《Cap.2》
—Niña, ¡despierta ya! —dice en voz alta, la señora Daviau. Abro lentamente los ojos y miro que ella me observa seriamente—. ¿Qué estás esperando? Hoy son las entrevistas, tienes que hacer que este lugar reluzca.
—Iré en seguida —respondo somnolienta. Lo único que me anima es el hecho de saber que en veinticuatro horas ya no estaré en este horrible lugar. Por fin seré libre...
Así que decido tomar una ducha y al salir me visto con otro de mis vestidos, este es un poco más corto que los demás, color rosa claro y una camisa blanca que va debajo del vestido, pero tan solo se nota en las mangas y el cuello.
Decido dejar mi cabello rojizo suelto, cayendo a los lados de mi rostro, además mis pies llevan los mismos botines de ayer. Me acerco al pequeño espejo de mi habitación y puedo observar como mis mejillas están más rojas de lo normal y me tienden a irritar.
—¡Estúpida, rosácea! —digo frotando mis mejillas con mis manos tratando de calmar la irritación.
Camino hacia la cocina, pero antes de llegar a esta soy interrumpida por Colette, la niña de rizos rubios.
—Molly, me puedes ayudar a verme bonita para mi nueva familia —exclama la niña tímidamente.
—Claro, solo que no soy muy buena con el tema de belleza —respondo con una pequeña risa.
—¡Eso es mentira! Siempre te ves linda y eso es difícil estando aquí —menciona mientras mira todo a su alrededor.
—Bueno, ahora en la tarde te ayudaré —respondo.
La niña asiente y se aleja de mí, así que retomo mi camino hacia la cocina y una vez allí, me encuentro con una lista con mi nombre, literalmente, diciendo todo lo que tenía que hacer.
—¡Genial! —digo para mí misma, rodando los ojos. Chequeo rápidamente la lista y decido comenzar inmediatamente.
El primer punto de la lista es regar las flores de las dos jardineras que hay antes de entrar en el orfanato. Así que me encamino hacia una pequeña casetilla que hay en el patio, en donde se guardan todas las herramientas de jardinería.
Busco rápidamente la regadera y salgo del pequeño lugar. Me dirijo a un pequeño pozo, que hay cerca del cobertizo. Saco un poco de agua con la regadera y me dirijo a las pocas flores que decoran la entrada de esta «prisión».
Tomo el lapicero que coloqué detrás de mi oreja y marco el primer punto como listo. El siguiente me indica que debo dejar el patio sin una hoja. Lo cual veo algo tonto, ya que es otoño. Las hojas naranjas hacen que todo se vea mejor, pero bueno, órdenes son órdenes.
Tomo la regadera y la coloco en su lugar dentro del cobertizo, y esta vez tomo el rastrillo y una bolsa negra de gran tamaño para poder desechar las hojas.
—Será una larga mañana —menciono al contemplar todas las hojas que tengo que recoger.
Sujeto el rastrillo y comienzo a recoger todas «o la mayoría» de las hojas y las agrupo para luego, tomarlas y echarlas a la bolsa.
Pero, después de arduos minutos de lucha contra el viento que me tiraba la bolsa al suelo o de luchar con las hojas que volaban por todo el patio, logré terminar.
Con orgullo, marco el punto como listo. Así que decido ir a la cocina para poder comer algo, ya que es casi mediodía y no he comido nada.
Decido prepararme un crep. Busco y mezclo los ingredientes necesarios para la mezcla, tales como harina, huevos, azúcar y leche. Cuando la mezcla está lista, la coloco en un sartén y espero unos cuantos segundos. Una vez lista, tomo la especie de tortilla y la sitúo en un plato. Sobre la tortilla coloco algunos trozos de banano, fresa y un poco de chocolate, luego la doblo a la mitad y esta la doblo nuevamente, formando un triángulo como resultado final.
Tomo mi almuerzo/desayuno y me siento en una de las viejas sillas de madera que hay en la cocina y mirando la lista comienzo a comer los creps, los cuales me atrevo a decir que quedaron exquisitos.
La próxima tarea por hacer, es acomodar la sala de entrevistas. Así que me encaminé hacia el lugar. Al abrir la puerta, un anticuado olor me da la bienvenida.
Lo primero que decido hacer es barrer y limpiar un poco el piso de madera, luego limpio el único ventanal de la habitación y finalmente, organizo algunas carpetas que había en el viejo escritorio del lugar. Tomé algunas de las carpetas y las acomodé por las letras del abecedario.
Pero, al mirar una de las carpetas, vi una foto mía de niña y mi nombre «Molly Rose». Y como dicen «la curiosidad mató al gato», así que decidí abrir la carpeta en donde venía mi poca información.
Lugar de encuentro: Hospital.
Edad: 17 años.
Enfermedades: Rosácea.
Todo bien, pero al pasar a la segunda hoja, encontré el registro de todas las entrevistas que he tenido a lo largo de mi vida. Incluidas las razones por las que no fui adoptada.
