Capítulo 11
"¿Quién va?" –preguntó Théoden con voz autoritaria, mientras se enderezaba del todo.
El jinete solitario apareció a la vista, lleno de polvo por el viaje.
"¡Es Ramol, de la compañía de Erkenbrand!" –exclamó Éomer, al reconocer al otro hombre.
Erkenbrand, el otro Mariscal de Rohan, recorría con su compañía la frontera oeste. Ellos estaban mucho más cerca de Isengard, así que debía haber una buena razón para que enviara un mensajero urgente.
Ramol se sobresaltó al ver al rey entre los soldados, pero pronto se recuperó. Tras desmontar, se inclinó ante Théoden.
"¡Me alegro de veros, mi señor! ¡Traigo un mensaje urgente de Lord Erkenbrand!"
"Habla, entonces" –lo urgió Théoden, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
"Saruman ha desplegado su ejército. Tiene Rohan como objetivo y avanzan mientras hablamos."
"¿Vienen hacia nosotros?"
"No, mi señor. ¡Se dirigen al Abismo de Helm!"
Enseguida se oyeron gritos de alarma y murmullos. Los guerreros Rohirrim se miraban con los ojos como platos, temerosos por los familiares que tenían en el refugio.
"¡Es más rápido de lo que creíamos! Ha adivinado nuestros movimientos" –dijo Gandalf, pensativo.
"¿No podemos detenerlos?" –preguntó Éomer.
"Es una causa perdida, mi señor. Nuestros esfuerzos serían en vano. ¡Son demasiados!"
"¿Cuántos?"
"¡Al menos diez mil!"
Un tenso silencio siguió a sus palabras. Théoden no sabía qué decir.
"¿D... diez mil?"
"¿De dónde ha sacado Saruman tal ejército?" –se preguntó Hama, que estaba justo al lado del rey.
"Mediante su maldad –contestó Gandalf-. ¿Dónde está Erkenbrand?"
"Espera por las órdenes del rey en el Folde Oeste. Pensaba cargar contra el ejército de Saruman para retrasarlo si no recibía palabra vuestra..."
"A pesar de saber que moriría en el proceso –dijo el mago, terminando la frase. Entonces cerró los ojos, pensativo. Tras suspirar, abrió los ojos y miró al rey-. Dirígelos a todos al Abismo de Helm, Théoden."
"¿Qué vas a hacer, Gandalf?" –preguntó el rey.
"Cumpliré una importante misión. Intenta proteger el fuerte el mayor tiempo posible."
"Resistirá" –prometió Éomer.
Entonces el mago se giró hacia Aragorn.
"Ayúdalos, Aragorn. Ya sabes qué hacer."
El montaraz asintió y Legolas miró a Gandalf a los ojos. El mago le sonrió.
"No estás solo, hijo de Thranduil" –le dijo en Sindarin.
El elfo le respondió en voz baja y en el mismo idioma.
"Ahora lo sé, Mithrandir."
"Esperen mi llegada –Gandalf volvió a dirigirse a todos-. El segundo día al amanecer, miren al este."
Entonces clavó los talones en los costados de su caballo y partió al galope hasta que se desvaneció en la oscuridad.
Llegaron al Abismo de Helm por la mañana, tras una noche de viaje. La enorme puerta de piedra del fuerte se cerró inmediatamente tras el último jinete.
La gente de Rohan llenaba el lugar hasta casi el máximo de su capacidad. Se apretujaban aquí y allá, con expresiones de miseria y desesperanza. Algunos de ellos habían huido de sus aldeas arrasadas por Saruman.
Varios niños inocentes corrían y jugaban, ignorantes de la tensión en el ambiente. Las mujeres intentaban calmarlos, pero sin mucho éxito. Sabían que el futuro de sus hijos estaba en peligro. Puede que no vivieran lo suficiente para volver a disfrutar de sus juegos.
Éowyn salió deprisa del fuerte para ver desmontar a los guerreros y el alivio se reflejó en su rostro al ver a su hermano y el rey sanos y salvos. Su mirada también se detuvo en Legolas con preocupación, pero tras comprobar que el elfo no estaba herido, se giró hacia Éomer.
"Me alegro de que hayan vuelto a salvo. ¿Han ganado?"
Solo el silencio siguió a sus palabras, hasta que Éomer la abrazó.
"Ni siquiera nos encontramos con el enemigo."
Ella lo miró, interrogante, esperando a que siguiera hablando.
"Vienen hacia aquí. Tenemos que prepararnos para cuando lleguen. La batalla es inminente."
