Capítulo ochenta y nueve
—¿Orgullo? —volvió a sonreír—. Admito que has despertado en mí mucha curiosidad—soltó la copa, justo al lado de la mía, mientras su otra mano se enredaba en el cinturón de mi pantalón—. Esto te debe molestar, ¿cierto?
Bandera roja. Estoy entrando en terreno peligroso. Mi hombría entre sus manos podría perecer.
—Si vas a tratar a alguien mal, mejor que sea a mí, no te desquites con él.
—Como si no detectara a un hombre masoquista—me empujó contra la cama, y solo me limité a observar cómo esa demonia se soltaba el cabello y bajaba el cierre de su traje táctico por el costado.
En instantes, el traje cayó a sus pies, revelando su desnudez y, aunque mi amor por ella trascendía su mero aspecto físico, incluyendo esas curvas que solían enloquecerme, dejando de lado su delgadez actual, me llenó de ira observar el templo que consideraba sagrado y enteramente mío, profanado de esa manera. Las cicatrices marcadas para siempre, como testigos mudos de su sufrimiento, adornaban cada centímetro de su piel. No había una sola zona de sus dos pechos para abajo, que no tuvieran moretones, cortes y quemaduras. Desde su ombligo hasta la zona pélvica, tenía una cicatriz vertical que ni siquiera era recta, cualquiera diría que había sido realizada por un carnicero. El tatuaje de la serpiente en su pecho era lo único inalterado.
—Quizá lo mejor sea estar en igualdad de condiciones.
—¿Quién te hizo esto? —mis palabras apenas fueron un susurro, debido a esa furia retenida que ebullía en mi interior.
—¿Qué hay con esa expresión? ¿No te gusta lo que ves?
—Responde. ¿Quién te hizo esto? —mi voz se elevó, una mezcla de ira y angustia chocando en cada sílaba.
—¿En qué momento se convirtió esto en un interrogatorio? —su respuesta fue una defensa evasiva, como si intentara desviar la conversación hacia un terreno más seguro.
—¡Respóndeme, maldita sea! —exploté.
—¿No fuimos cortados con la misma tijera? Las cicatrices se llevan con orgullo. Son un testigo silencioso de nuestras victorias.
—¿Victorias?
—Estamos vivos, ¿no es eso motivo suficiente del cual sentirse orgulloso?
Las palabras se me quedaron atoradas en la garganta.
—Ya puedes irte—su voz resonó con una frialdad que cortaba como un cuchillo afilado mientras se agachaba para recoger su traje del suelo.
—Espera, tú y yo necesitamos hablar sobre esto—intenté interceder, pero mi voz sonaba débil y desesperada, incapaz de detener el torrente de emociones que amenazaba con ahogarme.
—Simplemente no funcionó. No eres el verdadero hombre que esperaba —sus palabras fueron como un golpe directo a mi orgullo, dejándome aturdido y sin aliento.
—Cosita, yo... no se trata de eso—traté de encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que salió fue un susurro incoherente mientras veía cómo era ella quien se marchaba del cuarto, llevándose consigo el eco de lo que podría haber sido y nunca fue.
La visión de su cuerpo maltratado seguía rondando mi cabeza y atormentándome. Esto no se quedará impune. Encontraré a ese infeliz que se atrevió a dañarla y pagará con sangre, lo juro.
[...]
Al día siguiente, esperé en vano la llegada de Daisy, pues no apareció. Era evidente que estaba evitando enfrentarse a mí. Mientras me dirigía al aeropuerto, mi teléfono comenzó a sonar insistentemente. Era la organización, confirmando el éxito de la primera tarea y el depósito del dinero en mi cuenta.
Aunque el teléfono seguía sonando con nuevas ofertas, decidí no aceptar ningún contrato por el momento, a menos que fuera absolutamente necesario. Mi prioridad era investigar más a fondo lo sucedido con Daisy ahora que la había encontrado.
Regresé a Chicago con un nudo en el estómago, preparado para enfrentar a Kleaven y cumplir con mi parte del trato. Al llegar a su despacho, lo encontré esperándome con una sonrisa que apenas podía ocultar su emoción.
—John, hasta que por fin regresas. Estoy tan emocionado de tenerte de regreso—dijo con entusiasmo—. Me he sentido tan solo sin tu compañía y protección.
Le informé que había logrado infiltrarme en la organización y que estaba cada vez más cerca de descubrir al culpable detrás de los últimos acontecimientos, omitiendo los detalles más relevantes que, evidentemente no estaba dispuesto a contarle. Él me escuchó atentamente y luego, con una mirada cómplice, mencionó lo del dichoso favor.
—Recuerda, favor con favor se paga.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando su mano se posó en mi pierna.
—El tiempo que has estado fuera me ha servido para meditar sobre qué realmente quiero de ti.
—¿Y ya lo tiene claro?
—Por supuesto. Siempre eres tan complaciente y divino conmigo que no podía esperar a probar cosas nuevas.
—Me complace saber que puedo servirle de algo.
Se levantó del sillón y abrió el armario de su despacho. Sacó un vestido japonés de un vibrante rojo, este evocaba la elegancia y sensualidad de una geisha moderna, que encajaría perfectamente en el cuerpo de una mujer, no de un maldito hombre como yo. La falda corta mostraba un sutil patrón de flores en tonos más oscuros, añadiendo un toque de sofisticación. El corpiño ajustado resaltaría fácilmente las curvas de una mujer, pero no las mías. Aunque la prenda emanaba una belleza exótica, me sentí encolerado y asqueado por su solicitud, pero sabía que no tenía otra opción más que ceder. Ser su perra no era suficiente. Quería humillarme de todas las maneras posibles, habidas y por haber.
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