Capítulo II
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Lyrae
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Mis pensamientos se agolparon en mi mente, tratando de entender cómo era posible que eso estuviera pasando.
Hannah me miraba expectante, esperando una respuesta que no sabía cómo dar. ¿Qué hacía él ahí, en ese lugar, justo en ese instante?
Traté de recomponerme, de fingir que todo estaba bien, pero mi mente seguía girando en torno a lo que veía.
—Ya puedes retirarte Hannah —dijo él sin apartar sus ojos de los míos —, Gracias, yo me encargo desde aquí.
Cuando sentí que la puerta detrás de mí se cerró, me acerqué al escritorio de vidrio y acero inoxidable.
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté entre dientes, tratando de contener mi explosivo carácter.
—Trabajo aquí, Lyla.
—¡No me llames así! —exclamé para luego darme cuenta de algo que antes había pasado por alto. En ese momento todas las piezas tomaron su lugar y el rompecabezas empezó a tomar claridad —. Tú fuiste el responsable de que me contrataran a pesar de que claramente no estoy capacitada para este trabajo.
—Lyla.
—¡Te dije que no me llamaras así, joder, ya no somos cercanos! Y en estos momentos estoy empezando a dudar de que lo hayamos sido antes. —A pesar del shock inicial, sabía claramente lo que tenía que hacer —. Me voy, búscate a alguien más con quién jugar.
—¡Lyrae, espera! —dijo parándose de su escritorio y caminando hacia mí. Intentó tomar mi mano, pero yo rápidamente me aparté —. Está bien, sí, te contraté porque te conozco, pero es precisamente por eso que sé que eres perfecta para el trabajo. No estoy jugando contigo, en realidad creo que eres mi última esperanza.
—Explícate —dije cruzando mis brazos—. Porque si no recuerdo mal la última vez que nos vimos dijiste que yo no era suficiente. Explícame cómo es que eso cambió y ahora te soy útil.
—Tenemos un cliente. El más importante. Es dueño de uno de los más grandes conglomerados de América y Europa.
—No me has dicho en qué encajo yo en todo eso, ni mucho menos algo que me interese.
—Es un cliente difícil. Muchos de mis empleados han renunciado después de tratar con él y no puedo arriesgarme a perder esa cuenta. Mis jefes me están presionando.
—Sigues sin decirme algo que me interese.
—Tu trabajo sería ese cliente, solo debes encargarte de él.
—¿Me estás diciendo que me contrataste, a pesar de mi currículum, para salvar tu estúpido trasero, solo porque soy terca y fácilmente desechable? ¿Es eso lo que intentas decir Samuel?
—No, por supuesto que no —aclaró aflojándose el nudo de la corbata —. Míralo como un favor, sé que necesitas el dinero.
—¿Quién te dijo a ti que yo necesito un favor tuyo? Por mí te lo puedes meter por dónde mejor te quepa, a mí no me interesa.
—Has cambiado, cuando te conocí no eras así —dijo, lo que hizo que apretara mis puños antes de darle una cachetada, seguramente terminaría con la mano rota por la cara tan dura que tenía.
—Tienes razón, la Lyrae que conociste solo fue producto de tu imaginación, alguien que solo existió en tu mente. De mí no te mereces ni los buenos días, alégrate de que aún esté aquí escuchando tus estupideces y no te haya dado un guantazo, que es lo que te mereces por imbécil.
—Solo… —Se pasó la mano por el rostro, claro indicio de desesperación —Solo déjame explicarte.
—Tienes veinte segundos antes de que cruce esa puerta y no me vuelvas a ver en tu vida, ya has perdido cinco, no desperdicies los demás.
Samuel me explico con exactitud la situación, mi supuesto papel, y poco a poco fui entendiendo, aunque seguía sin interesarme. Al parecer el tipo era un ermitaño y eso estaba afectando a su empresa. Mi trabajo consistiría en convencerlo de socializar y crearle una espléndida imagen pública.
—¿Cómo se llama este tipo?
—Tyson Herthowne —respondió
—Sí, no me suena su nombre.
—Lo sé, no…—No terminó de hablar, pues la puerta de su oficina se abrió de repente y una hermosa mujer hizo acto de presencia.
Vestida completamente de marcas famosas que yo ni soñaría con tener. Caminó directamente hacia el escritorio de mi ex, sin apenas notar mi presencia.
