- La noche más oscura -
Sentada en un apartado banco de la zona más transitada de un parque solitario, una muchacha jugueteaba con las vetas de la madera con la mirada perdida al frente. Su melena oscura estaba recogida en dos moños altos en la parte superior de su cabeza que le conferían un aire infantil y alocado, de plena alegría, pero nada podía ser más distinto a la realidad.
Nadie se había acercado a ella en todo ese rato, algo que agradecía, por lo que no habían visto los manchurrones negros bajo sus ojos ni lo hinchados que tenía los labios de tanto mordérselos. Si alguien lo hubiese visto, tal vez se habría interesado por saber qué le pasaba a esa curiosa chica y la habría intentado ayudar, temeroso de que esa joven pudiera cometer una locura. Realmente se la veía desamparada y desubicada en un mundo al que hacía días que no pertenecía.
Había apagado el móvil y lo había dejado sobre la mesa de su cuarto bajo una pila de apuntes y resúmenes que debería estar estudiando. Lo cierto es que no había repasado ni un ápice para los exámenes de recuperación; estos eran únicamente una excusa para apartarse del resto de gente. Ella, siempre tan sociable y amistosa, había cortado el contacto con todo su círculo de amistades. A algunos compañeros los evitaba porque ese era el único modo de no participar en conversaciones que la herían, mientras que con otras amigas a las que no veía con demasiado frecuencia no se veía capacitada para revelarles los últimos sucesos de su vida.
Bruno se había ido. Estaba muerto. Muerto. Con todas las letras. ¿Qué dios había sido capaz de perpetrar un acto tan descorazonado? ¿Qué mano despiadada había empujado al joven al abismo en la noche más oscura? ¿Y por qué, por más vueltas que le diera y por más que lo intentara, no recordaba nada?
Probablemente eso fuese lo peor de todo para Alma, haber olvidado sus últimos momentos con Bruno. ¿Fueron sus últimas palabras hacia él cordiales o un burdo ataque? ¿Y las del muchacho? De hecho, ¿habían llegado a hablar esa noche? Sus recuerdos de la fiesta eran confusos y constaban de imágenes rápidas como flases que se entremezclaban unas con otras. Una piscina, su mano aferrada a la de Marina, un vaso de chupito vacío golpeando la barra. Espuma, luces parpadeantes y humo. Su boca pegada a otra. Movimientos desenfrenados. Una palmera. El río. Dos rostros masculinos emborronados frente a ella, serios. Sirenas. Oscuridad total.
Ni siquiera recordaba cómo había llegado a casa. Cuando al día siguiente se despertó, al abrir los ojos encontró frente a ella el rostro desencajado de su madre. La mujer estaba de pie en absoluto silencio. Aunque debido a su ceguera no podía haber visto que su hija se había despertado, debió de notar el cambio en el ritmo de su respiración o tal vez escuchó algún crujido en la cama, porque comenzó a hablar.
-Vamos a la cocina, Alma. Tenemos que hablar.
Alma se dispuso a rechistar, aunque al final no lo hizo. Le dolía demasiado la cabeza y tenía angustia. Sin duda, la noche anterior se había pasado. Solo esperaba que Marina se hubiese encargado de cuidarla, como había prometido en el taxi. Sin embargo, el último recuerdo que tenía de su amiga la noche anterior era el de verla entre el gentío de la mano de Jonathan.
Se levantó de la cama y entonces se dio cuenta de que no llevaba el pijama, sino el mismo vestido con el que había ido a la fiesta. Se miró en el espejo y la imagen que le devolvió la asustó. Estaba hecha un desastre. El vestido azul, a pesar de ser corto, estaba manchado de tierra en la parte baja, a medio muslo. Además, tenía arañazos en las rodillas, donde la sangre se había resecado. También había perdido el piercing que llevaba bajo el labio inferior. ¿Qué le había pasado?
Lo único que tenía claro es que Marina no la había ayudado a llegar a casa, pues de lo contrario no la habría dejado meterse en la cama en esas condiciones. Cogió una toallita desmaquillante y se limpió el rostro, que parecía un cuadro abstracto. Menudo desastre... Esperaba que nadie la hubiese visto así ayer.
Se recogió el pelo en una coleta baja, dejó caer el vestido al suelo y se enfundó en una camiseta ancha que tenía sobre la silla del escritorio. A continuación se encaminó hacia la cocina, donde sus padres la esperaban. De un simple vistazo, apreció que estaban más serios de lo normal. Definitivamente, había pasado algo.
-Siéntate, cariño -la invitó su madre, con voz dulce pero grave.
Tomó asiento frente a ellos en la mesa, donde habían puesto una jarra de zumo de naranja y varios vasos.
Su padre llenó uno de los vasos en silencio y se lo ofreció antes de comenzar a hablar.
-¿Qué hiciste anoche, Alma?
La chica no pudo evitar una sonrisa. ¡Ya quisiera ella saberlo!
-Fui a la fiesta de fin de curso de la universidad -se limitó a decir.
-¿Y qué tal? -inquirió su madre.
Alma comenzó a ponerse nerviosa. ¿A dónde iba a llevarla ese interrogatorio?
