Capítulo XIX
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Lyrae
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¿Sabes en una película de terror cuando las protagonistas oyen un ruido y salen a investigar la procedencia de este? Al final de la película ellas terminan muertas por no haberse quedado escondidas o no haber corrido en la dirección contraria. Nosotras tres éramos esas protagonistas tontas que buscaron la causa del ruido. Solo que en nuestro caso resultó ser la ventana de la biblioteca, si, otra vez.
No sé que demonios pasaba con aquella ventana que tenía la mala costumbre de abrirse sola y asustarnos.
—¿Cómo vamos a encontrar los demás diarios? —preguntó Eva.
—No lo sé —respondí dejándome caer en el sofá que ya conocía tan bien, con desgana.
—Chicas, en estos diarios las mujeres escribieron las fechas en las que nacieron y la edad que tenían cuando murieron. Eso debería de ayudarnos.podemos buscar en los registros de la ciudad. Quizás se abrió una investigación tras la desaparición de Victoria.
—Espera un segundo. —dijo Eva tomando el diario —Lyrae, ¿Que edad tenía tu abuela cuando murió?
—No lo sé, como ochenta años más o menos. ¿Que estás pensando?
—¿Y si tú abuela es la hija que tuvo Victoria?
—No Victoria —dijo esa vez Aerilyn leyendo las páginas del diario —Harriet. Las fechas concuerdan. Ella tenía veinticinco años cuando tuvo a su hija.
—Mierda, pero mi abuela era una bruja.
—Recuerda que las separaron de su madre al nacer. Lo más lógico es que la hubieran criado para seguir con lo que sea que se suponía hacia tu familia —agregó Aerilyn.
—Lo que se traduce a secuestrar mujeres, dejarlas embarazadas, quitarles a su hijo y luego matarlas. Pero chicas las pruebas de ADN dieron negativo —les recordé.
—Tengo que volverlas a hacer. Debe haber sido un error. Si lo que estamos pensando es cierto entonces el ADN debería de dar positivo, aunque sea un pariente lejano.
—¿Tu abuela tuvo una hija? —preguntó Eva, mirándome expectante.
—No lo sé, nunca veníamos mucho a esta casa, solo lo hicimos dos veces, no obstante, nunca ví a otra mujer que no fuera mi abuela. Pero chicas ¿Que tiene eso que ver con los diarios de Margaret?
—Si existe otra Lovelace quizás ella sepa dónde están los diarios —explicó.
—Si fuera así mi abuela le hubiera dejado su herencia a ella, no a mí. Además de que si existiera ¿No crees que se negaría a ayudarnos?
—Puede ser; sin embargo. ¿Y si está persona se llevó los diarios con ella? Vale la pena investigar. —dijo Aerilyn —Quizas algún empleado sabe de esa otra hija o vio los diarios. No sabemos dónde están de todos modos, estamos en un callejón sin salida. Nada perdemos por probar esa pequeña puerta.
—Tienen razón —acepté, mirando la hora en mi teléfono —. Aun es temprano, quizás el abogado de mi abuela aún esté en su oficina, aunque es sábado.
—Esa gente trabaja hasta los domingos con tal de ganar dinero —gruñó Aerilyn —Yo voy a regresar al laboratorio y realizar una vez más las pruebas.
—Esta bien —cedió Eva —¿Nos vemos aquí a las ocho?
—Perfecto —acordó la pelirroja.
(***)
El despacho, justo como recordaba, estaba lleno de muebles de lujo, libros y fotografías enmarcadas. El señor Palmer, un hombre de mediana edad con una mirada profunda y astuta, me saludó con una sonrisa cortés. Me senté en una silla cómoda frente a su escritorio, mientras que Eva se sentó en una silla adicional, junto a mí.
—¿En qué las puedo ayudar, señoritas? —dijo Palmer, sus ojos desviándose hacia Eva con una mirada lasciva que no pasó desapercibida.
