Sin ti
Keyla prácticamente huyó de la escuela pues no quería ver a nadie. Sabía que se iba a desmoronar frente a cualquiera que le llegara a preguntar qué estaba mal.
Corrió desde la escuela hasta su casa, y aunque eran unas cuantas calles, no le importó. Al llegar a ella se encerró en su recámara y se dejó caer al piso dónde puso las manos en su pecho mientras lágrimas recorrieron su rostro con libertad y sonidos de sollozo se ahogaron en su garganta. ¿Por qué le dolía tanto? No era como si Zack jamás hubiera tenido novia.
«Es porque dijo esperar a una chica» Tal vez en un lugar profundo de su alma, esperaba ser ella.
Lo tuvo que ver probar su piedra varias veces, ahora lo tendría que observar con aquella compañera a la que según no le quería dar una oportunidad.
Suspiró tratando de calmar el dolor en su alma e intentó limpiar su rostro con la parte trasera de su sweater, sabía que seguramente su cara estaba roja y sus ojos hinchados.
Sintió algo vibrar en sus jeans, sacó el celular y vio que él la estaba llamando; rio con cierta amargura mientras desviaba la llamada y dejó caer el aparato al suelo, no quería que le contara sobre su nueva relación, no tenía la estabilidad sentimental ni mental para escucharlo.
Juntó las rodillas a su pecho y recargó un brazo en ellas, puso una mano en su frente y luego la pasó por su cabello lentamente. Se sentía morir, tal vez estaba exagerando pero su corazón se dolía cada que pensaba en Zack besando a Vania.
Tal vez lo mejor para su salud mental era alejarse de su amigo, darse un espacio para poder sanar su corazón y superarlo.
Bajó las piernas y puso ambas manos sobre su pecho para hacer una ligera presión sobre él y causar que una luz blanca apareciera en medio de ellas. Las alejó y miró con curiosidad su piedra: era la mitad de un círculo que aparentaba ser de cristal más no era tan frágil, los cortes en un costado eran los que debían encajar con los de su alma gemela.
«Hay millones de personas en el mundo, debo soltar a Zack» pensó con tristeza mientras observaba aquél pedazo de su alma. Tal vez si dejaba de pensar en su amigo como en un potencial novio se daría la oportunidad de conocer a alguien más y, ¿por qué no? Encontrar a su otra mitad.
Recordó cierto sobre con una carta que llevaba semanas aguardando por una respuesta, se había detenido por él, pero ahora...
Suspiró y tras regresar la piedra a su pecho, se levantó, caminó con pesadez al escritorio y sacó un papel; tal vez era momento de aceptar la invitación de su padre e irse a vivir con él del otro lado del océano Atlántico... Sólo así se sentía capaz de olvidar a Zack.
Zack miró su celular con frustración, llevaba mínimo quince llamadas en menos de dos horas. Lo guardó en su bolsa con cierto enojo y salió del vestidor recordando que la única vez que lo ignoró de esa manera fue cuando estuvo en una relación con el idiota ese... Casualmente.
Pensó en lo que vio hace unas horas y sacudió la cabeza con enojo; justo ayer hablaban de él. No sabía que aún estaba interesada o que siquiera estaba en sus planes darle otra oportunidad. Empuñó la mano. Verla de esa manera con su ex lo puso mal, mucho, había cometido una estupidez y ahora no sabía qué hacer.
Caminó hasta su auto no sabiendo si esperar o ir a su casa a hundirse en la tristeza y desesperación. Debió decirle, era un imbécil, debió aprovechar el día anterior para confesar lo que sentía. Aunque, tal vez no hubiera cambiado nada y habría arruinado la mejor relación de su vida.
Abrió la puerta del auto y aventó su mochila en el asiento del pasajero antes de poner ambos brazos en el techo y recargar su cabeza en ellos, soltó un largo suspiro.
—¿Has visto a Keyla? —Escuchó detrás de él.
Zack giró y observó a la castaña quién se veía furiosa. Sacudió la cabeza lentamente.
—Ni siquiera responde mis llamadas —contestó con frustración.
Zuri cruzó sus brazos y lo miró con molestia.
—Dime que el rumor es mentira —le exigió.
«Malditas redes sociales» Zack pensó con enojo desviando la mirada.
—Porque si es cierto juro que te voy a golpear hasta cansarme —lo amenazó.
El chico de ojos verdes regresó la cabeza a sus brazos sobre el techo y se encogió de hombros.
—¿Nadie dice nada sobre Adriel y ella? —preguntó irritado.
Zuri puso una mano en su hombro y lo obligó a voltear.
—¿De qué hablas? —cuestionó escandalizada.
Zack fijó sus ojos verdes en aquella chica que bien cumpliría su amenaza si la empujaba a hacerlo, no creyendo que ignorara el tema. Seguro Keyla ya le había contado, era imposible que no lo hubiera hecho ya que eran casi como hermanas.
—No me mientas, Zuri, estoy seguro que sabes que regresaron.
La chica lo miró con sorpresa, frunció el ceño y agitó la cabeza, su amiga no cometería el mismo error dos veces, menos con ese idiota.
—¿Dé dónde sacas eso? —preguntó un tanto preocupada.
—Los vi... —espetó Zack con cierto tono de enojo, bufó y sacudió la cabeza.
Zuri lo observó por unos segundos.
