Capítulo Uno


Se sentó en un rincón, en una esquina de aquella celda, observó por enésima vez las paredes que la acorralaban, la lámpara que pendía del techo iluminaba un espacio casi vacío.

La necesidad de escapar era abrumadora.

Sin embargo, había comprobado que no había ninguna forma de salir de ahí.

Una cama doble se encontraba en el extremo opuesto, cubierta por sábanas rojas y almohadones negros. Era lo único que adornaba ese lúgubre lugar.

Todavía no podía creer que hubiese terminado de esa forma. El animal en su interior rugía de furia, impaciente por liberarse de ese horrible en encierro. Quien fuera que la hubiese puesto ahí pagaría caro su osadía.

Eso antes de darle un buen golpe al puma que dormía en el suelo.

Jamás debería haber aceptado su invitación para cenar para empezar. Jamás debería haberle hecho caso a Belle.

Pero el puma no tenía la culpa, no sabía cómo, pero algo en su interior se lo confirmaba.

Sean Wells podría ser engreído, orgulloso y muy insistente, pero no era el tipo que secuestraba mujeres. Y si lo era, hacía un muy mal trabajo presentándose ante ella como un cambiante dormido con olor a droga.

Esto era obra de alguien más.

Giró su cuello y un dolor agudo le pinchó su nuca, tocó la zona con sus dedos y descubrió una fina herida con sangre.

-Pagarán por esto -masculló soportando el dolor que le atravesaba sus sienes cada vez que movía la cabeza.

Se levantó y con un par de zancadas llegó hasta una puerta de metal negra, la golpeó varias veces haciendo un gran estruendo. Pero no se abrió. Luego se dirigió a la puerta blanca en el lado opuesto y repitió su acción. Sin efecto.

Con rabia y frustración, arañó la pared dejando marcas blancas.

Intentó calmarse, pensando en su clan, sus protegidos, aquellas personas por las que vivía. De las que ahora estaba separada. Cerró los ojos inhalando profundo, todos los vínculos estaban intactos y presentes en el interior de su mente. Se aferró a eso, tenía que salir de ahí para regresar con ellos.

De pronto, un quejido llamó su atención.

Sean estaba despertando.

Caminó hacia él, tenía moretones negros en su rostro y un corte en su labio inferior, su cabello, un poco largo, estaba revuelto.

Debajo de esos párpados, sus ojos aparecieron, de un marrón tan profundo que a veces era casi negro. Lo vio tragar con dificultad mientras se quedaba mirando un punto en el vacío de esa celda, lo escuchó quejarse cuando intentó mover su cabeza.
Se alejó para darle espacio, retrocedió hasta toparse con la fría pared de piedra.

Sean se levantó hasta quedar sentado, apoyándose con sus manos en el suelo. Bajo la luz de la lámpara pudo ver su piel apenas bronceada, y una herida fina en su nuca, con gotas de sangre seca que recorrían su espalda.

-¿D-donde rayos estoy?

Intriga y curiosidad calmaron a la bestia en su interior, pero a la mujer le incomodaba mucho la idea de estar encerrada con el hombre mas desesperante y terco del mundo.

-Encerrado Sean. -Avanzó hasta detenerse frente a él-. Estamos encerrados.

Él alzó la mirada, sus ojos la recorrieron con esa característica minuciosidad, hasta detenerse en sus ojos, era como si un fuego intenso ardiera en ese color oscuro.

-¿Qué es lo último que recuerdas? -ella preguntó manteniendo su mirada a pesar del significado de ese gesto.

Una media sonrisa apareció en su rostro lastimado.

-Una cena maravillosa.

«Aquí vamos de nuevo»

-Deja de decir estupideces, esto es serio.

-He respondido con la verdad -Sean respondió con seriedad-. Lo único que recuerdo es estar en el restaurante cenando contigo.

Ella comenzó a dar vueltas, como animal enjaulado. Quizás eso era en lo que querían convertirla al encerrarla.

-Encontraremos una salida -dijo al lograr sentarse.

-He buscado por todo este maldito lugar y no hay nada, sólo esas dos puertas que no puedo abrir.

Tambaleándose, Sean se puso de pie.

-Tranquila Aria.

-¿Cómo quieres que me tranquilice? -exclamó mirándolo fijo-. ¡Estamos encerrados en una maldita celda!

La mirada de Sean no cambió a pesar de sus palabras, mientras que ella estaba empezando a sucumbir a la desesperación. No podía comprender la mentalidad de aquel hombre.

-Saldremos de aquí, no hay razón para desesperarse.

Había tranquilidad en su voz, esos ojos oscuros no reflejaban nada que no fuera una calma irritante.

¿Acaso no estaba preocupado por su clan?

