Capítulo V

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       Lyrae
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  Desde el momento en que entré en el despacho, su presencia imponente me afectó de una forma que nunca antes había experimentado. El lugar estaba oscuro y lleno de sombras; no se percibían ventanas, lo que era extraño porque estaba segura de que todo el edificio era de cristal, acero y hormigón.

  La única fuente de luz provenía de una lámpara de escritorio que resaltaba los rasgos marcados de su rostro. Su mirada penetrante parecía escudriñar cada pensamiento en mi mente, cada emoción en mi corazón, como si supiera algo que yo misma desconocía.

  En el ascensor, rodeados de otras personas, pude percibir que se mantenían alejadas de nosotros o más bien de él. Su mirada dura podía asustar a cualquiera, pero no solo era eso. Poseía una presencia poderosa, daba la impresión de que no toleraba a la gente, que estaría dispuesto a acabar con cualquiera que no hiciera lo que él había indicado.

   En un lugar público pude controlar mis emociones. Sin embargo, al encontrarnos solos en su oficina, la atmósfera cambió drásticamente. Los nervios se apoderaron de mí y una extraña, pero intensa atracción hacia mi cliente apareció.

  Estaba segura de que era exactamente el tipo de hombre del que debía mantenerme alejada. Alto, guapo, y esa aura de poder que parecía emanar de cada poro de su piel, era fácil imaginar que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Sin embargo, algo en él me provocaba un escalofrío de miedo que se mezclaba con la atracción que sentía hacia él, y un extraño sentimiento de familiaridad, algo que no podía explicar.

   Ignoré todo e intente concentrarme en el trabajo y adopté una postura aparentemente profesional o eso esperaba.

   —Buenos días, señor Herthowne, —voovi a decir, pues en el ascensor no siquiera me había presentado —Mi nombre es Lyrae Lovelace y a partir de hoy, seré la encargada de las relaciones públicas.

   —¿Y qué es lo que esperas obtener de mí, señorita Lovelace? No toleraré errores ni dilaciones en mi empresa —preguntó con voz grave, manteniendo su mirada fija en mí, como si tratara de ver a través de mi.

  Era raro.

   Había oscuridad en sus ojos, secretos, pero por sobre todas las cosas, una belleza que estaba segura me haría cometer miles de locuras.

   —Nos hemos dado cuenta de que sus trabajadores y socios tienen problemas de confianza con usted debido a que no se le ve en eventos públicos ni se relaciona con ellos fuera del ámbito laboral —expliqué, luego de tragar saliva y enderezarme con determinación, mis hormonas habían decidido entrar a jugar en el momento menos indicado y con el hombre equivocado —. Creemos que sería beneficioso para la empresa que comenzara a asistir a eventos públicos y dejarse ver un poco más.

   —¿Qué? ¿Acaso quieren que me convierta en un payaso de circo para satisfacer a esos imbéciles? —dijo reclinándose en su aciento sin apartar su mirada de la mia.

   —Entiendo su posición, pero es importante para su imagen y la reputación de su empresa, que comience a asistir a eventos públicos y se deje ver más a menudo. Esto ayudará a mejorar la confianza que tienen en usted y su empresa —insistí

   —No, no voy a hacerlo, además. ¿Qué se supone que debo hacer en estos eventos?

   —Deberá socializar con los asistentes, hablar sobre su empresa y presentar una imagen más cercana y accesible —expliqué.

   —No tengo tiempo ni paciencia para esas cosas —se quejó, pasándose la mano por el rostro y ese simple acto no debería de haberme resultado sexy, pero que me condenen si no fue así.

   —Señor Herthowne, es importante que… —dije tratando de controlar mi temperamento que estaba a segundos de explotar.

   —Eh dicho que no voy a ir a ninguno de esos eventos, señorita Lovelace, y si no tiene nada más relevante que decir puede marcharse —respondió, cortándome.

   Y sí, mi temperamento explotó. Mi cerebro me decía detente, pero era demasiado tarde. Me acerqué a la mesa, pase de largo, me detuve junto a la silla, la volteé y me paré frente al hombre.

Al principio estaba asombrado por mi impulsivo comportamiento; no obstante, su mirada se volvió extraña, como si le complaciera de alguna manera.

  —Escúcheme bien. No he dormido y tengo demasiados problemas con los que lidiar para estar aguantando sus caprichos. No voy a perder mi empleo por usted así que va a mover su trasero, va a ir a la fiesta con personas igual de pijas que usted y no me va a causar más problemas. ¿Me entendió?

  —¿Sabe con quién está hablando, señorita? —preguntó en un tono amenazante.

   —¿Cree que me interesa, señor? —respondí en tono burlón.

   En ese momento hubiera deseado que alguien me hubiera callado la boca, pero como solo estábamos el señor “Yo no quiero”,   y yo, pues no pasó.

