Capítulo Dos
—¿De donde vienes? ¿Tienes un clan? ¿Hay mas como tú?
Ojos curiosos se fijaron en ella mientras aquel joven la bombardeaba con preguntas. Miradas divertidas, de ternura, de alegría, miradas, iban de ella al joven, haciendo erizar su piel con inconformidad. Molestia.
Tantos desconocidos en un solo lugar representaban una amenaza para el felino que se revolvía en su interior.
Cuando al fin el chico cerró la boca, Aria decidió responder lo justo y necesario:
—Soy un alfa, no sé si hay más como yo, y el resto es información confidencial.
Cargó sobre el joven con todo el peso de su mirada, a lo que comprendió de inmediato y borró esa sonrisa alegre. Otros dos jóvenes se acercaron.
—Lo siento —dijo evadiendo sus ojos—. Soy Evan, ellos son mis hermanos, Willow y Abraham.
Le hizo un gesto para señalarlos.
Aria inclino su cabeza.
—¿Puedes decirnos qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar?
—Con gusto —intervino William.
Aria sintió la presencia de Sean detrás de ella. Típica reacción masculina, estaba acostumbrada al hecho de que se creyera que tenía algún derecho sobre ella.
Una y otra vez, le dejaba en claro que era una mujer libre y pretendía seguir así.
Sin ataduras.
Aunque Sean no le entendiera sus continuos rechazos.
Pero, por otro lado, el tal William le inspiraba muy poca confianza a pesar de ser de su mismo tipo, y para agregarle distintivos, era un alfa igual que ella.
—No estoy hablando contigo —contestó con voz cortante y sin siquiera mirarlo.
La respuesta hizo a Evan reír y a sus dos hermanos sonreír. Debía admitir que los jóvenes despertaban la ternura que se escondía en lo profundo de su ser. Era agradable encontrarse con cambiantes de su mismo tipo, le hacían recordar a su clan.
Al que extrañaba.
—Muy bien, todos a sus cosas —habló Kyle—. Dejen a los pobres nuevos respirar un poco.
—Vengan —dijo Evan—. Siganme.
Aria caminó tras el joven, Sean la seguía junto con los dos hermanos.
Al pasar junto a Kyle, el hombre de cabello negro y ojos verdes la saludó.
Aún confundida por el entorno en el que estaba, siguió al joven mientras se internaba entre los pinos, cubierta por su sombra, se sintió un poco aliviada. Las demás personas se estaban dispersando. Todo en su mente daba vueltas, y el conocimiento de que esa salida que tomó desde el interior de la celda no era mas que una entrada a una celda más grande, le produjo una sensación de angustia.
Evan se detuvo delante de una mesa de madera con bancos en sus laterales:
—Adelante, tomen asiento.
De un lado, el joven se acomodó al igual que Willow y Abraham lo hicieron. Con cierta desconfianza, tomó lugar del otro lado. Sean quedó junto a ella.
Innecesariamente cerca.
—Si ustedes están aquí —habló Evan—. Significa que como el resto, los han capturado, éste—. Señaló todo a su alrededor con una vista panorámica—. Es el Cubo de Kreiger, literalmente es un cubo hecho con paredes de acrílico doblemente reforzado con fibra de vidrio, impenetrable e indestructible para un cambiante.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sean.
—Hace más de dos años que estamos aquí, hemos explorado cada parte de esta jaula.
—Debe de tener una hectárea de extensión —agregó Willow, sus ojos verdes se dirigieron al lugar donde Aria raspaba la madera con sus garras—. Eso creo.
—¿Por qué nos tienen aquí?
—Por ser animales —respondió Abraham con tono seco—. Irónicamente Hans Kreiger es un cambiante.
Sean se movió en su lugar, elevó su mirada oscura con interés:
—¿De qué tipo?
—Nadie lo sabe —respondió Evan—. Pero supongo que debe ser un latente.
Si mal no recordaba, los latentes eran los cambiantes puros o mestizos que no podían transformarse.
Lo que no comprendía era cómo un cambiante podía encerrar a otros de su misma raza. La libertad era el bien individual más preciado.
—¿Qué más saben de él? —inquirió Sean.
Willow pasó su mirada del puma a ella con cierto nerviosismo.
—Nada, no lo hemos visto ni una sola vez, pero siempre lo han mencionado como el dueño de este lugar.
—¿Quienes?