Algunas personas cercanas emitieron exclamaciones de miedo al oír las palabras de Éomer. Sabían que el enemigo quería acabar con ellos, pero también habían creído que no llegarían a tanto.
Théoden alzó el brazo, llamando la atención de su gente.
"¡Defenderemos este fuerte! ¡No los dejaremos vencer tan fácilmente! ¡No somos unos débiles, somos Rohirrim!"
La gente de Rohan gritó tras el discurso del rey con renovada determinación y esperanza. Algunos de ellos se acercaron a ayudar. Théoden se inclinó hacia Hama.
"Necesitamos toda la fuerza de la que disponemos. Coge a cada hombre que pueda alzar una espada y ármalos hasta los dientes. ¡El Abismo de Helm no caerá en las manos del mal!"
Vio cómo la sangre brotaba libremente cuando los siervos de Saruman cortaban con sus espadas los cuellos de los hombres de Rohan.
Vio cómo los niños gritaban de terror cuando los monstruos los mataban a golpes y se los comían crudos.
Vio retorcerse a las mujeres y las niñas mientras las violaban.
Intentó escapar de las visiones y los horribles sonidos, pero éstos se volvían cada vez más claros en su mente. Intentó buscar ayuda, pero no pudo moverse. Solo podía observar, paralizado por el miedo.
Y entonces la escena cambió. Se vio a sí mismo, tendido entre los cuerpos de las mujeres y los niños violados. Desnudo, golpeado, atormentado... muerto.
Y entonces gritó.
"¿Legolas?"
El elfo se despertó de golpe cuando una mano le tocó el hombro con cuidado. Parpadeó y entonces vio la cara preocupada de Éowyn sobre él. Ella sonrió cuando por fin captó su atención.
"Perdón si te he sobresaltado, Legolas. Te quedaste dormido sentado. Preparé un poco de té para que te despiertes del todo."
Legolas se enderezó en su asiento y miró a su alrededor. La sala principal del Abismo de Helm se había transformado en una armería y sala de reuniones. Los Rohirrim estaban ocupados poniéndose las cotas de malla y la armadura, sin percatarse de la presencia del elfo. Legolas suspiró, aliviado al ver que nadie se había percatado de su desliz. Debía de estar muy cansado para quedarse dormido tan fácilmente... y tener esos sueños horribles.
Con las manos un poco temblorosas, Legolas cogió la taza de té que le ofrecía Éowyn, susurrando un 'gracias'. Ella asintió, pero no se fue. En lugar de eso, se sentó a su lado en el banco, observando cómo se preparaban los hombres de Rohan.
"Me preguntaba –dijo suavemente-. ¿Por qué estás aquí, Legolas? No es solo por Aragorn, ¿verdad?"
Preguntó mientras tomaba un sorbo de su propio té. Cuando no respondió, lo miró.
"¿Te he ofendido con mi pregunta?"
Con una sonrisa forzada, Legolas sacudió la cabeza.
"No, Éowyn. Solo intentaba encontrar el coraje necesario para responder."
Ella se puso rígida.
"No hace falta que respondas si te perturba. Lo entiendo."
"Estoy aquí para encontrarme a mí mismo –dijo Legolas, dejando la taza vacía en la mesa que tenía detrás-. Fui roto en pedazos. Así que estoy intentando unir esos trozos para volver a sentirme completo."
Ella permaneció en silencio un momento antes de responder:
"Eso explica la tristeza en tus ojos, incluso cuando sonríes."
"¿Soy tan obvio?"
"Solo ante los ojos de aquellos a los que les importas."
Él la observó.
"¿A ti te importo?"
"Sí. Tanto como tú me permitas."
Legolas se tomó un momento para responder.
"Ámame como lo haces con tu hermano, Éowyn. No puedo darte más."
Ella se mordió el labio y se miró las manos que tenía sobre el regazo.
"Eso sería un honor, Legolas. Gracias."
Legolas le cogió una mano y le besó los nudillos.
"No. Gracias a ti. Me ayudaste a recuperarme del cansancio –entonces le alzó la barbilla para que lo mirara-. Encontrarás a tu verdadero amor algún día, Éowyn. No soy un adivino, pero te aseguro que alguien te amará con devoción. Vendrá a buscarte, porque tu alma ya está unida a la suya. Sabrás quién es, Éowyn. Vendrá."
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas al oír sus palabras.
"Te creo, Legolas."
"¿Ocurre algo por aquí?"
Los dos alzaron la mirada a la vez.
Éomer los miraba, preocupado.
¡Se acerca la batalla! ¡¿Y Éomer descubrirá el pastel?!
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