    Él me miró y poco a poco una sonrisa peligrosa se dibujó en su rostro. Eso solo bastó para que cada fibra de mi ser se sacudiera con algo feroz y caliente. Era una reacción extraña, pero no me sorprendió. Tenía la mala costumbre en fijarme en hombres que, bueno, no eran lo que se decía buenos para mí.

   —Muy bien, señorita Lovelace, pero si tengo que pasar por semejante calvario usted será mi acompañante.

  Sus palabras de alguna manera lograron hacerme reír, estaba más que claro que lo hacía a manera de venganza.
  
   —Sí, va a ser que no. Si necesita una cita tendrá que buscarla en otro sitio.

  —No necesito una cita, cualquier mujer querría acompañarme —dijo de manera petulante.

  —Mejor entonces, ya tiene un problema resuelto, no me necesita para nada —respondí, dando unas palmaditas en su hombro antes de darme la vuelta, recoger mi bolso y dirigirme a la salida.

  —Va a acompañarme usted, Lovelace.

   —Lo siento, señor, pero no es parte de mi trabajo acompañarlo a eventos personales. Mi función es asesorarle en cuestiones de relaciones públicas, pero no puedo ser su acompañante en eventos sociales —contesté sin voltearme ni detener mi camino.

  De ninguna manera podría acompañar a semejante espécimen a una fiesta tan aburrida y con gente hipócrita.

   —¿Cuándo es el primer evento? —preguntó deteniendo mi salida.

Lo miré por encima del hombro y respondí:

   —Este viernes. Es una recaudación de fondos para…

   —La pasaré a recoger a las ocho —dijo cortándome y concentrándose en los papeles que tenía sobre su escritorio.

   —Por si no lo oyó bien, dije que yo no iría a ningún sitio con usted.

   —¿Quiere que la despidan, señorita Lovelace? —preguntó con fingida tranquilidad, pues su mirada decía otra cosa.

   Me quedé callada, porque sí, puede que sea muy impulsiva, pero necesitaba el trabajo, al menos el tiempo suficiente para tener el dinero para mudarme. Aunque luego de mi descubrimiento de la noche anterior, algo me decía que en esa casa se escondían muchos más secretos por descubrir.

   —Su silencio me dice que no. Así que la paso a recoger a las ocho. Cierre la puerta al salir.

    Sabiendo que había perdido esa batalla, pero había ganado la anterior y con seguridad ganaría aquella guerra, volví a caminar hacia la puerta. Mi mano se congeló en el pomo cuando recordé como me había llamado antes, en el ascensor.

   —¿Quién es Arabella y por qué me llamó así antes? ¿Y qué significa eso del karma?

  Él levantó la vista, me miró fijamente con frialdad, todo rastro de burla se había ido y supe que había cometido un error al preguntar.

   —Nos vemos el viernes, señorita Lovelace —contestó y como si nada volvió a sus papeles.

   Salí de su oficina como si alguien hubiera incendiado el suelo y aun así no podía ir lo suficientemente rápido. Convenciéndome de que lo que había sucedido en el ascensor había sido una simple casualidad. Porque, ¿cómo iba él a saber que había soñado con ese mismo nombre? Era imposible.

  No fue hasta que salí de su edificio que recordé que mi abuela me había advertido de él. Sin embargo, no iba a volver a su oficina a preguntarle de dónde se conocían él y la bruja.

   Ya en la calle tomé mi teléfono y le marqué a Samuel. Ni tenía vestido, ni dinero para comprarlo. Fue él quién me metió en este problema para salvar su trasero del paro, así que le iba a tocar a él pagar.

    —¿Sí, Lyla? —dijo al contestar la llamada.

    —Te dije ya, que no me llamaras así —respondí.

   —Está bien, lo siento. ¿Cómo te fue en la reunión con Herthowne?

   —Bien y a la vez mal —dije mientras cruzaba la calle.

  Sé que no es algo que debería de haber hecho, pero bueno, muchos hacemos cosas que no deberíamos todo el tiempo. Cómo hablar con el ex, por ejemplo. Algo que estaba haciendo en ese momento.

   —Explícate por favor, porque no te entiendo. ¿A qué te refieres con que bien y a la vez mal?

  —¿Podemos hablarlo frente a frente? Es bastante incómodo tener esta conversación en el medio de la calle.
 
   —Tengo una reunión en media hora y puede que me tarde, pero podemos encontrarnos para almorzar, es el único momento en el que estoy libre.

  —Mientras seas tú el que pague, yo no tengo ningún problema con eso —respondí.

   —Por supuesto. Le diré a mi secretaria que saque reservación. Te mando la información de donde nos veremos, por mensaje.

