Capítulo XII

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   Lyrae
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Mi día había sido un desastre total. No solo había tenido que lidiar con la amenaza de Herthowne hacia mis mejores amigos, sino que, para empeorar las cosas, pierdo el filtro cuando me enojo. Ah, y tenía hambre. Una mala combinación, ¿verdad? Pues ahí fui yo, a enfrentarme al jefe de la mafia rusa. ¿Qué podía salir mal? Si es que ya lo digo yo, si mi madre me hubiera dado a luz cinco segundos después, habría salido tonta.

Lo que tenía que hacer era sencillo: jugar el juego de Tyson para descubrir cómo salir de el. Solo necesitaba mantener mi temperamento a raya y seguir sus órdenes. Pero no, la niña tenía que enfrentarse a él, lanzarle indirectas e interrumpir su reunión. Genial, ¿no?

Imagina esto: si alguien, la semana anterior a todo lo que había pasado, me hubiera dicho que un tipo rico me iba a chantajear para que lo acompañara a una gala de millonarios, me iba a salvar de ser violada, iba a intentar matarme esa misma noche simplemente porque le di las gracias, y dos días después me iba a amenazar con la vida de mis seres queridos con el único propósito de que trabajara para él en su empresa... No solo me hubiera reído en su cara, sino que habría llamado a una ambulancia para que lo llevara a la clínica mental más cercana. ¿Quién se lo hubiera creído?

   Salí de la oficina de Tyson echando humo por las orejas. Mi estómago rugía como un león hambriento, recordándome que no había comido nada desde el desayuno. Decidí que era hora de almorzar algo. Mientras caminaba por el pasillo, con las paredes adornadas con cuadros modernos y una alfombra que amortiguaba mis pasos, el aroma del café recién hecho me guiaba hacia la cafetería de la empresa.

Justo cuando llegué a la entrada de la cafetería, mi teléfono sonó. Era Eva. Suspiré y contesté con desgano.

  —Eva, dime que no es otra crisis, por favor. Estoy a punto de conseguir algo de comer.

  —Lo siento, pero sí lo es. Tienes que venir a la oficina, el presidente quiere verte.

  —¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué he hecho ahora? —dije, tocándome la frente con frustración.

  —Hay rumores circulando... dicen que estás en una relación con Samuel.

Me quedé en silencio, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. A mi alrededor, los empleados seguían con sus charlas cotidianas, ajenos al drama que se desarrollaba en mi mente. Sentí la mirada de la secretaria de Tyson, una mujer de mediana edad con el cabello perfectamente arreglado y una expresión de curiosidad aguda. Sus orejas casi literalmente se levantaron como las de un perro que escucha un sonido interesante.

  —¿Samuel? ¡Eso es ridículo! ¿Que les dió esa idea? ¿La manera en que lo evito? —dije, cruzándome de brazos.

   —Lo sé, pero ya sabes cómo son los rumores. El presidente quiere aclarar las cosas antes de que se salgan de control.

    —Genial. Justo lo que necesitaba. ¿Sabes qué? Esto parece una telenovela barata. ¿Qué sigue? ¿Un gemelo malvado? ¿Amnesia? —comenté, rodando los ojos.

Eva soltó una risa nerviosa al otro lado de la línea.

  —Solo ven cuanto antes, ¿de acuerdo?

   —Está bien. Pero si no me desmayo de hambre antes, será un milagro.

Colgué el teléfono y me dirigí de vuelta a la oficina. La secretaria de Tyson me lanzó una mirada que era mitad simpatía y mitad chisme cuando pasé por su escritorio. Podía casi oírla contándole a alguien más sobre mi conversación en cuanto me diera la vuelta.

Mientras caminaba por el pasillo, me di cuenta de que, a veces, la vida en la oficina no es diferente de un reality show. Solo que ahí no había cámaras, solo muchas, muchas orejas. Y en este episodio, resulta que el exnovio de la protagonista regresó del pasado a joderle la existencia.

