Capítulo 12

"¿Ocurre algo por aquí?"

Los dos alzaron la mirada a la vez. Éomer los miraba, preocupado. Aragorn y Gimli estaban detrás del guerrero de Rohan, curiosos, y Legolas se sorprendió por no haberlos notado acercarse.

Éowyn se puso en pie ágilmente.

"No ocurre nada malo, hermano. Legolas me estaba contando una historia maravillosa."

Éomer miró al elfo.

"¿En serio?"

La mirada de Legolas no flaqueó al encontrarse con los ojos del hombre.

"Si ella dice que era maravillosa supongo que lo fue."

"¡Oh, claro que sí! –dijo Éowyn alegremente-. Me ha dado esperanza. No perderemos la batalla, saldremos victoriosos –entonces besó a su hermano en la mejilla-. Iré a ver si nuestro tío nos necesita."

Los cuatro vieron cómo salía de la sala y entonces Éomer se giró de nuevo hacia el elfo.

"¿Hay algo entre ustedes que debería saber?"

Legolas alzó una de sus elegantes cejas ante la pregunta. Miró a Aragorn, que en ese momento se servía un vaso de agua, y el montaraz le devolvió la mirada, sonriendo antes de tomar un sorbo.

"¿Por qué crees eso?" –le preguntó Legolas a Éomer.

"No me malentiendas, pero por lo que vi, ¡pensaba que estabas a punto de besar a mi hermana!"

Aragorn escupió el agua que tenía en la boca y empezó a toser y jadear en busca de aire.

"Lo siento" –se las arregló para decir antes de alejarse para ocultar su diversión.

Legolas le lanzó una mirada asesina mientras que Gimli los observaba, desconcertado.

"¿Cuál es su problema?"

"¡Es obvio que ha estado demasiado tiempo al sol! –replicó el elfo. Aragorn lo escuchó y se echó a reír. Éomer se limitó a sacudir la cabeza-. El hombre está loco."

"Vamos, Éomer –dijo Gimli-. Me prometiste que me enseñarías era armadura que me serviría."

El Mariscal de Rohan quería seguir hablando con Legolas, pero había problemas más urgentes que atender; como la armadura para un enano, por ejemplo. Tras una última mirada hacia Legolas, Éomer se alejó con Gimli.

El elfo vio cómo el montaraz seguía riéndose un poco más lejos, así que se acercó a él y sin decir nada le dio una palmada en la nuca.

"¡¡Au!! –gritó Aragorn, dándose la vuelta-. ¿Y eso por qué fue?"

"¡Lo sabes de sobra, idiota!"

"Pero Legolas... ¡si estás sonrojado!"

"¡No lo estoy! –se quejó Legolas, mientras el hombre seguía riéndose-. ¡¿Vas a parar de una vez?!"

Aragorn apoyó una mano sobre su hombro.

"Así que... ¿cómo se siente el ser rechazado por una hermosa señorita?" -Legolas lo miró con molestia. El hombre seguía molestándolo.

Entonces la mirada del elfo brilló con maldad.

"¿Y qué tal si le digo a Éowyn que estás muy interesado en ella?"

La sonrisa de Aragorn se desvaneció.

"¡No te atrevas! ¡Arwen me mataría!" –gritó. Iba a seguir hablando, pero Hama entró en la sala con un pequeño grupo de gente tras él.

"¡Muy bien todos! Cojan una espada o una lanza cada uno" –ordenó, señalando las armas que habían traído de la armería. Tristemente, no estaban en las mejores condiciones. La mayoría eran bastante viejas. El ejército de Théoden ya había cogido las mejores lanzas y espadas, y ahora solo quedaban las peores para los jóvenes reclutas. En el grupo también había varios hombres mayores que nunca habían sostenido una espada.

Al ver el nerviosismo en sus rostros, Legolas no pudo evitar recordar los oscuros sueños que acababa de tener. ¿Cómo hemos llegado a esto? Pensó. ¿Estamos tan desesperados como para dejar que niños y ancianos defiendan este lugar?

Trescientos hombres... contra diez mil. Los números no están de nuestra parte.

El elfo volvió a mirar sus caras, reconociendo el miedo y el desconcierto en sus ojos.

No están de nuestra parte.