   —Está bien —dije y sin esperar nada más, colgué.

    Como solo tenía un cliente y aún no estaba completamente familiarizada con el trabajo, no era necesario que volviera a la oficina ese día. Además, la chica que se suponía me iba a entrenar para el puesto, ese día tenía su agenda llena y no me podía atender. Por lo que aproveché el día libre para explorar el centro comercial y buscar algún vestido para el evento del viernes.

   Fui explorando de tienda en tienda y ninguno me llamó la atención. El mensaje de Sam me llegó con el nombre del restaurante, la hora en la que me vería y como no, cuando puse la dirección en el GPS del móvil resultó que estaba en la otra punta de la ciudad.

  Como no tenía dinero para el taxi camine hacia el metro sin demora.

   Varios factores se pusieron en mi contra en ese momento: el tráfico pesado, la multitud en la estación y el hecho de que el metro estaba a punto de partir. Corrí lo más rápido que pude, esquivando a las personas y saltando los charcos que se habían formado debido a la lluvia de la noche anterior.

Finalmente, llegué a la plataforma justo a tiempo para ver las puertas del tren cerrarse frente a mis ojos. La frustración se apoderó de mí, pero sabía que rendirme no era una opción. Respiré hondo y me preparé para esperar el próximo tren.

Cuando finalmente abordé el metro, las paradas parecían no poder llegar lo suficientemente rápido. No tenía muchas ganas de encontrarme con Samuel, no obstante, sin no conseguía vestido no podría ir a la dichosa fiesta, Herthowne haría que me despidieran, no tendría dinero al final del plazo, me echarían de la mansión, me tocaría vivir debajo de un puente hasta que alguien me ofreciera un puesto de stripper en un club y terminara presa por asesinato.

   Me gustaba demasiado mi libertad para terminar presa. Por lo tanto, si Sam era el menor de todos los males, al menos necesitaba llegar con el tiempo justo para convencerlo de que me tenía que comprar un vestido y unos zapatos, porque tampoco iba a ir con los que llevaba puestos.

   En fin, que logré llegar al restaurante. Le di el apellido de Sam al anfitrión, un chico joven, de unos veintitantos, de cabello rubio corto y unos brillantes ojos verdes. Quien me llevó a la mesa asignada y me brindó algo de tomar mientras esperaba a mi acompañante.

  Y como me daba miedo que me dejaran plantada, solo pedí un vaso con agua. Por dentro de mí recé porque no cobraran el agua también. En los restaurantes de gente pija se podía esperar cualquier cosa.

  Estaba mirando la carta cuando tuve la sensación de que alguien me observaba. Levanté la cabeza y al momento unos ojos que me recordaban al chocolate amargo se cruzaron con los míos.

  Estaba sentado en una mesa alejada a la mía, rodeado de otros hombres con traje, que prácticamente apestaban a dinero, sin embargo, sus ojos no se apartaron de los míos. Los hombres hablaban con él, les respondía, pero nunca apartó la mirada. Y yo, como una polilla a la luz, era atraída por su magnetismo.

  Sam llegó, se sentó en la silla frente a la mía, y fue en ese momento en el que vi un cambio en la expresión de Herthowne. Su mandíbula se apretó, miró a Samuel con algo parecido al odio, volvió su vista a la mía, sus manos apretadas en puños, su rostro tenso, como si se estuviera conteniendo y sus ojos, esos pozos oscuros estaban llenos de promesas.

   —No tengo mucho tiempo —dijo mi acompañante, ignorando la extraña tensión que se había estado gastando entre aquel hombre y yo —. ¿Ordenaste ya algo?

  —No —respondí, siendo la primera en apartar la mirada.

Aún así, podía sentir cómo su mirada pesaba sobre mi nuca, como si estuviera escudriñando cada uno de mis movimientos.
 
  —¿Lyrae? —pregunto Sam, sacándome de mi burbuja

   —Si lo siento. ¿Qué decías?

  —Te preguntaba que paso en la reunión —repitió

  —Bueno, después de hacer entrar en razón a mi cliente, aceptó ir a las fiestas.

  —Pero eso es genial.

  —See

   —¿Qué más pasó? Dijiste que te fue bien y mal.

   —Puso como condición que yo fuera su acompañante.

  —Ese no es tu trabajo —reprendió.

  —¿Te crees que no lo sé? Pero es eso o perder mi trabajo.

  —Yo no permitiría que te despidieran —dijo, intentando tocarme la mano por encima de la mesa. —. Ese hombre no me gusta Lyrae, no por gusto todos los que intentan trabajar para él terminan renunciando. La gente habla y…

  En el momento en el que sus dedos tocaron los míos oí el sonido de una silla siendo bruscamente apartada. Voltee el rostro en esa dirección y vi como mi nuevo cliente se levantaba, se acomodaba el saco y salía del restaurante sin mirar atrás.