   Tomé mi bolso de donde lo había dejado en la oficina cercana a la de Tyson donde me había indicado que tenía que trabajar, y salí de ahí rumbo a Pulse RP agency imaginando mil y un escenarios de lo que podría pasar.

  En el momento en el que entré por la puerta del edificio, las personas se me quedaron mirando, algo incómodo para alguien que no le gustaba ser el centro de atención, lo que normalmente provocaba que me pusiera nerviosa, tropezara con mis propios pies y terminara en el suelo, como casi me llega a pasar.

   Apresuré mis pasos por los pasillos impolutos de la empresa, sintiendo el peso de la responsabilidad al dirigirme por primera vez al despacho del CEO. Se sentía como si me hubieran mandado a llamar al despacho del director en la escuela luego de hacer una travesura. Al llegar ante la imponente puerta de ébano, acaricié brevemente la superficie pulida antes de exhalar un suspiro nervioso en un intento fallido por calmar mis nervios, ¿Spoiler? No sucedió. Mis manos temblaban, y mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho. Con delicadeza, hice sonar levemente mis nudillos contra la madera para luego entrar cuando me dió la orden de que lo hiciera.

   Cuando crucé el umbral de la oficina, el escenario que se desplegó ante mis ojos parecía sacado de una película de comedia negra. ¿Te imaginas una de esas escenas en las que deseas que algo catastrófico y un poco ridículo suceda, solo para darle un toque de justicia poética al momento? Pues así me sentí al ver a la Barbie, encaramada con una confianza desmedida sobre el escritorio de cristal de su padre. Oh, cómo deseé que ese cristal traicionero se rompiera bajo su peso y un trozo de vidrio se le incrustara dolorosamente en el trasero. Pero claro, la vida raramente satisface esos caprichos.

El despacho estaba elegantemente decorado, con paredes de un blanco inmaculado que contrastaban con el mobiliario moderno y minimalista. Unas plantas estratégicamente colocadas brindaban un toque de frescura al ambiente aséptico. La luz natural se filtraba a través de amplios ventanales, iluminando cada rincón y reflejándose en las superficies de cristal y metal.

A unos pasos de la Barbie, el presidente se encontraba sentado en su amplio y ostentoso escritorio, dominando la habitación con su presencia. Era un hombre de mediana edad, con el cabello negro como el azabache, aunque no del todo auténtico. Sí, lo sé, a veces los detalles traicionan, y en este caso, las raíces grises delataban su necesidad urgente de un retoque en el salón de belleza. Vestía un traje impecable, pero su mirada revelaba una mezcla de cansancio y determinación, como si sostuviera el peso del mundo en sus hombros.

Y ahí, frente al imponente escritorio de cristal, se hallaba Sam, sentado con la cabeza gacha. Parecía haber encogido en su silla, su postura reflejaba una resignación y vulnerabilidad que contrastaban con la altivez de los otros dos. Llevaba una camisa arrugada y sus manos jugaban nerviosamente con un bolígrafo, una señal clara de su incomodidad.

—¿Me mandó a llamar, señor? —pregunté cruzando los brazos, mi molestia evidente. Si no me había acobardado ante el jefe de la mafia rusa, mucho menos lo haría ante este pobre infeliz con miedo a parecer de su edad.

El presidente Sinclair me miró con severidad, buscando imponer su autoridad. ¿Otro spoiler? No lo logró.

—Señorita Lovelace, llegó a mis oídos que usted mantenía una relación con el prometido de mi hija aquí presente.

Rodé los ojos y solté un suspiro.

—Ya, se lo dijo su hija, ¿no es así? Seguro omitió la parte en la que eso fue hace un año, antes de que ella se metiera en el medio de la relación.

—Yo no me metí, él te dejó porque no vales nada. —Sonrió con desdén la Barbie

—Claro, cariño, lo que te haga dormir mejor por las noches —dije, ignorándola por completo. Personas como ella no valían la pena.

El presidente Sinclair se inclinó hacia adelante, su mirada afilada.

—Usted dice que fue hace tiempo, sin embargo, los actos demuestran lo contrario.

