Capítulo veintidós

Subí las escaleras, atrapando al viejo por las piernas y arrastrándolo escaleras abajo. 

—¿Qué vas a hacer con él?

Esa mujer es fuerte. Para como tenía el brazo, era para que estuviera aún quejándose.

—¿No querías que terminara con tu dolor de cabeza?

—Pero eso te puede traer problemas, puedes ir a la cárcel.

—¿La mocosa está preocupada por mí? —reí—. Es muy tarde para pensar en eso, ¿no crees? — lo agarré por el pelo y alcé su cabeza—. Que sea nuestro pequeño secreto. ¿Quieres algún trato en especial? —sacudió la cabeza y sonreí—. Mira para otro sitio —bajó la cabeza —. Eso no será suficiente. ¿Acaso quieres ver lo que le haré? 

—No. 

—Entonces, ¿por qué no miras a otra parte? 

—¿Eres un asesino?

—Estás haciendo muchas preguntas y estamos cortos de tiempo. ¿Realmente te interesa saber eso en este momento? —el viejo apretó mi pierna, y la sacudí—. Luego hablaremos, ahora terminemos con esto— lo volteé boca arriba y le puse la pierna en la barriga, para así ejercer presión en ella. 

Este viejo ya está casi en el otro lado, ha perdido demasiada sangre. 

Subí la pierna y la dejé caer en su barriga, con tanta fuerza, que comenzó a toser y vomitar. Pisé su mano con la suela del zapato, pero no tenía mucha fuerza restante como para quitarla. Luego, llevé mi pierna a sus testículos y le di una fuerte patada, a lo que soltó un grito y trató de llevar la mano suelta a su entrepierna, pero le hice presión con la suela sobre ellos y esplalló los ojos, quedando sentado; la sangre de la puñalada que le había proporcionado en la espalda, estaba cubriendo todo el suelo.

—Le diste mucho uso en tus tiempos, es una lástima que ahora no podrás usarlo más— quité mi pierna y le di un rodillazo en la nariz. No es divertido jugar con un muerto. 

Su rostro se llenó de sangre en poco tiempo, aunque no fue tan fuerte como para provocarle un sangrado excesivo. Le di varias patadas en el suelo, dándole a probar de su propia medicina; la misma dosis que le daba a esa gorda que no dejaba de mirar el escenario, por más que le dije que no lo hiciera. Odio la gente cobarde como él, de alguna manera, me hace recordar a mi padre y ese hecho me irrita el doble. 

Le daba patadas en donde lo cogiera; brazos, piernas, barriga, cara, de nada valía que tratara de cubrirse, no le quedaba energía restante para cubrirse de todas ellas. 

Presioné su frágil cuello con la pierna, cuando escuché su balbuceo y vi la saliva mezclada con la sangre que brotaba de su boca. 

—¿Ahora andas balbuceando como un bebé? — bufé. 

Escuché reír a Daisy y fijé mi mirada en ella. Nunca la había escuchado reír así.

—¿Y a ti qué te produce gracia?

—¿Realmente eres un asesino o un comediante? 

Antes pensaba que yo era el distinto, el raro, el loco, pero esta mujer me gana. Algunas veces eso la hace ver interesante. Otra mujer en su lugar estaría llorando o pidiendo que le perdone la vida a su padrastro y ella está riendo como si esto fuera algún tipo de obra de teatro. Debe odiarlo mucho, ¿y quién no lo haría luego de todo lo que le hizo? 

Ella se quejó y agarró su brazo.

—¿Ahora sí te acordaste de que tienes el brazo jodido? ¿Por qué será que tu risa fastidiosa, es como escuchar a Tiffany, la mujer de chucky? 

—Con tu cara de amargado y forma de ser, harías perfecto el papel de Chucky. ¿Será que me estás imaginando como tu mujer? 

—Cállate, o me harás vomitar. 

Ejercí más fuerza en su cuello y sus manos sostuvieron mi pierna; estuvo forcejeando por unos breves instantes, hasta que dejó de moverse. Sus ojos se apreciaban brotados y rojizos.

Miré a Daisy y estaba mirando hacia mi dirección. ¿Acaba de presenciar eso, y ella sigue así de calmada? Para algunas cosas es una joya esta mujer, debería entrenarla para que trabaje para mí. 

Luego de tener esa idea, sacudí mi cabeza. ¿Cómo pude tener ese ridículo pensamiento? Es una mocosa, no le haré vivir lo mismo que he vivido yo. 

—¿Puedes levantarte? 

—No.

—Eres una inútil—le extendí mi mano y ella subió lentamente su brazo sano y de un fuerte tirón la levanté. 

—¿Piensas dislocarme el otro, imbécil? 

—No estaría mal la idea, me gustaría volver a escucharte. 

—¡Púdrete! 

No pude evitar reír, de alguna manera es divertido ver esos cambios de ánimos en la loca. 

Subimos las escaleras y, al llegar a donde estaba el cuerpo de su madre, ella no mostró ningún tipo de preocupación o tristeza. Tuvo que haber tenido una vida de perros aquí, como para no sentir nada por ella; quizá muy en el fondo, no somos tan diferentes. 

