Capítulo noventa y cinco

Me comuniqué con el piloto de mi avión privado, indicándole que preparara todo para un despegue inmediato. La incertidumbre llenaba el aire. Era increíble cómo las cosas podían cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Apenas unas horas antes, estaba perdida en la furia y el desamparo, y ahora me encontraba a punto de embarcarme en un viaje hacia un futuro incierto junto a un hombre del que no podía estar segura cómo sentirme.

Aunque me moría por preguntarle más a John sobre todo lo que no entendía, decidí mantener el foco en nuestra prioridad: nuestra hija. Ninguno de los dos se atrevía a romper el frágil silencio que nos envolvía. 

El despegue fue suave, y el vuelo se sintió interminable. El silencio entre John y yo era denso, cargado de preguntas no formuladas y respuestas que quizá ninguno de los dos estaba preparado para dar. Me sumergí en mis pensamientos, intentando procesar los eventos recientes y planear nuestros próximos pasos. Cada minuto parecía alargarse mientras volábamos hacia Los Ángeles.

Finalmente, tras varias horas de vuelo, aterrizamos en el aeropuerto de Los Ángeles. Alquilamos un auto y nos dirigimos hacia la residencia de su hermano, donde se encontraba nuestra hija. El trayecto en auto fue igualmente silencioso, ambos concentrados en lo que estaba por venir. 

La residencia estaba ubicada en un lugar recóndito, tranquilo y acomodado, con calles arboladas y solitarias. Al acercarnos, pude ver la casa: una construcción moderna de dos pisos, con un amplio jardín delantero y una cerca baja que delineaba la propiedad. La fachada era de un blanco inmaculado, con grandes ventanales que dejaban ver un interior elegantemente decorado.

Nos detuvimos frente a la entrada y bajamos del auto. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de ansiedad y emoción. Mientras caminábamos hacia la puerta, me giré para mirar a John. Sus ojos reflejaban la misma mezcla de emociones que sentía yo. 

Tomé una profunda respiración y llamé a la puerta, esperando que el siguiente paso me acercara un poco más a recuperar lo que había perdido.

Cuando la puerta se abrió, mis ojos se encontraron con un hombre medio despeinado y adormilado, cubierto a medias por una bata negra desabotonada en el torso. Los tatuajes en sus brazos y pecho eran visibles, y su apariencia me resultó algo curiosa. 

«Debe ser el hermano que mencionó John», pensé.

Sus ojos se ensancharon de sorpresa al verme y, con expresión incrédula se acercó.

—¿Panterita?

No le respondí. La ansiedad por ver a mi hija era mayor que cualquier otra cosa en ese momento. Lo pasé de largo y entré a la casa, mirando a todas partes. 

—¿Dónde está mi hija?

El hombre tardó unos instantes en reaccionar. 

—Dios, ¿qué te sucedió? Ha pasado tanto tiempo, me alegra tanto verte con vida— dijo, acercándose con intenciones de abrazarme. 

Sus palabras eran empalagosas y su afecto excesivo me hizo sentir amenazada. Eran sentimientos desbordantes de un completo desconocido.

Mi instinto de defensa se activó. Con un movimiento rápido, hice una llave que torció su intento de abrazo en una voltereta, haciendo que su espalda chocara de lleno contra las losas del suelo. Fue un acto reflejo.

La respiración del hombre se volvió entrecortada por el impacto, y lo miré con desconfianza.  

—¿Dónde está mi hija? —le repetí, esta vez con más firmeza, sin darle tiempo para otra muestra de afecto.

John, que había seguido mis movimientos, se acercó rápidamente, evaluando el panorama, pero con una extraña curvatura en sus labios, como si la situación le resultara divertida. 

—Espero que eso te haya servido para que se te quiten las ganas de ponerle las manos encima a mujeres ajenas—se burló, disfrutando visiblemente del espectáculo.

—Está arriba, en su habitación—respondió con la voz entrecortada por el impacto de la caída.

Me levanté rápidamente, dejando atrás a los dos hermanos, y me dirigí hacia las escaleras con prisa. La ansiedad y la adrenalina me impulsaban a subir cada peldaño con rapidez. Me detuve frente a una puerta al final del pasillo, puerta que estaba rotulada con el nombre de «Mía», y tomé aire antes de abrirla. Mis manos temblaban ligeramente mientras giraba el pomo.

Dentro de la habitación, una pequeña figura descansaba en la cama, su carita serena en el sueño. Me acerqué lentamente, mi corazón martillando con fuerza, y me senté en el borde de la cama. La observé por un momento, permitiéndome absorber cada detalle de su hermoso y angelical rostro. 

Mis ojos barrieron la habitación, deteniéndose en el cuadro colgado en la pared. Era una fotografía de John y yo el día de nuestra boda. La misma foto que había visto en la información que me dio Clarissa. Verla ahí, en la habitación de nuestra hija, hizo que todo se sintiera más real y doloroso al mismo tiempo. Este era el hogar que debería haber compartido con mi familia.

