Capítulo ochenta y ocho
—¿Hay algo que quieras decirme? —le pregunté.
—Sí. ¿Qué estás esperando para moverte?
Creo que me ilusioné estúpidamente por nada.
Tomé la base del cuchillo y con el pulso de un cirujano, corté el dedo de Vicenzo. Por si no era suficiente llevando el anillo, nunca está de más algo extra.
—¿Vas a tratarte esa herida?
—No es tan profunda. No lo necesito. ¿A esto le llaman chalecos especiales?
—No eres invencible por llevarlo puesto. No te quejes tanto.
[...]
En el trayecto, limpié la sangre que cubría mis manos y rostro, luego fui a llevar el trofeo a un buzón en medio de una calle no tan transitada a estas horas, tal y como lo solicitaba el contrato. Solo faltaba esperar a que corroboren que el contrato fue ejecutado con éxito y el dinero fuera depositado directamente a nuestra cuenta. El equipo de limpieza se encargaría de dejar toda la zona libre de suciedad, por lo que no había nada de qué preocuparnos.
Ahora bien, pensaba que ella me llevaría de regreso a donde nos reunimos, pero no. Tal parece que su destino era otro, y no fue hasta que se detuvo en el hotel Excelsior Gallia, que lo confirmé.
—¿Por qué me has traído a un hotel? No te hacía tan interesada en comerte este postre tan pronto.
—No te preocupes, los hombres como tú no son mi tipo, así que descansa tranquilo.
—Eso no lo decías… —me mordí la lengua, justo antes de soltar una necedad.
Joder, me dan cuerda y sigo corriendo en piloto automático.
Le seguí, guardando solo un poco de distancia para verla caminar y así fuese en silencio, apreciar lo que alguna vez fue mío y ahora me tengo que conformar con solo mirarlo.
Ajeno a la excentricidad de la habitación, toda mi atención estaba en su cuerpo.
—¿También estás de paso? Pensé que tenías una residencia aquí.
—Mañana regreso a los Estados Unidos.
Por lo visto, no quiere brindarme detalles, pero no importa, lo averiguaré.
—¿Me dirás la razón detrás de haberme traído a tu habitación? ¿No te preocupa en lo más mínimo estar con un completo desconocido en un espacio tan íntimo y cerca de una espaciosa cama?
Sonrió ladeado, acercándose con segundas intenciones; era bastante evidente para mí, aun así, me permití soñar en grande.
—Solo alguien débil y con poca fuerza de voluntad podría temer a algo tan insignificante como eso—abrió mi chaleco, descansando su mano sobre la herida de mi pecho—. Solo quiero deleitarme con tu dolor—me quitó el cuello clerical, dejándolo caer a nuestros pies—. Aunque tengo la leve sospecha de que eso lo disfrutarías mucho más que yo—fue soltando botón tras botón de mi camisa, mirando mi torso y abdomen al descubierto—. Tienes muchas cicatrices— pasó saliva, frunciendo el ceño y apartándose hacia el baño.
—¿Te tomas esta molestia con todos tus compañeros?
—Tal vez…
Salió del baño con un kit rojo de primeros auxilios y lo arrojó sobre la cama.
—Úsalo.
Al parecer no quería perderse ni un instante del proceso en que desinfectaba la herida. No se había movido, tampoco articulado alguna palabra, solo me observaba en completo silencio. Con los dientes corté la cinta que usaría para pegar la gasa y finalmente se movió, arrebatándome la cinta de las manos y cortándola por sí misma con la tijera.
—Es estresante tu inutilidad. ¿Cómo alguien como tú ha llegado tan lejos? ¿Acaso no puedes hacer más de una cosa a la vez?
—¿Eso crees? —sonreí—. Ponme a prueba.
—Acabo de hacerlo— le puso cinta a todos los bordes de la gasa, asegurándose de que se mantuviera cubriendo la herida.
Guardó todo de regreso en el kit y lo dejó sobre la mesa, justo al lado de la pequeña barra, donde sirvió cognac en dos copas y me extendió una. No puedo entender sus acciones o descifrar su siguiente movida, se ha vuelto muy impredecible a cómo era. ¿Qué está buscando?
Es evidente que quiere algo. Juzgando a la mujer en la que se ha convertido, traerme a su habitación y tomarse un trago con alguien en quien no confía en lo más mínimo, no es algo que haría alguien en su sano juicio. Me limitaré a seguirle la corriente hasta que esté dispuesta a ser directa e ir sin rodeos. Aunque sé que conmigo no bajará la guardia tan fácilmente.
—¿De dónde nos conocemos? —su pregunta me sacó de órbita, pues no era lo que esperaba.
—No entiendo tu pregunta.
—Vale, entiendo. Seguirás subestimándome... ¿Te parece que soy una mujer fácil de engañar?
—Explícate mejor.
—Te lo dije una vez; no creo en las casualidades. Tu entrada en la organización y tanta confianza de tu parte hacia mí no es normal. Confiaste en que te protegería la espalda, en que estaría de tu parte y no haría nada en contra en la tarea, hace un momento permitiste que me acercara lo suficiente y sin mostrar una chispa de desconfianza en tus ojos, aparte de eso, acabas de tomar de una copa cuya procedencia desconoces, como si tuvieses la seguridad de que sería incapaz de envenenarte o asesinarte. ¿Quién demonios eres?
¿Haría alguna diferencia si le revelo quién soy? ¿Podría recordarme a mí o a algo de lo que vivimos juntos en el pasado? ¿Recordará siquiera a nuestra hija? No puedo tomar una decisión de esa magnitud de esa manera. Debo ser cuidadoso y llevar las cosas con calma. Decirle la verdad de golpe podría confundirla y las cosas bajo presión no funcionan.
—Si te sientes intranquila sobre mi identidad, es tan sencillo como descubrirla por tu cuenta— me levanté de la cama, dejando la copa sobre la barra—. No sé, quizás encuentres algo que sí te parezca interesante. Ya tengo que regresar. Gracias por la hospitalidad y, sobre todo, por tu ayuda, así haya sido por lástima. Nos volveremos a ver, de eso que no te quepa ni la más remota duda.
Sus manos se aferraron a mi camisa abierta, mi corazón galopó demasiado fuerte tras su repentino pero deseado acercamiento.
—Yo te traje, soy yo quien decide si te quedas o te vas.
Su beso fue como un viaje en el tiempo, una ráfaga de recuerdos que me transportó a esos años pasados, cuando nuestros labios se encontraban con la misma pasión y fervor. Aunque han pasado muchos años desde la última vez que probé sus labios, esta vez fue ella quien me robó el aliento con su beso ardiente y tentador, como si en lo profundo de su ser anhelara esto tanto como yo. Era imposible elegir entre la intensidad de sus labios antes y los de ahora. Ambos en mi puta cabeza eran un paraíso al que moría por devorar.
—Ahora sí puedes irte—susurró sobre mis labios, con su respiración agitada y una sonrisa victoriosa plasmada en sus labios.
¿Así que quiere tener la última palabra? ¿Así de orgullosa se ha vuelto? Bien. Me unire a su juego.
—Me parece que esto ha sido más una invitación indiscreta a quedarme. Tu orgullo no apaciguará ese fuego interno que se ha desatado con ese húmedo beso. Más que nadie deberías saberlo.
Será mejor que salga de aquí, antes de que le haga un hermano a Mía. Quiero ser fuerte, pero con lo duro que me pone, la fuerza de voluntad la pierdo.
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