Prologo: Paradise.

Paradise, la ciudad núcleo de los ducados rebeldes del este, enorme como pocas, cuya población se extiende más allá de los muros protectores. Su centro se encuentra dividido por el serpenteante rio Taurus, el mismo que alimentaba mi hogar, que para los rebeldes son las venas de su nación y Paradise es su corazón.

La ciudad estaba compuesta por cinco barrios, primero se encontraba el barrio norte donde vivían la mayoría de los nobles, aquí se encontraba la escuela de magia de la ciudad, esta se encontraba en un palacio de forma rectangular con cuatro torres en cada esquina y un gran patio interior. Este barrio se encontraba dentro de los muros de la ciudad ocupando el lado noreste del rio, a su lado estaba el barrio oeste, también conocido como el barrio comercial, pues era donde se encontraba el mercado principal de la ciudad, además de ser el hogar de la llamada clase media, a su vez ahí se encontraba la gran torre de Paradise, era un templo con forma de torre que se alzaba más de cien metros sobre la ciudad haciendo que se pudiera ver desde cualquier lugar, junto a ella se encontraba una fortaleza, el supremo colegio de caballería, donde se formaba el ejercito de Paradise, desde soldados hasta los poderosos caballeros ígneos.

Fuera de los muros, al este del barrio norte se encontraba el barrio este, en el cual vivían los campesinos cultivando la comida que alimentaba a gran parte de la ciudad, la universidad se encontraba en este lugar, era una gran mansión que antiguamente había pertenecido a un noble. Aquel barrio era uno de los más grandes rodeando gran parte de la ciudad. Mientras, abajo del barrio oeste estaba el barrio sur, fuera de los muros y limitado por el rio Taurus, era la zona más pobre de la ciudad, así como la más densamente poblada, era un lugar que contrastaba con el nombre de la ciudad, pues para muchos era el infierno real vivir ahí. Aunque más al sur, cruzando el rio Taurus se encontraba el último barrio, Derad, antiguamente era un pueblo cercano a la ciudad, ahora se había vuelto parte de la misma. Me pregunto, ¿Cuándo los muros de Paradise rodearan toda la ciudad?

Han pasado tres años desde que llegue a esta ciudad, arribe como un traidor de Skyland, mancillado por la marca del Fénix, me llamaron "el nuevo guardián de la gema del fuego", pero no me han permitido conocerla y menos he querido ir a Runus, la teocracia que gobierna esta nación.

Me negué a pertenecer a esta ciudad y se parte de su cultura, sin embargo, me vi obligado a embestirme con sus armas, a usar sus armaduras y seguir sus tradiciones, pero no me quitaron mi identidad, algún día pienso regresar a Skyland y reclamar mi posición...

Así que nunca espere enamorarme de aquella ciudad... si tan solo Luna hubiera estado junto a mi todo este tiempo, como la extraño...

***

En medio de las montañas, en algún lugar perdido de Skyland, se encontraba una derruida fortaleza, una parte de ella se encontraba en ruinas, mientras su torre principal parecía estar a poco de ser tragada por el bosque y sus plantas. En lo profundo de aquel castillo se encontraba una sala solitaria, alumbrada por un fuego morado el cual se encontraba sobre piletas a lo largo de las cuatro paredes uniéndose frente a un trono vacío, solo una persona se encontraba en aquel lugar, un anciano orando frente al trono, sus ropas moradas parecían ser de alguien religioso y muy importante, junto a él se encontraba un bastón de pastor hecho de oro puro, con decoraciones de ramas.

-Como siempre el sacerdote es el primero en llegar.

Una voz juvenil resonó en la habitación mientras una serie de pasos ruidosos se escuchaban, al lugar entro una doncella o eso parecía ser, una chica de apariencia joven, con un enorme par de anteojos, mientras su cabello color vino se dividía en dos coletas, ella vestía con el uniforme de alguna escuela militar junto con una túnica negra la cual parecía quedarle grande arrastrándola, en su boca se encontraba una paleta, su andar le pareció muy grosero al anciano.

-Duquesa, este no es un lugar donde puedas estar faltándole el respeto a nuestro señor.

Hablo el anciano poniéndose de pie para ver a la chica bajar las escaleras con largos pasos antes de tomar la paleta entre sus manos.

-No estoy haciendo nada malo, sacerdote.

Reclamo la duquesa haciendo un movimiento suave con su paleta creando un aro de fuego el cual se transformó en un gran dragón de llamas.

-¿O acaso quieres pelear? Me he vuelto más fuerte desde la última vez.