—Nene, papi necesita saber si ya encontraste a alguien que lidie con el ogro —indagó y su voz chillona me hizo querer taparme los oídos. Estaba claro que no se podía tener todo en la vida.
—Estaba precisamente explicándole a la nueva empleada sobre el tema —contestó él y no se me pasó que no mencionó mi nombre, lo incómodo que se puso apenas la Barbie entró y como dio por hecho que aceptaría su oferta.
Ella se volteó a verme y arqueó su perfectamente depilada ceja, con suspicacia.
—¿Ella? Perdóname cariño, pero no creo que logre pasar la recepción. Le falta un poco de clase. Esa ropa es horrible. —Sus palabras destilaban veneno y eso solo logró hacerme sonreír, porque sabía que ella era perfectamente consciente de quién era yo y su último comentario solo me confirmó que quería marcar territorio —. Lo siento, mi prometido a veces comete errores. Seguro que te va bien en algo… de tu nivel.
La miré de la cabeza a los pies, dedicándole lo que para todo aquel que no me conocía era una sonrisa dulce e inocente, pero que solo significaba que está a punto de atacar a matar.
—Sí, está claro que tu prometido comete muchos errores. —«Tú por ejemplo» añadí por dentro de mí.
—Lyrae, por favor. —pidió Samuel, tratando de evitar algún enfrentamiento, algo que no pasaría, jamás me rebajaría por un hombre como él.
—Es un poco irónico esto, ¿no crees, Sam?—me burlé, usando su sobrenombre—, pero tranquilo, ya lo entendí todo. Indícame dónde está mi escritorio.
—Pero qué…—se quejó la Barbie y yo solo le guiñe el ojo, dedicándole una sonrisa de lado antes de salir de la oficina.
Una chica tiene que hacer lo que una chica tiene que hacer. No pienso volver con Sam, él cometió el error de poner su ambición sobre nuestra relación y tarde o temprano eso le costaría, sin embargo, era cierto que necesitaba el dinero, si también incomodaría a la Barbie y le daría de tragar sus propias palabras, pues me aferraría a ese puesto con uñas y dientes.
(***)
Después del altercado con mi ex y su nueva prometida, me dediqué a averiguar todo lo que pude sobre el tal Tyson Herthowne. Intenté concertar una cita, pero su secretaria no encontró ningún hueco en su agenda hasta la próxima semana.
Sin nada más que hacer, decidí presentarme directamente en su oficina. ¿Impulsiva? Pues si, lo sé, ya lo dije antes. No perdería ese trabajo porque un tipo no quisiera ir a una fiesta de ricos.
Obviamente, como ya sabrán, mi mala suerte hizo acto de presencia. A mitad del camino, el taxi se averió. Cuando me bajé para tomar otro, alguien me lanzó una bebida caliente que arruinó mi bonita blusa y, como no podía faltar, el tacón de mi zapato se rompió mientras trataba de protegerme de la lluvia bajo un toldo. Sí, también empezó a llover.
Derrotada, pero no completamente vencida, decidí regresar a casa, esperaría a la reunión del lunes.
En algo estaba claro Samuel, y es que no era una persona que se rindiera con facilidad. Puedes llamarlo cabezonería o terquedad, pero hasta que no consigo lo que quiero, no paro.
Ya en mi departamento, me di una ducha, me puse algo cómodo y caí rendida en la cama sin ni siquiera comer.
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Me rodeaba un bullicioso mercado donde los sonidos y aromas me envolvían. Mi responsabilidad familiar me ataba a ese lugar, pero mi corazón anhelaba algo más.
Algunas personas con aire noble se movían por el mercado, vestidas con modales y elegancia. Un joven entre ellos, con una presencia majestuosa, como un rey encerrado en una cortina de piel humana.
El hombre alto de cabello oscuro caminaba con paso firme por el sendero, absorto en la lectura de un libro. Se veía tan concentrado en las palabras impresas que ni siquiera notó mi presencia hasta que fue demasiado tarde. Nuestros cuerpos chocaron con fuerza, interrumpiendo el flujo de la multitud que nos rodeaba. Su rostro reflejaba sorpresa y disculpa mientras extendía una mano para ayudarme a levantar. A pesar del accidente, no pude evitar notar la elegancia en su vestimenta y la carismática sonrisa que apareció en sus labios.