—Necesito los nombres de los trabajadores que trabajaban en la casa de mi abuela —dije, manteniendo la voz firme—. Me hace falta que me ayuden con algunas cosas relacionadas con la propiedad.
Palmer inclinó ligeramente su cabeza, su expresión cambiando a una profesionalidad condescendiente.
—Lamentablemente, no puedo darle esa información —respondió con una voz suave, pero tajante—. Es un asunto confidencial.
Sentí la frustración subir por mi garganta.
—¿Cómo que no puede? Esta es una situación urgente. Necesito saber quiénes eran esos trabajadores. Es una cuestión importante para mí.
Palmer se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Señorita, entiendo su urgencia, pero según lo estipulado en el testamento de su abuela, no puedo proporcionarle esa información hasta que la casa sea oficialmente suya.
Mi mente se quedó en blanco por un momento ante la revelación. La abuela siempre había sido meticulosa, pero eso parecía excesivo incluso para ella.
—¿Estás diciendo que mi abuela específicamente, pidió que se me negara esta información? —pregunté, tratando de procesar la situación.
—Exactamente —confirmó Palmer—. Está claramente estipulado en el testamento. Hasta que la propiedad sea transferida a su nombre, no puedo revelarle ningún detalle sobre los empleados.
Eva me miró con preocupación, mientras una mezcla de ira y desesperación se agitaba dentro de mí. Necesitaba esos nombres, y rápidamente.
—Muy bien —dije parándome —Gracias por nada.
—Lo siento señorita, si estuviera en mis manos ayudarla lo haría —dijo.
—Si claro —respondí con sarcasmo antes de salir del despacho.
No sé me escapaba la ironía de la situación. Mientras que Harriet se había sacrificado por que otras mujeres no tuvieran el mismo destino que ella, su propia hija, o al menos quien creíamos que lo era, me había puesto trabas en el camino para lograrlo.
—¿Que vamos a hacer ahora? —preguntó Eva, ya afuera del edificio.
—¿Cómo te sientes con el allanamiento a la propiedad privada?
—Allanamiento de… ¿Estás loca? —gritó siguiéndome —Estamos hablando de un bufete de abogados, de los que te meten presa y te dejan pudriéndote en la cárcel.
—Eso no va a pasar —respondí como si nada, haciéndole señas a un taxi.
—¿A dónde las llevo señoritas? —indagó el chófer.
—Al hospital psiquiátrico mas cercano por favor. Necesito internar aquí a mi amiga que se a vuelto loca —le respondió Eva, a lo que el conductor le dedicó una mirada confusa.
—No le haga caso, es una dramática, y está en sus días —le susurré para luego darle la dirección de la mansión y volverme hacia Eva una vez más, quien me miraba con una ceja enarcada y sus brazos cruzados sobre su pecho —No me he vuelto loca, siempre lo estuve.
—No es broma Lyrae, podríamos meternos en un buen lío —murmuró por lo bajo.
—Lo sé, pero ¿Cuál es la alternativa? Necesitamos conseguir esos documentos y si mi abuela se empeñó tanto en ocultarlos es por algo. ¿No crees?
—Bien, pero que conste que si terminamos en la cárcel vas a tener que ser mi guardaespaldas.
—Y ¿Eso por qué? —pregunté, intentándo aguantarme la risa.
—Soy demasiado hermosa, de seguro alguna de las reclusas sentirán envidia. Además, el naranja me queda genial.
—Y después dices que la loca soy yo —me burlé.
En ese momento el teléfono de Eva comenzó a sonar. Ella miró el identificador de llamadas y puso los ojos en blanco antes de contestar.
—¿Qué quieres? ¿Soy su madre acaso? —preguntó a quien sea que fuera la persona del otro lado de la línea —Que sí pesado… Y ¿Se van los cuatro?… Si Peter, voy a aprovechar que ustedes no están para espantarme al ganado y voy a llevar un hombre diario. Es más voy a llevar uno cada tres horas. —Vuelve a poner los ojos en blanco —Vete a la mierda idiota. Si, yo también los quiero, pero mataré a todos si encuentro algo fuera de lugar en mi casa.
