Tratando de no amarte

La brisa movía su cabello rojizo con el vaivén del columpio en el que se encontraba, tenía la cabeza recargada en la cadena y veía al horizonte con los ojos llenos de tristeza.

Estaba en el parque cercano a su escuela. A esa hora los niños hacían tarea o comían en casa con sus familias, así que no había nadie a su alrededor y ella podía hundirse en su pena sin ser molestada.

La moda actual era aparecer la piedra del destino para descubrir si acaso era la mitad del interés amoroso.

La mencionada roca era un pedazo de alma que los seres de arriba hicieron accesible al ser humano para poder encontrar a sus parejas predestinadas. Un pequeño empujón que en muchos casos se había visto más como una maldición, y por eso las personas dejaron de buscar de aquella manera. Hasta las últimas semanas que se convirtió en una plaga de pedidas y respuestas.

Para su desgracia, su mejor amigo diario recibía una propuesta; y él, por darle gusto a las chicas, o por su absurda inhabilidad para negarse a los ojos tristes, siempre trataba. Hasta la fecha ninguna piedra había sido su par, y eso la llenaba de cierto alivio.

«Pero debe de estar allá afuera» pensó con tristeza sintiendo un nudo en la garganta.

—Una moneda por saber lo que piensas. —Una voz grave le dijo empujándola gentilmente en el columpio.

Ella no pudo evitar la sonrisa que se formó inmediatamente en su rostro al reconocer quién le hablaba.

Volteó y lo miró, seguramente acababa de salir de su entrenamiento ya que tenía el cabello húmedo y en el suelo estaba la maleta donde normalmente llevaba su uniforme.

—¿Tan sólo una moneda? Creí que mis pensamientos valían más que eso —bromeó.

Él se sentó en el columpio a su lado y la miró con una pequeña sonrisa.

—Honestamente tus pensamientos son invaluables, ni todo el oro del mundo alcanzaría para pagarlos —dijo viéndola fijamente.

Ella se estremeció ante tal mirada, así que giró la cabeza hacia el otro lado. Anhelaba preguntar, pero le temía a la respuesta.

Su amigo no era un chico común y corriente: tenía los ojos verdes más hermosos del planeta, con los que parecía escudriñar su alma, y su cabello, del color de la arena, siempre la tentaba a querer enredar sus manos en él; era mucho más alto que ella por lo tanto siempre la hacía sentirse protegida en sus brazos.

—A veces me pregunto si solo me dices eso para verme sonrojada, Zack —susurró ella con las mejillas ligeramente coloradas.

—Tantos años de conocerme, Keyla, y aún te lo preguntas —dijo el chico con una sonrisa en el rostro.

Ella no regresó su mirada a él hasta controlar sus emociones, las necesitaba bajo control para hacer aquella pregunta que le atormentaba.

—¿Y...? —Keyla empezó a cuestionar pero lo escuchó bufar con irritación.

—Si quieres saber cómo me fue con Vania, solo pregunta —dijo en un ligero tono de molestia.

—Por cómo te acabas de comportar creo que no debería, es obvio lo que pasó —comentó sintiéndose aliviada.

Zack suspiró con pesadez.

—Debo aprender a decir que no —espetó con frustración.

—Sobre todo si no crees en eso. —Keyla le recordó sintiendo que un enorme peso se había quitado de sus hombros.

Zack hizo girar los ojos con molestia.

—Se me hace una patraña, ¿cómo es que existen almas gemelas si estadísticamente hay más mujeres que hombres en el planeta? —preguntó irritado.

Keyla se columpió un poco antes de contestar.

—Bueno, puede ser que el alma gemela sea del mismo sexo —alegó.

Zack la vio con sorpresa antes de asentir y recargar la espalda en la cadena del columpio.

—Tienes un buen punto... Aún así, no creo en eso.

—Pero apareces tu piedra cada que te lo piden —le recordó.

Zack se encogió de hombros con desdén.

—En cierta forma la curiosidad me gana, además tengo ese pequeño defecto de no poder...

—No sabes negarte, lo sé —murmuró Keyla con pesadez.

Su amigo le dio una sonrisa llena de culpa, puso la cabeza en la cadena del columpio y la miró por unos momentos.

—¿Sabes que tienes unos ojos que cambian de color? —preguntó en un hilo de voz mientras se columpiaba ligeramente.

Keyla sintió que el aire escapaba de sus pulmones y su corazón comenzó a acelerar sus latidos, odiaba cuando hacía eso, siempre le hacía sentir una pequeña luz de esperanza.

