Capítulo XIII
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Lyrae
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Ahí estábamos él y yo, estudiándonos mutuamente en un silencio tenso. Su respiración agitada llenaba el aire, y el calor de su aliento rozaba mi piel, marcando la distancia mínima entre nosotros. Si pudieran habernos visto en ese momento, quizás se habrían preguntado quién habría dado el primer paso, quién habría roto ese frágil equilibrio. Pero les aseguro que, en ese momento, ninguno de los dos tenía la respuesta.
Sentí como su mirada quemaba en la mía, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. La tensión entre nosotros era tan palpable que parecía que en cualquier momento uno de los dos podría romperse. Su proximidad era intoxicante, y antes de darme cuenta, mis manos se movieron por sí solas, agarrándose a su camisa.
—Señor… —empecé, pero no pude continuar. Sus labios se acercaron aún más, y mi corazón latió con una fuerza que me aturdió.
Justo cuando nuestros labios estaban a punto de encontrarse, un ruido sordo resonó en la casa. Ambos nos sobresaltamos, separándonos abruptamente. La magia del momento se rompió, y la realidad volvió a imponerse con una fuerza brutal.
—¿Qué demonios fue eso? —gruñó Tyson, claramente furioso.
—No lo sé —respondí, mi voz un susurro mientras intentaba recuperar la compostura.
Nos miramos incómodos por un instante, la tensión aún palpable en el aire, pero ahora teñida de confusión y frustración. Sus ojos encontrando los míos con una intensidad que me heló la sangre. ¿Por qué siempre tenía que ser tan intenso? ¿Le molestaba haber estado a punto de besarme? ¿Era tanto el desprecio que sentía hacia mi?
Esas y más preguntas me hice, mientras Tyson me apartaba y sin pedir permiso, entraba en mi casa como si lo hiciera todos los días.
—¿En serio vives aquí? —preguntó.
—Sí, he tenido problemas con la plomería, por eso no pude volver a la oficina.
Decirle que se me olvidó por completo obviamente nunca pasó por mi cabeza. Ni mucho menos contarle la situación que tuve que vivir por culpa de la Barbie. Estaba loca, pero no era tonta, aunque puede que eso aún no esté completamente claro si lo pienso.
Sus ojos escépticos recorrieron cada rincón antes de empezar a merodear. A medida que avanzábamos, el sonido inquietante nos fue guiando hasta la cocina. Fue allí donde descubrimos que un trozo del techo se había desprendido, provocando el estruendo que nos había alertado. El polvo y los escombros se esparcían por el suelo, revelando la necesidad de reparaciones urgentes en aquella área de la casa. Sí, otra vez mi mala suerte haciendo acto de presencia en el mejor momento posible. ¿Les extraña? Porque a mí no.
—¿Solo la plomería? Señorita Lovelace, no creí que fuera una persona ingenua. Su casa se está cayendo a pedazos, lo único que necesita es una orden de desalojo y demolición.
—¿Vino usted a hacer comentarios que no se le han pedido, señor Herthowne? —confronté, porque sí, seguía molesta, lo que había pasado hacía un minuto atrás solo había sido un lapsus. Estaba ante mi enemigo, no tenía que olvidarlo.
—Hoy me encuentro de buen humor, así que la ayudaré con su problema de plomería.
Y ahí me encontraba yo, mirando al hombre que me había casi estrangulado, que había amenazado a mis amigos de muerte, que me había chantajeado, ofreciéndose a ayudarme con el problema de plomería de la casa de casi cuatrocientos años de mi familia.
—¿Es usted bipolar? —pregunté sin poder contenerme, ganándome una mirada dura e indiferente por su parte, no sabía cómo lo lograba, pero dominaba el arte de intimidarte con solo clavar sus ojos en ti —Si así es cuando está de buen humor no me quiero ni imaginar cuando esté de malas.
—Créame, no le recomiendo ponerme de mal humor.
—Bien, pero no tiene que hacer nada —dije, no me apetecía estar en deuda con el también.
—He dicho que le voy a ayudar y es lo que haré, le guste a usted o no.
—¿Y qué hará si me niego?
«¡Oh, Dios, cállenme ya!»