—Mis disculpas —murmuró mientras la luz del sol me daba de lleno en el rostro, haciendo imposible ver las facciones del hombre frente a mí.
—No se preocupe, señor.
—Perdone mi atrevimiento, pero ¿podría usted revelarme su nombre, señorita?
—Yo…
—¡Arabella! —gritó una voz conocida a lo lejos.
De repente, la luz que entraba por las ventanas me hizo abrir los ojos y me encontré en mi departamento en el centro de la ciudad. La sorpresa me invadió al darme cuenta de que todo lo que había experimentado hasta ese momento había sido solo un sueño. Era la primera vez que soñaba con algo parecido, pero en esa ocasión el nombre pronunciado me dejó con una extraña sensación de familiaridad. «¿Quién es Arabella?», me preguntaba. «¿Algún personaje de alguna película de época que he visto?»
Mi estómago sonó, poniéndole fin a mis confusos pensamientos y recordándome que la noche anterior me había acostado sin comer nada.
Quité las mantas de mi cuerpo y me levanté de la cama para luego entrar al baño. Luego de bañarme, envuelta en una toalla, puse música en mi teléfono mientras preparaba algo de comer y me vestía completamente de amarillo ¿Por qué lo hacía? Porque mi abuela ni siquiera se merecía el respeto de llevar puesta ropa de color negro.
La vieja arpía fastidiaba hasta después de muerta. Me caía fatal, ¿vale? Y no era algo que pudiera evitar, además ella se lo ganó solita, las pocas veces que nos vimos se encargó de que fueran memorables, en el cruel sentido de la palabra.
(***)
Enterré a mi abuela en el panteón familiar en el que toda la familia Lovelace descansaba, todos menos mis padres. Las pocas personas que asistieron al sepelio me miraban con desaprobación tras sus gafas Gucci. ¿Me importaba? La verdad no.
Cuando todos se fueron me paré frente a al lugar de descanso, viendo su nombre grabado en el mármol e hice una mueca ante la frase grabada.
Una gran mujer, madre, abuela y una maravillosa persona.
Quien haya mandado a hacer aquello no conocía a la verdadera mujer que se escondía tras los vestidos de diseñador. Su personalidad manipuladora, machista, dispuesta a pasar por encima de cualquier persona para conseguir su meta, incluso de su propia familia.
Quizás no éramos tan diferentes al final. Estaba sola en el mundo y contrario a lo que la mayoría pensaría, me gustaba mi soledad.
Mire la lápida por última vez y sonreí.
—Espero te pudras en el infierno —dije como despedida.
Antes de irme pase por la tumba de mis padres. Destacaban entre cientos de hermosas flores como las únicas desprovistas de aquellas plantas. Las hojas secas caían sobre el mármol gris dándole un aura macabra.
—Al final de nada te sirvió ser la más bella y elegante mamá. Jamás ibas a formar parte del gran clan Lovelace —murmuré en un susurro apenas audible, sabiendo que mis palabras se perderían en el viento.
Sin dedicarles otra mirada me di la vuelta y comencé a caminar hacia la salida. Con cada paso, sentí como si estuviera dejando atrás una parte de mi pasado. Ya no tendría que volver a ese lugar nunca más. El día que yo muriera, haría que quemaran mi cuerpo, liberándome de la perpetuidad de la muerte en un lugar tan sombrío.
Salí de ahí directo a la oficina del abogado de Tutankamón quien me dio las llaves de la “mansión” una casa con más de cien años de antigüedad que no se caía en pedazos de puro milagro.
—Hay algo más —dijo.
—¿Qué?
—Existe una cláusula en el testamento. No puede disponer de ninguno de los otros bienes hasta que no se case. Su abuela así lo dejó estipulado.
—Maravilloso, hasta después de muerta esa mujer está amargando mi existencia ¿No hay nada que pueda hacer para…?—murmure por lo bajo.
—Lo siento señorita —respondió dejando en claro su negativa —En esta carta ella le explica sus razones —comentó dándome un sobre de papel con el sello de mi familia.
Me despedí del abogado y salí de ahí, apretando tanto las llaves en mi mano que sentía como el metal se clavaba en mi carne.