"Son solo niños" –dijo Legolas de repente en voz alta sin querer.

Aragorn se giró hacia él.

"Pero quieren ayudar en la batalla."

"¡Pero esto está mal! –insistió el elfo-. Deberían refugiarse con las mujeres y los niños en las cuevas. ¡Míralos, Estel! ¡Están aterrados!"

El montaraz lo miró fijamente y luego lo arrastró un poco más lejos del grupo.

"¿Legolas, qué problema tienes? ¡Gracias a que no te entienden o la fe que tienen en ellos mismos flaquearía!"

"No quería faltar al respeto, Estel. ¡Pero esta guerra no es solo de ellos! ¡Hombres y elfos compartimos la Tierra Media por igual! ¿Pero por qué soy el único elfo aquí? ¿Dónde están los míos para luchar juntos contra la oscuridad? Oh, conozco los defectos y crueldades de los hombres, Estel. Lo he visto; lo he sufrido. ¡Pero eso no quiere decir que haya que dejarlos solos frente a esto!"

Aragorn empezaba a comprender la preocupación del elfo. Entonces le apretó el hombro y lo miró directamente a los ojos.

"No están solos, Legolas. Tú estás aquí. Eso es suficiente para que vean que los elfos no los abandonan."

"Pero no es suficiente..."

"Legolas. Puede que no lo sepas, pero no aparentas ser mayor que esos a los que llamaste niños. Te miran en busca de confianza y coraje. Confía en mí. Es suficiente para evitar que se rindan y esa es la primera victoria."

"Estel..." –la voz de Legolas salió en forma de un susurro tembloroso. Nunca había sentido tanto miedo. Temía por las vidas inocentes de esos niños y mujeres. Temía por la gente de Rohan. Temía por los valientes guerreros Rohirrim.

Y lo más que temía era perder a su hermano jurado. Legolas no podría perdonárselo si Aragorn cayera en la batalla.

Con las manos en las mejillas de Legolas, el montaraz apoyó su frente contra la suya y susurró:

"Escúchame, Legolas. No estamos solos. No estás solo. No podemos fallarnos el uno al otro. Recuerda nuestra promesa. Yo vigilaré tu espalda, y tú la mía."

Legolas respiró hondo para calmarse al escuchar esas palabras. Tras escapar de los orcos hacía unos años se habían prometido protegerse el uno al otro como hermanos. Legolas volvió a encontrar la confianza.

"Sí. No podemos fallarnos."

Se separaron y se sonrieron.

Y entonces, de repente, sonó un cuerno desde el exterior del Abismo.

Legolas abrió los ojos como platos. Reconocía ese cuerno. Lentamente sacudió la cabeza, en estado de shock.

"Imposible."

Y entonces echó a correr; a través de la sala, subiendo las cortas escaleras y a través de la gran puerta que se abría al anochecer. Legolas era levemente consciente de que Aragorn corría tras él.

El rey Théoden y Éomer estaban allí, observando con asombro la llegada de la no pedida pero valiosa ayuda. Gimli, ahora vestido con una cota de malla, le sonrió a Legolas.

"¡Mira quién está aquí, elfo!"

Legolas se quedó boquiabierto al ver más de quinientos guerreros élficos que ahora llenaban el patio. Un guapo y alto elfo al frente del ejército, el cual tenía el mayor rango, sonrió ampliamente cuando Legolas se acercó.

"¡Jaden!" –Legolas estaba sorprendido al ver una cara familiar entre el grupo de guerreros. No, no solo una, sino muchas de ellas. ¡Jaden había venido con un batallón de elfos de Mirkwood!

"Es un gran honor prestar nuestra ayuda, Lord Théoden" –Jaden, comandante de los ejércitos de Mirkwood, se inclinó ante el rey de Rohan. Théoden no encontraba las palabras adecuadas para expresar su gratitud.

Volviéndose de nuevo hacia Legolas, Jaden anunció.

"Estamos aquí para servir bajo tu mando por orden del Rey Thranduil, su alteza" –se inclinó formalmente ante el príncipe, con el puño sobre el corazón. El resto de los guerreros lo imitaron al mismo tiempo.

Éomer, Théoden y sus hombres miraban a uno y a otro, atónitos.

"¿Su alteza?" –le preguntó Théoden a Aragorn.