-¿Que clase de alfa eres?

Una sonrisa apareció para aumentar su nivel de frustración, en su rostro herido no había nada de dolor, solo la arrogancia marcada en su expresión, la arrogancia de un hombre que confiaba en su atractivo y lo usaba para salirse con la suya.

-No todos somos estrictos, serios y nerviosos, no todos somos maniáticos del control.

Ella frunció el ceño, puso algo de control y apenas mostró sus dientes.

-Adoro cuando me amenazas así.

Con un gruñido se dio vuelta, dándole la espalda, hasta podía saber que Sean estaría aun sonriendo y viéndola con esa mirada salvaje.

Lo detestaba.

Oh... Si lograba salir de ahí dejaría a Belle sin cabello.

-¿No te importa estar lejos de tu clan?

Para un alfa, el clan era familia, para ella, su clan era su vida.

-Claro que sí -respondió, acercándose con cautela-. Pero confío en que Luke hará todo lo posible para encontrarnos. -Se detuvo justo detrás de ella-. ¿Sabes cuánto tiempo hemos estado aquí?

Entre la pared y su cuerpo, Aria sintió las garras de la claustrofobia arañar su interior, conocía muy bien la reacción que provocaría. Sean sería el blanco perfecto.

Centrando sus pensamientos, contestó su pregunta:

-No. Pueden ser horas, tal vez días.

Sin otra cosa que la luz de la lámpara en el techo, no tenía manera de orientarse en el tiempo.

-Cuando noten nuestra ausencia Luke y Liam sabrán que hacer. Tomarán nuestros lugares para evitar contratiempos, y nos buscarán, no dudes de eso.

Sintió un cálido aliento erizar el vello de su nuca, una sensación eléctrica recorrió su columna a la vez que la bestia salvaje que moraba en su interior, ascendía a la superficie, lista para reaccionar.

Nadie podía acercarse a ella. No de ese modo.

Pero antes de sacar sus garras, afiladas como dagas, ella se movió y se alejó hasta el otro extremo de esa celda.

Si tan solo tuviera una forma de hacerle saber a su clan que ella estaba bien, al menos, se sentiría mejor. Pero como ella era un alfa, no podía transmitir nada a través de los vínculos, por lo que era imposible intentar enviar cualquier señal.

De nuevo, percibió pasos acercándose hacia ella.

Maldijo la perseverancia del puma.

-Ni un paso más -le advirtió-. O sacaré mis garras y juro que esta vez no voy a contenerme.

-Eres tan dulce... Pero sólo quiero ver esa herida que tienes en tu nuca.

Una alarma se encendió cuando él nuevamente estaba detrás de ella.

-Probablemente debe ser igual a la tuya.

-Parece ser una incisión quirúrgica -dijo pensativo-. Algo preciso y certero, no es el trabajo de cualquiera. Algo nos han hecho.

Aria se dio vuelta y para su fortuna, Sean retrocedió con prudencia.

-Nos tienen aquí por una razón -agregó con seriedad.

-¿Cuál?

-No lo sé.

El sonido de un metal chirriante detuvo su respuesta, de repente, la luz de la lámpara ya no era lo único que iluminaba aquella celda. Otra luz, más blanca, apareció al tiempo que la puerta blanca ascendía hasta desaparecer por una rendija.

De repente, la salida, estaba ahí.

Una ráfaga de aire tibio se coló por aquella abertura, el anhelo de Aria por liberarse impulsó sus pasos hacia ella.

Pero Sean no iba a ceder tan fácil.

Este lugar era desconocido, y por ende, nada era seguro.

-Espera ¿Qué haces?

-Escapar -espetó ella-. ¿O acaso quieres quedarte aquí?

-Puede ser una trampa, déjame ir primero.

Tratar con mujeres era un arte complejo y difícil. Tratar con mujeres de naturaleza dominante, como un alfa, era aún más.

El punto más importante, era que Aria era una mujer con el temperamento más volátil que alguna vez haya visto.

Y no se refería a la bipolaridad.

Una cachetada directa en su mejilla, era una señal de advertencia.

-Puedo protegerme sola -dijo entre dientes-. No vuelvas a intentarlo.

Conteniendo el ardor de su cara, Sean la vio salir por esa abertura, y no tuvo otra opción que seguirla. No avanzó mucho, pues ella se detuvo en un pasillo. Al frente seis escalones de piedra subían hacia una salida, podía oír sonidos de brisa que provenían del exterior, sentir el aire correr, oler la frescura de árboles y hierbas húmedas, sólo podía ver el color blanco de un cielo.

Era tentador seguir ese camino, liberarse del encierro de la celda. Pero él se guiaba por la lógica, y no quería dejar ese lugar antes de haber analizado todo para poder hallar una razón por la cual ellos dos se encontraron ahí.

