《Cap.11》
Despierto a las nueve de la mañana y me encuentro mejor que nunca. Hoy es primero de diciembre, ya casi comenzará el invierno y con él la navidad y año nuevo.
Lo primero que hago es revisar mi agenda y esta me indica que hoy me toca ayudar en la cocina. Lo cual no me alegra mucho, ayer todos me miraron extraño; por ende, a deben tener una mala opinión sobre mí.
Tomo una rápida ducha, al salir me coloco un poco de la crema para mi rosácea y me visto con el vestido que compré ayer. Luego, lavo mi ropa mientras me preparo algo rápido para comer.
Una vez lista, me dirijo a la cocina, esperando poder llevarme bien con ellos.
—Bonjour! —digo sonriendo al entrar por la puerta.
—Bonjour! —responden la mayoría, continuando con sus labores.
—¿En qué puedo ayudarlos? —pregunto tratando de volver el ambiente un poco menos incómodo.
—Prepara cuatro tostadas francesas, un té y un café, cuando estés lista irás con Adrien a servir la comida a la familia real —indico una chica rubia mientras corta con gran agilidad unas zanahorias. Asiento y me pongo manos a la obra. Tomo los ingredientes necesarios para las tostadas y comienzo con la preparación.
Una vez listas las tostadas, me apuro a hacer el té y el café. Cuando finalmente estoy lista, tomo la comida y la coloco en un carrito de servicio.
—¿Lista? —pregunta un chico moreno con ojos negros, así que sospecho que es Adrien. Le brindo una sonrisa y asiento. Él coloca los últimos platillos en el carrito y me dice que él entrará primero.
No voy a mentir mi corazón está latiendo a mil por hora, estoy muy nerviosa. Y no por tratar con el rey y la reina, sino porque no sé cómo voy a reaccionar, puede que en ese momento tartamudee quedando como una tonta.
—Bonjour, sus majestades —dice Adrien entrando al comedor real. Yo voy detrás de él llevando el carrito.
—Bonjour! —exclamo unos segundos después. Las cuatro personas de la familia real, nos reciben con buena actitud y con una sonrisa.
—¿Qué nos traen hoy? —dice la reina con amabilidad. Adrien comienza a hablar y luego, me da la señal para yo proseguir.
—También, les traemos un café, un té delicioso y cuatro tostadas francesas con frutos rojos como acompañamiento —explico con una pequeña sonrisa.
—Eres la nueva jovencita, ¿correcto? —pregunta el rey con una gran sonrisa. El señor debe de tener unos cincuenta años. Ojos color avellana y tez blanca. Desde un principio, se ve que es un hombre tranquilo que goza de su vida. Lo cual hace que mi forma de ver la realeza desaparezca por completo, siempre he criticado a la realeza de los cuentos, porque esta la representan de una forma tan mandona y perfeccionista.
—Sí, me presento, su majestad. Soy Molly Rose —digo sonriendo y con una reverencia. Agradezco enormemente que Lizzie me haya enseñado a hacer una reverencia, una de las pasadas tardes.
—Un placer, señorita Rose, yo soy Albert —exclama amablemente—. Mi hermosa esposa, Sophie —añade y presenta con su mano a una mujer muy linda, tez morena, cabello y ojos negros, bastante alta—. Por último, mis gemelos Lizzie y Nathaniel —dice y ambos me saludan.
—Un gusto conocerlos a todos.
—Bueno, señorita Rose, si me disculpa muero por probar estos manjares —añade tomando una de las manzanas.
—Ojalá te estés sintiendo muy cómoda, jovencita. Creemos que nuestro castillo y pueblo son un buen lugar para vivir —dice la reina sonriendo.
—Por supuesto que lo son, muchas gracias, su majestad —contesto y tanto Adrien como yo, nos retiramos del comedor.
—Nada mal, Molly —dice Adrien cuando volvemos a la cocina.
—Suerte de principiante, supongo, aunque mis manos están sudando —respondo riendo.
—Bueno, ojalá esa suerte perdure mucho tiempo. Ayúdame a lavar algunos trastes —dice y se encamina a dicho sector del lugar.
El resto de mi día se resume en lavar trastes, acomodar la cocina y hacer unos creps como postres para la familia real.
Son las tres de la tarde y solo me queda acomodar unas frutas y verduras en sus respectivos lugares.
—Ya llegaron las cajas —anuncia una de las chicas que ayudan en la cocina. En este momento tan solo somos tres lo que quedamos en la cocina. Así que, salimos de la cocina y comenzamos a llevar dichas cajas a la bodega. Y eso me hace recordar a aquella noche, en donde ese chico tomó la excusa de la caja. Me quedo en blanco unos segundos, pero vuelvo a la realidad.
Una vez con las cinco cajas en la cocina, las llevamos a la despensa en donde cada uno de nosotros toma una y acomoda lo que esta posea en su respectivo lugar. A mí me tocaron piñas, manzanas y uvas, así que me dirijo a una especie de repisas en donde coloco dichas frutas en sus espacios, ya que hay pequeños letreros con el nombre de cada fruta para lograr un mayor orden en el lugar.
Al finalizar, tomo la caja restante, la abro y esta contiene un par de kilos de papas y algunas zanahorias, así que me dirijo esta vez al sector de verduras. Esta consiste en varias cajas de metal con los nombres de las verduras. Así que busco las dos cajas y coloco en ellas las verduras.
Una vez lista me despido de los chicos y me retiro de la cocina. Son las cinco de la tarde así que decido volver a mi habitación. Así que camino hacia el sector del castillo en donde viven los trabajadores. Subo las gradas y atravieso unos cuantos pasillos hasta llegar a mi puerta.