  Extraño. Ignorando a Tyson me centré de nuevo en Sam.

  —¿Crees que me interesa acaso lo que digan los demás o siquiera que te guste mi cliente?

  —Lyrae, solo no quiero que salgas lastimada. Ese hombre no es bueno.

  —Muy hipócrita de tu parte después de lo que hiciste.

  —Lo siento, yo no…

  —No me interesan tus disculpas, llegan demasiado tarde y sinceramente me da igual ya lo que hiciste, me dejaste de gustar en el momento en el que me di cuenta de que cualquiera te podía tener, y está claro que yo no soy cualquiera —dije, quizás herí su ego, pero no iba a ser algo que me quitara el sueño en la noche —. Si tanto temes de que pueda pasarme algo trabajando con Herthowne ¿Por qué me contrataste en primer lugar?

   —Yo… —No continuó, era claro que no sabía que decir.

  —Yo te voy a decir por qué. Eres un cobarde Samuel. Acepta las consecuencias de tus acciones de una buena vez.

   —¿Por qué demonios quieres ese trabajo? —dijo mostrando su poca falta de intelecto.

  —Oh no, para nada, simplemente me gusta poder comer, ya sabes, algo que necesita ser comprado con dinero. —El sarcasmo destilaba de cada palabra que salía de mis labios. —Me contrataste con el único propósito de convencer a esa persona para qué aceptará la ayuda y salvar tu trasero con tu suegro. Bueno, lo hizo, ahora para lo único que me haces falta es para que pagues el vestido y los zapatos. No voy a gastar mi dinero en algo que al final a quien más beneficia es a ti. 

   —Lyrae…

  —¡Dios, deja de decir mi nombre, lo vas a desgastar! Dame el dichoso dinero y ya.

  —Está bien —dijo, luego de soltar un suspiro, sabiendo que no cambiaría de parecer. Llevó su mano al bolsillo y sacó una tarjeta de crédito —. Compra lo que necesites, no importa el precio.

  Tomé la tarjeta, la guardé y me levanté del asiento, dando por concluida esa desagradable experiencia.

   —Nos vemos mañana en la oficina.

   —¿A dónde vas? —preguntó confundido.

   —¿Eres idiota o qué? Voy a comprarme el vestido, aunque tampoco es que te tenga que estar dando explicaciones.

  —¿No vas a almorzar?

  —No, gracias, pero no me gusta la compañía —diciendo esto me alejé de mi ex.

  El momento en el que estuve fuera del restaurante mi móvil comenzó a sonar. El identificador de llamadas señaló el nombre de Will, un buen amigo, una de las personas que conocí cuando escapé de casa. Él y su hermano Shaw fueron la única ayuda que tuve en esos días tan oscuros.

   —Háblate —dije al descolgar la llamada, mi amigo era cubano y su manera de hablar se me había pegado cuando viví con él, solo que yo solo hablaba así cuando estaba con ellos.

   —Que bolá Violeta —preguntó, el típico como estás a su manera.

  —Todo bien, ya conseguí trabajo —conté sin poder esconder la emoción por ese hecho.

  —Esas son buenas noticias, pero de seguro no mejores que las que te tengo que dar.

  —A ver, cuenta. —respondí caminando hacia el paso de peatones

  —Se vendió el cuadro —dijo, dejándome sin palabras.

   Todo pasó demasiado rápido. En un momento estaba hablando con mi amigo, cuando un auto se saltó el semáforo y se pegó demasiado a la acera, justo donde yo estaba. Si no hubiera sido porque alguien me tomó de la cintura, pegándome a su musculoso cuerpo y alejándome del vehículo, ahora mismo no estaría contando la historia.

  Me volteé dispuesta a conocer el rostro de mi salvador, cuando unos ojos marrones observaron los míos.

  Mi corazón todavía estaba latiendo con fuerza por la adrenalina y el susto. Pensamientos se agolpaban en mi mente: ¿Y si no hubiera reaccionado a tiempo? ¿Y si ese auto me hubiera golpeado? No quise ni imaginarlo. Si no fuera por él.

  —Gracias —dije, sintiéndome demasiado cómoda entre sus brazos.

  —Ne blagodari volka za spasenie, teper' krolik, on sdelal eto lish' dlya togo, chtoby pozje tebya syest —contestó en lo que más tarde supe que era ruso.

(No le des las gracias al lobo conejita, el solo está esperando para devorarte más tarde)

  Dos cosas me quedaron claras ese día: Tyson Herthowne era un hombre inquietante e intenso, y yo sentía demasiada curiosidad sobre él.

  Nunca pensé que el famoso dicho de que “La curiosidad mató al gato” pudiera resultar tan acertado.
 

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