Fruncí el ceño, intrigada. —¿Qué actos?

—Como que Samuel terminó el contrato con el señor Herthowne, por ejemplo —dijo, dejándome por un momento confusa.

¿Había hecho eso? ¿Por eso Tyson me amenazó para que siguiera trabajando con él? ¿Por culpa de Samuel, la vida de mis mejores amigos dependía de los caprichos de un hombre? Me pregunté, tratando de mantener la compostura.

—Está un poco atrasado con los chismes de oficina, señor —dije, sin demostrar mi disgusto y confusión interior—. Yo sigo trabajando con Herthowne, es más, lo hago desde su propia empresa.

El presidente Sinclair frunció el ceño, claramente no satisfecho con mi respuesta.

   —No creo que usted entienda la gravedad de la situación, señorita Lovelace. Estos rumores dañan la reputación de mi familia y de esta empresa.

—¿Rumores? —repliqué, mi voz subiendo ligeramente—. Llevo apenas una semana trabajando aquí y solo tengo un cliente, pero es alguien demasiado importante. Si quiere despedirme y arriesgarse a perder la cuenta de Herthowne, hágalo. Es usted quien va a perder ese dinero, no yo.

Rosa soltó una risita sarcástica.

  —Sí, papá, ¿la vas a despedir?

Antes de que Sinclair pudiera responder, Samuel dio un paso adelante.

  —Presidente, Recursos Humanos no dejará pasar un despido basado en falsos rumores. Además, la señorita Lovelace ha demostrado en poco tiempo ser un activo valioso, especialmente con la cuenta de Herthowne.

El presidente Sinclair parecía debatirse internamente.

  —La lealtad es crucial en esta empresa, y si hay siquiera una sombra de duda sobre la integridad de un empleado, debemos actuar.

Lo miré directamente a los ojos, sin titubear.

—La lealtad es una calle de doble sentido, señor. He sido leal a esta empresa desde mi primer día aquí, y no permitiré que se me difame por rumores sin fundamento. Si va a despedirme, hágalo ahora. Pero sepa que no me iré sin luchar, porque no tengo nada que esconder.

La habitación quedó en un silencio tenso, todos los ojos puestos en el presidente Sinclair. Finalmente, él suspiró, la rigidez de su postura relajándose ligeramente.

—Esto no ha terminado, señorita Lovelace. Pero por ahora, puede regresar a su puesto de trabajo. —dijo, su voz cargada de advertencia.

  —¿Qué? ¡Papi! —se quejó la Barbie.

  —Es suficiente Rosa —regañó su padre.

  —Espero tomé la mejor decisión señor, no sería bueno que después se esté arrepintiendo —dije y asentí hacia él, sin apartar la mirada.

Mientras salía de la oficina, sentí una mezcla de alivio y determinación. Esta batalla aún no había terminado, pero había dejado claro que no me doblegaría fácilmente.

En el momento en el que llegué a mi cubículo junto al de Eva, mi amiga me dedicó una mirada interrogante, sus ojos azul marino brillaban con curiosidad. Estaba claro que quería saber lo que había pasado en la reunión. La oficina, un vasto laberinto de cubículos asépticamente iluminados por luces fluorescentes, parecía más opresiva que de costumbre. Los ojos indiscretos de los demás empleados no se apartaron de mí desde el momento en el que crucé la puerta. Sentía sus miradas como agujas clavándose en mi espalda.

Sacudí la cabeza, ese no era el lugar para contar nada. Sin embargo, como era normal en mi vida, la tranquilidad duró poco. Los murmullos de mis compañeros, como serpientes deslizándose por la oficina, no tardaron en empezar a oirse.

—Sí que es cierto —dijo una de ellas, acercándose junto a su amiga. Su sonrisa maliciosa contrastaba con la frialdad de su mirada, una mezcla venenosa que no pasó desapercibida.

—¿Es verdad que eres la amante del jefe? —preguntó su amiga, con un tono curioso pero indiscreto, como una gata jugando con su presa.