—Los humanos.
—Somos su entretenimiento —agregó Evan—. Probablemente ya habrán notado la herida en sus cuellos. Como a todos, a ustedes les insertaron un neurotransmisor en la base de su espina dorsal, con una sola descarga apenas perceptible, puede inducir al cambio.
—En palabras comprensibles —agregó Abraham—. Los humanos pueden forzar nuestras transformaciones a voluntad.
Las garras de Aria salieron, surcando la superficie de la mesa. Era imposible lo que esos jóvenes estaban diciendo. No podía ser cierto, la transformación de un cambiante no podía ser controlada por nadie más que por sí mismo.
—Eso no puede ser posible —murmuró Sean.
—Es duro aceptarlo. —la voz de Abraham se suavizó—. Pero al menos, no causa dolor como la transformación misma y sólo lo hacen una vez por semana. En el "Evento"
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Es cuando las puertas negras se abren —respondió Willow—. Y ascendemos a los recintos.
—Es cuando los humanos ricos vienen a vernos —Evan añadió—. Es por eso que William dice que somos parte de una colección, esto en términos humanos, debe ser un zoológico cambiante.
Aria cerró su puño, arañando aún más la mesa, el sonido de sus garras hizo a la joven Willow inquietarse, su mirada no encontraba un rumbo fijo y sus manos tenían ligeros temblores.
El instinto habló en su mente cuando buscó su contacto visual y ella lo evadió de inmediato, Willow era sumisa.
Y al parecer, sus hermanos no se daban cuenta.
—¿Ustedes formaron parte de un clan? —preguntó para apaciguar la tensión—. Sus familiares deben estar buscándolos.
«Así como Liam debe estar buscándome»
Evan y Abraham intercambiaron un par de miradas.
A decir verdad, los tres no se parecían en nada. Físicamente eran muy distintos. Evan tenía ojos de un intenso color azul y el cabello negro y un poco largo, mientras que Willow era rubia con ojos verdes y Abraham tenía el cabello castaño oscuro y ojos marrones.
La genética, que tanto caracterizaba a los de su tipo, había hecho de estos jóvenes una curiosa diferencia, dando como resultado, a una sumisa de ojos verdes y un dominante de ojos marrones.
Cuando por lo general, los dominantes tenían ojos verdes y azules mientras que los sumisos los tenían marrones.
—No somos hermanos de sangre —respondió Evan—. Somos... Algo así como un mini clan.
—La triple garra —agregó Abraham.
—Hermanos de corazón —terminó Willow.
Sean entrelazó sus manos encima de la mesa, estaba tan cerca que su pierna rozaba la suya.
—Los demás ¿Quienes son?
—Bien ya conocieron a William —respondió Abraham—. El otro tipo que les habló es Kyle, luego se encuentran Lidia, Roger y Samantha, Xander, Gael, y Xandiri, Trevor, Jackson, Valerie y Alana.
—Casi todos los tipos de cambiantes están aquí —añadió Evan—. Con el tiempo los reconocerán.
Los tres jóvenes se separaron y tomaron rumbos diferentes, dejándolos a ambos solos en la mesa. El silencio era puro e incómodo, no habían aves que cantaran ni insectos que produjeran algún sonido. El pedazo natural en el que estaban, era una vaga imitación de un escenario natural.
Una jaula dentro de una jaula.
Al reordenar la avalancha de información, Sean buscó el reconfortante calor de Aria, ella permanecía junto a él, rascando aún mas la mesa con sus lindas y mortales garras.
Una mujer como ella, que dejaba que el instinto salvaje guiara sus movimientos, no podía estar encerrada de esta manera.
Por lo que, debía hallar la forma de salir.
Por su bienestar, y también por sus clanes. Sean confiaba en que bajo el mando de su mejor amigo, su clan estaría a salvo, y aunque extrañaba ver a sus protegidos, podía establecer prioridades. Quien trataba con él sabía que era un hombre flexible en algunos asuntos y rígido en otros.
Era un alfa no por su fuerza bruta o su dominio —lo cual tenía— sino que, era por su forma de razonar y pensar las cosas.
—¿A dónde vas? —le preguntó al verla levantarse.
—A explorar, no pienso quedarme todo el día contigo.
El puma, gruñó cuando ella se alejó.
«Prioridades» pensó mientras calmaba al felino en su mente.
