Capítulo IX
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Tyson
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Eran las tres de la madrugada y mi escritorio era un caos de imágenes esparcidas como piezas de un rompecabezas sin resolver. El rostro de Lyrae Lovelace me observaba desde cada fotografía, sus ojos parecían atravesar la penumbra de la habitación. Años de instantáneas estaban ante mí, y no podía evitar un profundo arrepentimiento por no haberlas examinado antes.
El cambio en ella era palpable en cada foto, como si cada imagen capturara un destello de su metamorfosis. Era asombroso ver cómo la chica asustadiza y frágil se transformaba en una mujer de una belleza y seguridad arrolladoras. Cada foto parecía susurrarme secretos oscuros que ansiaba desentrañar.
No podía apartar la mirada; algo en ella me atraía con una fuerza casi magnética. Quería desentrañar cada detalle de su vida. ¿Cómo había sobrevivido con solo quince años? ¿Qué le gustaba, qué no? Hasta cuántas relaciones había tenido. Aunque eso último provocaba una sensación extraña en mi pecho y unas incontrolables ganas de asesinar.
No comprendía qué me estaba ocurriendo. Jamás me había sentido así. Las mujeres siempre habían sido para mí, simples distracciones, el medio más fácil de liberar tensiones. Me daba igual cuántos amantes hubieran tenido, incluso si se hubieran acostado con otro hombre horas antes. Pero solo pensar en Lyrae con alguien más hacía que mi sangre hirviera como lava.
No me apetecía explorar la fuente de esos sentimientos, era mejor ignorarlos. Ella terminaría muerta después de todo, daba igual con cuántos hombres se hubiera acostado.
Con un suspiro pesado, me levanté de la silla y me acerqué a la ventana. La ciudad dormía bajo un manto de silencio, pero mi mente estaba en ebullición. Necesitaba un respiro, algo que calmara la tormenta que se desataba dentro de mí. Me dirigí al mueble bar y saqué una botella de whisky. El líquido ámbar brillaba bajo la tenue luz de la lámpara de escritorio. Serví un vaso generoso y lo llevé a mis labios, dejándome envolver por el ardor que recorría mi garganta.
Observé a Zeus, mi fiel perro, que descansaba tranquilamente en su cama. Acaricié su cabeza con gesto distraído mientras mi mente seguía obsesionada con el encuentro en mi oficina.
Volví a mirar las fotos, una por una. Tomé otro trago de whisky y me detuve frente a una foto en particular. Lyrae estaba en un parque, rodeada de árboles en flor. Su sonrisa era radiante, pero sus ojos reflejaban una tristeza que parecía no poder ocultar. Ese contraste me fascinaba y me atormentaba a partes iguales.
Me senté de nuevo en la silla y tomé la foto entre mis manos. La miré fijamente, dejando que mi mente divagara en pensamientos oscuros y deseos inconfesables.
Estaba decidido a dejar de pensar en la sonrisa de una mujer que pronto dejaría de existir. Ella era la última de esa maldita familia. Los demás habían caído uno a uno, cada muerte meticulosamente planeada, ejecutada con precisión quirúrgica y Lyrae Lovelace no sería la excepción.
La gala sería el primer paso. Me encargaría de tejer una meticulosa red a su alrededor y, cuando se diera cuenta, sería demasiado tarde.
Tomé el teléfono y llamé a Brandon.
—¿Jefe? —respondió al segundo tono.
—Necesito que alguien siga los pasos de Lovelace esta semana. Quiero saberlo todo, a quién ve, dónde va, lo que come, lo que viste. No dejes ningún detalle fuera.
Colgué sin esperar respuesta y me dirigí a mi habitación. Miles de recuerdos se agolpaban en mi mente, provocando un fuerte dolor de cabeza. Cerré los ojos con fuerza, tratando de aliviar la presión que sentía. Cada latido de mi corazón parecía resonar en mi cráneo, haciendo que el dolor se intensificara con cada pulsación. Ni siquiera podía tragar saliva sin sentir como si mi cabeza estallara.
Encontré los analgésicos donde siempre. Tomé dos y volví a dejar el frasco casi vacío en la mesita de noche.
Me encaminé al baño, me desnudé, y abriendo el agua fría, me metí bajo el chorro de líquido helado.
El agua corría por mi cabeza, representando un leve alivio. Poco a poco los medicamentos comenzaron a hacer efecto.
