Capítulo X
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Tyson
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Un hijo y una boda. Lyrae debe de estar casada antes de que el plazo de un año venza. «Que conveniente», pensé.
Las ruedas de mi cabeza comenzaron a girar poniendo en marcha un plan que a cada minuto que pasaba sonaba más descabellado. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Apagué el ordenador, tomé las llaves de mi moto y sin pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer, salí de mi casa. El aire de la madrugada era frío y cortante, y el silencio de la noche solo era roto por el sonido de mis pasos en el pavimento. Monté en mi moto, encendí el motor y, con un rugido bajo y contenido, me deslicé por las calles desiertas.
Las luces de las farolas parpadeaban ocasionalmente, proyectando sombras alargadas que parecían moverse con vida propia.
Las calles parecían un laberinto vacío, un eco de la ciudad que solo yo recorría a esa hora. Mi destino era claro: la mansión Lovelace. A medida que avanzaba, el paisaje urbano se fue transformando en un entorno más rural, hasta que finalmente las imponentes rejas de hierro de la mansión se alzaron ante mí, envueltas en una neblina que le daba un aire aún más siniestro.
Apagué el motor y bajé de la moto con cuidado, guardando las llaves en el bolsillo de mi chaqueta. Observé la mansión desde la distancia, estudiando cada detalle, cada posible punto de entrada. Sabía que la seguridad era estricta, Lyrae y sus amigos se habían encargado de ello, pero también conocía el sistema lo suficiente como para encontrar una brecha. Y si no lo hacía podía muy bien dejar el negocio de la seguridad privada.
Rodeé la propiedad hasta encontrar una sección del muro que parecía menos vigilada. Con un esfuerzo calculado, salté y me aferré al borde superior del muro, impulsándome hacia arriba hasta caer silenciosamente al otro lado. La mansión, envuelta en sombras, parecía observarme con ojos invisibles, mientras avanzaba con sigilo.
Localicé la ventana de Lyrae en el segundo piso. No había margen de error. Con la agilidad de alguien que había hecho eso antes, trepé por la enredadera que cubría parte de la fachada, mis dedos encontrando asideros seguros en las grietas de los ladrillos. Llegué a la ventana, la cual, para mi alivio, estaba entreabierta. La empujé lentamente, cuidando de no hacer ruido, y me deslicé al interior.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Ella dormía plácidamente en su cama, ajena a mi presencia. La visión me detuvo en seco, mi respiración se hizo más lenta y profunda. Allí, en la tranquilidad de la noche, mi obsesión se alimentaba. La serenidad de su rostro dormido contrastaba con la tormenta que rugía en mi interior. Un escalofrío recorrió mi espalda; había algo oscuro y perturbador en mi fijación por ella, algo que parecía prohibido, incluso para mí.
Pero no había tiempo para vacilar. Con pasos silenciosos, me dirigí al baño contiguo. La luz del pasillo apenas iluminaba el pequeño espacio. Abrí el botiquín sobre el lavabo y busqué entre los frascos y cajas hasta encontrar lo que buscaba: sus pastillas anticonceptivas. Las tomé con manos seguras, sintiendo el peso de mi intrusión en cada movimiento.
Guardé las pastillas en el bolsillo de mi chaqueta y retrocedí, cerrando el botiquín con cuidado.
El baño aún mostraba evidencia de que Lyrae se había bañado hace poco; el espejo estaba cubierto de una capa de condensación, y pequeñas gotas de agua aún resbalaban por el cristal. El aroma a uvas predominaba en el aire, un olor que reconocí de inmediato como el de su gel de baño. Una sensación de molestia me invadió, sintiendo que ese aroma había estado atormentándome durante toda la noche.
Miré alrededor y mis ojos se posaron en el frasco negro en la repisa de la ducha. Lo tomé con una mezcla de frustración y determinación, apretándolo con fuerza en mis manos. Me lo llevé a la nariz y aspiré profundamente, sintiendo como si estuviera oliéndola a ella. Una ola de sensaciones me recorrió, una mezcla de deseo y desesperación que me dejó sin aliento. Era enfermizo, lo sabía, pero no podía detenerme. El bulto cada vez más prominente en mi pantalón se sentía mal, me regañé a mi mismo por solo desearla.