Tome el metro mientras oía alguna playlist aleatoria en Spotify. En el momento en el que me baje en la parada más próxima a la casa y mientras más me acercaba empecé a sentir una tensión acumularse en mis hombros. Mi estómago se retorcía y las náuseas hicieron acto de presencia. Un sudor frío recorrió mi cuerpo cuando me pare ante las inmensas puertas de hierro con el escudo familiar grabado en lo alto. Dos serpientes unidas por un lazo en el que estaba grabado el nombre de la familia, ambas protegiendo el corazón con la gran L en el centro. Siempre le había temido a las serpientes, tuve demasiadas pesadillas con ellas cuando era niña y aun de adulta, no era capaz de estar cerca de una sin desmayarme.
Saque la llave, abrí el candado y deslice la cadena que mantenía el lugar cerrado y protegido. El olor de las petunias violetas rápidamente llegó a mi nariz. El camino bordeado de árboles de pino se fue abriendo a cada paso que me acercaba más a la mansión. El césped verde me dio la bienvenida, todo lo que veía era verde y violeta. El jardín era hermoso. Una fuente, con un ángel guerrero, con dos serpientes enroscadas en su cuerpo, se encontraba en el centro, el agua fluida sin descanso de la boca de los reptiles.
Camine un poco más y la rodee, para llegar a la majestuosa mansión de estilo victoriano con enredaderas llenas de flores violetas que crecían en las paredes de color blanco. El techo de un azul claro, en forma de pico con detalles de cobre, reflejaba la luz del sol de la tarde. Subí la ancha escalera pasando las gigantescas macetas llenas de más petunias y en el momento en el que llegué a la puerta el malestar que ya sentía se intensificó.
Me armé de valor y dejando escapar un suspiro tembloroso llevé la llave a la cerradura y al girarla en la enorme puerta de la mansión, un aire denso y cargado de recuerdos invadió mis sentidos de inmediato. El olor a madera envejecida se mezclaba con un leve tinte de humedad y desinfectante, recordándome instantáneamente mis antiguas visitas a ese lugar. Cada susurro de mis pasos en el suelo polvoriento resonaba en el vasto vestíbulo, despertando memorias que preferiría olvidar. Aunque solo visité ese lugar en dos ocasiones en mi vida, cada detalle parecía grabado a fuego en mi memoria, y el olor nunca me abandonaría.
Camine hasta el salón principal encontrando los muebles tapados por sábanas blancas. Me acerqué a lo que parecía un sofá y levanté la tela, viendo como el polvo acumulado parecía oro cuando se reflejaba en la luz.
Me senté y saque la carta que me había dejado mi abuela.
Estimada Lyrae:
Vaya inicio tan frío, ni en una carta esa señora pudo dejar el rencor hacia mí. Bueno, señora, el sentimiento era algo mutuo. Sacudí la cabeza y seguí leyendo.
Sé que no soy de tu agrado y está más que claro que tú tampoco nunca fuiste del mío. No obstante, eres una Lovelace y como tal es tu turno ahora de mantener vivo nuestro apellido que ha estado en este mundo por más de cuatrocientos años.
Soy consciente que la historia y el legado de nuestra familia no te interesa, por lo que me asegure de que nuestra herencia no se perdiera.
La mansión es tuya, pero solo para vivir en ella. No puedes venderla, no alquilarla, ni mucho menos destruirla, si incumples con estas reglas no te será entregada la herencia que te ha sido dejada.
A partir del momento en el que recibas está carta tienes un año para casarte y tener un hijo, de preferencia varón, que pueda continuar con nuestro legado. Si estoy no sucede la herencia se usará para apoyar la campaña política de mi gran amigo Thaddeus Sutton. La decisión está en tus manos. Mientras tanto el señor Palmer será el albacea y comprobará que todo se cumpla como lo he ordenado.
Piensa bien lo que harás Lyrae ¿Permitidas que un político corrupto involucrado con el lado oscuro de la ley se quede con el dinero de la familia?
Algo sumamente importante es que nunca jamás te acerques a Tyson Herthowne, ese hombre es peligroso para nuestro linaje.
—Tyson Herthowne ¿Por qué el nombre de mi nuevo cliente está en la carta de mi abuela? ¿Quién es ese hombre y por qué me advirtió sobre él?
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