¡El hombre sonrió gente! Una de esas sonrisas de lado en la que levantas solo una de las esquinas de la boca y no solo eso, sino que recorrió mi cuerpo con la mirada y, ¿qué creen? Creo que tuve un orgasmo, no sé si eso es posible, pero se sentía así
—No quiere saber, Lyrae —pronunció con su voz ronca, poniéndome los pelos de punta de tan solo oír como de sus labios salía mi nombre. Mientras él, hacía lo más sexy que puede hacer un hombre: remangarse la camisa y revelar sus fuertes, y tatuados antebrazos.
Era y sigo siendo una chica de tatuajes; mientras más tatuajes tenga un hombre, más me gustan, claro, todo del cuello para abajo, la cara no tanto. Asi que si antes me sentía sexualmente atraída por ese espécimen masculino, en ese momento lo estaba el doble.
«¿Qué estaba mal en mi cerebro? ¿Por qué demonios mis hormonas se descontrolaron de esa manera por él? ¿Es que acaso no recordaban que intentó matarme?»
«O sea despierten chicas, recuerden que es el tipo malo, está mal desear que me toque con esos brazos marcados por venas gruesas, o que me recorra el cuerpo con esos labios carnosos que en ese momento estaban siendo mojados por la punta de su lengua, para terminar mordido el inferior.» me dije a mi misma, sin apartar la mirada ni por un solo segundo de él.
Mierda era sexy el hijo de su madre.
—Necesito herramientas —dijo logrando que apartara mi vista de sus brazos.
—No tengo —respondí.
—¿Y cómo se suponía que iba a arreglar la plomería? ¿Con el poder del pensamiento?
—No llegué a eso. Solo estaba concentrada en encontrar de dónde salía el agua —dije un poco avergonzada. Aunque no tenía por qué estarlo —. Soy de la fiel creencia que solo puedes resolver un problema a la vez, si te empeñas en resolverlo todo al mismo tiempo solo terminarás con el doble de trabajo.
Él se me quedó mirando fijamente como si me hubiera salido tres cabezas o tal vez como si en ese momento se hubiera dado cuenta de que no solo me faltaba un tornillo, sino que me faltaban todos.
—¿Cuál era tu plan exactamente? —pregunto luego de varios minutos simplemente mirándome, quizás esperando a que yo dijera que no hablaba en serio.
—Encontraría la avería, analizaría de que tipo es y que herramientas necesitaría, y luego tendría que buscar esas herramientas. No iba a gastar dinero en algo que no utilizaría —respondí, y para mí tenia lógica.
Tyson se pasó una mano por el rostro y me miró con impaciencia, seguramente aguantando las ganas de llamarme idiota. Con un movimiento lento pero firme, se acercó a mí. Sintiendo su aliento cálido rozar mi piel y desatar un cosquilleo en todo mi cuerpo, nuestros cuerpos quedaron separados por apenas unos centímetros, una distancia que parecía desafiar la gravedad y aumentar la tensión entre nosotros. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad arrebatadora mientras su mano se deslizaba peligrosamente cerca de mi cintura, electrificando cada nervio de mi ser. En un instante casi imperceptible, su contacto se desvió hacia el papel y el bolígrafo que reposaban a mi lado, desviando la corriente erótica que se había gestado entre nosotros. Antes de volver a alejarse, nuestras miradas se encontraron en un juego de deseo y promesas sin palabras. La chispa entre nosotros era palpable, un fuego que ardía silenciosamente pero amenazaba con consumirnos en cualquier momento.
«Sí, definitivamente es algo mutuo, aunque él se empeñe en que no sea así», pensé, mientras Tyson anotaba lo que necesitaba.
Tyson tomó la hoja de papel y el bolígrafo con una precisión casi sensual, sus dedos largos y fuertes moviéndose con facilidad. Mientras escribía, observé cómo sus músculos se flexionaban bajo la piel, cada movimiento fluido y deliberado. El sonido del bolígrafo deslizándose sobre el papel llenaba el pequeño espacio entre nosotros, y no pude evitar notar la manera en la que su brazo se tensaba y relajaba, una danza hipnótica que hacía difícil apartar la vista.
Mi corazón latía con fuerza, y una sensación de calor subía por mi cuello. El aire parecía cargado de una electricidad invisible que me hacía estremecer. Intenté centrarme en cualquier otra cosa, pero mis ojos volvieron una y otra vez a los movimientos de su mano, el ligero fruncir de su ceño mientras se concentraba.
—Contrólate —me dije a mí misma, casi en un susurro inaudible.