—¿Me estás queriendo decir que estoy defectuosa? —cuestionó en voz baja esperando que nada en ella traicionara el nerviosismo que sentía.

Zack soltó un risa que inmediatamente causó que su estómago se llenara de mariposas, su voz era grave y seductora. De hecho, ante sus ojos, él era el hombre ideal.

Lástima que sólo la viera como una hermanita.

—Te estoy diciendo que hasta tus ojos son interesantes —respondió con una enorme sonrisa que la hizo derretirse por dentro.

Vieron pasar a un grupo de chicas, Vania entre ellas. La chica de cabello café y rizado con ojos azules los notó y tras sonrojarse se alejó casi corriendo, Keyla la miró mientras lo hacía.

—¿Tan mal fue? —preguntó sin dejar de ver la espalda de la chica que huía.

Zack frunció el ceño.

—Trató por cinco minutos de unirlas, es bastante obstinada.

Su amiga guardó silencio antes de cerrar los ojos y bajar la mirada con cierta vergüenza.

—Yo prefiero esconder mi roca en lo más remoto y oscuro de mi alma —murmuró Keyla con tristeza.

Zack se tensó y la miró con pesadez sabiendo perfectamente bien por qué escondía su roca.

—Adriel es un imbécil, lo sabes —gruñó con enojo.

Keyla se encogió de hombros. En realidad se sentía una tonta, le dio todo a ese chico para sacar a su mejor amigo del corazón y al final todo se le volvió en contra.

—Quién diría que un hombre te podía dejar porque sus piedras no encajaron —recordó con una sonrisa cargada de ironía y melancolía.

Zack miró a la nada apretando la mandíbula.

—Por eso digo que son patrañas, yo no pienso estar con alguien solo porque una piedra me lo indique.

—Y aún así apareces tu roca del destino para probarla con las chicas de la escuela.

Zack la miró unos momentos y finalmente suspiró como si hubiera aceptado una dolorosa derrota.

—¿Quieres una verdad? —le preguntó en un susurro.

Keyla lo miró con sorpresa y tuvo miedo de aceptar, algo le decía que odiaría la confesión.

—Hay una chica... —le reveló mirando al horizonte—. Llevo tiempo esperando que me proponga probar nuestras rocas, pero lo veo lejano.

Si había una manera de matar el alma de alguien con tan sólo unas palabras, Zack lo había hecho en tan sólo diez segundos. Keyla trató de contener las lágrimas y se negó a hablar, pues sabía que su voz la iba a traicionar de la peor manera.

Su amigo volteó y la observó ladeando la cabeza y ella desvió la mirada para tragar saliva con dificultad. Sentía cómo aquellos ojos verdes la inspeccionaban.

—Al final eres un romántico empedernido como Adriel —susurró y su voz se quebró al final.

Zack se levantó del columpio rápidamente y se hincó frente a ella, sus ojos mostraban un profundo arrepentimiento sabiendo que la había hecho sentir mal. Keyla odiaba que la conociera tan bien.

Su amigo sacudió la cabeza una y otra vez antes de verla con cierta desesperación.

—No, Keyla, no soy como ese tipo, yo nunca te lastimaría de esa manera —exclamó tomando sus manos en las de él para estrujarlas con fuerza.

Ella lo vio con gentileza pensando que inconscientemente lo acababa de hacer, pero jamás se lo haría saber.

—Lo sé —susurró forzando una sonrisa.

Zack se levantó y la instó a imitarlo, cuando lo hizo, el chico la abrazó presionándola con cierta fuerza a su cuerpo.

—Lo siento, Keyla, no quise que recordaras a ese idiota —susurró poniendo la cabeza sobre la de ella.

Ella escuchó el rápido latido de su amigo en los oídos. Ese abrazo la llenaba de sentimientos encontrados pues la protección que experimentaba en sus brazos era algo indescriptible y a la vez agonizante. Ese chico la podía armar y desarmar en tan sólo unos segundos con tan solo unas pocas palabras y acciones.

Puso los brazos alrededor de él y suspiró. Odiaba amarlo y no poder gritarlo a los cuatro vientos.

—Lo sé, Zack, siempre tratas de protegerme. —Sintió de nuevo un nudo en la garganta—. Eres un gran amigo.

Debía recordarse todos los días que el cariño que Zack sentía hacia ella era tan solo algo que se limitaba a la amistad... Aunque esa revelación le doliera.

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