-Pues... bien -supuso la siguiente pregunta, así que se apresuró a añadir- Estuve bailando y tal con Marina y unos amigos.
Su padre atajó el asunto sin más rodeos.
-¿Sabes cómo llegaste a casa anoche?
Silencio en la cocina.
-Fede te encontró vagando por la calle. A oscuras, sola y borracha.
Las mejillas de la chica enrojecieron. Avergonzada, bajó la mirada al suelo.
-Nunca hubiésemos esperado eso de ti, Alma, pero menos que nunca ayer. Con lo que había pasado...
El hombre se interrumpió.
Alma no se podía creer que su hermano la hubiese delatado así ante sus padres, con la de veces que ella le había cubierto las espaldas, aunque le agradecía que se hubiese encargado de rescatarla. No tenía ni idea de cómo había dado con ella, pero de no haber sido por Fede, tal vez habría acabado durmiendo en cualquier esquina de la calle. Vaya con Marina... Sí que se le daba bien cumplir las promesas...
Mientras reflexionaba sobre todo esto, el hombre retomó la palabra.
-Sabes lo peligroso que es para una mujer ir por ahí sola en el medio de la noche. Podrían haberte hecho a saber qué. No nos esperábamos esto de ti. Estamos muy tristes y decepcionados.
Alma levantó los ojos del suelo y se revolvió en la silla, dispuesta a contestarle a su padre. Estaba harta de que la sociedad amedrentara a las mujeres para no ser independientes, infundiéndoles el temor de que algo les ocurriría si iban solas. ¡Como si las violaciones y asesinatos que por desgracia plagaban las páginas de los periódicos fueran culpa de las víctimas! Si le apetecía darse un paseo a las cinco de la mañana por el barrio, quería poder dárselo sin que nadie la mirara raro o se preocupara por ella y sin que importara que fuese en chándal y deportivas o con una mini falda y tacones de aguja. Alma creía firmemente que la mujer era un ser libre. Ella quería ser libre, volar sin caminos establecidos, dejarse llevar por el viento. Meter miedo al respecto solo cortaba alas.
Sin embargo, no llegó a soltar esa perorata porque de pronto se dio cuenta de unas palabras que su padres había dicho un poco antes. "Con lo que había pasado". Muerta de curiosidad, interrumpió al hombre.
-¿Qué pasó anoche?
Su padre parecía confuso.
-Cuando has dicho "con lo que había pasado", ¿a qué te referías?
Esta vez fue su madre quien habló, muy flojito y con voz tensa.
-Hubo un asesinato, Alma. Murió un chico.
Sin saber muy bien por qué, notó cómo el corazón se le encogía de golpe.
-¿Qué?
-En los alrededores de la fiesta -la persona que había intervenido estaba detrás de ella.
Giró el rostro hacia la puerta de la cocina y vio a su hermano.
-Estaba por ahí con unos colegas cuando a uno de ellos le llegó un mensaje contando la noticia. Habían encontrado un cadáver en la ladera del río.
Alma tuvo el primer flash: era ella, caminando en eses entre risas y agarrada a los barrotes del puente.
-Por lo visto alguien tiró a un estudiante de la fiesta desde el puente.
Otra imagen. Un chico de rostro impreciso se acercaba a ella y la empotraba contra los barrotes. Se besaban.
-Cuando dijo que era al lado de la discoteca donde habías ido, me preocupé y te mandé un mensaje. No respondiste. Entonces me di cuenta de que hacía bastantes horas que no lo tocabas. Decidí llamarte. Contestó una mujer. Me dijo que había encontrado tu móvil en el taxi de camino al aeropuerto y se lo había llevado al confundirlo con el suyo. Me comentó que acababa de subir al avión y que ya no tenía posibilidad de dejar el móvil en tierra y que lo sentía mucho, aunque se comprometió a enviarlo por mensajería urgente hoy desde su destino. Cada vez estaba más nervioso. Las posibilidades de que ese cadáver tuviese algo que ver contigo eran muy remotas, pero aun así decidí acercarme en el coche de mi amigo a buscarte. Ahí fue cuando te encontré, a varias manzanas de la discoteca, caminando sola sin rumbo fijo. Te subimos al coche y vinimos a casa.
Con una mirada, Alma comprendió que su hermano se disculpaba con ella por haberla delatado ante sus padres. No pudo enfadarse con él; ella habría hecho lo mismo. Aunque en ocasiones no tuvieran el mismo modo de ver el mundo, se querían y cualquiera de los dos habría hecho lo que fuera para que el otro estuviese a salvo y bien.
-¿Sabías lo de ese chico? ¿Al que encontraron junto al río? -quiso saber su madre.
Alma intentó hacer memoria, pero no era capaz de recordar nada. Se encogió de hombros.
-¿Estás segura? -insistió su padre.
La chica comenzaba a ponerse nerviosa.
-¿Debería?
Los dos progenitores se mantuvieron imperturbables. Entonces, Fede se acercó a ella y le extendió su móvil. La chica lo cogió entre sus manos y observó la imagen que se mostraba en pantalla. Separando los dedos índice y pulgar amplió la foto lo suficiente para comprender a qué se debían todas esas preguntas.
Ahí, en un lado, entre los observadores del terrible hallazgo, estaba ella.
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