"Legolas es un príncipe. El Príncipe Heredero del Bosque Negro" –explicó Aragorn, orgulloso de su amigo.

Éomer sacudió la cabeza.

"No tenía ni idea."

"¿Cómo me encontraron?" –le preguntó Legolas al comandante del Bosque Negro, todavía incapaz de hacerse a la idea de que ya no era el único elfo entre los hombres.

Jaden miró hacia arriba y al mismo tiempo, el familiar graznido de un ave rompió el silencio de la noche. El elfo sabía de quién se trataba sin verlo.

"¡Hawkeye!"

La magnífica águila dorada que era la mascota del príncipe desde hacía muchos años cayó en picado. Mientras los demás observaban con asombro, el sonriente Legolas alzó el brazo y el ave aterrizó en su muñequera.

"Hawkeye. Cómo te he echado de menos, amigo" –Legolas le acarició el cuello.

"¡¡¡¿El maldito pájaro sigue vivo?!!! –Gimli estaba atónito-. ¡Si no recuerdo mal te lo di hace más de veinte años!"

Legolas sonrió al oírlo. Tenía razón. El enano le había dado a Hawkeye para que le curara un ala rota con la piedra manyan, una piedra sanadora que había sido su legado desde su nacimiento y aquella que una bruja había sacado de su cuello hacía cientos de años. El ave majestuosa lo seguía desde entonces. Desaparecía de vez en cuando, pero siempre volvía. Esta era la primera vez en meses que Hawkeye iba a ver al príncipe.

Aragorn sonrió mientras acariciaba la cabeza del ave.

"Hawkeye no es un águila ordinaria, Gimli. No sabría decir por qué, pero creo que guarda algún secreto."

Hawkeye graznó como respuesta. Entonces el águila miró a Legolas a los ojos antes de desplegar las alas y echarse a volar hasta perderse en la oscuridad de la noche.

"¿A dónde va?" –preguntó Éomer.

"Va a reconocer el terreno –respondió Legolas-. Nos avisará si ve al enemigo."

"Err... su alteza –dijo Jaden tentativamente-. Tu padre también envió esto."

A la señal del comandante, otro guerrero se acercó llevando un paquete envuelto en seda. Entonces se lo ofreció ceremoniosamente al príncipe.

Legolas lo miró, suspicaz.

"¿Qué es?"

Jaden abrió el paquete. En medio de la tela yacía una hermosa corona de plata. Era la corona real del príncipe del Bosque Negro, aquella que había pasado de Oropher a Thranduil, luego a Keldarion, y por último a Legolas.

El príncipe la miró con el ceño arrugado.

"¿Esperas que... me ponga esto?"

Jaden intentaba con todas sus fuerzas no sonreír.

"Tu padre espera que la lleves, su alteza. Quiere que te diga que estás en medio de un acto oficial, representando al reino del Bosque Negro y a la raza de los elfos."

Legolas intentó no hacer una mueca. ¿Llevar esto en la cabeza en medio de una batalla? ¿Habla en serio?

"Ah... no creo que sea una buena idea. Voy a hacer el ridículo."

"Pero tu padre estaba magnífico en la Gran Guerra cuando la llevaba" –dijo Jaden, divertido.

Legolas le lanzó una mirada asesina.

"¡Está bien! ¡La llevaré!" –entonces cogió la corona y se la puso.

La joya plateada se ajustaba perfectamente a su cabeza. No se dio cuenta de que un halo plateado y dorado lo rodeaba como si la luz de la luna cayera sobre él.

Ahora todo el mundo en el fuerte sabría quién era. Legolas miró hacia abajo y vio que Gimli abría la boca para decir algo.

"¡Ni una palabra, enano!" –gruñó Legolas.

Gimli cerró la boca inmediatamente y frunció el ceño. Aragorn sonreía, divertido.

Al ver que los hombres de Rohan que tenía alrededor no dejaban de observarlo con miradas de interés, Legolas se dio la vuelta y se alejó, murmurando maldiciones.

Éomer se giró hacia Aragorn.

"Me da la sensación que odia esa cosa con todo su ser."

Aragorn intercambió miradas divertidas con Jaden antes de que ambos asintieran.

"¡Precisamente!"

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