Capítulo Treinta y cuatro
A LOS TREINTA minutos su paciencia se transformó en una mezcla de desilusión y rabia que hervía a fuego lento en su interior.
El lujoso restaurante al que había ido para reunirse con Sean estaba repleto a pesar de la tormenta que no cesaba su intensidad desde el atardecer. Repleto de miradas discretas que la hacían sentir incómoda, y desear estrangular al puma por dejarla plantada.
Pero después de una hora de espera, su frustración pasó a ser preocupación.
Sean no era un hombre impuntual, era extremadamente calculador con el tiempo, ella sabía que de haber surgido un inconveniente demasiado grave como para no reunirse con ella le habría llamado.
Algo pasó, de eso no tenía duda.
Quince minutos más, decidió que no llegaría, dejó el dinero del café consumido sobre la mesa adornada por un mantel blanco bordado con rosas.
Ajustando su abrigo térmico salió al lluvioso exterior, el leopardo se movió alterado, sintió una sensación extraña, como si la tempestad anunciase algo terrible.
Supersticiones.
Decidió ignorar todo, solo era una tormenta previa a la primavera, nada más. Sin embargo la preocupación no la abandonó cuando estuvo en el interior de su vehículo. Ella quería terminar de una vez por todas con el asunto de lo que había entre ella y el puma.
Algo que no tenía nombre ni significado definido, pero existía a pesar de que le costaba admitirlo. Fueron dos largos años en que aquel obstinado hombre no dejó de proclamar sus intenciones, a pesar de sus rechazos, Sean siempre volvía.
—Esperaré el tiempo que sea necesario.
Debería haberle dicho la verdad desde un principio, destruir sus esperanzas antes de que siquiera tuvieran tiempo de echar raíces. Pero no lo hizo, porque pensó que Sean era otro hombre más que veía en ella la emoción de una cacería difícil, Aria pensó que pronto se rendiría.
Estaba equivocada.
El puma había sido honesto desde el inicio de su desastrosa relación de enemigos a amigos, luego a aliados y finalmente... No estaba segura del punto en el que se encontraban.
Suspiró, su aliento salió visible al exterior, la condensación había nublado los vidrios reduciendo su rango de visión. Inclinándose activó los limpiadores, de inmediato sus ojos se desviaron a la fotografía en la gaveta.
Ella se veía más joven al lado del hombre de intensos ojos verdes, cabello negro rizado e incontrolable, tenía una sonrisa cálida que siempre había encendido su alma. Así había sido Noah, el único hombre al que amó, el que sabía que iba a ser su compañero de vida aunque él nunca lo admitiese.
Su corazón latió con nostalgia por el vínculo perdido aquella noche en que casi lo perdió todo, la herida todavía sangraba a veces, los recuerdos de gritos, llantos y sangre no desaparecerían.
Nunca lo harían.
Noah murió para salvar su vida, por seguirla, por quererla.
Y ella le juró fidelidad mientras sentía su cuerpo enfriarse.
Una lágrima recorrió un sendero por su rostro, así era su realidad, las personas que la rodeaban siempre salían heridas de una u otra forma por las consecuencias de sus actos.
Su celular vibró desde la gaveta, Aria tragó saliva enviando los recuerdos y sensaciones a un rincón de su mente. Dejó la fotografía en su lugar y tomó el delgado objeto azul.
El número de Kaylee titilaba en la pantalla.
— ¿Kaylee?
—Aria, tienes que venir es urgente —el pánico en esa frágil voz le hizo entrar en alerta.
—Calma Kaylee, dime qué es lo que sucede.
Encendió el auto, cambió el nivel de acción de los limpiadores.
—Sean tuvo un accidente.
Un rastro de llanto en cuatro palabras que la paralizaron.
Un bocinazo le obligó a poner en marcha y conducir con manos temblorosas, activó el modo altavoz.
— ¿Cuándo?
—Hace dos horas —el tono de Kaylee se estabilizó un poco—. Iba en camino a reunirse contigo por la carretera, no sé con exactitud lo que sucedió pero lo único que sé es que chocó contra un automóvil que iba en sentido opuesto.
Aria guardó silencio, un dolor conocido regresó con furia para azotar la herida de su corazón. La historia parecía repetirse.
— ¿Está...?
—Vivo, todavía vive, entró en cirugía. —Un llanto sofocado, Kaylee era una mujer muy sensible—. Pero Luke dice que su estado es crítico, Sean puede morir.
