Capítulo 9
Después del desayuno, Éomer le tendió la mano a Legolas.
"Te debo un favor, maestro elfo. Te agradezco haber salvado a mi hermana."
Legolas miró la fuerte mano del hombre, indeciso. Aragorn y Gimli los observaban un poco ansiosos, pues sabían lo incómodo que se sentía su amigo con los humanos. Aceptar el saludo de Éomer indicaría que Legolas se estaba recuperando.
Éomer dudó al ver al elfo tan quieto y silencioso. Estaba a punto de retirar su mano cuando Legolas movió la suya lentamente y se la estrechó. El elfo solo asintió sin decir nada.
Éomer, que se fijaba mucho en los detalles, vio que el simple gesto parecía causarle sufrimiento al elfo. No sufrimiento físico, sino algo oculto a la vista.
En ese momento, el hombre se prometió saldar su deuda borrando el dolor del elfo para siempre. Le estaba ofreciendo a Legolas su amistad... si él la aceptaba, claro.
Legolas sonrió ligeramente cuando se soltaron. ¿Ves, Legolas? ¡No todos los humanos que te tocan van a violarte! Se sentía avergonzado por su propia idiotez.
"Me alegro de haber podido ayudar a tu hermana, Éomer –respondió Legolas suavemente. Entonces se encogió de hombros, avergonzado-. Y siento lo de... ya sabes... haberte apuntado con una flecha a la cara."
Éomer se echó a reír.
"¡Si no me hubiese sobresaltado tanto me habría asombrado de tu rapidez! ¡Eres más veloz que un rayo!"
"No se movía como un rayo, chico. ¡Eras tú el que te movías como un caracol!" –interrumpió Gimli de repente.
Éomer miró al enano y se sorprendió al ver que sonreía. Y entonces el hombre lo comprendió. Esa era la forma que tenía de ofrecerle su amistad, con insultos. Sin dejar de observarlo, Éomer le respondió.
"Tú lo has dicho. Pero te recuerdo que sigues necesitando una silla para poder mirarme a los ojos y repetirme eso a la cara."
Se produjo un tenso silencio mientras se miraban. Y entonces el enano empezó a reírse a carcajadas. Éomer lo imitó. Aragorn y Legolas suspiraron de alivio.
Éomer se volvió hacia Legolas.
"¡Me alegro de que no alzaras ese arco y me dispararas justo ahora!" –dijo señalando las armas de Legolas, que éste acababa de recuperar.
Legolas sonrió débilmente.
"Estuve a punto."
Entonces todos se unieron al resto de oficiales de alto rango de Rohan, que llegaban a la sala del trono, en el que Théoden acababa de sentarse. El rey conversaba con Gandalf en voz baja, que estaba sentado a su lado. Y a su otro lado estaba Éowyn, en un banco de madera a su derecha.
"Ah, pueden sentarse, señores –dijo Gandalf-. Tenemos que hablar sobre un problema de gran importancia con extrema urgencia."
Cuando todos estuvieron sentados, el mago los miró uno a uno con calma y entonces se volvió hacia Théoden. El rey asintió, dándole permiso para que empezara.
Gandalf cogió aire antes de hablar.
"Con Grima fuera de Édoras y tú liberado del hechizo, Saruman ya no tiene poder sobre Rohan. Pero queda un peligro mayor que el veneno y las mentiras que Grima puso en tus sueños, Théoden. El enemigo crece, y tras expulsar a Saruman de tu mente, atacará. Ahora que no puede controlarte destruirá Rohan... y a cada uno de ustedes."
Al instante, gritos de alarma y susurros llenaron la sala.
"¿Viene hacia aquí?"
"¿Qué vamos a hacer? ¿Lucharemos?"
"Dijiste que el enemigo crece. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a ellos?"
"El peligro se cierne sobre nosotros, pero todavía hay esperanza" –dijo Gandalf en voz alta para que pudieran escucharlo.
Théoden miró a Gandalf a los ojos. El rey seguía triste por la pérdida de su hijo, pero su gente lo necesitaba ahora. No tenía tiempo para lamentarse.
"¿Cuál es esa esperanza? ¿Qué sugieres?"
Todos volvieron a quedarse en silencio para escuchar las palabras del mago.
"Habrá que enviar a cada hombre que sepa montar al oeste, a Isengard. Primero debemos destruir las fuerzas de Saruman, antes de que tengan tiempo de alcanzarnos –dijo Gandalf-. Mientras tanto, el resto de tu gente, las mujeres, los niños y los ancianos deberán buscar refugio en las montañas."
Théoden abrió los ojos como platos.
"¿El Abismo de Helm? ¿De verdad tendremos que llegar a eso, amigo mío?"
"Édoras es vulnerable ahora mismo. Ya no es seguro. Necesitas un fuerte para enfrentarte al enemigo, ¿y qué mejor lugar hay para eso que el Abismo de Helm? –Gandalf miró a los demás-. Cojan provisiones, pero nada más. La vida es lo que importa."
Entonces, el mago se puso en pie y su expresión se oscureció.
"Los hombres de Rohan deben montar hoy, pues no hay tiempo que perder."
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Legolas estaba a solas en la armería de Édoras buscando flechas nuevas con la que rellenar su carcaj, cuando Éowyn se le acercó. No se sorprendió al verla, pues se había fijado en la forma con que lo miraba antes en la sala del trono.
Aragorn y Gimli habían ido a ayudar a prepararse a los hombres que montarían al oeste. La armería estaba casi vacía, pues se habían llevado todo lo que podían. La atmósfera era tensa mientras las mujeres y los niños se preparaban para el viaje hacia el Abismo de Helm. Se decía que Éowyn lideraría a su gente hasta allí.
