Capítulo 6.
CAPÍTULO VI
SOFÍA ALCÁZAR.
Octubre, 13. España, Barcelona.
16:45, Hospital Central de Barcelona.
Miro a mi madre y siento como algo dentro de mí se remueve, una angustia que pensé había controlado apareció de la nada invadiéndome sin mi consentimiento. Sus ojos destellan de furia pura, abre su boca para hablar nuevamente, pero me adelanto evitando que lo haga.
—Retírate de la habitación, Rossalie. —prenuncio con desprecio, todavía puedo recordar las últimas palabras que me dijo antes de marcharme al pueblo, su desprecio al pronunciarlas, su entre cejo fruncido...
«—¡No entiendo qué diablos sigues haciendo aquí, asesina!, ¡¿no te bastó sólo con haber matado a tu hermana?! ¡Lárgate, no quiero verte! —la miro con lágrimas cayendo por mis mejillas, mis labios se sienten húmedos y al relamerlos saben salados. Salgo de la casa sin ninguna de mis pertenencias, dándole a ambos una mirada de soslayo, no quiero seguir allí, no con ella...»
Cierro los ojos con fuerza tratando de retomar la compostura, no puedo soportar siquiera verla. Vuelve a intentar hablar, pero esta vez es mi padre quien le interrumpe.
—Retírate, Rossalie, yo le pedí que volviera —lo miro sin comprender, él jamás me lo pidió..., Rossalie salió de la habitación hecha una furia, golpeteó mi hombro con rabia y cerró la puerta tras salir, lanzándola con furia—. Imagino que estás aquí por la carta —susurró mientras tosía evitando mi mirada, sabía perfectamente a lo que venía. Su rostro demacrado me decía que no estaba bien, pero no podía evitar ser dura con él—, debemos hablar de eso.
—Sí, debes hablarme de eso —corrijo con enojo a pesar de sentir pena por verlo en tan mal estado, me acerco hasta la cama hospitalaria con una distancia de menos de un metro, su mirada busca la mía, pero le evito a toda costa—. Habla, no tengo mucho tiempo. —exijo enfurecida y él asiente.
—Debes saber antes que nada, que lo que hice, lo hice por enojo, me dejé llevar por la rabia que sentía en ese momento —le miro con disimulo, no puedo creer que me diga esto, una lágrima recorre su mejilla hasta llegar a su mentón—. Dos días antes del accidente me enteré que tu madre me era infiel... —empezó a contar, pero una tos interrumpió. Respiró profundamente, mientras yo servía un vaso de agua y se lo tendía—, ella me estaba engañando con un extranjero...
» Ella me lo negó muchas veces, y sabía que ese día ella saldría a verlo, ¡lo sabía, maldita sea! Ella me lo echó en cara, me restregó en la cara que yo jamás podría darle lo que él sí le daba, me escupió con desprecio que era mejor que yo en absolutamente todo... Ella me reveló tantas cosas, Sofía... cosas que me hirieron, no me duele que me haya dicho que es mejor que yo en todo, pero meterse con lo más sagrado que tengo, con ustedes dos, mis dos amores, sobrepasó mi límite, estaba enrabiado. Contacté a un amigo, el señor Záitsev, él me ayudó mucho, me apoyó y me dijo que ella sólo lo hacía por despecho, porque yo la hacía sentir menos...
De repente dejó de hablar, y la máquina a su lado empezó a emitir sonidos, me alerté al ver que se hacían más frecuentes, el vaso de agua cayó al suelo rompiéndose y derramando su poco contenido, mi padre se movía agitado, me acerqué a él y traté de ayudarle.
—¡Ayuda! —corrí hasta la puerta de la habitación y grité varias veces lo mismo—, ¡por favor, hagan algo! —me acerco a él nuevamente e intento hacer algo, era en vano.
—Ed... Edwa... —susurró, y sabía que ese susurro era su último aliento. Varios médicos entran a la habitación y me sacan, pero no forcejeo. Mi mirada se pierde y siento como mi mundo se mueve delante de mis ojos volviéndose todo borroso, pestañeo un par de veces y asimilo lo que acaba de pasar.
Una enfermera se acerca a mí y me sostiene, cosa que agradezco, no puedo hacerlo por mí misma, siento que mis piernas fallan. Mi madre se acerca a mí con furor, golpeándome y haciendo que caiga al suelo por el impacto tan fuerte de su mano contra mi mejilla.
—¡Maldita asesina, maldita!
Me quedo en el suelo, siento que no puedo moverme, sus gritos me aturden y hacen que quiera sentirme diminuta, me hago una pequeña bolita sollozando. La misma enfermera trata de levantarme, pero me rehúso a hacerlo. Sus manos me toman por debajo de los brazos y me sienta en el suelo, sé que me está hablando, pero no puedo siquiera entender lo que dice. Miro a todos lados buscando una salida, necesito aire.
Me levanto y camino fuera de ahí, necesito salir del hospital, siento que me estoy ahogando, todo a mí alrededor gira, varios enfermeros se acercan pero los evito a toda costa. Salgo como alma que lleva el diablo fuera del hospital y me siento en una de las bancas, procesando todo lo que acaba de ocurrir.
Y es ahí, es ahí cuando caigo en cuenta de lo que acaba de suceder, acabo de perder a mi padre. Mis lágrimas empiezan a salir nuevamente sin control, el aire me falta y una asfixia inexistente empieza a crecer, haciéndome imposible siquiera tomar una bocanada de aire.
—Papá... —susurro llamándole, pero él no está ahí, jamás volverá a estar...—, papá, ¿dónde estás? —la voz inaudible sale de mi garganta, haciendo que esta duela por el nudo formado—, ¡papá, ven!, ¡papá! ¡Papá!
Todo se vuelve negro a mí alrededor, y sólo siento que encuentro paz...
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