Salir de ahí era primordial. Pero si los tres chicos tenían razón y el cubo en el que estaban era irrompible para un cambiante, entonces encontrar una salida sería todo un reto para ellos.
Sean adoraba los retos que ponían a prueba su intelecto.
Así como también adoraba el reto que Aria suponía para él.
Un enigma oculto en un cuerpo pequeño que albergaba un espíritu tenaz, un corazón indomable y una voluntad de hierro.
Pero necesitaría toda la ayuda posible, y tendría que provenir de su querida Aria, y de todas las personas que estaban en ese lugar. Que a juzgar por lo que había visto, ya llevaban ahí mucho tiempo.
Mientras que la mujer se adentraba más entre los pinos, él decidió buscar al hombre que le recordaba a un buen amigo. Encontró a Kyle sentado al pie de uno de los pinos que rodeaba el gran claro, el tal William estaba con él, pero apenas lo vio acercarse se alejó y desapareció por un hueco en el suelo.
«Deben haber mas salidas» pensó.
—Hola —lo saludó Kyle.
—Hola.
—Supongo que los chicos de La triple garra ya los han puesto al tanto de lo que hacemos aquí ¿No es así? —sonrió—. Adelante, toma asiento a mi lado.
—¿Desde hace cuánto tiempo que esto funciona? —le preguntó al acomodarse en una gruesa raíz.
—Practicamente, desde que se terminó de construir. William es el que ha estado más tiempo aquí, creo que ha pasado siete años encerrado.
—¿Y tú?
—A Lidia y a mí nos capturaron hace tres años, cerca de Los Ángeles. Supongo que a la gente le gusta lo exótico, entre más raro y especial sea el cambiante, mejor.
Él solía abogar por la inocencia humana, creía fielmente que no todos eran malos.
Pero ser partícipe de un centro de encierro cambiante —porque no hallaba mejor nombre para el lugar en el que estaba— y disfrutar el sufrimiento de otros, destruía toda su confianza en la bondad de la raza humana.
—¿No han intentado encontrar una salida?
—Oh, claro que sí y ¡Vaya que lo hemos hecho! Pero no hay, este recinto está sellado herméticamente, las paredes tienen algún tipo de tecnología que impide a los que están afuera ver lo que está adentro. —su voz decayó—. Por eso son siempre blancas, siempre parece un día nublado. No hay forma de escapar, ya lo hemos intentado todo.
—Se han rendido —murmuró decepcionado.
—Yo diría que nos hemos tomado un descanso.
Desde otro hueco en el suelo, alejado de aquel en el que desapareció William, una mujer emergió y caminó hacia ellos.
Su cabello era largo y ondulado, de un bonito color castaño claro, sus ojos eran marrones y su piel blanca, llena de pecas y algunas marcas de antiguos granos.
La mujer se acercó con la mirada fija en Kyle, el hombre a su lado sonrió correspondiendo su mirada.
No había que ser adivino para saber que ellos dos eran pareja, y quizás Sean se quedaba corto. Estaba seguro de que esos dos estaban emparejados.
Después de abrazarse y saludarse con un suave beso, Kyle la acercó hacía sí rodeando su espalda con un brazo.
—Sean, ella es Lidia, mi compañera.
Sip, acertó.
—Es un gusto —saludó con cortesía.
Había fuerza y poder en sus ojos marrones. Reconoció al instante el dominio de ambos.
—Ustedes dos son alfas —dedujo con expresión pensativa.
Lidia sonrió.
—Somos una pareja alfa.
—Lobos para ser exactos —añadió Kyle.
Con razón les resultaban tan familiares.
Debía admitir que para ser un cambiante puma, los lobos le agradaban mucho más de lo normal, de una forma que ninguna otra persona podía comprender.
Se supone que lobos y felinos son enemigos naturales, pero él no creía en esas cosas. Y su alianza con el clan de Derek Miller era prueba de eso.
—Nunca había visto a un alfa puma —dijo Lidia con entusiasmo.
—Generalmente los pumas no se acercan a los lobos, pero yo no soy como los demás. Debo decir que jamás había visto a una pareja de lobos alfa.
Kyle despegó su mirada de su compañera para dirigirla hacia él.
—Sí, somos un caso muy raro —sus ojos verdes cambiaron a un amarillo pálido—. Por eso estamos aquí, a los humanos les gusta lo raro.
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Gracias por leer
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