Luego de colgar se recostó en el asiento del auto, dejando escapar un suspiro cansado.
—¿Tus amigos?
—Mas bien las cruces de mi existencia. En fin, ahora dicen que se van de viaje por un tiempo, no me quisieron decir a dónde, disque por trabajo. Ni siquiera se en que trabajan esos cuatro. Solo se que me hacen la vida de cuadritos no, de rayitas.
—Definitivamente no te envidio —me burlé, justo cuando el chófer paro ante la gran verja de la vieja mansión.
Después de pagarle al conductor entramos a la casa y nos pusimos manos a la obra. Es increíble todo lo que uno puede encontrar en internet si sabe lo que está buscando.
Una hora después estábamos preparándonos para lo que nos gustaba llamar la operación Violeta. Si, ya sé es muy obvio que era por el color de mis ojos, pero eso ya es culpa de Eva.
Aerilyn llegó dos horas después. Había mandado las pruebas a un laboratorio más avanzado del que tenía, en dónde trabajaba su novio, que conste que ninguna de nosotras sabía que estaba en pareja, aunque por lo visto le iba bien. El punto era que no le iban a preguntar de quién era la muestra por lo que estábamos a salvo.
Le contamos del plan y como nuestra compinche, no dudó en unirse.
—¿En serio no te meterás en problemas? —pregunté una vez más a Aerilyn. Me estaba volviendo repetitiva lo sé, pero ya para este punto me conocían. Mejor precaver que luego tener que lamentar.
—Si. Sinceramente tener a mi padre como jefe es lo peor que me ha pasado —contó desde mientras se vestia en el baño —. Lo amo con la vida, pero ser padre soltero lo volvió sobreprotector. Me paso la vida encerrada en ese museo y solo examino restos de momias. Que sí, tienen su historia y todo eso, pero yo necesito estar donde esté la acción. No sé si me entienden.
—¡Lo hacemos! —respondimos Eva y yo al unísono.
—¿Y bien? ¿Cómo me veo? —cuestionó, saliendo del baño. Vestida con unos leggins negros, zapatillas de deporte también del mismo color y un suéter con capucha. ¿Adivinan el color? Pues si dijeron negro, pues fue la respuesta correcta, cinco puntos para griffindor.
De más está decir que Eva y yo estábamos vestidas similares. La idea era confundirnos con la oscuridad y no llamar la atención.
Cuando estuvimos listas nos subimos al auto de Aerilyn, por qué si, tampoco íbamos a ir en taxi a allanar un lugar. Y ella condujo hasta el sitio.
Sabíamos que había un gimnasio en ese mismo edificio, algo extraño si me preguntaran a mi, algo que no hicieron, pero bueno. Por lo que mis amigas y yo, entramos como si fuéramos a hacer ejercicio, pero tomamos el elevador hasta el cuarto piso, en donde nos quedamos escondidas en el baño hasta que estuvimos seguras de que no quedaba nadie en el bufete.
Cuando estuvimos seguras de que todos se habían ido del bufete, salimos del baño con cautela. Eva, Aerilyn y yo nos miramos mutuamente, tratando de transmitirnos confianza y determinación a través de nuestras miradas. Eva sacó de su bolso un pequeño kit de herramientas que había traído, y con habilidad empezó a trabajar en la cerradura de la puerta del bufete.
—¿Estás segura de que sabes lo que haces? —preguntó Aerilyn en un susurro, su voz apenas audible.
—He visto suficiente en YouTube, confía en mí —respondió Eva, sin apartar la vista de la cerradura.
Un clic suave nos indicó que Eva había tenido éxito. Con un suspiro de alivio, entramos al bufete, cerrando la puerta detrás de nosotras. El lugar estaba en penumbras, con solo la luz de las farolas de la calle entrando por las ventanas.
