el arma con una destreza impresionante, disparando sin contemplación, usando la misma ropa que minutos antes yo apreté con mis puños antes de que el devorara mi boca provocó algo enfermizo en mi cuerpo.
¿Me importaba? Seguro que no. Hacia años que había dejado de preocuparme por lo que otros consideraban que estaba bien o mal.
Solo me interesaba como me sentía yo, y en ese momento, estaba caliente. Sentía mis bragas humedecer se de solo rememorar lo que había sucedido en la oficina esa tarde.
Cerré mis ojos e imaginé a Tyson. La visión de él sin camisa hizo que el calor recorriera mi cuerpo.
—Tócate para mí, Lyrae —dijo con su voz cargada de excitación y deseo.
Me recosté en la cama y sin dudarlo me quité los pantalones cortos y las bragas. Recorrí suavemente mis muslos hasta llegar a ese lugar que clamaba por atención cauta y ansiosa. Entre susurros, palpé los contornos, haciéndome eco de la humedad que ya presagiaba mis deseos. Mientras una de mis manos exploraba con suaves caricias, ascendía por la piel hacia mis senos, provocando la evidente respuesta de mis pezones, entregándome a un placer nacido del anhelo más profundo.
Las llamas se tornaron más intensas, así que solté mi seno y deslicé dos dedos en mi interior. Mientras los movía dentro de mí con ritmo, un gemido ronco escapó de mis labios. Arqueé la espalda y cerré los ojos, entregándome por completo al placer que me invadía, hasta que un intenso orgasmo me dejó con la vista nublada y la respiración agitada.
En cuanto mis sentidos retornaron a la realidad, mis ojos se deslizaron hacia la silla a los pies de mi cama. Pero al no encontrar a Tyson allí, me di cuenta de que todo había sido una ilusión creada por mi mente, una manifestación de la expectativa y la anticipación.
Así como así, los recuerdos de esa tarde volvieron a hacer acto de presencia.
. La manera en que sus ojos oscuros me exploraban con determinación, hurgando en los recovecos de mi alma. Cada vez que pronunciaba mi nombre, su voz resonaba como una melodía sensual en la habitación. Su beso.El deseo me consumía y me envolvía, a pesar de haber alcanzado un orgasmo arrebatador, una sensación ardiente me indicaba que mis ansias no habían sido completamente saciadas.
Ignorando la sensación, me levanté de la cama y busqué un par de bragas limpias. Luego de pasar por el baño y vestirme nuevamente, volví a la cama y caí en un sueño profundo. Esa noche soñé con sus ojos oscuros
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Me desperté de golpe, sobresaltada por los ruidos que provenían del piso de abajo. Mi corazón latió con fuerza mientras mis oídos captaban el sonido inconfundible de pasos apresurados y puertas siendo abiertas y cerrados con brusquedad. Me levanté de la cama, aún desorientada, y me dirigí hacia la puerta de mi habitación. Al abrirla, reconocí la voz de Eva que llamaba a Jack, su perro, con una mezcla de preocupación y desesperación.
Bajé las escaleras de la inmensa casa, cada paso resonando en el silencio de la mañana. Encontré a Eva en la sala de estar, su rostro pálido y los ojos abiertos de par en par.
—No encuentro a Jack —dijo, su voz temblorosa—. Necesito darle su medicación y tengo miedo de que se haya perdido.
Asentí, sintiendo una punzada de inquietud. La mansión era realmente grande y laberíntica, con demasiados rincones oscuros y habitaciones desiertas. Comenzamos a buscar al perro, llamándolo en cada pasillo, en cada habitación.
Después de varios minutos de búsqueda infructuosa, escuchamos un ruido en el patio trasero. Salimos apresuradas y nos dirigimos hacia el punto más alejado de la propiedad, una zona que siempre había evitado por la sensación de frialdad y desasosiego que emanaba. El lugar estaba rodeado de árboles viejos y retorcidos que bloqueaban gran parte de la luz del sol, sumiéndolo en una penumbra constante. En el centro, una estatua dañada de lo que parecía un ángel se erguía, sus alas rotas y su rostro erosionado por el tiempo, dándole un aspecto macabro.
Allí, entre las sombras y la débil luz que se filtraba entre las ramas, vimos a Jack. Estaba cavando frenéticamente, con un hueso en la boca. El aire estaba cargado de humedad y el olor a tierra húmeda y hojas en descomposición era abrumador.
Eva corrió hacia él, pero algo en la escena me hizo detenerme. El lugar, ya de por sí escalofriante, parecía aún más tétrico bajo la luz difusa del día. Observé más allá del perro y vi un agujero que él mismo había cavado. Al acercarme, noté que sobresalían varios huesos, pero no podía distinguir bien qué eran.
—Eva... —traté de llamarla, pero mi voz salió como un susurro ahogado.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, sin apartar la vista de Jack.
Finalmente, ella miró en mi dirección y su expresión cambió al ver mi rostro. Se acercó lentamente, y juntas observamos el agujero. Al principio, los huesos parecían de algún animal, pero a medida que mis ojos se acostumbraron a la penumbra, comencé a distinguir formas más definidas, formas que no deberían estar allí.
—¿Qué es eso? —preguntó Eva, su voz temblando.
Me agaché para mirar más de cerca, y el aire se volvió pesado, casi irrespirable. Entre la tierra removida, sobresalía lo que parecía una mandíbula. Mis manos comenzaron a temblar mientras apartaba un poco más de tierra, revelando una estructura que me resultaba terriblemente familiar.
—¡Dios mío! —exclamé, retrocediendo de golpe.
Eva se inclinó para ver mejor y entonces lo vio. Entre la tierra removida, sobresalía lo que parecía la mano de un esqueleto humano. Mi corazón se detuvo por un instante y un frío helado recorrió mi espalda.
Eva soltó un grito desgarrador y, en su intento de alejarse, tropezó con una raíz expuesta, cayendo de espaldas al suelo. Nos quedamos paralizadas, el miedo apoderándose de nosotras, mientras el viento susurraba entre las hojas, como si contara historias de muerte. La estatua del ángel roto parecía observarnos, su rostro desfigurado reflejando el horror que sentíamos.
—Son... Son huesos humanos —murmuré, el terror haciendo eco en cada palabra.
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