Capítulo VIII

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       Lyrae
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  Frente a mí se encontraba ella. Con una sonrisa dulce dibujada en sus labios, su mirada fría y penetrante parecía capaz de congelar al mismísimo fuego del infierno. Su cabello sedoso caía en cascada sobre sus hombros, contrastando con la expresión viperina que adornaba su rostro. Sus ojos azules parecían esconder mil secretos y su presencia era tan intimidante como la de una serpiente acechando a su presa. Era bella, sí, pero su belleza estaba teñida de un aire peligroso que hacía temblar a quien se atreviera a mirarla directamente a los ojos, algo que, por cosas de la vida, no me pasaba a mí. Había conocido personas que sí asustaban, no como la serpiente con piel de plástico que estaba parada ante mí.

  Se acercó con una expresión desafiante en el rostro, intentando intimidarme con su mirada fría y su tono amenazante.

   —No digas nada de lo que acaba de pasar aquí, ¿entendido? —advirtió, con un tono de voz que dejaba claro que no estaba dispuesta a permitir que su secreto saliera a la luz.

   —¿O qué? —pregunté con una sonrisa.

   —Me aseguraré de destruirte, nadie te va a contratar.

   —¡Uis que miedo! ¿Se lo dirás a tu papi como la mocosa malcriada que eres? ¿Le vas a contar a tu padre que estabas teniendo sexo en el baño con un hombre que no es tu prometido? ¿O vas a contarle como pasaste de ser la otra a la oficial por puro capricho?

   —¿Te duele cierto? Aún te duele que Samuel me haya preferido a mí —se jactó cruzando los brazos sobre su pecho y dibujando una sonrisa de suficiencia en sus labios. 

  Me reí, no pude contener las carcajadas que salieron de mis labios. Sinceramente era algo inevitable ante su absurdo comentario.

   —Oh, claro que sí, no puedo dormir por las noches de la devastación que siento al no ser la primera opción de Samuel. Es un golpe devastador para mi ego, ¿cómo podré seguir adelante? —me quejé, actuando mi papel más dramático —¡Oh, espera, que acabo de recordar que me importa un carajo!

   —No te creo, seguro quieres aprovechar esto para que Samuel vuelva contigo, pero óyeme bien, no lo lograrás. Si esto sale de aquí estarás acabada, lo digo muy en serio.

   —Cariño, una vez que tiro la basura, no la vuelvo a recoger, es antihigiénico. Por mí, puedes ponerle los cuernos cuántas veces quieras.

   —Si dices una sola palabra…

   —Que sí, que sí, no te vuelvas repetitiva cariño, es malo para el cutis. —Guardé el labial en el bolso y luego de guiñarle al hombre junto a la Barbie, caminé hacia la puerta como la diva que siempre he sido. Me detuve a instantes de salir y miré por encima del hombro con una sonrisa hacia ella —¿Sabes? No soy buena con los secretos. Al final siempre termino contándolos.

  Salí de ahí y sin mirar a nadie busqué algún lugar apartado. Necesitando pensar en lo que había pasado hacía solo momentos, encontré un balcón solitario y alejado de ojos curiosos.

   Me encontraba dividida entre arrepentirme de haberme jugado mi empleo y el haberme desquitado con la Barbie. «Si ella te despide, lo tendrás bien merecido, por bocona» me decía una voz en mi cabeza.

« ¿Será capaz de cumplir con su amenaza?» Me pregunté. Esperaba que no.

  Es que en serio ¿No podía haber mantenido mi boca cerrada? Siempre supe que mi falta de filtros algún día me iba a meter en problemas, y al parecer ese algún día había llegado. Solo esperaba que al menos pudiera vender el vestido que me había comprado con el dinero de Sam.

Estaba inclinada sobre la baranda del balcón, pensando en cuánto dinero le podía sacar al vestido, cuando sentí una presencia a mi espalda. El aire se volvió denso, casi irrespirable, y un escalofrío recorrió mi columna. La cálida brisa nocturna ya no me reconfortaba, sino que parecía cargada de presagios oscuros.

Al voltearme, encontré al amante de la Barbie, mirándome con una sonrisa lasciva que me hizo sentir la piel como papel de lija. El ruido lejano de la fiesta se convirtió en un zumbido opresivo en mis oidos, aislándome en una burbuja de pavor.