Mientras Aria se mantenía dudando al pie del primer escalón, él inspeccionó el pasillo. No había nada muy relevante, sólo que las paredes y el piso estaban hechas en piedra. Y del lado izquierdo se extendía otra abertura, negra y fría, que supuso era otro pasillo.

Fue a tratar de acercarse en esa dirección, pero el movimiento repentino de Aria lo detuvo. Ella estaba subiendo.

-Espera -le susurró, pero como era habitual, no le hizo caso.

La siguió hasta llegar a un amplio espacio abierto, altos pinos se elevaban a varios metros de ellos, el pasto verde decoraba el suelo recubierto de rocío mientras que el cielo era blanco.

No blanco de nubes, blanco puro, homogéneo, antinatural.

Se colocó a su lado, absorto y sorprendido por el cambio abrupto de ambiente, hasta el felino en su interior se encontraba perplejo y confundido.

¿Dónde estaban?

-Bienvenidos al Cubo de Kreiger.

Una voz masculina los sacó de ese estado casi inmóvil. La figura de un hombre apareció de entre los árboles seguidos por más, hombres y mujeres a los que reconoció como cambiantes.

-¿El cubo de qué?

Aquel hombre, de cabello castaño claro y ojos azules, caminó con su mirada fija en Aria, hasta detenerse muy cerca.
Instintivamente, la primera reacción de Sean fue afirmar sus puños, y clavar todo el peso de su mirada en aquel desconocido.

-Kreiger -respondió con voz suave-. Si están aquí significa que los vasallos de Hans Kreiger los han capturado para agregarlos a su colección.

-¿Colección? -preguntó él con un nudo de confusión.

-Eso dijo -habló otro hombre mientras avanzaba hacia ellos-. Colección, casi todos los tipos de cambiantes están aquí.

-¿Quienes son ustedes? -Aria preguntó.

Tenía esos preciosos ojos azules fijos en el otro hombre que había hablado primero.

¿Era justo sentir celos en esas condiciones?

-Él es William -respondió el otro-. Se cree que todavía tiene el puesto de alfa. -se detuvo y los miró a ambos-. Yo soy Kyle ¿Cuales son sus nombres?

De alguna forma, aquel hombre le recordaba a su buen amigo Derek.

-Soy Aria y él es Sean.

-Gusto en conocerlos ¿De qué tipo son?

-Yo soy un puma -respondió-. Y ella es un leopardo de las nieves.

Si la mirada de William, antes estaba cargada de curiosidad, ahora que sabía más estaba llena de un evidente interés. El puma en su interior ascendió a la superficie, tentado y listo para atacar en caso de ser necesario.

Por alguna razón aquel hombre le daba mala espina.

-Igual que yo. -sonrió-. ¿De qué rango eres?

Kyle se tensó.

-No es necesario preguntar tanto, el rango ya no importa aquí.

Mientras este decía eso, Aria escudriñaba con su vista las figuras de las demás personas que se iban aproximando.

No entendía como podían estar en tan buena forma si estaban encerrados en ese Cubo.

Las dudas comenzaron a inundar su mente, pero debía permanecer alerta y con toda su concentración en esa extraña situación.

Lo último que recordaba era aquella cita a la cual la había invitado por décimo novena vez, una noche maravillosa en la que estaba dispuesto a tratar de convencerla para que le diera una oportunidad.

Eso era todo lo que podía.

El resto de lo que sucedió no estaba en ningún rincón de su mente.

Regresando a la realidad, centró sus sentidos en Aria. Podía saber por la tensión de su cuerpo que ella no se sentía cómoda ahí. Aria no era buena con los extraños, solía mantenerse en alerta y a la defensiva sólo hasta que decidía que las nuevas personas eran de fiar.

-Soy un alfa -dijo de forma inexpresiva y luego volteó a verlo antes de continuar-. Al igual que él.

Orgullo recorrió su cuerpo cuando le hizo mención.

Contuvo una sonrisa cuando ella retrocedió para quedarse a su lado.

Ahora se sentía un poco más seguro de su existencia, con la fuerza que emanaba su pequeño cuerpo, Sean obtuvo la seriedad que necesitaba para controlar la oleada de celos que le producía aquel hombre.

-¡Quitate Roger! -se escuchó un murmullo a lo lejos seguido de risas-. Déjame pasar bola de pelos.

El tal William se apartó de su vista, dejando ver el avance de un joven de cabello negro y ojos de un intenso tono azul.

Frenó al ver a Aria a los ojos, la cual, estaba sorprendida.

-¿Es eso cierto? ¿Eres un alfa? ¿Un alfa leopardo de las nieves?

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Gracias por leer
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