Ese aroma era una constante y dolorosa presencia, alimentando una atracción que me molestaba profundamente porque sabía que tarde o temprano la mataría.
Con el gel de baño aún en la mano, salí del baño y me dirigí a la habitación. El peso de las pastillas anticonceptivas en el bolsillo de mi chaqueta me recordaba el motivo de mis acciones. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero mi venganza era más importante que cualquier remordimiento.
Volví a la habitación, eché una última mirada a Lyrae, tomé de mi bolsillo una de las cámaras que Zac me había dado antes de marcharme y busqué el lugar correcto donde ponerla.
Ante la cama estaba el espejo antiguo, algo deteriorado en las esquinas, pero con una rosa grande en la parte de arriba. Me acerqué y coloqué la cámara en el centro hueco de la rosa. Era el lugar perfecto para ello. La cámara era indetectable, un nuevo prototipo que mi empresa había creado. Aún no salía al mercado, pero ser el jefe tiene varias ventajas.
Me alejé del espejo comprobando que no se veía, y mis ojos capturaron la figura que dormía plácidamente, sin ser consciente de mi presencia en la habitación.
Sin poder evitarlo, mis pies se movieron en su dirección, terminando junto a su lado de la cama.
Observé a Lyrae dormida boca abajo. La sábana se había corrido y en algún momento de la noche fue a parar entre sus piernas. La luz tenue de la luna que se filtraba por la ventana acentuaba las suaves curvas de su espalda, descendiendo con gracia hasta sus caderas. La piel de Lyrae, acariciada por la luz plateada, parecía más suave que la seda, y cada respiración pausada levantaba y bajaba ligeramente su cuerpo, creando un ritmo hipnótico.
Sus piernas, torneadas y elegantes, estaban apenas cubiertas por la tela, dejando al descubierto la perfección de su forma. La pijama que llevaba, con dibujos de conejitos, consistía en unos shorts y una blusa que apenas ocultaba su figura. Me resultaba irónico que una prenda tan infantil y aparentemente inocente pudiera parecer tan sensual en ella. Recordé como, días atrás, la había llamado "conejita" en tono de burla, y ahora esos dibujos parecían devolvérmelo, mostrando lo ridículo que era mi deseo y al mismo tiempo intensificándolo.
El rostro de Lyrae estaba parcialmente cubierto por su cabello, pero aun así podía ver la delicadeza de sus facciones. Sus labios, ligeramente entreabiertos, eran un tierno recordatorio de su belleza. Eran labios que parecían estar hechos para susurrar secretos y promesas, y me sentí irresistiblemente atraído hacia ellos.
Sentía cómo mi deseo por ella crecía con cada segundo que pasaba observándola. Era como si una fuerza invisible me empujara hacia ella, atrayéndome con una promesa de dulzura y calidez.
Me acerqué lentamente, mi corazón latiendo cada vez más rápido. El cabello de Lyrae se había deslizado hacia su rostro, y no pude resistir la tentación de apartarlo. Justo cuando mi mano estaba a punto de rozar esos mechones oscuros y sedosos, sentí la vibración de mi celular en el bolsillo.
El sonido me trajo de vuelta a la realidad. No quería despertarla. Había pasado demasiado tiempo allí, simplemente mirándola, y sabía que era momento de partir. Con un suspiro resignado, me alejé de la cama y me dirigí hacia la ventana. Con la agilidad de un gato, me deslicé por el marco y salté silenciosamente al suelo del jardín. Era un segundo piso, pero la altura no fue un problema para mí.
Miré una última vez hacia la ventana antes de alejarme, sabiendo que volvería a verla, y con el deseo ardiente aún latiendo en mi pecho.
Escalé el muro una vez más y cuando estuve junto a mi moto, saqué el teléfono del bolsillo de mi pantalón.
El correo electrónico del imbécil del jefe y ex de Lyrae parpadeó en la pantalla. La luz de la pantalla del teléfono iluminaba tenuemente la calle, donde apenas algunos faroles proyectaban sombras largas y distorsionadas. Afuera, la ciudad seguía sumida en el silencio, con un aire frío que cortaba la piel y el débil sonido de los primeros autos rompiendo la quietud matutina.