Menciono la joven volviendo a meter su paleta a su boca y colocándose en posición de combate, sin embargo aquello no duro mucho, pues un destello cortó a su dragón por la mitad.

-No es necesario que peleen, mas tú, duquesa, aun no tienes el nivel para hacernos frente.

Un hombre de entre treinta o cuarenta años hablo cayendo en medio de ambos, portaba una armadura brillante cuyo casco no le permitía mostrar su rostro.

-Paladín, hace tres años que no venias... entonces esta reunión debe ser muy importante.

Pregunto la duquesa sentándose en la base de un pilar, mientras el paladín caminaba hacia el sacerdote.

- ¿Por qué me llamaron ahora que estoy tan ocupado?

-Por tu incapacidad para mantener la guerra.

Aquella respuesta provino de una voz siniestra y de ultratumba, no era una voz humana, entre sombras se manifestó un cuarto ser, su rostro hacía tiempo desapareció siendo ahora una calavera de hueso blanco como el marfil, sus ojos se manifestaban como un par de fuegos azules flotando en el centro de sus cuencas oculares, su cuerpo estaba cubierto por una túnica negra con algunas decoraciones en oro y plata, al caminar lo hacia encorvado apoyándose a un bastón lujosamente decorado, el cual sostenía su ligero peso, sus dedos huesudos se encontraban llenos de anillos gruesos con grandes gemas que destacaban a simple vista.

-Ya te hace falta cambiar de cuerpo, hechicero.

Comento el paladín dándole una palmada, sin embargo, aquello provoco que recibiera una descarga de rayos morados forzándolo a arrodillarse visiblemente herido, escupiendo sangre.

-No me toques con tus sucias manos, sabes también que soy un nigromante.

Hablo el nigromante sacudiendo su ropa antes de mirar a los lados, mientras la duquesa corrió hacia el paladín curándolo de inmediato con su magia.

-Sacerdote, porque nos has mandado a llamar, no lo hacías desde... desde el fracaso de Horizon.

-Sí, cuando mate al debilucho de Olguín después del fracaso de tus aprendices, ja, dos de tus mejores aprendices no pudieron atrapar a una débil niña y todavía yo les di la información.

Hablaron tanto el nigromante como la duquesa, aunque sus palabras irrespetuosas provocaron un cierto enojo en el nigromante, solamente la miro en silencio con sus ojos vueltos en una llamas rojas amenazantes, pero la chica no le hizo ningún caso, solo respondió de forma inmadura sacándole la lengua.

-Porque estamos preparando un gran golpe señores.

Una voz masculina resonó en la sala mientras entraba desde una puerta al costado, caminaba de forma elegante mientras portaba ropas del desierto, con su rostro cubierto por parte de su turbante. La mayoría lo miro con duda sin saber quién era.

-Les presento al sultán, desde ahora es el séptimo iluminado... la duquesa pasa a ser la sexta, el cazador es el quinto, el general desde ahora será el cuarto, y el paladín es ahora el tercero.

Todos guardaron silencio mirándose entre sí, pues el anterior tercer iluminado había muerto, y ahora tenían a su asesino frente a ellos.

-Un gusto conocerlos, ahora, les traigo una forma de causar el caos... quiero pedirles su ayuda para que me ayuden a encontrar a mi prometida.

El sultán rompió el silencio provocando miradas confundidas de la duquesa y el paladín, esta última miro a los lados antes de centrarse en el paladín y mirar hacia el sultán.

-Porque nos necesitas, alguien con tu poder sería capaz de atraer a cualquier chi... un segundo, ¿Por qué realmente estamos aquí?

El sacerdote sonrió ante la pregunta de la duquesa, quien ya había encontrado parte de la respuesta.

-Ella se encuentra en Paradise, quiero causar el mayor caos que se pueda, ¡estoy seguro que nuestro señor estará feliz por todas las muertes que causaremos!

Exclamo el sultán mirando hacia el trono al frente de la habitación donde ahora se encontraba un ser formado de sombras, el cual desapareció al instante apagando el fuego morado dejando la habitación completamente a oscuras.

-La paz en Ershia no es una opción, no se conformen con secuestrar esa chica... arrebaten todas las que puedan, hagan que esa ciudad que no fue tocada por la guerra arda en llamas.

Una voz resonó en los oídos de cada uno haciendo que se arrodillaran, ellos habían recibido una orden que no podían ignorar, se emocionaron desde el fondo de su corazón, pues el dios que adoraban les había hablo al fin.

-El iluminado ha hablado.

Exclamaron los cinco.

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