Familia Bonnet, rechazó a la niña. La actitud de la chica no es la esperada, además de ser rechazada por los costosos productos que debían comprar por su peculiar enfermedad.
Familia Dubois, rechazó a la niña. La chica es linda, pero sus aficiones no concuerdan con las deseadas por la familia.
Familia Foss, rechazó a la jovencita. La adolescente es inteligente, pero prefieren a una hija con deseo de ingresar a teatro.
Leer todo eso, solo hizo que mi ánimo se disminuyera. Las otras dos familias no me importaron tanto, pero la Familia Dubois, sí. Después de rechazarme a la semana volvieron para llevarse a una chica de mi misma edad llamada Corinne. Recuerdo que ella fue una de las pocas niñas con las que en verdad llegué a socializar. Mi niñez se basó principalmente en moretones o raspones en mis rodillas por pasar mis días de infancia haciendo piruetas.
Corinne, no era muy diferente a mí, a ella le encantaba jugar conmigo y me atrevería a decir que fue mi única amiga, pero me la arrebataron. Desde ahí preferí no volver a encariñarme con nadie, ya que todos son pasajeros.
Decido volver a la vida real y hasta ahora me percato de que mis ojos se encuentran llorosos.
—Tranquila, ellos se lo perdieron. —Respiro lentamente, tratando de tranquilizarme y alejar los negativos pensamientos.
Tomo mi carpeta y la coloco en la «R» de Rose, mi apellido. Me levanto y tomo otras carpetas para poder seguir colocándolas en sus respectivos lugares. Cuando finalmente finalizo, salgo de la habitación y antes de cerrar la puerta, puedo mirar a la Molly de hace unos años.
La familia sale de la sala, acompañados de una de las señoras del orfanato. Al cerrar la puerta, esa pequeña niña pelirroja, llora con rabia, limpia sus lágrimas y sale corriendo al patio en donde sube a uno de los árboles, mira hacia el suelo mientras mueve sus piecitos en el aire y cómo es costumbre, se queda en silencio por las siguientes horas, pensando que hay de malo en ella.
Sonrío tristemente y cierro completamente la puerta, tratando de dejar esos recuerdos atrás. Miro la lista y ya solo falta ayudar a Colette, así que tiro el papel en el basurero y me dirijo a la habitación de la niña rubia.
—¿Lista, Colette? —pregunto a la niña que se encuentra en su cama jugando con una muñeca.
—¡Viniste! —responde la niña entusiasta. Me acerco al pequeño cajón de ropa de la niña. Busco entre todas las prendas de vestir y finalmente, encuentro algo que se ve bien. Le brindo la ropa a la niña y espero a que esté lista, mientras miro hacia otro lado.
—¿Cómo me veo? —exclama la niña y al volverla a ver, puedo ver lo feliz que está, solo espero que esa familia no la decepcione.
—Te ves muy linda —digo con una gran sonrisa. La niña dio un brinquito mientras sonreía y vestía un lindo vestido blanco y unos zapatitos negros.
—¿Me peinas para quedar bonita? —dice la niña sonriendo.
—Claro. —Sonrío y tomo tres mechones de cabello rubio y comienzo a trenzarlos entre sí.
Al terminar, la niña me abraza y me agradece, luego se aleja de mí y se dirige a la sala de entrevistas, ya que la familia que tiene interés en ella, ya se encuentra ahí.
Decido volver a mi habitación, me siento en mi cama y miro por el ventanal la linda noche. Miro pequeñas lucecillas al fondo, lo que supongo que son las casas del pueblo, observo detalladamente las estrellas, las cuales podrían compararse con pequeñas luciérnagas, la luna llena no se queda atrás, su peculiar brillo logra enamorarme por completo. Me encanta la noche y la oscuridad que esta trae, así puedo observar las miles de estrellas, soy fan de ellas desde que comencé a leer las cartas que mi madre me escribió antes de morir. Al finalizar cada una de sus lindas cartas, firmaba como «Tu estrella guardiana».
Nunca conocí a mi madre, según las cartas que he leído, cuenta que ella sabía que alguna de las dos no saldría viva, así que ella decidió que fuera yo la única sobreviviente, al dar a luz. Antes de morir, dejó una caja con cartas y un lindo ukelele con las señoras del orfanato, cuando me dieron la salida del hospital, ellas me recogieron y así es como llegué a este viejo lugar.
Pensar en mi madre es raro, ya que me causa angustia. Nunca la vi, nunca la escuché y nunca la pude ni tocar, pero es como si la conociera de toda la vida, en sus cartas me cuenta sus experiencias de amor, drama y hasta sus momentos más tristes. Es como si fuera una amiga con la que charlo por medio de cartas.
Una de las cartas traía consigo una foto de esa mujer desconocida para mí. Recuerdo que tomé la foto y miré cada detalle de su rostro, cuerpo y sonrisa. Su sonrisa era sinónimo de felicidad y alegría.