Parecía desesperado, tanto como para mandarme un correo a las seis de la mañana de un sábado. Sonreí después de leerlo y tomé mi casco con la intención de volver a mi departamento. Si Samuel McAllister creía que iba a renunciar a tener a Lyrae cerca de mí, simplemente porque él lo pedía, se iba a llevar una desagradable sorpresa el lunes en la mañana.
No solo no terminaría el contrato con Pulse RP, sino que haría que Lyrae pasara el noventa por ciento de su tiempo cerca de mi. Si quería que saliera embarazada lo antes posible primero me encargaría de seducirla.
Alejé de mi mente el pensamiento intrusivo de que solo estaba buscando una escusa para estar con ella, para besar sus labios y explorar su cuerpo.
Estar con Lyrae no será diferente a estar con cualquier otra mujer, ella es simplemente una más en la lista.
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Pasé el fin de semana en casa, entre videoconferencias y vigilar a Lyrae, quien no salió de su casa en los dos días.
El lunes tenía programada una cita con Alexander Ivanov, Pakhan de la mafia rusa y me tenía bastante intrigado el motivo de dicha reunión.
Rosa, por su parte, parecía que no había escarmentado, el sábado en la noche acudió a una premier llena de paparazzis y como no, se consiguió un nuevo amante, por desgracia para ella, Zac también estaba ahí, reuniendo material para chantaje.
El mas fresco lo tenía yo en mis manos mientras esperaba a que me próxima víctima apareciera. Y como si la hubiera llamado con el pensamiento, Lyrae entró en la sala de conferencias en donde yo llevaba ya diez minutos esperándola. Tendría que arreglar el tema transporte público si quería que ella trabajara para mí, no toleraba la impuntualidad.
Debo reconocer que al final de mi reunión con la señorita Lovelace quedé impresionado. No sé acobardó ante mi luego de lo que sucedió entre nosotros el viernes, al contrario, fue bastante gracioso ver cómo me mandaba a la mierda; sin embargo, si alguien iba a ganar esa guerra, ese sería yo, por lo que tuve que sacar mi arma secreta y como había pronosticado, ella acabó cediendo ante mi.
Mi plan era sencillo, mantener a Lyrae lo más cerca de mi posible, que se enamore, salga embarazada, romper su corazón, matarla y criar al niño a mí semejanza. Nada tenía por que salir mal.
A partir de ese día, Lyrae tuvo que trabajar en mi empresa al menos tres días a la semana. No solo eso, sino que también le dejé claro que, siendo yo su único cliente, no podría aceptar ningún otro contrato. La expresión en su rostro fue una mezcla de sorpresa y furia contenida, pero no había marcha atrás. Todo estaba perfectamente calculado, y la amenaza contra la vida de sus amigos fue suficiente para doblegar su voluntad.
Ella asintió con renuencia, sus labios se apretaron en una línea delgada y su nariz se frunció ligeramente. Sus cejas se arquearon en una clara señal de enojo, y sus ojos me lanzaron una mirada de puro resentimiento. Mientras observaba cada una de sus expresiones, no pude evitar sentir un incómodo regaño interno. Necesitaba mantener la compostura y no dejarme distraer por detalles insignificantes.
Cerramos el trato con un apretón de manos, y mientras ella se giraba para salir de mi oficina, y buscar los documentos con los que tendría que trabajar, no pude evitar seguirla con la mirada. Su manera de caminar, la gracia en sus movimientos, y la firmeza en cada paso captaron mi atención de una manera que no deseaba. Sentí una reacción indeseada en mí, un recordatorio incómodo de que debía mantenerme enfocado en mi plan.
La puerta se cerró tras ella, y en ese instante, el aire en la habitación pareció espesarse. La incógnita de lo que vendría después colgaba en el aire como una sombra inquietante, dejando en mí una sensación de anticipación que no pude sacudirme.
El juego había comenzado, y las piezas estaban en movimiento. La presa estaba marcada y el cazador listo para acechar.
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