—Por eso fuiste con Vania —murmuró con ironía.
Zack se tensó pero no lo negó, esa chica lo conocía demasiado bien.
—Si la ves, llévala a casa, ¿sí? Debo irme —susurró con tristeza antes de subir a su auto y cerrar la puerta.
Zuri le tocó la ventana y él se tensó, pero tras hacer girar sus ojos, lo bajó; sabía que no lo iba a dejar ir tan fácilmente.
—Zack, si sigues haciendo este tipo de cosas la vas a terminar por alejar... ¿cuántas veces vas a cometer el mismo error? —preguntó la chica con algo como frustración.
Él apretó el volante de su auto pero no la miró.
—Ella quiere a Adriel, la debo sacar de mi corazón o ni como amiga la voy a tener —susurró con una inmensa tristeza.
Arrancó el auto y huyó de aquellos ojos grises que lo acusaban, su amiga no entendía nada, prefería forzarse a sentir algo con otra chica que arruinar la felicidad de Keyla. Porque el día anterior entendió lo mucho que su mejor amiga había querido al idiota ese... Sólo le daría unas cuantas pautas a Adriel, pues definitivamente no iba a dejar que la volviera a lastimar.
Zuri observó a Zack huir como el cobarde que a veces aparentaba ser, sacudió la cabeza y soltó un ligero grito de frustración. Odiaba la situación, detestaba que los dos le hubieran pedido no decir nada. Tenía ganas de encerrarlos juntos en un lugar y no dejarlos salir hasta que los bobos se dijeran lo que sentían.
Ahora que lo pensaba... Esa idea no sonaba tan disparatada.
Cada noche soñaba que se sumergía en miel: nadaba y flotaba en ella sintiéndose pleno, emocionado, enamorado... completo.
Así desde que entró a la juventud y sus hormonas empezaron a notar la belleza de cierta chica con la que solía comer chocolate derretido sobre papas fritas mientras miraban películas de terror.
Alguna vez escuchó a su hermana decir que del amor al odio había un paso, sin embargo, él creía que de la amistad al enamoramiento había medio, y que éste se daba sin siquiera planearlo.
Se encontraba recostado en el cofre de su Chevy 250 Cupe color azul aperlado. Odiaba admitir que adquirió ese auto sólo porque ella siempre había querido manejar uno; sí, así de enamorado estaba.
Veía las nubes pasar sobre su cabeza con los brazos cruzados sobre su pecho. Siempre huía a aquél lugar: un acantilado a las afueras de la ciudad desde donde podía ver con claridad el cielo y en el que las personas rara vez se detenían de día.
Durante los meses que Keyla estuvo con Adriel, ese fue su refugio, bien pudo buscar los brazos de otra chica como muy estúpidamente lo acababa de hacer, pero en ese tiempo prefirió vivir con la soledad como compañía.
Zuri insistió por semanas en que se animara a decirle a Keyla sus sentimientos, decía que estaba perdiendo el tiempo al permanecer callado. Pero no podía, prefería verla con otro que arriesgar aquella amistad. Si ella sintiera algo por él, ya lo sabría, ¿no?
Admitir estar enamorado de su mejor amiga fue un proceso largo y tormentoso: primero empezó a notar como su voz era como un canto de ángeles que le sacaba suspiros inesperados. Su cabello, del color de las manzanas, era sedoso, largo y lacio, más de una vez había enredado sus dedos en el con el pretexto de molestarla. Sus labios eran perfectos: rosados, carnosos, delgados y hermosos, solía fantasear con cómo se sentirían sobre los suyos.
Pero sus ojos... Vaya, eran lo que lo tenían perdidamente enamorado, eran de un hermoso color miel que a la luz del sol se volvían aceitunados, la intensidad del color cambiaba según su estado de ánimo. Eran tan misteriosos que prácticamente todas las noches pensaba en ellos y en cómo descubrir los secretos que guardaban.
Cuando se trataba de Keyla, se convertía en un Shakespeare del siglo veintiuno que estaba dispuesto a bajar el sol, la luna y las estrellas para verla sonreír y ser feliz.
Razón por la cual se empujó a los brazos de Vania hace unas horas, para no interferir entre lo que indudablemente su amiga buscaba revivir con Adriel.
Escuchó una tonada que provenía de la bolsa de sus jeans y con un suspiro sacó su celular, pero tras leer quién lo llamaba se incorporó a gran velocidad y contestó.
—¿Keyla? —preguntó con incertidumbre.
—Sí, lo siento, Zack... Me sentí mal y me vine a casa para descansar. —Su voz se escuchaba ligeramente rasposa.
—¿Estás bien? ¿Necesitas que te lleve algo? —cuestionó preocupado.
Escuchó un suspiro.
—No, no te preocupes, necesito decirte algo... —susurró Keyla, parecía estar dudando.
Zack apretó el celular estando casi seguro de qué era eso que le iba a contar, sus latidos comenzaron a hacerse más veloces y sentía un nudo en la garganta. No quería saber.
—Dime —pidió con la voz ligeramente ahogada.
—Lo estuve pensando y... —Zack se preparó para el golpe—. Quiero irme a vivir con mi padre.
Sintió como si un hoyo se hubiera abierto bajo su cuerpo, no podía respirar con normalidad, sintió un fuerte tirón en su corazón y perdió la habilidad para articular palabras.
La noticia era mucho peor de lo que pensó.
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