Capítulo Siete
El dolor la tuvo tumbada en el suelo por varios minutos. De un momento a otro, una descarga en su nuca le hizo ver puntos rojos, desencadenó su transformación, fue abrupto, cuando la luz de la lámpara se apagó y ambos estuvieron acostados en la misma cama.
La puerta blanca cayó con gran estruendo al suelo mientras que al mismo tiempo, la puerta negra ascendía por primera vez desde que despertó en esa celda.
Respirando con fuerza, intentó volver a su forma humana pero cada vez que trataba de forzar el cambio una nueva descarga se lo impedía.
Sean se le acercó, temblaba con cada paso que daba y el brillo de sus ojos revelaban sus pupilas dilatadas.
Después de darse cuenta que no tenía control sobre su cuerpo, decidió centrarse en un objetivo. Evan le había dicho que en este Evento obtendrían algo para poder comunicarse con el exterior, por lo que ella estaba dispuesta a colaborar, aunque no le agradase la idea de ser exhibida.
Como un animal.
Con una mirada a Sean, ella caminó hacia donde hace unos momentos estaba la puerta negra, un pasillo se extendía ante ella, en cuyo final se podía ver el débil brillo de una luz. Con sus sentidos en alerta y su leopardo agazapado a la espera de cualquier peligro, avanzó por ese pasillo, su corazón palpitaba con fuerza, sus pulmones parecían no tener suficiente aire, Aria sintió las paredes de ese estrecho pasillo cerrarse con cada paso.
La claustrofobia, la única debilidad que tenía más allá de su propio clan, amenazaba con paralizarla.
Pero, fue el suave empujón de Sean lo que la hizo reaccionar, un toque de su hocico acompañado de un gruñido bajo, su aliento cálido erizó su pelaje centrando el rumbo de sus pensamientos.
Llegó al final, aquel pasillo doblaba en noventa grados hacia la derecha a otro más amplio y corto, con luz.
Salió a lo que parecía una pendiente de una montaña, rocas y tierra se elevaban de un lado, del otro, una hilera de barras de hierro rodeaban el recinto de manera semi circular, por fuera de esa barrera, una gran y gruesa cortina roja impedía ver lo que sucedía.
Suaves murmullos se oían a su alrededor, el hedor a humano y a perfumes extraños se colaban en sus fosas nasales, provocandole un par de estornudos. Sean trepó por la pendiente, bajó, rodeó la estructura, saltó hacia el fondo de la base y volvió a subir. Buscaba una forma de salir, pero al volver a su lado, gruñó con pena.
Los murmullos se hicieron más fuertes, y la cortina, lentamente comenzó a subir, dejando ver un amplio salón decorado con azulejos color gris, brillantes y bien pulidos, del lado izquierdo, estatuas de piedra y pinturas decoraban la pared, un piano blanco se situaba al fondo.
Del otro lado, diez recintos de menor tamaño se situaban contra la pared, cada uno decorado de forma distinta, cada uno ocupado por uno o dos prisioneros. Leopardo, jaguar, guepardo, tigre, lobos, oso, coyote, zorro. Todos ellos estaban sentados esperando como esclavos obedientes. En los últimos dos, divisó á tres leopardos de las nieves de un menor tamaño al suyo, los chicos de La Triple Garra, y a otro, que supuso que era William.
Al fondo y frente a su recinto, se ubicaba otro del mismo tamaño en el que estaban. Las barras de hierro eran doradas en vez de negras, y sus ocupantes eran una pareja de leones.
Todos calmados, tranquilos y en sus lugares.
No podía contar cuantos humanos había en el salón, débiles y vulnerables, hombres y mujeres cómplices de un secuestro, de una humillación, de un maltrato hacia otros. Si las barras de hierro no estuviesen en su lugar para frenarla, Aria estaba segura que los atacaría y les haría pagar con su sangre por lo que estaban haciendo.
Desgraciadamente, las barras estaban ahí, para apresarla, un nuevo tipo de jaula para restringir aún más la escasa libertad que tenía.
—Bienvenidos damas y caballeros, a un nuevo evento.
Un hombre de mediana estatura, canoso y regordete, anunció con galantería el inicio de esa "Celebración" vestía un traje formal de chaqueta y pantalón negro, camisa blanca y corbata de moño.
—Hoy tenemos un nuevo recinto que se ha ocupado al fin —el hombre, desde el centro del salón se dirigió a ellos—. Observen damas y caballeros, a una nueva pareja de cambiantes, única en su tipo, la primera pareja de diferente tipo que se ha visto.