Mi estómago cruje de hambre. Claro, después de pasar un día entero trabajando con comida y no comer nada, es algo tedioso. Así que decido preparar un aligot. Así que comienzo a pelar unas pocas papas para luego, ponerlas a cocer en una olla con agua caliente. Después de esperar algunos minutos, las coloco en un plato en donde las aplasto con un tenedor y las vuelvo a poner nuevamente en la olla, esta vez sin agua.
Con ayuda de una cuchara revuelvo la mezcla y le coloco poco a poco el queso. Una vez listo el puré, lo saco de la olla y pongo especias. Finalmente, lo ubico en una tacita para poder comerlo.
Me llevo mi comida y me siento en mi cama. Una vez sentada en mi cama, decido continuar la lectura del libro de Lizzie. La verdad está muy buena, la historia logra llamar la atención lo suficiente como para leerlo en menos de una semana. No entiendo por qué alguien guardaría ese talento, yo habría publicado el libro.
Pasan varias horas, las cuales no noto por el libro. Jamás creí que me fuera a enganchar un libro de esta manera. Pero, igual decido aprovechar la tarde casi noche que queda. Así que me levanto de la cama, coloco el libro en la mesa junto a esta y me dirijo a la cocina para poder lavar todos los trastes.
Una vez lista, tomo mi ukelele y salgo de mi habitación. Tocar en mi habitación es bonito, pero es mejor tocar mi ukelele bajo las estrellas. Eso no tiene comparación.
Ya afuera, mi vista busca un lugar bonito en el cual poder tocar. Y lo logro encontrar. No es un árbol que es lo que me habría gustado, pero es una de las lindas bancas que hay en el jardín. Así que elijo una que no está muy lejos del castillo y me dirijo a ella.
Me siento cómoda y comienzo a cantar mientras rasgueo las cuerdas del instrumento.
Moonlight es la canción con la que deseo iniciar. Normalmente, canto en francés, ya que es mi idioma natal, pero las canciones de inglés también me gustan. Y mucho.
Miro las brillantes estrellas en el cielo, lo que hace este momento único. Cierro mis ojos y continúo recitando la letra de esa canción tan linda.
—Nunca me voy a cansar de decir que cantas hermoso —susurra una linda voz detrás de mí. Me giro y allí está Nate. Le brindo una pequeña sonrisa y golpeo suavemente la banca, indicándole que se siente.
Él se sienta junto a mí y ambos nos observamos por unos cuantos segundos. La luz de la luna me muestra imperfecciones tan sutiles en el rostro de Nate. Las cuales me gustan, siempre he dicho que las imperfecciones son las que te diferencian de los demás, por eso hay que amarlas. A mí en lo personal, no me agrada el tono rojo de mis mejillas, pero es algo que me hace diferente.
—Molly —dice Nate, mirándome detenidamente, logrando que un escalofrío recorra mi cuerpo.
—¿Sí? —respondo en voz baja.
—Sé que esto es ser muy entrometido por mi parte, pero ¿qué hacías aquel día en el bosque? ¿Vivías ahí? —pregunta con dulzura. Me quedo en silencio no sé qué responder, puedo decir la verdad o puedo decir una mentira. Si digo la verdad, me arriesgo a que me juzgue, no lo conozco lo suficiente como para saber cuál será su reacción. Puedo inventarme una mentira, pero siendo sincera, detesto mentir—. Créeme, no te juzgaré —dice colocando su mano sobre la mía, pero la quito de inmediato.
—¿Y si mejor sigo cantando? —digo con una pequeña sonrisa apagada.
—Tranquila, no te voy a obligar. Solo tenía curiosidad —responde tratando de volver el ambiente menos intenso.
—Soy huérfana —susurro mirando las estrellas, al ver que no me contestaba nada, decido continuar hablando—.Mi madre murió cuando yo nací, ella dejó todo preparado para que un orfanato me recogiera —digo tomando aire—. Pasé ahí toda mi vida, ninguna familia me quería. Hace unos días escapé para hacer más dramática mi salida de esa prisión—explico—. Cómo no tenía dinero, decidí vivir en los bosques del pueblo —comento y luego, me quedo callada.
—Molly, no tenía idea —dice asombrado. Sé que no sabe cómo reaccionar, yo tampoco sabría hacerlo. Tan solo espero que ahora no me vea con lástima, porque eso es lo que menos quiero de él.
Nos quedamos en silencio, un largo tiempo hasta que él decide hablar: —sé que me odiarás por esto, pero ¿por qué tenías tanto miedo ese día que te vi? Tus manos estaban temblando, la respiración agitada como si hubieras visto un monstruo.
—Lo siento, pero no estoy lista para decirlo —digo intentando no llorar. El simple hecho de que alguien me pregunte por eso, me vuelve tan débil. Me siento en una nube, como si todo el mundo continúe en su marcha, excepto yo.
—Molly, si alguien te hizo daño —menciona.
Pero, lo interrumpo diciendo: —tranquilo, no es eso.
Él me brinda una apagada sonrisa, como si contuviera una gran preocupación y lo llego a sentir tierno, pero no quiero decirle a nadie sobre eso.
—Me tengo ir —menciona levantándose de su asiento—. ¿Te quedas aquí? —pregunta.
—Sí, me encanta estar bajo las estrellas y no puedo tener mejor compañía —respondo señalando mi ukelele.
—Bonne nuit, Molly —comenta con una reverencia.
—Bonne nuit, Nate —respondo con el mismo gesto.
Él se aleja de mí, dejándome totalmente sola y una lágrima sale de mi ojo derecho. Recordar que no tengo madre, ni familia ni nada y tras de eso, recordar que casi fui violada, no es nada bonito compartirlo. Me hace sentir tan insignificante, siempre intento ser positiva y luchar contra mi pasado, pero hay momentos en los que simplemente todo se derrumba dejándome indefensa.
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