Capítulo Veintisiete
—DEJA DE VER eso.
Sean apagó la pantalla en donde se reproducía la grabación que Shelly había conseguido al infiltrarse en el Evento.
—No vuelvas a hacer eso —ella replicó—. Tengo que encontrar cualquier detalle útil.
Aria intentó encender de nuevo la pantalla pero el hombre le quitó el control.
—No hay nada que no hayamos visto, tienes que descansar.
No podía, aun cuando no se estaban reproduciendo las imágenes seguía pensando en el llanto de esos niños. Las preguntas acechaban su mente como una parvada de buitres. La impotencia y la injusticia de saber que dos criaturas eran sometidas a tal humillación le hacían querer ignorar su prudencia y hacer estallar de una sola vez ese maldito cubo.
—No podemos descansar.
Giró en su silla para verlo a los ojos, el puma estaba reclinado de lado sobre el escritorio, con sus brazos cruzados sobre su pecho y el control negro en su mano.
—Te obsesionas muy fácilmente. —Una leve sonrisa alivió en parte la tensión—. Y luego dices que el de las obsesiones soy yo. —Rio, pero ella siguió mirándolo sin caer en su broma— ¿Quieres salir a tomar un café?
Quiso seguir su vieja tendencia a sospechar de cada invitación suya, pero esta vez no lo hizo, pues Sean al parecer había dejado de insistir. Y eso le dejó en un estado de inquietud mezclado con tranquilidad.
¿Por qué cada vez que estaba cerca del puma tenía sensaciones contrariadas?
No estaba segura si quería hallar la respuesta.
—De acuerdo, vamos.
Subieron al piso principal del edificio en absoluto silencio, la recepción contaba con dos ascensores, uno para el subsuelo y otro para ir a los pisos de arriba, una serie de bancos acolchados de color rojo se encontraban al lado del ascensor por donde aparecieron ellos. La joven secretaria apenas se veía en el escritorio de granito.
—Voy a salir Tammy —informó Sean—. Llama a Henry si ocurre algo, volveré en un par de horas.
—Entendido.
Le hizo un gesto para que lo siguiera.
Afuera hacía frío, Aria respiró profundo y dejó que ese aire la envolviera como una manta invisible, era relajante sentir el frío tensionar su piel, desprenderse del calor agobiante del subsuelo para enfriarse y empezar de nuevo a regular su temperatura.
—Iremos a una cafetería a unas cuantas manzanas del edificio —dijo Sean caminando hacia una camioneta de una sola cabina color azul—. Sube.
—Creí que no tenías vehículo.
El puma se detuvo al abrir la puerta del conductor y la miró, casi le dio risa el hecho de que tuvo que ponerse en puntas de pie para mirar por encima del techo de la cabina.
—Es prestada, hasta que reparen mi auto, y no te rías.
No pudo evitarlo, el sonido salió apenas, fue una risa débil y poco estruendosa. Tenía que admitir que se sentía bien.
—Nunca creí que viviría lo suficiente para verte reír alguna vez —Sean se colocó el cinturón, una gran sonrisa tensionaba sus labios—. Pero quería que fuera por un chiste y no por mi estatura.
— ¿Qué tiene de malo?
Hizo un esfuerzo por parecer serio, pero el brillo de sus ojos oscuros no se lo permitió.
—Mido un metro setenta y siete, cuando por regla general debería medir un metro ochenta como mínimo.
— ¿Y qué? Yo mido un metro setenta y cinco, y no me preocupo.
Encendió el motor, un suave sonido que aumentó cuando echó a andar por las calles repletas de vida de la ciudad.
—Son tres centímetros —Sean continuó negando con su cabeza, una leve sonrisa—. Es difícil mantener el dominio si tienes que mirar constantemente hacia arriba.
—A eso se le llama inseguridad.
—No soy inseguro.
—Entonces no debería preocuparte tu estatura.
Sean fue a decir algo pero de inmediato cerró sus labios y apretó el volante con fuerza. Adoptó una expresión seria, que ella jamás había visto en él.
—No creo que puedas entenderlo —su voz era plana y fría—. Toda mi vida se ha reducido a probarme a mí mismo una y otra vez que no soy un simple bastardo que se salvó por haber sido el primero en nacer.
Apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos quedaron blancos.
—Supongo que es el juego que tengo que jugar.
Aria lo miró sorprendida, era habitual verlo con una sonrisa optimista aun en los momentos más duros, pero en esa situación, Sean estaba serio y esta vez había algo que trataba de ocultar bajo un tono de broma.
—Tus...
—Padre —interrumpió—. Jeremiah engañó a su pareja con mi madre, Helen, ella murió al dar a luz a mi hermano gemelo quien también tuvo la misma suerte.
Ella mantuvo el tenso silencio, asimilando la información. El engaño era mal visto por su raza, mucho más si en el proceso se destruía un vínculo. Le era difícil imaginar la situación, hallar la razón para que alguien, precisamente el padre de Sean pudiese hacer algo así.
Sin embargo, sus acciones dieron como resultado al hombre fuerte, valiente y determinado que estaba junto a ella.
—Pero sus errores no son culpa tuya, no puedes culparte por nacer.
La tensión pareció abandonarlo, pero Aria no estaba del todo segura.
—Las acciones repercuten en los demás —negó varias veces—. Mi padre era alfa en ese entonces, un alfa que rompió su vínculo al estar con otra mujer y que luego llevó a su hijo ilegítimo al seno del clan. Todo White Claw conoce la historia, todos saben lo que soy.
—Sean eres su líder, tienes su lealtad ¿O no?
—Yo no estaba destinado a ser alfa —respondió, una sonrisa nerviosa volvía para retornar su tensión—. Joey iba a serlo, el verdadero hijo con sangre pura, la sangre del clan.
Frenó en un semáforo en rojo, Aria se sentía incómoda al verlo así, haciendo cualquier movimiento para reprimirse. Comprendió al instante que el puma evadía lo que lo hacía enfurecerse.
—Joey es un traidor —dijo sin reparos, buscando una reacción—. Un traidor.
Quería ver si podía sacar el temperamento que ocultaba el hombre, estaba segura que podría controlarlo, Sean no le haría daño, pero tenía que liberar su enojo no era sano guardarlo en el interior.
—También es mi hermano.
No había replica ni enojo en su voz, sólo una tranquilidad anormal que le causaba escalofrío.
Lo dejó conducir en silencio mientras analizaba lo que había descubierto, lo que ahora entendía. Sean era conocido por ser un alfa con una paciencia enorme ante los problemas, ahora que veía las cosas de otra forma entendía que esa paciencia era una forma de evitar perder los estribos ante las emociones fuertes.
Como el enojo, la ira, el dolor y la tristeza.
—Ya llegamos.
De inmediato regresó a la normalidad, como si hubiese presionado su botón de reinicio y lo que habían hablado no fuese nada importante.
Aria tendría que aceptarlo, si Sean funcionaba de esa manera no existía la forma de cambiarlo.
Algún día estallaría, como cualquier volcán que acumula presión, de eso estaba segura.
Caminaron por la acera esquivando personas humanas, a pesar de que mantenía una distancia aceptable, de vez en cuando podía sentir el roce de su mano contra la suya.
—Aquí es.
Se detuvo frente a un local, Sean le abrió la puerta para que entrara primero. Modales antiguos y pasados de moda. El caballerismo no era algo que le interesara mucho.
Ya en el interior del local, se dirigieron a una de las mesas al fondo, algunas personas estaban en las demás pero el lugar seguía pareciendo vacío. La decoración no era muy interesante, una pintura rosada cubría las paredes, las mesas eran de madera de pino a pesar de estar cubiertas de pintura marrón para simular el efecto de la madera del roble y se veían desgastadas, la barra en el lado opuesto al que se dirigían tenía taburetes rotos.
—Interesante lugar —dijo al sentarse.
—No juzgues por apariencia.
—No lo hago.
—Claro que sí.
Sean hizo un gesto con su mano a una mujer alta de cabello castaño, la camarera sonrió al verlo, anotó el pedido de una pareja con prisa en un cuaderno pequeño y en menos de un minuto llegó hasta ellos haciendo ruido con las suelas de sus zapatos.