—¿Qué? —pregunté, la irritación empezando a adueñarse de mí. No tenía ganas de otro enfrentamiento. Estaba agotada y lo último que necesitaba era lidiar con un acosador.

—Deberías aprender un poco de modales —dijo, invadiendo mi espacio personal con una seguridad que me revolvió el estómago.

—Y tú deberías largarte —respondí, intentando alejarme, pero el metal de la baranda no me lo permitió. Estaba atrapada.

Él vió mi estado y eso lo hizo dibujar una sonrisa amenazante. Sabía lo que estaba a punto de suceder. Me había preparado para defenderme en situaciones como esas; no obstante, mi cuerpo entró en un trance cuando una de las manos del tipo me agarró el brazo llevándolo a mi espalda y la otra tapó mi boca. Recuerdos de una situación similar se adueñaron de mi mente, y el miedo me paralizó.

  Al tener sujeta mi mano entre mi cuerpo y la baranda, la soltó y con su mano libre recorrió la abertura del vestido en mi pierna. Estaba muy cerca de mi ropa interior. La desesperación me embargó, y sentí que el aire me faltaba. Me removí, intentando alejarlo. Sentí el sabor de la bilis en mi boca en el momento en el que me tocó ahí. Intenté apartarlo, soltándome de su agarre por unos segundos, pero era muy fuerte y más rápido, por lo que terminó por tomar mis dos manos y aprisionarlas contra la barandilla.

—Suéltame, maldito infeliz —protesté con una voz que apenas reconocí, cargada de rabia y vulnerabilidad. Me sentía como una muñeca rota, desgarrada y frágil, a merced de un monstruo con rostro humano.

Y lo hizo. En un minuto tenía sus manos sobre mi cuerpo y al siguiente ya no. Logré respirar con normalidad, hasta que vi la escena que se estaba desarrollando ante mí.

Tyson tenía al tipo sujeto por la garganta, estrangulándolo. Sus pies no tocaban el suelo y su rostro se estaba volviendo de un color violeta por la falta de aire. Parecía un depredador implacable, casi disfrutando del poder que ejercía.

—Voy a arrancarte los ojos y hacer que te los tragues. Te cortaré las manos y las colgaré como trofeos. Cuando termine contigo, desearás no haber nacido jamás —amenazó Tyson, y estaba segura de que cumpliría su palabra. No obstante, ese no era el lugar para aquello.

Las voces de varias personas se estaban acercando y no quería más atención de la que había recibido esa noche. Las lágrimas querían brotar de mis ojos, no solo por el miedo, sino por la rabia de no haberme defendido.

Así que con todo el pesar del mundo, me acerqué a Tyson, toqué su hombro llamando su atención. Cuando sus oscuros ojos se posaron en los míos hablé, agradeciendo no haberme trabado.

—No vale la pena el espectáculo.

Él me miró por unos momentos que parecieron una eternidad. Dejó caer al tipo y este rápidamente se tocó el cuello, tosiendo. Un hombre en traje apareció de repente. Tyson le hizo una señal hacia el que estaba todavía recuperándose y le ordenó:

—Llévenselo, a la mujer también —añadió.

Luego tomó mi mano y casi me arrastró hacia la salida. Pero nuestra huida fue interrumpida por un hombre mayor, y la tensión en el aire se hizo palpable. Tyson era una bomba de relojería a punto de estallar.

—Oh Tyson, ¿ya te marchas? ¿Sin presentar a esta hermosa dama? Debimos haber alegrado a alguien allá arriba para que nos mandara semejante ángel —comentó, y una sonrisa babosa se dibujó en su rostro. «Lo que faltaba», pensé; sin embargo, le dediqué una amable sonrisa, la hipocresía por delante, por supuesto.

—¿Cuál es su nombre, señorita? —preguntó, al ver que mi acompañante no le diría nada. Lo que hizo que Tyson envolviera mi cintura y marcara territorio colocando su mano en mi vientre.

—Lo único que debes saber es que vino conmigo. Me pertenece —contestó el enigmático hombre de ojos oscuros, dejándome una vez más sin palabras.

El viejo fue a hablar, pero las siguientes palabras de Tyson lo silenciaron.

—Mide tus siguientes palabras, Harry, o serán las últimas que digas —dijo, y sentí el aura de peligro que lo rodeaba, algo que debió de percibir también la otra persona, pues, dedicándole una mirada aterrorizada se dio la vuelta y se marchó.