—Bien, ¿dónde crees que pueden estar esos documentos? —preguntó, Aerilyn tratando de mantener la calma.
—Probablemente en la oficina del abogado principal, la que está al fondo del pasillo —contesté, señalando hacia la puerta con una placa dorada en la que estaba segura estaba grabado el nombre y apellido del abogado de Tutankamón.
Nos movimos con rapidez y sigilo, conscientes de que cada segundo contaba. Al llegar a la oficina, encontramos la puerta cerrada, pero no con llave. La abrimos y entramos, cerrándola suavemente detrás de nosotras.
La oficina estaba impecable, con la gran estantería llena de libros legales y el escritorio de madera oscura en el centro. Aerilyn se dirigió directamente al escritorio y empezó a revisar los cajones.
—Busca en los archivos, podría estar en una carpeta marcada con 'Personal' o algo similar —indiqué, dirigiéndome hacia las estanterías.
Eva se quedo cerca de la puerta, vigilando cualquier posible movimiento fuera de la oficina. Aerilyn sacó una carpeta grande etiquetada como 'Personal' y la abrió rápidamente.
—¡Aquí están! —exclamó en un susurro emocionado, sacando varios documentos.
—Saca fotos rápido —le dijo Eva, sin apartar la vista de la puerta.
Aerilyn sacó su teléfono y empezó a tomar fotos de los documentos uno por uno mientras yo seguía buscando cualquier otra cosa que pudiera ser útil. Una copia del testamento de la vieja bruja por ejemplo. La había encontrado cuando de repente, escuchamos el sonido de pasos acercándose por el pasillo. Mi corazón se aceleró.
—¡Apúrense! —urgió Eva en voz baja.
Aerilyn terminó de tomar las fotos y guardó los documentos en su lugar, yo hisce lo mismo, justo a tiempo. Nos agachamos detrás del escritorio justo cuando la puerta de la oficina se abrió lentamente. Contuvimos la respiración mientras una figura entraba y encendía la luz.
Era un guardia de seguridad, que echó un vistazo rápido a la oficina. Parecía estar revisando si todo estaba en orden. Después de un momento que pareció eterno, apagó la luz y salió, cerrando la puerta detrás de él.
Esperamos unos segundos más antes de salir de nuestro escondite.
—¡Eso estuvo cerca! —dijo Eva, con una mezcla de alivio y emoción en su voz.
Salimos de la oficina con el mismo sigilo con el que habíamos entrado, asegurándonos de no hacer ningún ruido. Al llegar al elevador, pulsamos el botón y esperamos con ansiedad hasta que las puertas se abrieron. Una vez dentro, nos relajamos un poco.
—Lo logramos —dije, sintiendo una ola de alivio.
Cuando las puertas del elevador se abrieron en el primer piso, salimos y nos dirigimos rápidamente hacia la salida del edificio. Una vez fuera, nos subimos al auto de Aerilyn y nos alejamos del lugar, sintiendo una mezcla de adrenalina y satisfacción por haber conseguido los documentos sin ser atrapadas.
—Espero que todo esto realmente valga la pena —dijo Aerilyn mientras conducía, mirando por el retrovisor para asegurarse de que no nos seguían.
—Lo hará, confía en mí —respondí, mirando las fotos en el teléfono de Aerilyn. Teníamos la información que necesitábamos, y estábamos un paso más cerca de descubrir la verdad.
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Al día siguiente empezamos a localizar a los empleados de mi abuela. Algunos vivían muy lejos, otros no llevaban mucho tiempo trabajando en la mansión y fueron inútiles; finalmente, los que llevaban años no quisieron ni abrirme la puerta, todos fieles a su señora. Casi eran las cinco de la tarde cuando llegamos al último nombre de la lista
El nombre de la mujere figuraba como Juana Teresa Rodríguez. Una colombiana que había emigrado con su madre cuendo tenía cinco años. Su madre trabajó en la mansión desde que llegó al país y ella lo hizo años más tarde también. Era una señora mayor ya, como de setenta o sesenta años aproximadamente, por lo que sería un milagro si pudiera recordar algo.