Al ver esa foto noté lo muy similar que soy a ella, su lindo cabello pelirrojo al igual que el mío y sus ojos poseían un azul intenso al igual que los míos. Además, su rostro lucía de una forma hermosa unas pequeñas pecas en su nariz y mejillas. Ella era de estatura media y lucía unas caderas muy lindas, ella simplemente era hermosa.
—Lo primero que haré será ir a verte —digo cerrando los ojos, mientras recuerdo las muchas cartas que he leído de ella. Me quedo en silencio y con un suspiro, me desplomo lentamente en mi cama y poco a poco voy cayendo en un profundo sueño.
Despierto asustada y agitada, miro el reloj de mi habitación y me pongo alerta, son las once de la noche la hora perfecta para realizar el plan. Tomo mi pequeña maleta y ukelele, y con precaución me desplazo lentamente por los pasillos hasta llegar a las gradas de madera, decido ir aún más despacio para no provocar que el grujido de estas alerten a los demás.
Una vez en la planta de abajo, dejo una hoja de papel en la cual doy las gracias al orfanato, tomo de la cocina unas galletas y rápidamente salgo por la puerta de la misma para llegar al patio y con rapidez, me dirijo al muro que tantos años me ha mantenido cautiva y subo a uno de los árboles del lugar, una vez en él desde arriba lanzo mi maleta al suelo y esta al caer por culpa del impacto, se abre y se salen algunas de mis prendas de vestir.
Continúo desplazándome por las ramas del árbol, pero las luces del orfanato se encienden, me escondo y maldigo que no haya ni una solo hoja, primera vez que odio el otoño. Miro como alguien sale del orfanato y comienza a iluminar los árboles, lo cual provoca que mi miedo se aumente aún más. En estos momentos me resulta imposible controlar los latidos de mi corazón, el miedo es demasiado. Quiero salir ya de este lugar y dije que hoy sería el día.
La persona que sostiene la linterna se aleja más para poder revisar los demás árboles, así que decido desplazarme rápidamente por el árbol y una vez en el punto correcto, me lanzo de él.
Al caer me lastimo un poco la rodilla, pero eso no impide que recoja mi ropa rápido y la vuelva a poner en la maleta para salir corriendo de ahí.
Corro tan rápido como puedo, y ya una vez más lejos del lugar miro hacia atrás y puedo observar que algunas personas salen por el portón y me alumbran con sus linternas, pero no dejo de correr, tal vez mañana me vayan a buscar, porque si alguien me encuentra y se enteran de que no soy mayor de edad pueden devolverme a ese horrible lugar.
Después de correr por unos cuantos minutos, miro a mi alrededor y no hay nada, todo es oscuro, lo cual me vuelve un poco temerosa.
—No seas cobarde, mi estrella guardiana me cuida. —Repito la frase mientras continúo mi camino hacia el pueblo, cada vez las luces se acercan más a mí y cuando por fin logro ver algunas de las casas, acelero el paso.
Una vez en Rigny-Ussé, admiro todo el pueblo, las casas son pintorescas y cada una decorada con muchas flores. Los negocios en su mayoría están cerrados; restaurantes, zapaterías y tiendas cerradas. Lo cual es obvio, ya que es media noche. Continúo observando maravillada tomo mi alrededor y al fondo puedo observar una pequeña tienda, así que tomo valor e ingreso al lugar. Un señor muy mayor me sonríe y me pregunta que necesito.
Me quedo en silencio, nunca he estado en este lugar —ni en ningún otro— el orfanato ha sido como mi protección.
—¿Tiendas de campaña? —pregunto desconfiada, él asiente y se aleja para encontrarla.
—Aquí tienes, es pequeña tan solo caben dos personas ¿algo más? —dice amablemente.
—Mantas —respondo y nuevamente él se aleja, y al volver me enseña gran variedad de ellas, elijo una morada y pago lo que compré.
—Oye —dice el señor, antes de que salga de la tienda, me doy la vuelta quedando en su misma dirección y añade—. ¿Te están persiguiendo o algo? Te veo muy asustada.
Me quedo en silencio y miro todo el lugar para luego decir: —tan solo tengo hambre.
—Sí, quieres te puedo invitar a un chocolate caliente, mi esposa hace los mejores— dice amablemente y me resulta imposible negarle esa propuesta, así que acepto.
Espero a que el señor cierre la tienda y lo sigo a su casa.
—Soy Antonie, ¿cuál es tu nombre, jovencita? —pregunta con una pequeña sonrisa.
—Soy Molly.
Al llegar admiro la belleza de la cabaña y el jardín que la rodea. Una señora muy adorable me saluda desde la entrada del hogar.
Antoine se dirige a su habitación y mientras tanto Amelie, la adorable señora, me muestra su cabaña y me presenta por medio de fotos toda su familia. Al parecer estos dos señores tienen varios hijos exitosos, dos de ellos tienen una empresa de perfumes, otra de sus hijas es diseñadora de moda y por último, su hijo menor es un gran pastelero.
Luego de intercambiar algunas palabras y escuchar sus historias, nos sentamos en una alfombra bastante cómoda para poder tomar calor de la chimenea, mientras bebemos el delicioso chocolate.
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