En el momento en que escuché sus palabras, mi reacción inicial fue de incredulidad. Mis ojos se abrieron con asombro, y mis labios se entreabrieron en un gesto de desconcierto. Instintivamente, apreté con fuerza mi bolso en busca de seguridad, y mi respiración se volvió superficial, como si estuviera luchando por asimilar las palabras amenazantes que acababa de escuchar. Mi postura se volvió rígida, como si estuviera evaluando la gravedad del momento, pero mi expresión revelaba mi dificultad para creer que había sido testigo de que los rumores no eran tan infundados.

Tyson podría no ser alguien relacionado con la mafia, pero eso no le quitaba ni un ápice del peligro que representaba.

—Bien, ya podemos irnos, hemos estado demasiado tiempo entreteniendo a esos infelices —comentó Herthowne como si nada hubiera pasado, yo solo me quedé mirándolo con los ojos abiertos por el shock.

Lo miré en silencio mientras me conducía hacia afuera. Me abrió la puerta del auto y prácticamente me obligó a subir. En el viaje a mi casa ninguno de los dos habló. Yo aún estaba procesando lo que había pasado minutos antes. De alguna manera estaba molesta por no haber hecho nada, por no haber utilizado las clases de defensa personal que había tomado tantos años atrás. Pero más allá de la rabia, sentía una profunda tristeza ante la cruda realidad: ser una mujer en un mundo donde algunos se creen con el derecho de tratarnos como presas fáciles, objetos vulnerables destinados a ser controlados.

  Cuando llegamos al museo donde vivía, Tyson bajó del auto, dió la vuelta para abrir mi puerta y me tendió la mano para ayudarme a bajar. Parecía una persona completamente diferente al hombre que ni siquiera me miró cuando me monté en ese mismo auto horas antes.

  Caminamos en silencio hacia la puerta, cuando no pude controlarme más.

   —Señor, lo que hizo… —murmuré, pero fui interrumpida.

   —No tengo que darle explicaciones de lo que digo, señorita.

   —Solo quería agradecerle por salvarme la vida una vez más —dije, mi voz teñida con un hilo de gratitud y vulnerabilidad.

De repente, mi espalda chocó violentamente contra la verja. Los fríos barrotes de hierro se clavaron en mi piel desnuda como cuchillos helados. Un escalofrío recorrió mi columna mientras Tyson me tomaba por el cuello con una fuerza despiadada, cortándome el suministro de aire. Presa del pánico, traté desesperadamente de apartar su mano. Mis uñas se clavaron en su piel en un intento frenético de defenderme. El miedo corrió como un río helado por mis venas, pero no aparté mi mirada de la suya. Sus ojos eran pozos oscuros de amenaza y crueldad.

El cielo nocturno parecía cerrar sobre nosotros, las estrellas desvaneciéndose en un manto de desesperación. Algo en mi interior me decía que no lo haría, que no me mataría. Su lenguaje corporal, sin embargo, estaba cargado de una amenaza calculada, como si solo quisiera jugar con mi mente.

—¿Sabes lo fácil que sería romperte el cuello en este momento? No soy tu salvador, Lovelace —se burló, apretando con más fuerza. Mi visión se empezó a nublar mientras una solitaria lágrima, cargada de desesperación y miedo, se deslizó por mi mejilla antes de caer en el brazo de Tyson. En el instante en que la vio, me soltó como si esa gota lo hubiera quemado. —¡Blayd! (Mierda) —maldijo enojado, dándose la vuelta abruptamente. Se montó en su auto y desapareció en la oscuridad de la noche, dejándome temblando y desamparada.

Mis piernas amenazaban con ceder bajo mi peso, así que me sostuve a la puerta. Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos, un tamborileo frenético que me recordaba que aún estaba viva. Me quedé varios segundos allí, sujetando mi cuello y preguntándome con un nudo en la garganta ¿Qué había acabado de suceder?.

El viento frío de la noche me envolvía, haciéndome sentir más sola y vulnerable que nunca. Miré fijamente por varios segundos el camino por donde Tyson se había ido, tratando de comprender la tormenta de emociones que me inundaban. Finalmente, con pasos vacilantes, entré con dificultad a la casa, cada sombra en el interior parecía una amenaza latente, y cada crujido del piso un recordatorio de lo cerca que estuve de la muerte.