Me volví hacia ellas y las repasé con la mirada, mi expresión era de acero. Claramente se pusieron incómodas ante mi silencio, pero eso les pasaba por andar metiéndose en la vida de los demás.

—¿Por qué? ¿Alguna de ustedes quiere ocupar ese lugar? —expresé con una voz calmada, pero afilada, manteniendo la compostura a pesar de la intrusión en mi vida personal.

—Por supuesto que no. Nunca nos meteríamos en una relación —respondió de manera despectiva, ya llegando a sus propias conclusiones.

—Entonces, si no es así, no entiendo por qué se meten en la vida de los demás. ¿Tan aburrida es la suya? —planteé con calma, cuestionando sus motivaciones mientras mis ojos se convertían en hielo.

—¿Vas a responder la pregunta o no? —me confrontó la que primero se había acercado, evidenciando cierta impaciencia con un leve temblor en su voz.

—¿Para qué? Diga lo que diga, ustedes van a pensar lo que les dé la gana. No vale la pena gastar saliva por gusto —dije volviendo hacia Eva e ignorándolas, sintiendo una mezcla de desprecio y lástima.

Una vez que se alejaron, Eva se aproximó a mí con una expresión de complicidad y un brillo de admiración en sus ojos.

—¿De dónde habrá salido ese rumor?

—¿Quién sabe? Quizás la Barbie está extendiendo los rumores, después de lo que pasó el viernes no lo dudaría —comenté con una mueca de desdén, recordando con claridad el rostro de la causante de los rumores, siempre perfecta, siempre calculadora.

—¡Qué perra! —gruñó mi amiga, sus ojos destellando indignación—. Pero ¿qué pasó?

—Lo es, pero como dijo alguien una vez, el karma es un hijo de puta y nadie se va de esta vida sin pagar lo que haya hecho. Luego te cuento con lujos y detalles, ahora estoy demasiado hambrienta para eso.

—¿No te molesta que hablen de ti?

—Para nada, déjalas que lo hagan. Claramente las pobres necesitan algo en lo que entretenerse para vivir porque, de seguro, su propia vida es una mierda —contesté con indiferencia, restándole importancia a los cotilleos.

—Eres mi heroína, ¿sabías? —dijo Eva, su voz teñida de admiración sincera.

—Es un honor —me burlé entre risas, que pararon cuando volvimos a oír el murmullo.

   Y si esto fuera una mala telenovela, el director haría un primer plano de mi cara para capturar mi "mirada intensa" mientras el público se pregunta si me lanzaré a abofetear a alguien o simplemente haré una salida dramática. Me inclinaba por la salida, no obstante ya saben cómo es mi suerte, nunca está a mi favor. Lastima que aquello no era una telenovela y si mi vida real.

—¿Has escuchado los chismes sobre Lyrae y el jefe? —comentó una tercera compañera mientras se acercaba al grupo que se había alejado, quizás no lo suficiente.

—¡Sí! Parece que hay un triángulo amoroso en la oficina —agregó otra colega, provocando más murmullos y miradas cómplices.

—¡Ay, por favor! ¿De verdad son tan estúpidas para creer que Lyrae se rebajaría a eso? —cuestionó Eva, su voz cortante como una daga.

—Bueno, las evidencias indican otra cosa. Apenas entró hace unos días y ya tiene una de las mejores cuentas de la empresa —respondió sarcástica una de ellas, con una sonrisa venenosa.

Eva interrumpió enérgicamente:

—Me parece que lo que pasa es que les molesta que alguien haya logrado lo que ustedes no pudieron, porque toda la oficina sabe que intentaron meterse en la cama de alguno de los jefes. Mejor dejen de hablar tonterías de Lyrae. ¿Qué tal si nos enfocamos en nuestro propio trabajo en lugar de andar inventando historias? Además, ninguna de ustedes quería la cuenta Herthowne, no sé por qué ahora se quejan tanto si cuando Samuel necesitaba a alguien que atendiera a ese cliente, todas huyeron.