Mis manos temblorosas se extendieron hacia ella, acariciando suavemente sus mejillas y su sedoso cabello. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, sin manera de retenerlas. 

—Mi pequeña... 

Le quité la sábana que la cubría para verla completamente, mis dedos trazando líneas suaves sobre su piel. 

Lamentaba profundamente no haber estado ahí para ella durante sus primeros años, años que nunca recuperaremos. Sentía un dolor agudo y punzante en el pecho por todos los momentos perdidos, por no haber sido capaz de protegerla antes. Sin embargo, estaba determinada a ser una verdadera madre y darle todo el amor que no había podido darle hasta ahora. 

Aunque no recordara siquiera el primer momento en que vi su rostro, en que cargué su pequeño cuerpo, de algo estaba totalmente segura, y es de que haría todo por enmendarlo y de hoy en adelante ser la madre que ella merece y necesita. Nada ni nadie me separará de mi hija de nuevo. 

Mis lágrimas caían sobre su almohada mientras continuaba acariciándola, mi amor por ella inundando cada rincón de mi ser.

John entró a la habitación y me observó en silencio, respetando el momento. La habitación se llenó de una paz que no había sentido en años. Por fin, después de tanto tiempo, estábamos juntas. Me costaba creer que esto estuviera pasando. Todo se sentía tan irreal, un sueño del que no quería despertar. 

De repente, Mía comenzó a moverse, despertándose lentamente. Sus ojitos se abrieron, y al verme, una sonrisa iluminó su rostro.

—¿Angel mamá? —dijo con voz somnolienta.

Mi corazón se derritió al escuchar esas palabras. Se acurrucó en mi falda, y yo la rodeé con mis brazos, llorando en silencio por la nueva oportunidad que la vida me estaba dando para ser su madre. 

Mi hija me reconoció, y me quemaba por dentro sentir esta increíble conexión y calidez en mi pecho, más no poder recordar los momentos que compartimos juntas. 

Mientras acariciaba su cabello, sentí que el teléfono vibraba en mi bolsillo. John también recibió una notificación, pero simplemente apagó el sonido, restándole importancia. Intenté hacer lo mismo, no quería que el sonido despertara a Mía. Sin embargo, mis ojos se posaron en la pantalla y mi sangre se heló al ver el nombre de mi hija. 

Perfil del Contrato: Mía Devon

Nombre: Mía Devon

Edad: 6 años

Paradero: Los Ángeles, California

Coordenadas: 34.1203° N, 118.4030° W

Descripción Física:

Altura: 3'5" (104 cm)

Peso: 35 lbs (16 kg)

Cabello: Negro

Ojos: Negro

Detalles Adicionales: Hija de Daisy y John, objetivo prioritario debido a la excommunicati de sus padres.

Recompensa Inicial: $20,000 USD (actualización en tiempo real: $25,000 USD)

Motivo del Contrato: Daisy y John han violado múltiples reglas de la organización, incluyendo:

-Identidad falsa.

-Filtración de información y violación de privacidad.

-Involucramiento emocional entre miembros de la organización.

-Ocultar información (infiltrarse en la organización con motivos ocultos).

-Asociados o personas de interés: Kwan Devon

Estado: Excommunicati (excluidos de la organización, sin protección, objetivo de eliminación). 

Ya lo saben, saben mi nombre real y piensan que soy una infiltrada. No esperaba que las cosas iban a tomar este rumbo. No hay manera de hacerles entrar en razón o de cambiar esa decisión que han tomado. 

La cifra subía esporádicamente, sobrepasando los $50,000 dólares en menos de diez minutos. Tendremos a varios mercenarios detrás, pero eso no es lo que me preocupa, lo que me hierve la sangre es que se hayan atrevido a involucrar a mi hija. La felicidad me ha durado muy poco, como si no fuera merecedora de ella. 

—Tenemos problemas… —le informé—. Muchos problemas. 

—¿Pasó algo? 

Su reacción fue instantánea al mostrarle mi  teléfono, su rostro y mirada se oscurecieron. 

—Bienvenido a las consecuencias de este romance tan apasionado y lleno de adrenalina. Me temo que tendremos que trabajar nuevamente en equipo. 

Apretó los puños. 

—¿Piensas lo mismo que yo? —Su pregunta me llenó de curiosidad—. Eres la primera en comentar que no crees en las casualidades… 

—Alguien no está contento de que su empleado de confianza se haya vuelto rebelde y se haya escapado sin su permiso, eso es seguro. 

—Entonces piensas lo mismo… Dijiste algo muy curioso antes de pedirme que nos fuéramos juntos. Hablaste de un emblema, del anillo que tiene Kleaven en su dedo meñique. Dijiste también que lo habías visto en el lugar donde te tuvieron encerrada, incluso me acusaste de estar confabulado con él. Cumplí con lo que me pediste, vine contigo, también te traje con nuestra hija, pero ahora es momento de exigirte la misma muestra de confianza. Digo, si quieres que esto funcione, que podamos salir de esta tormenta que se aproxima, lo menos que puedes hacer es ser honesta y contarme lo que sabes. 

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