Cerré la llave, envolví una toalla en mi cintura y, sin siquiera pensar en vestirme, me recosté en la cama, intentando aprovechar el margen que me daban mis demonios para volver a aparecer. Recordándome a mí mismo el motivo por el que no podía fallar. Lyrae debía morir, mientras más pronto mejor.
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Durante los siguientes días, Brandon se dedicó por completo a la tarea encomendada. Cada noche me enviaba informes detallados, fotografías y grabaciones. Sin embargo, cada nuevo dato que recibía no hacía más que aumentar mi ansiedad y frustración.
A pesar de la minuciosidad de Brandon, algo en mí no se tranquilizaba. Cada detalle de su vida que él documentaba no parecía ser suficiente.
El miércoles, algo en mí hizo clic. Brandon me envió un video de Lyrae caminando de regreso del trabajo. Su sonrisa cansada pero determinada me retó. No podía seguir observando desde la distancia; necesitaba verla con mis propios ojos.
Descolgué el teléfono y llamé a Brandon, esta vez con una voz cargada de determinación.
—Cancela la vigilancia —ordené.
—¿Está seguro, jefe? —preguntó, sorprendido.
—Sí, tráeme también las imágenes de su casa —respondí, colgando antes de que pudiera contestar.
Me preparé para lo que venía, consciente de que mi vida estaba a punto de cambiar de manera irreversible. La cacería había comenzado, y esta vez, no había marcha atrás.
Salí de mi despacho abotonando la chaqueta de mi traje. Mi secretaria me miró por encima de sus gafas de pasta dura con confusión; sin embargo, algo debió de ver en mi rostro porque no preguntó nada.
En el garaje me monté a mi auto con vidrios polarizados. Conduje hasta Pulse RP y me estacioné frente al edificio, en un lugar donde tuviera una vista clara de la entrada cuando saliera el objeto de mi obsesión.
Casi una hora después, Lyrae salió de su lugar de trabajo. Se despidió de una chica de cabello negro y se fue en dirección contraria.
La seguí sin dejar que me viera. Cuando se acercaba al metro, estacioné el auto y seguí el recorrido a pie. Saqué mi teléfono sin quitar la vista del cuerpo femenino a unos seguros metros de mí.
—Recoge el auto y llévalo a mi casa —ordené cuando mi chófer contestó.
No me molesté en darle la dirección en donde lo había dejado, todos mis vehículos tenían un chip GPS incorporado por lo que no le sería complicado encontrarlo.
Lyrae entró al metro y yo me mantuve a una distancia prudente. El vagón estaba lleno, lo que me permitió ocultarme entre la multitud sin perderla de vista. Ella se agarró de una barra y se balanceó ligeramente con el movimiento del tren. Sus ojos miraban a través de la ventana, absorta en sus pensamientos.
Después de unas cuantas estaciones, ella salió y yo la seguí sigilosamente. Caminamos por un rato hasta llegar al centro comercial, donde entró directamente.
La observé mientras se probaba vestido tras vestido.
Escogió uno azul; era hermoso, no lo voy a negar. Sin embargo, no lo suficiente. Nunca suficiente.
No fue hasta que se dirigió a la caja que me di cuenta de que no tenía el dinero necesario para pagarlo.
Me acerqué a ella con cuidado y me paré a dos personas después de ella en la fila para la caja. Cuando le dio la tarjeta a la dependiente, pude ver el nombre del titular de dicha tarjeta, lo que me hizo apretar el puño, darme la vuelta y marcharme.
No entendía mi actitud y tampoco la iba a sobrepensar.
En mi huida pasé por una tienda de vestidos de diseñador, y fue ahí donde lo vi.
Expuesto en la vitrina se encontraba un deslumbrante vestido violeta. Los detalles de la tela y el color lo hacían resaltar entre todos los demás expuestos.
No sé que me poseyó, solo sé que diez minutos después estaba ordenando la entrega del vestido a la mansión Lovelace con una nota.
El enfado que había sentido al ver a Lyrae pagar con la tarjeta de crédito de su ex, disminuyó al saber que el viernes en la gala usaría algo que yo le había comprado.
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El viernes llegó y, con él, la gala. Recogí a Lyrae a la hora acordada, y desde el momento en que la vi, mi mente se tambaleó. El vestido violeta abrazaba sus curvas con una elegancia que me resultó irresistible, y su perfume, un sutil toque de Uvas, llenó el aire, provocando un cosquilleo en mi pecho. Su cabello, perfectamente peinado, caía en cascada sobre sus hombros, y cada vez que sus ojos se encontraban con los míos, sentía un calor inesperado subir por mi cuello.