—El tipo hace que renuncien todas las personas que quieren trabajar con él, pero Lyrae aún se mantiene en el puesto. Además, hizo que viniera a la empresa buscándola. ¿También te acuestas con él? —preguntó otra de ellas.

—¿Eres tan mala en tu trabajo que la única manera que encuentras para mantener a un cliente es metiéndote en su cama? Si mantengo mi puesto es porque soy buena en lo que hago, sin necesidad de vender mi cuerpo. Deberías intentarlo, es bastante reconfortante —respondí, callándolas a todas con mi voz firme y mis ojos encendidos de determinación.

Las compañeras se dispersaron, dejándonos a Eva y a mí a solas en medio del mar de cubículos. La oficina, con sus murmullos y sus luces frías, volvió a su normalidad envenenada.

  Como era de esperar, mi día no mejoró. Cuando salí de la oficina un repartidor apresurado chocó contra mi, tropecé y mis zapatos, los unicos que tenía se rompieron y para ponerle el punto final, cuando llegué a casa descubrí que esta estaba inundada.

  Es que debería haber imaginado que la semana sería una mierda luego de descubrir que mi gel de baño no estaba en su lugar habitual. En serio ¿Cómo pierdes el gel de baño en una casa en la que estás tu sola? Pues la respuesta era que no lo sabía. Me había terminado de bañar y lo había dejado en la repisa, a la mañana siguiente ya no estaba ahí. Pareciera que se había desaparecido por arte de magia.

   Y lo peor era que también mis pastillas anticonceptivas habían desaparecido. Al menos estaba en sequía sexual por lo que no me preocupaba salir embarazada. Algo bueno debía de tener mi falta de acción vertical con el cuerpo.

   En fin, que me quité los zapatos y me puse a sacar el agua, tardé casi dos horas, pero lo conseguí, no sin antes caerme varias veces, ya saben, lo normal.

   Mientras me preparaba algo de comer porque me desmayaría en cualquier momento si no lo hacía, intenté comunicarme con algún plomero. ¿A qué no adivinan? Pues, sí, todos cobraban un ojo de la cara y la mitad del otro. Al final no tenía ni un duro, como ya saben, todo el dinero del cuadro vendido lo tenia guardado, pero ¿Lo iba a gastar en la casa?

   No podía vender el vestido que me había comprado con el dinero de Sam, porque tendría que asistir a más fiestas con Tyson, el lo había dejado bastante claro.

  Entonces, tenia esta situación, ¿Arreglar la plomería de una casa en la que solo viviría un año? O ¿Comprarme un par de zapatos para ir a trabajar y ganar dinero para cuando necesitara irme de ahí?

  ¿Mi decisión? Fue fácil en realidad, como mujer empoderada que soy, busqué en internet y yo misma me puse a intentar arreglar mi problema de plomería.

Estaba tan concentrada en la plomería que olvidé el mundo exterior. Por lo que, cuando llamaron a la puerta de casa ese mismo día casi a las tres de la tarde, por poco termino muerta por un infarto. Nunca me imaginé que él estuviera cuando abriera, pero lo estaba, lo que plantó nuevas dudas en mi cabeza. ¿Cómo había pasado la verja?

—Buenas tardes, Lyrae —dijo, su voz tan fría y controlada como siempre—. Parece que tenemos mucho de qué hablar.

Mi mirada se endureció al verlo. Seguía molesta por su amenaza. Pero a pesar de todo, no podía evitar ver lo atractivo que se veía vistiendo solo una camisa blanca, con los tres primeros botones desabrochados, dejando ver algo de tinta de su pecho y la corbata ligeramente suelta. En otro hombre podría parecer desaliñado, pero no Tyson Herthowne; él llevaba muy bien el look de empresario descuidado.

—Debo decir, señorita Lovelace, que usted está alcanzando el borde de mi paciencia y tengo demasiada.

—Yo…

—¿Le dije o no le dije que tenía que estar el día de hoy completo en mi oficina? Pidió usted permiso para salir a comer, eso fue hace ya tres horas.