«¡No somos pareja!»
Rugió, con todas sus fuerzas, dejando todo el aire de sus pulmones salir en un estruendoso ruido que incluso llegó a alterar a los demás cambiantes. Con furia, saltó hacia las barreras, dando zarpazos entre los espacios, amenazando, mostrando toda la impotencia acumulada en su interior.
Cuando le faltaban fuerzas, Sean, menos intimidante, se le unió, pero era más para calmarla que para intentar asustar a las personas que estaban presentes.
Eso le enfureció más.
—Esta pareja —aquel hombre, que supo que sería Charles, continuó hablando como si nada—. Está formada por un macho puma y una hembra leopardo de las nieves, ambos son alfas, eso los hace más especiales, y el hecho de que ella es la última hembra alfa de su tipo la hace más única e invaluable.
Los humanos, se dirigieron hacia ellos, aplaudiendo y asintiendo, observandolos como si fueran obras de arte, piezas de exhibición, animales.
—Disfruten de la velada, damas y caballeros.
Mostrando sus colmillos, Aria clavó en el hombre el peso de su mirada, pero, tal y como ella lo anticipaba, Charles ignoró su amenaza, así como todos los que ignoraban el hecho de que estaban cometiendo el peor de los delitos.
Si no estuviesen encerrados, si no fuesen controlados por ese neurotransmisor, los harían pedazos.
Entre la multitud de personas vestidas con elegancia, divisó a una pequeña niña de rizos dorados, llevaba puesto un vestido azul zafiro con mangas. Miraba todo a su alrededor con la inocencia y curiosidad propia de su edad, pero que en sus ojos azules ocultaba una inteligencia superior. Aria supo en el momento en que la vio que ella sabía lo que sucedía en ese salón, que comprendía que ellos estaban ahí en contra de su voluntad.
—Mami ¿Puedo ir a ver a los nuevos ejemplares? —la niña le preguntó a una mujer de cabello marrón oscuro y ojos azules, distaba mucho de ser la madre—. Quiero ver a la cambiante alfa.
La mujer, dejó de hablar con un hombre de traje gris para prestarle atención a la niña.
—Estoy hablando con el señor Mckenzie ¿Puedes esperar? No quiero que vayas sola.
La pequeña hizo un gesto de puchero.
—Quiero sacarle una fotografía.
De pronto el hombre se tensó y comenzó a mirar a su alrededor mientras que la mujer, sin perder su elegancia, se agachó frente a la niña y en su oído susurró:
—Hazlo con cuidado Anabelle, nadie debe verte.
—Sí mami.
Ella le dio un beso en la frente y luego echó una mirada al hombre con cierto aire de complicidad.
Aria observó a la pequeña acercarse con cuidado y lentitud, de vez en cuando miraba a uno y otro lado, a las personas que conversaban animadamente, a los que observaban a los demás prisioneros, y a ellos.
Volteó a ver a Sean, el puma estaba sentado en lo alto, con todo su cuerpo tenso, su pelaje marrón grisáceo, estaba erizado en el lomo.
Cuando llegó por fin a su recinto, la niña la observó por un largo rato, Aria tenía sentimientos encontrados al ver un ser tan frágil e inocente en un lugar como ese. Por un lado sentía angustia y una necesidad de gritar ayuda, por otro quería rugir para cargar sobre ella el castigo que merecía su raza por encerrarla.
Se limitó a dejarse observar aunque por dentro, la bestia se revolvía con inquietud, acumulando una furia que en algún momento iba a liberarse.
—Eres un alfa ¿Verdad?
La dulzura de su voz despertó el instinto protector, oculto en lo profundo de su corazón, no importaba que aquella criatura fuera humana, era apenas una niña, y ella creía con fervor que todos los niños estaban libres de toda culpa y que debían ser protegidos.
Aria se acercó hasta el borde del recinto, donde las barras de hierro se fundían en la fachada de cemento, sin temor alguno, la pequeña la miró a los ojos, asombro y sorpresa se veían en sus brillantes ojos azules.
—Tú no deberías esta aquí — murmuró, en todo momento, echaba miradas discretas a las demás personas—. Tú deberías ser libre como los demás cambiantes.
Con cuidado de no ser vista, ella sacó de su bolsito negro, un objeto cuadrado y gris, un tipo de celular que jamás había visto en su vida.
—Es viejo —ella susurró—. Pero funciona, y te ayudará a encontrar a tu familia.
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