Entramos a la pequeña casa de Juana, ya casi habíamos perdido la esperanza. Sin embargo, las manos me temblaban y sentía el estómago hecho un nudo. Eva y yo nos sentamos frente a ella, que nos miró con una mezcla de curiosidad y amabilidad. Luego de las presentaciones pasamos directo al grano.
—Juana, necesito hacerte unas preguntas sobre la mansión donde trabajaste hace años —dije, tratando de mantener la voz firme.
—Claro, niña —respondió ella—. Haré lo que pueda para ayudarte, aunque mi memoria ya no es lo que era.
—¿Recuerdas si mi abuela Ophelia, tuvo alguna hija que apareció de repente? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
Juana frunció el ceño, como si tratara de desempolvar recuerdos antiguos.
—Hmm... No sé si 'de repente', pero sí recuerdo que un día la señora Ophelia empezó a decorar el cuarto de un bebé. Nos pidieron a los empleados que no entráramos esa parte de la casa por un tiempo. Eso incluía la biblioteca y algunas habitaciones de ese lado.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, tenía el presentimiento de que cuando saliéramos de aquel lugar ya no volvería a recordar a mi familia de la manera en que lo hacía. Eva se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en Juana.
—¿Viste o escuchaste cosas extrañas mientras limpiabas la mansión? —preguntó con voz temblorosa, estaba igual de nerviosa que yo.
Juana miró hacia la ventana, como si buscara las palabras en el paisaje exterior.
—Bueno, hubo un día en particular... Entré a la biblioteca sin saber que no debía. Estaba limpiando cuando escuché gritos provenientes de la pared. El señor de la casa me gritó para que saliera de ahí y no me dejó volver por un tiempo.
Eso significaba que había una mujer encerrada en el sótano y si no me equivocaba en las fechas esa mujer sería Victoria.
—¿Y qué pasó cuando regresaste? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—La señora Ophelia tenía un nuevo bebé, pero no era una niña, sino un niño —dijo Juana, con una mirada nostálgica.
Me quedé sin palabras. Eva me apretó la mano, sus ojos reflejaban la misma incredulidad que sentía yo.
—Eso es... inesperado —logré decir—. Gracias, Juana. Nos has ayudado mucho.
—De nada, niña. Ojalá encuentres lo que buscas —respondió ella con una sonrisa.
Salimos de la casa y caminamos por la calle en silencio, procesando toda la información. De repente, mi teléfono sonó, sacándome de mis pensamientos.
—¿Hola? —contesté, con la voz quebrada.
—Soy Aerilyn. ¿Averiguaron algo de los diarios?
—Nada. Estamos otra vez en un callejón sin salida por esa parte.
Sin embargo, si mis sospechas eran ciertas otra puerta se había abierto.
—Ya tengo los resultados del ADN. No solo son parientes, Lyrae. Según la prueba genética una de esas mujeres… —dijo Aerilyn, su voz tan tensa como la mía.
—Dejáme adivinar ¿Mi abuela? —pregunté, poniéndole voz a mis sospechas.
—Sí.
—Lo sospechaba —susurré, tras soltar un suspiro.
Colgué el teléfono y miré a Eva todavía en shock.
—¿Qué pasó? —preguntó ella, su voz apenas audible.
—Victoria... Victoria es mi abuela —respondí.
La tensión en el aire era palpable mientras nos quedamos en silencio, asimilando la revelación que podría cambiarlo todo. Nada era como había creído. Mi vida, mi historia, todo estaba patas arriba. Y ahora, tenía que enfrentar esa verdad.
Todo se había vuelto más retorcido de lo que esperábamos.
—Ophelia no tenía los ojos violetas —recordé en ese momento —, los tenía azules.
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