Respiré hondo y me obligué a concentrar mi mirada en el teléfono, fingiendo revisar mensajes importantes. Cada palabra que no decía era una lucha contra el deseo de decirle lo increíble que se veía, lo mucho que me atraía. Sin embargo, me mantuve firme, adoptando una postura fría y distante. No podía permitirme flaquear, así que guardé silencio, dejando que el sonido de la vida nocturna fuera el único testigo de mi tormenta interior.
Cada detalle de su apariencia me volvía loco: el suave contorno de su rostro, la curva de sus labios que prometía sonrisas cómplices, la elegancia de sus manos que parecían esculpidas con delicadeza.
No entendía esa atracción que sentía por ella. ¿Era acaso porque era la viva imagen de Arabella?
La miré de nuevo de reojo y si, se parecía a aquella mujer con la que soñaba, sin embargo, hasta ahí llegaba el parecido, solo era algo físico. Lyrae no podía ser más diferente a aquella dulce y tímida chica.
Llegamos al lugar donde se celebraría el evento, salí del auto, espere a que mi vhofer le abriera la puerta a mi acompañante y cedí ante el impulso de tocarla. Coloqué mi mano en la parte baja de su espalda, ejerciendo una leve presión para que caminara.
Me quería marchar de aquella fiesta desde el momento en que pisamos el salón lleno de gente engreída y pretenciosa. No soportaba a esas personas que iban a esos lugares solo para presumir su riqueza y aparentar generosidad. Sin embargo, a pesar de mi desagrado por el evento, algo en mí se encendió al tocar la suave espalda de mi acompañante. Me sentí encantado por la simple sensación de su piel bajo mis dedos, pero al mismo tiempo, una furia irracional se apoderó de mí por permitirme disfrutar de ese momento.
(***)
Dos horas después y estaba resando por irme del dichoso lugar, y yo no reso.
Lyrae había ido al baño y estaba a segundos de ir a buscarla. ¿Por qué no lo había hecho ya? Pues porque necesitaba controlarme, esa mujer me tenía loco, su perfume se había aderido a mi chaqueta y sentía que en cualquier momento haría el ridículo al inclinarme y olerla. Definitivamente no estaba bien de mi cabeza.
Algo tenía ese perfume. Tal vez brujería.
Necesitaba pensar, lejos de toda esa gente que me miraba como si les hubiera matado a su cachorro; no lastimo a los animales, son más leales que las personas.
Camine por un par de minutos hasta que oí una voz conocida.
Me acerqué al balcón de donde provenía y lo que ví hizo que mi sangre hirviera era de rabia. Lo ví todo rojo.
Un tipo estaba intentando tocar lo que no debía. Estaba tocando lo que es mío. «Lyrae es mía» rugió una voz en mi interior.
Me acerqué al hombre, lo aparté de Lyrae, tomándolo de la garganta, cortándole todo suministro de aire.
—Te voy a matar maldita escoria. Voy a sacar tus malditos ojos por mirarla, te voy a cortar las manos por siquiera atreverte a tocarla. Cuando acabe contigo vas a desear no haber nacido —amenacé y nada se interpondría en mi camino a hacerlo.
Nadie tocaba lo que era mío sin pagar las consecuencias.
Lyrae impidió que lo matara en ese lugar, pero mis hombres se encargaron de llevárselo a él y a la mujer que estaba con él en el baño según mis fuentes. No iba a dejar ningún cabo suelto.
Cuando llegamos a la Mansión Lovelace acompañé a Lyrae hasta la puerta, lo que me permitió ver el tatuaje en su espalda. No había dudas de que era ella la mujer del cuadro que colgaba en una de las habitaciones de mi casa.
En el momento en el que me agradeció por salvarle la vida algo se rompió dentro de mi. Estaba haciendo justo lo contrario de lo que debería de hacer. Mi tarea era matarla, librar a este mundo de la sangre que corría por sus venas. No salvarla.
Entrelle su cuerpo contra la verja de su casa y apreté su garganta, justo como había hecho con el hombre que hace minutos antes había intentado abusar de ella. Apreté lo suficiente para cortarle el oxígeno. Quería probarme a mi mismo que no me importaba matarla. Que nada había cambiado.