                                 ━━✧♡✧━━

   Pasé el fin de semana pensando en una manera de decirle a Sam que me buscara otro cliente, sin tener que tragarme las palabras que le había dicho el lunes anterior, o mi orgullo. Sin embargo, cuando el lunes llegó no se me había ocurrido nada que pudiera evitar ponerme en esa posición.

   No quería que me mirara con suficiensia cuando le dijera que no iba a volver a trabajar con Herthowne, pero era eso o arriesgarme a que pasara algo peor de lo que pasó el viernes.

  Mi vida y mi estabilidad mental estaban en juego.

 
    (***)

    En el momento en el que llegué a la oficina supe que algo estaba mal. Las personas corrían de un lado a otro con el miedo en sus rostros.

   Eva se acercó a mí y el nerviosismo se notaba en su manera de mirar hacia la puerta de la sala de reuniones.

   Algo estaba pasando.

  —Te están esperando —informó.

  —¿A mí? —pregunté confundida —¿Quien, Samuel?

  —No, es un tipo aterrador, guapo eso sí, pero pareciera que…—Ella debió ver algo en mi rostro, pues interrumpio si diatriba.—Seguro que no es nada.

  —Ya claro —respondí, armandome de valor para lo que estaba a punto de suceder.

  Porque sospechaba quien estaba esperando por mi, y que el fuera a verme no presagiaba nada bueno.

  Entré en la sala de reuniones donde me esperaba con los brazos cruzados tras la espalda y mirando fijamente por la gigantesca ventana que cubría una pared entera de la sala. No podía negar que era una pose atractiva, sin embargo, sabía que nada bueno podría esperar de esa reunión.

   —¿Pidió verme, señor Herthowne?

   —Seré breve, señorita Lovelace —dijo volteando a verme sin cambiar su postura—. Abra el sobre que hay sobre la mesa.

  Ante su orden, me acerqué curiosa e hice lo que me pidió. En ese momento fue cuando me di cuenta de que todo cambiaría.

  Frente a mí se encontraban cuatro fotos. Todas ellas retrataban a la Barbie y su amante en el baño de la gala de hace dos dias. Las imágenes fueron tomadas mientras se besaban, y en el ángulo en que las habían sacado daba a entender que la persona que lo había hecho había abierto la puerta para poder capturar la infidelidad de la rubia.

   —¿Cómo?

   —El como no importa en este momento, señorita. Lo que debe importarle es que usted había salido del baño un minuto antes, algo que la convierte en la única culpable si esas fotos, por casualidad, se filtraran a la prensa.

   —¡Pero yo no las tomé! —exclamé frustrada, no porque me importara que la Barbie lo supiera, sino porque en verdad no había sido yo.

   —Por supuesto que no, lo hice yo, bueno, más bien alguien a quien pagué muy bien por ello.

   —¿Por qué me está haciendo esto? —pregunté, no entendía por qué me estaba poniendo en esa situación.

  —Si creía que me iba a quedar de brazos cruzados después de que conceló nuestro contrato está muy equivocada. Además, fue un poco cobarde mandar a un tercero para que se ocupe de ello.

   —¿De que está hablando? Yo no he cancelado el contrato —negué.

  —No lo ha hecho, pero ¿Pensaba hacerlo no es así? —inquirió y me quedé callada.

  —No me importan esas fotos. Por mi las puede publicar en el periódico, me da igual —dije despues de un rato en silencio, sosteniedo su mirada.

  —¿Está segura de lo que dice Lovelace? —se burla.

  —Casi me mata el viernes afuera de mi casa, así que si, estoy segura. Prefiero que me echen del trabajo a morir, ya sabe, prioridades —dije imitando su tono burlón.

  Me di la vuelta para marcharme, pero sus siguientes palabras detuvieron mi huida.

   —No le he dicho que se vaya. Aún no he terminado. Mire otra vez estas fotos señorita, no las vio todas —ordenó.

  Rodando los ojos me acerqué a la mesa y me congelé ante lo que mis ojos estaban viendo.

  Eran Shaw y Will, ambos en el aeropuerto de Miami abrazando a sus padres.

  Un sudor frío recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de lo que significaban esas imágenes.

  —¿Qué quiere de mi? —pregunté vencida.

—Ya nos estamos entendiendo. Su vida me pertenece ahora Lovelace. Intente algo y no dudaré ni un segundo en matar a sus amiguitos —pronunció sellando mi destino con sus palabras.

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