"Todavía no te he agradecido que fueras a mi rescate ayer, maestro elfo" –dijo Éowyn, tentando el terreno, cuando Legolas por fin la miró.
Él inclinó la cabeza.
"Llámame Legolas, mi señora."
"Gracias, Legolas. Tengo una deuda contigo."
El elfo sacudió la cabeza.
"No me debes nada, mi señora."
"Llámame Éowyn. Tampoco me importan mucho las reglas de decoro –entonces se mordió el labio cuando Legolas no contestó, pues solo miraba al suelo-. ¿Tienes ya todo lo que necesitas?"
"Sí. Ya he llenado el carcaj con flechas nuevas. Están muy bien hechas y estoy seguro de que no me fallarán."
"Me alegro de oír eso –Éowyn se acercó y cogió el arco que Legolas había dejado sobre una mesa de piedra en medio de la habitación-. ¿Es tuyo?"
Sonriendo, Legolas asintió.
"Es un regalo de la dama Galadriel de Lothlorien. ¿Has oído algo sobre ella?"
Éowyn abrió los ojos como platos.
"¿La dama Galadriel? ¿La poderosa señora a la que llaman la Hechicera del Bosque Dorado? ¿Es tan hermosa como dicen?"
"Sí que lo es. Su piel es pálida como la de una rosa y sus ojos brillan como las estrellas. No soy muy bueno describiéndola. Mis palabras no le hacen justicia a su belleza, pero deberías preguntarle a Gimli, ¡pues está prendado de ella!"
"Pero parece como si tú también estuvieras enamorado de ella –dijo Éowyn, de repente celosa de Galadriel-. ¿Lo estás?"
"¿Enamorado? –Legolas se sobresaltó y luego se echó a reír-. ¡Su marido morirá de risa cuando oiga eso! No, Éowyn. Galadriel es como una madre para mí. Sí, la amo, como un hijo a su madre."
Ella no respondió de inmediato, embobada con las hermosas facciones del guerrero elfo que todavía sonreía. Se le había formado un hoyuelo en la mejilla derecha y le brillaban los ojos como piedras preciosas. De repente, se le secó la garganta y se le quedó la mente en blanco, sin poder decir nada por miedo a parecer idiota.
"Bien, err... -carraspeó. Al acordarse del arco que tenía en las manos, lo miró para pedirle permiso-. ¿Puedo? Me refiero a probar la cuerda."
Legolas asintió.
"Claro que sí."
"Nunca había cogido un arco tan largo –dijo, tirando de la cuerda hasta su hombro y apuntando a una diana imaginaria-. Espero estarlo haciendo bien."
Legolas se le acercó y le subió un poco el codo derecho. Éowyn rezó para que no notara su temblor cuando la tocó.
Pero Legolas era un elfo. Aun así no dijo nada al respecto.
"¿Qué tipo de armas estás acostumbrada a usar?"
"La espada y la lanza –contestó-. Mi hermano empezó a enseñarme a los diez años."
"Entonces estás lista para llevar a tu gente al Abismo de Helm."
Éowyn cerró los ojos cuando notó sus labios cerca de su oreja. Y esa voz, tan hipnotizante como su dueño, no la dejaban pensar correctamente. Entonces bajó el arco y se dio la vuelta bruscamente. Mirando el encantador rostro del elfo que nunca había visto entre los de su especie, Éowyn se puso de puntillas y rozó sus labios con los suyos.
Legolas se inclinó hacia ella también, perdido de repente en una pasión y deseo inesperados. Éowyn era muy hermosa, incluso para los estándares élficos, y la rodeaba un aire de inocencia y fortaleza que lo atraían. Sus pálidos ojos azules eran serenos y calmaban su alma, y el roce de sus largos dedos en su cuello eran como un bálsamo que le hacía relajarse.
Entonces, una alarma empezó a sonar en su cabeza y se dio cuenta de lo que quería decir. ¡Nara! ¡Por los Valar! ¿Pero qué estoy haciendo?
Con un jadeo de sorpresa, se alejó de ella.
"Perdóname, mi señora, pero no puedo. Mi corazón le pertenece a otra."
Ella se tocó los labios y se miró los pies, triste y decepcionada. Tras suspirar, le preguntó suavemente:
"¿Y ella te ama también?"
"Sí."
Legolas miraba a todas partes menos a ella, avergonzado y mortificado por lo que acababa de ocurrir.
"¿Y tú la amas?" –volvió a decir.
"Mucho. Estamos comprometidos. Planeamos formar una familia cuando vuelva a casa. Si es que vuelvo."
Entonces se produjo un largo silencio y Éowyn se inclinó ligeramente.
"Entonces rezaré para que vuelvas con ella sano y salvo."
Legolas cogió su arco y lo apretó entre sus manos como si su vida dependiera de ello.
"Gracias."
"Buen viaje, Legolas."
Un poco reticente a dejarla tan triste, Legolas hizo el esfuerzo de responder.
"Buen viaje a ti también... Éowyn."
Éowyn no alzó la mirada cuando el elfo dejó la armería. Sus sentimientos eran un torbellino; decepción, vergüenza, añoranza... Nunca se había sentido así. ¿Eran esos sentimientos por el elfo solo un encaprichamiento que desaparecería con el tiempo? ¿O se trataba de algo más?
¿Y por qué me duele tanto el corazón?
¡Hola, mis queridas lectoras! Ya las echaba de menos T_T pero por fin pude volver a actualizar. Espero no tardar tanto la próxima vez
Nuestro Legolas y Éowyn estuvieron haciendo cosas que no deben :/ ¿Cómo se sentirá Legolas después de ese desliz? Esto y más en el siguiente capítulo jejeje ¡Ya se acerca la sangreeee! Corto y fuera
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