—¿Sabes lo fácil que sería romperte el cuello en este momento? No soy tu salvador Lovelace —me burlé apretando un poco más. Una solitaria lágrima recorrió su mejilla antes de caer en mi brazo. Fue como si me quemara la piel. Ver cómo sufría me provocó un dolor en el centro del pecho y mi aire empezó a faltar —Blayd —maldije molesto conmigo mismo, con ella, con el dichoso destino que tuvo que ponerla en mi camino.
Regresé a mi departamento envuelto en una furia demoledora, con el corazón latiendo desbocado y el rostro enrojecido por la ira. Al entrar, el silencio opresivo del lugar parecía intensificar mi rabia. La penumbra de la habitación se veía interrumpida por la luz mortecina que se filtraba por las cortinas entreabiertas, proyectando sombras danzantes en las paredes.
Con paso firme, me dirigí hacia mi oficina, en donde aún se encontraba mi escritorio lleno de fotos y videos de la causa de mi enojo. Sin pensarlo, agarré una botella de whisky del mueble bar y me dispuse a servirme un trago para calmar los nervios, pero en un arrebato de frustración, terminé lanzando la botella contra la pared. Mi escritorio también fue víctima de mi rabia, terminó volcado, con todo el contenido desparramado en el suelo.
El sonido del vidrio rompiéndose resonó en la habitación, acompañado por un silencio pesado y cargado de tensión. En ese momento, Zeus, mi fiel perro, apareció de la nada y comenzó a ladrar frenéticamente, alertado por el estruendo. Sus ladridos resonaban en la habitación, añadiendo un caos sonoro a mi estado de ánimo alterado.
Mientras intentaba calmar a Zeus y contener mi propia agitación, el teléfono en mi bolsillo comenzó a sonar estridentemente, rompiendo la atmósfera tensa con su insistente timbre. La combinación de ladridos, fragmentos de vidrio esparcidos por el suelo y el teléfono sonando creaba un caos desordenado que reflejaba mi estado mental tumultuoso en ese momento.
Tomé el aparato y lo llevé a mi oreja luego de descolgar.
—Jefe, tenemos su pedido y una buena sorpresa —anunció Zac.
—Voy en camino —dije antes de colgar.
Necesitaba desahogar la rabia acumulada y el hombre que se atrevió a meterse con lo que es mío era el blanco perfecto.
Me cambié de ropa y salí en busca de mi moto. Diez minutos después estaba llegando a uno de mis almacenes, que casualmente estaba en un lugar desértico, donde nadie oiría los gritos de mi víctima.
De pie, con las manos amarradas con una cadena sobre su cabeza, el pecho desnudo y descalzo se encontraba él. En el lado opuesto de la habitación, atada a una silla, llorando y pidiendo clemencia había una mujer a la que reconocí de inmediato.
—Vaya sorpresa —me burlé.
Zac, recostado a la pared con los brazos cruzados sobre su pecho sonrió y guiño un ojo.
—Soy genial lo sé —se jactó.
Me gustaba Zac, de todos mis hombres era el único que era tan estúpido en no tenerme miedo. Aunque era uno de los mejores en su trabajo.
—Estas muy pagado de ti mismo —respondí caminando hacia la mesa en donde estaban todas mis herramientas de tortura.
Casi nunca necesitaba hacer yo el trabajo, tenía hombres que se encargaban de ello por mi; sin embargo, lo que bien se aprende nunca se olvida, y yo aprendí muy bien de la Bratva el arte de la tortura.
—Eso es que aún no sabes lo que encontré cuando buscaba a la señorita aquí presente.
—¿Qué? —pregunté distraído, buscando la herramienta perfecta para añadir dolor sin provocar que el idiota se muera demasiado rápido.
Los alicates servirían. Primero le arrancaría las uñas, luego los dientes, la len…
—Resulta que aquí la señorita es la prometida de Samuel McAllister, heredera del presidente de Pulse RP y resulta que engaña a su prometido con el peor enemigo de su papi —dijo, haciéndome olvidar todo lo anterior.
—Al parecer eres una chica mala —me burlé.
—Y para acabar de ponerle el lazo a la situación tu chica entro al baño cuando estos dos estaban en pleno acto —El solo comentario referente a Lyrae hizo que la rabia volviera a mí cuerpo. Apreté los alicates en mi puño con tanta fuerza que mis nudillos se volvieron blancos. Zac siguió hablando sin prestar atención a mi reacción —…puso a la señorita Rose aquí en su lugar y salió, pero una empleada vio tal situación, sacó fotos e intentó extorsionar a la heredera. Obvio compré las fotos, porque soy el mejor en mi trabajo.