—¿Qué dijiste? —preguntó Tyson, levantando la mirada del papel con curiosidad.
—Oh, eh... estaba pensando en... en los tornillos. Sí, los tornillos que necesitamos —balbuceé, sintiendo un rubor intenso colorear mis mejillas. Sabía que había hecho el ridículo.
Tyson alzó una ceja, claramente desconcertado por mi respuesta, pero una pequeña sonrisa jugueteó en la comisura de sus labios, antes de volver a concentrarse en la lista. La chispa entre nosotros seguía allí, latente y peligrosa, como una llama que se negaba a extinguirse.
—Compre esto en la primera ferretería que encuentre —pidió con voz neutral, entregándome el trozo de papel.
—Vale —contesté antes de alejarme y luego detenerme al caer en cuenta de algo —¿Va a quedarse usted solo en mi casa?
—No hay nada en esta casa que yo necesite, señorita —contestó y el tono de su voz se volvió más oscuro, si eso pudiera ser posible. Ese hombre me ponía los pelos de punta.
—Sí, claro, eso sería algo que diría alguien que quiere robarse las obras de arte de la casa sin levantar sospechas —dije, intentando sonar despreocupada pero sintiendo que mi voz temblaba.
—¿Cree que tengo aspecto de ladrón? —preguntó, su mirada penetrante clavándose en la mía.
—¿El ladrón tiene que tener un aspecto diferente a las personas normales? —repliqué, cruzando los brazos en un intento de parecer más segura de lo que me sentía.
Tyson dio un paso hacia mí, su presencia dominante llenando el espacio entre nosotros. Su mirada no se apartó de la mía, y pude ver una chispa de diversión oscura en sus ojos.
—¿De verdad piensa que me interesa algo de esta casa? —preguntó, su voz un susurro grave que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.
—Bueno, no sé. Quizás debería ir conmigo a buscar esas herramientas, solo para asegurarme de que no se lleve nada —dije, mis palabras saliendo más sarcásticas de lo que había planeado.
Tyson apretó la mandíbula, su expresión volviéndose más fría y cruel.
—No necesito una niñera, solo quiero que vayas y compres lo que está en la lista. ¿Es mucho pedir? —dijo, su tono gélido como el acero.
Sentí un nudo formarse en mi estómago, pero me negué a retroceder.
—Y yo no necesito que alguien se quede solo en mi casa, sin supervisión. Así que, o vienes conmigo, o no compro nada —respondí, mi voz firme a pesar del miedo que él me inspiraba.
Tyson dio otro paso hacia mí, invadiendo mi espacio personal. Podía sentir su aliento cálido en mi rostro, y la tensión entre nosotros se hizo casi insoportable.
—Esto es ridículo —gruñó, su mirada intensa perforándome.
—Puede que lo sea, pero no voy a cambiar de opinión —dije, mirándolo directamente a los ojos, desafiándolo a que me obligara.
Los segundos se hicieron eternos mientras nos mirábamos fijamente, la tensión en el aire tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo. Finalmente, Tyson suspiró, sus hombros relajándose un poco.
—Está bien, iremos juntos. Así podrás asegurarte de que no me robe nada —dijo, poniendo los ojos en blanco, su tono resignado, pero aún con una pizca de autoridad.
La chispa entre nosotros se hizo aún más intensa, y supe que esta salida juntos solo añadiría más leña a un fuego que ya amenazaba con consumirnos a ambos.
Fui la primera en apartar la mirada. Caminé en dirección a la puerta y podía sentir sus ojos sobre mi todo el tiempo, poniéndome nerviosa. Esperaba no equivocarme de camino, sería el ridículo del siglo perderme en mi propia casa.
—Cámbiate de ropa primero —dijo de repente cuando pasábamos junto a la escalera que daba al segundo piso de la casa.
—¿Qué? ¿Por qué? Esta ropa está bien —respondí, cruzándome de brazos y arqueando una ceja de manera desafiante.
—Con esa ropa no puedes salir —replicó él, con voz firme, sin detenerse ni un segundo en su camino hacia las escaleras.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué no? —lo seguí, sin dar mi brazo a torcer.
—Porque puedo ver todo tu sujetador —dijo él, mirándome directamente a los ojos, una chispa de irritación en su mirada.
Sentí el rubor subir a mis mejillas. Mi blusa estaba mojada, lo que hacía que se transparentara más de lo que había previsto. Pero no iba a ceder tan fácilmente.