Parpadeó, dejó salir las lágrimas pero mantuvo con gran esfuerzo un tono de voz serio.
— ¿Dónde estás?
—En el hospital general de Woodstone City.
—Voy en camino.
—Ten cuidado Aria, los caminos están inestables.
Cortó la conversación, la noche se cerró sobre ella, y mientras aferraba el volante con fuerza lloró, la preocupación comprimió su estómago y anudo su garganta.
Pero tenía que obligarse a ser fuerte, como cada vez que la muerte se acercaba para arrebatarle a las personas que quería, debía ser fuerte aunque en el interior su alma se cayera a pedazos.
Sentía algo por el insensato puma que en ningún momento se alejó de su lado, un sentimiento crudo y visceral nacido de la parte más profunda de su corazón maltrecho.
Aria luchó con garras y dientes para eliminarlo fuera de su sistema, pero cada vez que lograba reducir el afecto que traicionaba su promesa, Sean aparecía para reavivarlo.
Aria no pudo destruir lo que sentía por más veces que lo rechazara, por más que intentara sofocarlo recordando su juramento hacia su amor perdido.
Ahora la vida de Sean estaba en las garras de la muerte.
Pero ella no iba a rendirse a la lógica de la situación, el animal salvaje en ella mostró sus colmillos aceptando su decisión.
—No puedes morir ahora —dijo enterrando su dolor, la letal cazadora que era por dentro mantuvo sus esperanzas a flote—. No ahora.
Casi dos horas de viaje después, Aria estacionó cerca del hospital, sin percatarse que había dejado su abrigo atrás corrió la distancia que quedaba.
—Disculpe —le dijo a la mujer delgada de recepción— ¿En dónde se encuentra Sean Wells?
La mujer se colocó sus anteojos y se puso a escribir algo en su computadora.
—Está en neurocirugía, sus familiares y amigos están esperando en el tercer piso, sector A.
—Gracias.
Aria dio vueltas por el primer piso del hospital hasta que encontró el ascensor, tuvo que ceder su lugar a un equipo de médicos y enfermeros que trasladaba a una mujer embarazada en una camilla.
Quince agónicos minutos después Aria tuvo que dar otra vuelta para encontrar el sector A, al fin, halló el cartel que indicaba el sector, corrió por un pasillo estrecho que se detenía en una pared blanca y giraba hacia otro pasillo. Ella frenó al escuchar voces angustiadas.
— ¿Por qué? ¿Por qué le sucedió esto?
Una voz suave y delicada con un trasfondo cálido, no era Kaylee.
—Por imprudente —respondió otra mujer, su tono frío y enojado—. Por ser un imprudente cegado por hormonas, por eso le pasó esto ¡Yo le advertí! ¡Intenté detenerlo! Pero su obsesión hacia esa mujer... ¡Ella es la causa de todos sus males!
—Silencio Emily, esto es un hospital.
Reconoció la sonora voz de Kaylee, estaba medio ronca y denotaba cansancio.
—Tú no puedes darme órdenes.
—Pero yo sí— la profunda voz de Luke se oyó lejana— ten un poco de respeto.
Aria tomó una larga inspiración y se internó en el pasillo. Kaylee fue a recibirla con un fuerte abrazo que no hizo nada para calmar lo que sentía por dentro.
Ella sintió de inmediato la mirada furiosa de la hermana de Sean, su cuerpo un poco más alto y macizo gritaba poder.
Pero Luke se interpuso bloqueando su visión, Kaylee tomó distancia.
—Es bueno que estés aquí —dijo él, su voz calma y serena, ajena a la tensión que cargaba el ambiente—. Sean nos necesita.
Una risa irónica y los tres voltearon a ver a Emily.
—Lo menos que necesita mi hermano es a la mujer que le ha hecho tanto daño.
Aria no dijo nada, no podía, no era correcto, porque en el momento en que cruzara palabra con ella todo explotaría.
Sabía que lo hería cada vez que le decía que no. Tenía razones para hacerlo. Ella lastimaba a las personas que se atrevían a quererla, por eso reducía sus pretendientes al máximo. Sean era el último.
Lo rechazó para protegerlo.
Y sin embargo no había podido lograrlo.
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Gracias por leer
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¡Hola querido lector! Nuevo capítulo.
Espero que te haya gustado 😊
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Nos veremos en la siguiente actualización 😘
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