Ella se le quedó viendo y pasó por el lado de su mamá, hasta llegar a la puerta de la entrada. El cuerpo de su madre estaba un poco más al frente de donde la había tirado; estaba claro que buscó moverse, pero no pudo llegar muy lejos. 

—Tengo que limpiar este desastre, pero será luego de que te lleve a otro lugar. Sabes que no puedes ir al hospital en este momento, ¿cierto?

—No me gustan los hospitales. 

—A mí tampoco, pero dejándome llevar por tu brazo, no creo que te haga falta ver a un médico. Creo que lo acomodé muy bien, ¿verdad? Cuando lleguemos a mi apartamento, podemos verificar nuevamente.

—No, gracias, así estoy bien. 

—Lo imaginé — sonreí—. ¿Alguien más sabe qué vives en esta casa con ellos?

—Todo el mundo lo sabe. 

—¿Tienes más familiares?

—No, todos son lejanos y nadie quiso saber de nosotros, desde el momento que a mi madre se le ocurrió la brillante idea de casarse con ese viejo inservible. 

—Parece que nadie lo soportaba.

—No.

—Tengo que darme prisa, debo regresar a este lugar luego de llevarte a otra parte. 

—No quiero dejarte solo y, menos luego de lo que hiciste. 

—Solo vas a retrasarme, y no tengo tiempo que perder. Harás lo que te digo, ¿quedó claro?

—Está bien. 

Salí de la casa y miré discretamente a todos lados; al ver que no había ningún vecino afuera, le hice seña a Daisy para que saliera. Nos subimos al auto y la traje a mi apartamento.

—Quiero que te quedes aquí. Regresaré en unas horas. Toma esta tarjeta y compra lo que necesites, la contraseña está detrás — le di la tarjeta, y ella la miró.

—¿John es tu nombre?

—Sí. 

—¿John qué?

—John Travolta. 

—Ridículo. 

—No te vayas de aquí, y no te atrevas a llamar o avisarle a nadie. 

—¿Una amenaza? —arqueó una ceja.

—Que bueno que captas rápido, ya nos estamos entendiendo. Es un buen comienzo para esta alianza. 

—¿Alianza? 

—Ya luego hablamos sobre eso, ahora me tengo que ir—di la vuelta, y caminé a la puerta.

—Espera—me detuve, y la miré.

—Gracias, John Travolta. 

—Báñate, apestas. 

Tengo que contratar dos personas que me ayuden con ese desastre. Tengo que encargarme también de las tres zorritas y, haciéndolo solo, me arriesgo a que se me escape alguna y no puedo cometer errores. 

¡Maldición! Hasta dónde he llegado por una loca. Que bajo has caído, John, creo que estás siendo demasiado bueno y blando con esa mujer. No entiendo porqué ando comportándome como un idiota, dejándome llevar por impulsos que pueden empeorar mi situación. Estoy haciendo cosas innecesarias y que pueden hacerme arriesgar todo lo que he logrado hasta ahora. 

¿Ahora qué hago yo con esa mujer? No puedo amarrarla y ponerle un collar como si fuera perro; aunque pensándolo bien, mi solución puede que sea muy simple. Debería entrenarla y usarla para cualquier trabajito sucio que pueda. No, con lo necia e imprudente que es, lo más probable se ponga a discutir con quien se le cruce enfrente. Esa mujer es un peligro más con la boca, que con un arma, estoy casi seguro. Debo analizar todo con detenimiento, pero luego; primero lo primero. 


Daisy

Se supone que sienta miedo de ese hombre tan misterioso y, que acaba de matar a mis padres, pero extrañamente no puedo sentir nada de eso; a pesar de también haber visto su cara de satisfacción al matar a mi padre o incluso al ver el cuerpo de mi madre en el suelo. Sabía que era alguien peligroso, pero no sabía cuánto. Ante mis ojos es como un ángel caído del cielo, quizá como ese genio que cumplió por fin mi deseo. Fuera de que es un narcisista, un imbécil, amargado, odioso, malcriado, cruel y un asesino, muy el fondo es la única persona que se ha preocupado por mí; la única persona que fue capaz de ayudarme y no me dio la espalda como todos. 

Me sentía aliviada de poder salir de ese infierno, en el que creí que pasaría mis últimos días. Tenía mucho miedo y no quería demostrarlo; si llego a mostrarle el miedo que sentía al estar ahí, quizás él sí hubiera acabado conmigo en ese momento. Es alguien difícil de interpretar, no se puede saber lo que piensa o lo que hará y, es algo que me causa algo de inquietud. Si hubiera querido matarme, ya lo hubiera hecho y, no hubiera pasado por todo eso con tal de sacarme de ahí. Le debo la vida y tengo que buscar la forma de pagarle todo lo que hizo. 

John

—No olviden la paga, solo necesito que se encarguen de esos dos cuerpos y, de la limpieza me encargo yo. Los llevarán al sitio que les indiqué y luego me encargaré de sus cuerpos. Al terminar, tendrán la otra mitad de su parte y tres buenas perritas para divertirse. ¿Nos estamos entendiendo?

—Sí, señor. 

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