—Tal vez quiero que todos lo vean, ¿eh? ¿Y qué vas a hacer al respecto? —respondí con una sonrisa provocadora, subiendo un escalón de espaldas mientras lo desafiaba.
Él me siguió, su expresión se endureció aún más. Dió un paso hacia mí, acorralándome contra la barandilla de la escalera. Retrocedí instintivamente, subiendo otro escalón.
—Te vas a cambiar de ropa ahora mismo —dijo él, su voz fría y dominante, sin dejar espacio para la discusión.
—No me vas a decir qué hacer —insistí, mi tono desafiante aunque mis ojos reflejaban una mezcla de desafío y algo más, algo que no quería admitir.
—¿Ah, no? —Él dio otro paso hacia mí, y retrocedí nuevamente, mi espalda tocando la baranda de la escalera—. No tienes opción. Vas a hacer lo que te digo.
—No pienso cambiarme solo porque tú lo dices —insistí, aunque mi voz perdió un poco de fuerza.
—Esto no es una petición —dijo él, su voz baja y amenazante—. Es una orden. Y más te vale obedecer.
Apreté los labios, sin querer ceder, sin querer darle la razón. La tensión entre nosotros era palpable, casi tangible. Él me miró fijamente, sin ceder ni un milímetro.
—Sabes que no puedes ganar esta discusión —dijo él, su tono cruel y autoritario—. Así que, por última vez, te digo: ve y cámbiate de ropa.
—No voy a hacerlo —dije finalmente, aunque mi voz temblaba ligeramente.
—Está bien —aceptó, su tono peligroso—. Entonces, o te cambias tú por las buenas, o yo mismo te cambio de ropa.
Lo miré con furia, sabiendo que había perdido esta batalla pero no dispuesta a perder la guerra. Por muy tentadora que fuera su oferta, no le daría el gusto de ceder tan fácilmente.
—Ni lo sueñes —dije, dándome la vuelta y subiendo corriendo hacia mi habitación.
Al llegar rápidamente busque algo cómodo que ponerme. No había doblado la colada por lo que toda mi ropa estaba encima del sillón en una esquina de la habitación. No tenía ganas de buscar entre toda la ropa y que terminara calléndose al suelo, por lo que tomé lo que estaba más arriba en la montaña de ropa.
Terminé poniéndome un shorts de mezclilla con los bordes un poco deshilachados, una camiseta con la frase No me mires las Tetas, algo que ví en una serie hacia unos años y me había gustado tanto la idea que mandé a hacer varias con frases similares. Para finalizar me recogí el cabello en una coleta alta, y me puse unos tenis. Sin embargo todo eso lo hice luego de cambiarme las bragas por otras, las que tenía estaban empapadas y no precisamente por el agua que me había salpicado.
Estaba bajando las escaleras cuando mi teléfono sonó, alertándome de la llegada de un nuevo mensaje. Me detuve para leer el mensaje de Eva, no son antes ver a Tyson recostado a la pared, de brazos cruzados esperándome.
Eva Tienes que ver esto
Unas simples cuatro palabras seguidas de un enlace, que provocaron una terrible curiosidad. Obviamente abrí el link y nada me preparó para leer las siguientes palabras.
¡Escándalo en la alfombra roja! Anoche, durante la tan esperada aparición de la cantante Nyx y su nuevo y guapo esposo, nuestra lente logró captar el momento en el que la hija del presidente de Pulse PR Agency, Rose Sinclair, engañaba a su prometido Samuel McAllister con un hombre misterioso. Las imágenes muestran a Rose entregándose a un apasionado beso con el desconocido, mientras su prometido, Samuel, aguardaba su turno para desfilar por la alfombra roja.
Más aún, se han esparcido fuertes rumores sobre la conducta de Rose durante el evento, con varios asistentes asegurando que la vieron consumiendo sustancias ilícitas y en estado de embriaguez. Este escándalo sin duda ha encendido las redes sociales, con fanáticos y críticos especulando sobre el comportamiento descarado de Rose. Los comentarios no se han hecho esperar, generando una gran ola de chismes en la prensa rosa. Estaremos atentos para darles más detalles conforme se desenvuelva este impactante escándalo. ¡Permanezcan atentos para seguir todas las novedades!
Y aquello fue suficiente para que se desatara el caos.
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