Arquee mi ceja izquierda ante su afirmación.
—Esa mujer es basura, solo está celosa porque me quedé con Sam, porque él me prefirió a mi —murmuró la mujer para si misma —Es su culpa que este en esta situación ahora. Pero juro que Lyrae Lovelace me las va a pagar, voy a hacer de su vida un infierno.
Me acerqué a ella, con lentitud, dejando que el enojo corriera por mi cuerpo con libertad. Ella no se dió cuenta de mi presencia hasta que fue demasiado tarde, hasta que con mi pie empujé su silla hacia atrás, haciéndola caer al suelo.
—Cuidado con lo que dices Rosita —me burlé —. Si me entero de que le hiciste algo a Lyrae, me va a importar una mierda que seas mujer y te voy a eliminar de la fas de la tierra. No serías la primera a la que matara.
Ella tragó saliva con trabajo. Sus ojos llenos de terror y su rostro pálido.
—Recuerda que tengo tu vida y la reputación de tu padre en mis manos, Sinclair.
Ella movió la cabeza lentamente, sus ojos todavía llenos de terror, pero una chispa de desafío se encendió en ellos. Tratando de levantarse, Rosita intentó recuperar algo de dignidad.
—No te atrevas a amenazarme —dijo con voz temblorosa, pero firme—. No sabes con quién te estás metiendo.
Me incliné hacia ella, mi sombra cubriéndola completamente, y dejé que una risa fría y cruel escapara de mis labios.
—Oh, Rosita, creo que eres tú la que no entiende con quién está tratando. No soy alguien con quien jugar, y tú acabas de tirar los dados en el juego equivocado.
La tomé por el cabello, obligándola a mirarme directamente a los ojos. Su resistencia era admirable, pero inútil. La desesperación comenzaba a filtrarse en su expresión, aunque intentaba mantener la compostura.
—Voy a darte una última oportunidad —susurré, mi voz goteando veneno—. Si quiero, puedo hacer que desaparezcas y nadie hará preguntas. Porque, al final del día, tu vida no vale nada para mí. Ni siquiera una gota de sangre en mis manos.
La solté bruscamente, dejándola caer de nuevo al suelo. Ella jadeó, tratando de recuperar el aliento mientras me enderezaba y me apartaba el polvo de las manos, como si ella fuese una mera mancha en mi existencia.
—Recuerda esto la próxima vez que pienses en cruzarte en mi camino —dije, dándole la espalda—. Y no olvides que siempre estoy observando.
Su amante decidió acompañarnos en ese momento. Sus gemidos no tardaron en escucharse al darse cuenta de donde estaba.
Me alejé de la chica Sinclair y me acerqué a él moviendo el alicate para que estuviera en su línea de visión. Al verlo intentó caminar hacia atrás, pero las cadenas atadas a sus manos impidieron el retroceso.
—Esto será divertido —dijo Zac, mientras me desabotonaba la camisa blanca para no mancaharla de sangre. Me gustaba esa camisa.
—Hola de nuevo, Cabron.
(***)
Regresé a mi casa a las tres de la madrugada, completamente relajado.
Recordando el desastre que había en mi despacho, entré para recoger las fotos y guardarlas. Mientras ordenaba los papeles esparcidos por todos lados, mi mirada se posó en un pequeño montón de discos DVD apilados descuidadamente en una esquina del escritorio. Curioso, tomé uno de ellos y leí la etiqueta: "Grabaciones de la casa de Lyrae".
Mis dedos temblaron ligeramente al insertar el DVD en el reproductor. La pantalla parpadeó y se iluminó, mostrando imágenes de las cámaras que mandé a instalar en la casa de Lyrae. Avancé rápidamente hasta que en la imagen apareció ella. Allí estaban Lyrae y sus dos mejores amigos, conversando animadamente en la cocina.
Escuché cada palabra que salía de la boca de Lyrae. Al final de la grabación una sonrisa cruel se dibujó en mis labios mientras comprendía la magnitud de lo que se estaba gestando. Me recosté en mi silla, disfrutando de la sensación de poder que ahora fluía a través de mí.
«Los planes han cambiado», pensé, y el juego está a mi favor.
Con una última mirada a la pantalla en negro, me levanté decidido. Había mucho por hacer, y no podía esperar para ver cómo se desarrollaría todo ahora que tenía esta nueva pieza del rompecabezas.
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