- Sospechas -
El padre de Alma sorprendió a su hija un par de días después con un regalo inesperado: un teléfono nuevo. A pesar de que la persona que se había llevado el móvil del taxi había prometido enviarlo cuanto antes por mensajería, el lunes siguiente Alma seguía incomunicada del resto del mundo y su padre creyó que recuperar esa preciada posesión serviría, aunque solo fuese un poquito, para ayudarla a superar el duro trance.
Y es que después de ver la foto en el periódico digital, la estupefacción de la muchacha dio paso a una sorpresa aún mayor a la par que estremecedora. Las siglas del fallecido le eran familiares; coincidían con las de Bruno. Pero... no podía ser. Bruno no podía haber muerto... ¿verdad?
Sin su móvil, no tenía modo de llamarlo para comprobar cómo se encontraba. Pese a las innumerables ocasiones que había mirado el número del chico en la pantalla de su móvil no había llegado a aprendérselo de memoria y ahora se arrepentía. Tampoco podía costar tanto memorizar nueve dígitos tan íntimamente ligados a la persona de la que había estado enamorada durante los últimos meses, pero había confiado en exceso en la tecnología y esta había terminado por fallarle en el momento más inoportuno.
Del mismo modo que no recordaba el número del chico, tampoco sabía los de ninguno de sus otros amigos, ni habían tomado nunca la precaución de intercambiar los números de casa. Para más inri, hacía tanto tiempo que tenía vinculadas todas sus cuentas de redes sociales al móvil que había olvidado por completo las claves y no podía entrar a ellas desde su ordenador. ¡Qué más podía salir mal!
Tras leer la noticia y buscar en internet desde su portátil más información sobre el incidente de la noche anterior sin demasiada suerte, golpeó la mesa con el puño cerrado, impotente.
Fede debió de oír el golpe desde su habitación, puesto que instantes después apareció en el umbral de la puerta con aspecto nervioso. Desde que la había encontrado la noche anterior vagando por las calles de la ciudad, sentía en su estómago una desagradable sensación de malestar y desasosiego, como si notase que algo iba terriblemente mal en la vida de su melliza.
-¿Qué pasa, hermanita?
Alma se volvió hacia él, sorprendida. En los últimos tiempos no había sido muy habitual que su hermano se dirigiese a ella con tanto cariño.
-Tengo un mal presentimiento.
Fede se aproximó al escritorio de la joven y ojeó la pantalla del ordenador. Se dejó caer sobre la cama, con su móvil en la mano, y suspiró.
-¿Es muy extraño que yo también? -apuntó.
Alma abrió los ojos como platos.
-¿En serio? Hacía ya mucho tiempo que... -él asintió con la cabeza.
De pequeños habían estado tan complementados que todos a su alrededor creían que estaban sincronizados. Cuando uno de los dos iba a enfermar, él otro comenzaba a actuar de manera extraña. Si uno lloraba, el otro le acompañaba, y lo mismo ocurría con sus alegrías y sus ataques de risa. El mágico vínculo del que algunos gemelos se vanagloriaban parecía también existir entre ellos dos hasta que crecieron, maduraron y tomaron caminos distintos. Desde entonces habían vivido vidas independientes sin ningún tipo de lazo místico o sensorial entre ellos... hasta ese momento.
-Creo que el chico al que encontraron es Bruno -se atrevió a confesar la joven, con el corazón en un puño.
En esta ocasión, fue su hermano quien reaccionó con cierto sobresalto.
-¿Qué? -fueron sus únicas palabras.
Alma tampoco respondió.
Con la espalda apoyada en la pared y en absoluto silencio, Fede recordó la primera vez que había visto al mejor amigo de su hermana, hacía ya tantos años. Al principio había estado convencido de que a Bruno le gustaba Alma, pero un tiempo después empezó a salir con esa influencer y sus sospechas quedaron descartadas.
Ese pensamiento le dio una idea.
-No creo que sea él, Alma, tranquila. De todos modos, hay una forma muy sencilla de saberlo.
Alma lo miró extrañada.
-Entremos a la cuenta de Instagram de su novia. ¿Cómo se hacía llamar?
-Olgalita -contestó ella-. Pero no tengo mi móvil. No puedo mirarlo.
-¿Y para qué están los hermanos? -bromeó Fede.
La chica esbozó una sonrisa. ¡Qué tonta había sido! La cuenta de Olga era pública y podría haber accedido desde el navegador de su ordenador sin necesidad de estar conectada a Instagram.
Antes de que le diese tiempo a teclear el apodo de su enemiga, Fede ya había accedido a la cuenta de Olga.
-Qué raro... no hay ninguna actualización desde hace horas. Creía que los influencers se dedicaban a tiempo completo a gestionar sus redes sociales.
La corazonada que sentía Alma no hizo más que incrementarse al escuchar las palabras de su hermano. Tenía razón; Olga no desatendía sus redes sociales si no había un motivo de peso.
-Madre mía, Fede... Seguro que era él.
Cada vez estaba más nerviosa. Temía sufrir otro ataque de ansiedad como el de la fiesta de inicio de curso, en la que parecía que había sido una vida anterior.
-Tengo que localizar a Bruno ya. No puedo permanecer más rato aquí, esperando a saber qué.
-¿Y qué piensas hacer? -quiso saber Fede.
-Necesito ir a su casa como sea.
-¿Y eso dónde es?
La joven indicó la dirección, muy lejos de donde ellos vivían.
-Yo me encargo de buscarnos transporte -se ofreció él-. Damos unos minutos para llamar a un amigo.
Alma aceptó la sugerencia. Mientras Fede se levantaba de la cama de un salto y salía al pasillo con el móvil pegado a la oreja, ella se acercó a su armario y buscó algo limpio que ponerse para salir a la calle. Deseaba ver pronto a Bruno a pesar de haber estado esquivándolo durante tanto tiempo. Solo así se tranquilizaría.
Unos segundos después, Fede volvió a asomar la cabeza en su dormitorio.
-Manuel viene en seguida y nos acerca a la casa de tu amigo. Arréglate rápido.
El trayecto hasta la casa de Bruno les resultó interminable a los dos hermanos por más que el amigo de Fede hubiese pisado el acelerador bastante más de lo que permitía la ley. Al fin, tras unos minutos de incertidumbre y angustia, llegaron frente al hogar de Bruno. Y allí, en el mismo rellano, pegado a un lado de la puerta, había un papel colgado.
No tuvieron necesidad de bajar del coche para saber lo que era.
Una esquela.
Sus augurios no habían errado. El chico de la noticia, el que habían encontrado muerto en la orilla del río, era Bruno. El alegre y divertido Bruno. El protagonista de los sueños de Alma. Su mejor amigo y confidente durante tantos años. El mismo que la había llevado a casa tantos días en su coche descapotable.
Bruno estaba muerto.
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