—Sí, señor, pero yo…

—¿Quiere ver muertos a sus amiguitos?

—Si así lo quisiera no hubiera aceptado el acuerdo en primer lugar, ¿no lo cree? —argumenté, y al momento en que las palabras salieron de mi boca, quise retirarlas, pero ya era demasiado tarde.

—No me provoque, señorita Lovelace, usted no sabe de lo que soy capaz —dijo, y la manera en que su voz pasó de fría a helada provocó demasiadas cosas en mí, y ninguna de ellas fue miedo.

«¿Qué me pasa?», me pregunté.«¿Cómo es posible que me excite cuando este hombre claramente me está amenazando? Debo tener algo jodido en el cerebro si encuentro todo esto atractivo.»

Tyson avanzó un paso más hacia mí, y el aire en la habitación se volvió denso, cargado de una tensión palpable. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, un tamborileo en mis oídos que parecía sincronizarse con el ritmo de su avance lento y deliberado.

—¿Qué… qué quiere de mí, señor Herthowne? —logré decir, mi voz temblando ligeramente, traicionando la mezcla de miedo y deseo que me invadía.

No respondió de inmediato. En su lugar, sus ojos recorrieron mi rostro, deteniéndose en mis labios. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral mientras me preguntaba cómo sería besarlo. Sus labios carnosos se movieron apenas, como si estuviera considerando la misma idea.

—Quiero que entiendas tu lugar en todo esto, Lovelace —dijo finalmente, su voz baja y peligrosa—. Y no voy a tolerar más desobediencia.

—¿Es eso todo? Pensé que había venido a decirme algo importante —respondí con un toque de sarcasmo, levantando una ceja desafiante.

Su proximidad era intoxicante. Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Su mirada fija en mis labios me hizo pensar que tal vez, solo tal vez, él también estaba sintiendo la misma tensión que yo.

—No juegue conmigo, señorita. —Su voz era un gruñido bajo, pero detrás del enojo, detecté algo más, algo que parecía irritarlo aún más.

—Oh, no me malinterprete, señor. No estoy jugando. Solo me parece curioso que alguien tan temido como usted se tome el tiempo para venir aquí personalmente —dije, una sonrisa burlona asomándose en mis labios.

Tyson avanzó de golpe, empujándome con su cuerpo hacia adentro de la casa. Borrándome la sonrisa de golpe. El impacto me hizo tambalear y, antes de que pudiera reaccionar, me atrapó por la cintura, pegándome a su cuerpo. La sensación de su cuerpo firme y musculoso contra el mío fue electrizante. Podía sentir cada músculo bajo su camisa, su piel ardiente bajo mis manos.

—¿Qué haces? —susurré, mi voz traicionando el tumulto de emociones que me invadía: miedo, deseo, confusión.

—Estoy asegurándome de que no olvides quién tiene el control aquí —gruñó, su voz baja y peligrosa, sus ojos marrón oscuro fijos en los míos, más oscuros que nunca.

La cercanía de su cuerpo hizo que mi respiración se volviera errática. Podía sentir el latido de su corazón contra mi pecho, fuerte y rítmico, y el calor que emanaba de su piel parecía quemar la mía. Sus manos firmes en mi cintura eran una mezcla de control y protección, y la tensión entre nosotros alcanzó un punto álgido.

—Tyson... —comencé, pero me interrumpió.

—Solo cállate —dijo, su voz un susurro áspero que me hizo estremecer.

Sus ojos se encontraron con los míos una vez más, y en ese momento supe que él también estaba luchando contra algo. La línea entre odio y deseo era tan delgada que apenas existía. Su mirada bajó a mis labios y luego volvió a subir, y yo me pregunté desesperadamente si iba a besarme o a alejarse.

El aire entre nosotros se volvió tan denso e irrespirable que parecía que podía cortarse con un cuchillo. La tensión era insoportable, y cada fibra de mi ser estaba en alerta. Se sentía como si estuviéramos al  borde de un abismo, cada uno esperando que el otro hiciera el primer movimiento.
  

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