Once y cincuenta

Y se convierte en un torbellino de fuego

Que destruye a quien atraviesa su camino

Los descascara, desollándoles la piel

Y se inmuta al ver la sangre correr

Y es como un huracán sin nombre

Que se lleva las memorias color albino

Dejando solo aquellas que saben a hiel

Y se aleja sin siquiera palidecer

Y solo se asemeja por fuera a mi reflejo

Que se distorsiona porque no es divino

Es el vagón de un tren sin fijar un riel

Y no le importa decidir cuál recorrer

Y hiere sin articular palabra

Porque usa una simple driza de lino

Porque para este ser es solo miel

Lo que desbordamos con dolor de nuestro ser.

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