《Cap.6》

     El sol poco a poco ilumina toda la habitación dejándome ver detalles que antes no percibí. El lugar tiene un ambiente natural, flores y cactus decoran cada esquina de la habitación, un delicioso olor a vainilla surge de candelas y varias fotos decoran una pequeña mesa de madera.

No he dormido nada, ya puedo imaginar las grandes ojeras que llevo encima y mejor no hablemos de mis ojos posiblemente hinchados, por llorar toda la noche o por lo menos, si una gran parte de ella.

Llevo ya varias horas pensando en escapar de la casa de Mélodie, no estoy acostumbrada a depender de nadie. En el orfanato lo hacía porque no tenía de otra, pero aquí me siento incómoda. Así que tomo mi maleta, abro la puerta de la casa lentamente y salgo de la linda casita.

El pueblo está desolado, no hay nadie por las calles. Lo cual agradezco. Decido dirigirme al pequeño hotel, en donde por días tomo mis duchas. Ellos como siempre, me reciben amablemente y me bridan una toalla. Como lo hago siempre me dirijo al baño, en donde cierro la puerta y me miro al espejo. Mi rostro da pena, tengo un pequeño moretón en una de mis rojas mejillas y junto a mis grandes ojeras terminan por decorar mi rostro y con ellas, mis párpados hinchados.

Decido comenzar a llenar la bañera y poco a poco me quito la ropa. Lo cual provoca recuerdos asquerosos de ese muchacho. Me meto en la bañera y ya no soy capaz de disfrutar ese momento como lo hacía antes. Él estuvo a punto de violarme, ¿y si lo hubiera hecho? Seguramente, estaría y me sentiría peor de lo que estoy ahora.

Sinceramente, me siento tan débil y traicionada, toda mi vida pensé que cuando saliera de ese lugar, sería invencible, sería libre. Me siento tan patética, compré ese arco pensando que, si esa persona que me espiaba por las noches, pudiera alejarlo, pero jamás pensé que eso terminaría en algo de ese tipo.

—¡Qué asco! —dijo entre sollozos.

Pero, lo peor de todo, es recordar la cara que tenía ese chico mientras tocaba todo mi cuerpo y yo insistía que me dejara.

Al salir del hotel y me dirijo a una pequeña tienda muy cerca de ahí y compro un lindo overol con sus pantalones cortos y una blusa amarilla. Sé que no es lo más sabio gastar los pocos euros que tenía, pero a decir verdad no me siento tan cómoda vistiendo una falda después de lo que pasó anoche.

Junto a todas mis cosas, me dirijo al río Indre. Este extenso río está muy cerca del pueblo e incluso del castillo de Ussé, ya que las vistas son de lo mejor. Me siento a las orillas de este y me preparo un emparedado. Sentir la fría brisa me hace bien y el dulce sonido del agua me provoca relajación, lo cual me encanta.

Cuando finalizo decido practicar un poco de arquería, así que busco un punto el cual será mi blanco y decido comenzar a disparar flechas a él. Me siento muy orgullosa por mi avance en la arquería, ya que cada vez me acerco más al punto. Continúo así algunas cuantas horas y después comienzo a practicar ukelele y en el momento menos esperado, nuevamente el olor a café me acompaña.

—Sabes madre, a veces pienso que habría sido mejor que tú vivieras y no yo —menciono mientras miro a mi alrededor. Y no es mentira, muchas veces me pregunto por qué mi madre decidió morir por mí, si ella ya tenía una vida. Yo soy patética, una chica huérfana que vive en una tienda de campaña y su valentía es insignificante.

Subo a la rama de uno de los árboles y comienzo a cantar, me encanta hacer esto. Cantar en la naturaleza, no hay personas, no hay ruidos molestos, solo el lindo sonido del ukelele, mi voz y el sonido de la naturaleza.

—¿Hola? —escucho una voz a lo lejos. Aterrada, me bajo del árbol y tomo rápidamente mi arco, apuntando a la zona de dónde provino el ruido. Esta vez no seré tan débil.

Un chico alto y cabello castaño aparece entre los árboles, su rostro muestra una combinación de desconfianza y temor. Posiblemente por la flecha que le estoy apuntando.

—Oye, tranquila. Baja el arco, ¿sí? —dice con sus manos a los lados en muestra de rendición. Lo observo de arriba abajo, no pienso bajar mi arco, todo puede cambiar de un momento a otro—. Muy bien, así que no lo harás. Sabes, no quiero lastimarte, solo quería decirte que cantas muy lindo —exclama con una pequeña sonrisa amistosa, tratando de que confíe en él, pero sigo ahí, parada apuntándole con la flecha, sin responder nada—. Bueno, creo que me iré. ¡Qué tengas un lindo día! —menciona alejándose de mí, a veces gira su rostro, pero sigo apuntándolo con mi arco, no pienso ser tan tonta esta vez. Él no se ve como una amenaza, pero todos tenemos un lado oculto.