— ¡Hola Sean! —exclamó la mujer con una gran sonrisa— ¿Qué puedo servirles?
El puma miró a Aria, ella fijó su mirada en la mujer, luego en él, y de nuevo a la camarera.
— ¿Café?
— ¿Negro o común? ¿Con crema o con leche? Tenemos muchas variedades.
—Negro, por favor.
—Perfecto ¿Lo de siempre Sean?
—Sí, gracias Annie.
La mujer se alejó con el eco de sus pasos siguiéndole el ritmo.
—Acabas de ver a mi tía Annie —dijo con su oscura mirada en ella.
—Se ve menor que tú.
—Lo es, ella es la hermana menor de Jeremiah.
—Tienes una extraña familia.
Sean rio suavemente.
—Nadie podría haberlo dicho mejor.
El café era bueno, más que bueno era excelente, y pronto el ambiente comenzó a parecerle acogedor, la compañía de Sean relajó sus pensamientos hasta que solo estaba ahí, disfrutando de un buen café caliente con un buen aliado.
Los problemas pasaron a un segundo plano.
Nunca imaginó sentirse tan a gusto junto al hombre que tantas veces insultó, atacó y rechazó. Sean no era un simple idiota obsesionado.
— ¿Te sientes mejor? —preguntó él rompiendo el cómodo silencio.
—Sí, gracias por esto.
—De nada, el café de mi tía siempre arregla las cosas.
Ella sonrió, recordó la barrera que tanto tiempo mantuvo para ocultar sus emociones, pero ya no veía debilidad en mostrarse tal y como era. Sean era una persona confiable, reservaría su temperamento de hielo para todos los demás.
Incluido el hombre de cabello castaño claro y ojos azules que se acercaba por detrás que arruinó su buen humor.
Sus garras salieron, rascando la mesa y de inmediato Sean borró su sonrisa y volteó.
—Hola, gatitos.
Un gruñido salió del puma mientras se contenía sentado en su silla.
—No, no, esos no son buenos modales —William, ignorante a las amenazas, y al hecho de que no era bien recibido, corrió una silla de la mesa cercana y se sentó—. Debo decir que forman una bonita pareja.
Por su parte, Aria ya no creía en alucinaciones, William era real, estaba vivo y a punto de desatar una pelea en plena cafetería.
Los problemas jamás la dejarían en paz.
— ¿Qué quieres maldita bola de pelos? —gruñó Sean.
William acomodó unos mechones de su cabello, su figura estaba relajada, incluso su mirada permanecía tranquila, indiferente.
—Un trato —sonrió—. Ya que no pude matarlos y que ahora soy un muerto viviente, quiero unirme a lo que ustedes están planeando.
— ¿Y qué se supone que planeamos? —Aria preguntó, su control sobre sus ganas de matar a un traidor asesino debía mantenerse perfecto.
—No soy estúpido —dijo en voz baja—. No creo que hayan escapado del cubo sólo para regresar a sus vidas normales, van a destruir a Kreiger y yo quiero ser parte de eso.
—Eres un traidor y un asesino —replicó Sean con dureza y en el mismo tono, sus ojos cambiaron del negro a un amarillo brillante— ¿Por qué razón confiaríamos en ti?
—Porque tienen clanes, y saben que eso es de mucha importancia, además conozco el cubo, sé cuántos guardias lo rodean, memoricé el sistema de seguridad, conozco cada detalle tanto como el patrón de mi pelaje.
Aria miró a Sean, no sabía muy bien cómo tomar eso.
—Sería de gran ayuda tenerme de su lado.
—Intentaste matarnos —replicó Sean.
Las garras del puma, blancas y afiladas, hacían ruido en la mesa.
—Bajo órdenes de Charles.
—Que es un humano —añadió Aria—. Dime la verdad ¿Por qué estás aquí?
William puso sus puños sobre la mesa, su cuerpo fornido se tensó y cuando la miró a los ojos nada de la tranquilidad e indiferencia permanecía en su mirada ámbar.
—Porque quiero recuperar el clan que por derecho me pertenece.
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Gracias por leer
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¡Hola querido lector! Nuevo capítulo.
Espero que te haya gustado.
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Nos veremos en la siguiente actualización 😘
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