Cuando confirmo que él ya se ha marchado, decido seguir practicando con mi arco, en serio tengo que estar lista para cualquier cosa. Algo me dice que estoy en un momento vulnerable, en donde cualquier ruido me pone alerta y eso no está bien.

Tomo mi tienda de campaña y la comienzo a colocar. Decidí pasar hoy aquí la noche, si alguien llegara a acercarse le dispararía sin pensarlo. Luego, tomo un tronco y un par de ramitas para así crear una fogata. Además, decido lavar algunas de mis prendas. Puede sonar asqueroso, pero hay días en los que debo usar mi ropa dos o tres días, ya que no tengo como lavarla. Así que hoy aprovecharé, no tengo jabón, pero algo se limpiarán. Me quito mis zapatos y con una pequeña pila de ropa me dirijo al río. Y comienzo a lavarla ahí mismo. Luego, las coloco con cuidado en las ramas de los árboles para así aprovechar el poco sol que ilumina este sector del pueblo.

Una vez lista, decido acostarme a mirar las nubes. Nunca me cansaré de admirar todo lo que tenga que ver con la naturaleza. Después de unos segundos, me quedo en blanco y finalmente digo: —¡hoy es mi cumpleaños!

Mi sonrisa lo dice todo, si me llegaran a atrapar ya no me devolvería al orfanato. Ya soy mayor de edad. Continúo observando el cielo con una gran sonrisa, pero esta poco a poco desaparece.

—Eso significa, que hoy hace dieciocho años mi madre murió —menciono mientras continúo observando el cielo. Una triste sonrisa apareció en mi rostro y justo ahí recuerdo la carta de mis dieciocho años. Tomo la cajita y comienzo a buscarla, una vez en mis manos, subo a un árbol y la leo allí.

«Molly, querida. Hoy cumples dieciocho años ¡felicidades!

No sabes cuánto te amo. Sabes Molly, tengo muchas expectativas de ti, sé que serás una chica fuerte y muy guapa. Me hubiera encantado hacerte uno de mis asquerosos pasteles este día y haber cantado juntas alguna canción, pero bueno no todo sale como uno lo espera. Molly, eres una gran chica, yo lo sé. Nunca pienses lo contrario.

Con amor: tu estrella guardiana»

—Espero que tengas razón —digo guardando nuevamente la carta en su sobre.

Tomo mi ukelele y me dirijo al río en donde meto mis pequeños pies en el agua fría y comienzo a rasguear sus delicadas cuerdas, las cuales producen ese sonido tropical que me encanta. Cierro mis ojos y tan solo me dejo llevar por el momento, cuando de repente siento que algo baboso toca mi brazo. Chillo por la extraña sensación, pero al abrir mis ojos me encuentro con una preciosa cachorrita salchicha color rojizo.

—Perdón por asustarte —exclamo acariciando su pequeña cabecita—. Eres hermosa.

La pequeña perrita comienza a correr por todas partes y a jugar entre las hojas que decoran el césped. La tomo en mis brazos y leo una pequeña placa que lleva en su collar rosa.

—«Kisha». —Leo en su placa—. Lindo nombre, pequeña —añado sonriendo.

Toda la tarde la paso con la pequeña cachorrita, es increíble lo mucho que te puedes divertir solo mirando como una perrita juega con hojas del suelo.

—¿Tienes hambre? —digo y ella comienza a mover su colita con alegría—. Muy bien, pero debes quedarte aquí —menciono colocándola en la tienda de campaña.

Así que, con el poco dinero que me quedó, me dirigí a la veterinaria y compré muy poca comida para cachorros, pero algo podrá alimentarse.

Al volver al bosque, decido irme por otro camino para poder despistar, si alguien me llega a perseguir. Sí, me estoy volviendo paranoica.

Una vez devuelta, le coloco la comida en el suelo y decido acompañarla con uno de mis emparedados. Juntas pasamos así unos cuantos minutos luego, enciendo la fogata, ya que la noche ha llegado.

Me siento en un tronco, que al cabo de unos minutos termino quitando porque es muy incómodo. La cachorrita se acuesta junto a mí y con el calor del fuego, se duerme. La acaricio suavemente, procurando que no se despierte.

—No sabes cuanta compañía me haces. —Sonrío al verla, lo único que espero es que mañana aún continúe aquí conmigo.

Me levanto con cuidado y comienzo a recoger toda mi ropa que por suerte está seca. La doblo con cuidado y la coloco en la maleta, por lo menos tengo ropa limpia. Luego, me quito los zapatos y con cuidado tomo a la cachorrita y la coloco dentro de mi tienda de campaña, después me acuesto junto a ella y ambas nos quedamos dormidas bajo las estrellas. 

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