- La fiesta -

Bruno pasó su brazo izquierdo por encima del cuello de Alma y la atrajo contra él cariñosamente. La sonrisa de la chica parecía un tatuaje indeleble.

-¿Adivina qué? -preguntó, con aire misterioso.

La joven estaba tan cerca de su amigo que casi no podía girar la cara para verle.

-¿Qué?

-Me han llamado de la Escuela Oficial de Idiomas. Parece que alguien se ha dado de baja en el grupo de C2 y me han ofrecido la plaza.

Alma dejó de caminar.

-¿Estás de broma?

-Para nada. ¡Vamos a ir juntos a clase, Al!

Los amigos volvieron a abrazarse y, pese a que su relación era siempre muy cercana, Alma se puso un poco nerviosa. Las cosquillas en el pecho le dieron ganas de llorar de felicidad. De inmediato se separó de él; se sentía muy tonta. ¿Cómo demonios una chica guerrera como ella había acabado tan colgada de un tío? No era la primera vez que perdía la cabeza por alguien, pero la otra vez era una niña de quince años y hasta cierto punto podía ser normal. Ahora... esa dependencia que sentía por Bruno no podía ser buena, y aun así no dejaba de pensar en él.

-¿Y qué piensa ella? -quiso saber.

-¿Te refieres a Olga?

Cuando Bruno pronunció el nombre de su novia, el semblante de Alma se endureció. Se limitó a asentir con la cabeza.

-¿Por qué tiene que pensar nada en especial?

-No sé... Esas horas de clase es tiempo que no vas a poder quedar con ella.

Habían llegado junto al descapotable blanco de Bruno, que en ese momento estaba cubierto, mal estacionado sobre un paso de cebra. Pulsó el mando que abría las puertas y señaló con la mano a Alma que ya podía entrar.

-No es necesario que estemos siempre juntos, ni que nos veamos todos los días. Además, necesito ese título para mi futuro. La quiero, pero no es tan importante como para truncar todos mis sueños y objetivos por ella.

La última frase del joven sobresaltó a Alma. Ese "la quiero" se le había clavado en lo más hondo de su alma. No obstante, Bruno acababa de reconocer que Olga no era el centro de su vida. Tal vez tuviese una oportunidad con él. Con ella sí quería pasar más tiempo a diario. Se veían todos y cada uno de los días, de lunes a domingo, ya fuese para ir a clase, salir de fiesta o quedar para estudiar juntos. Muchas veces incluso habían quedado solos para hablar de todo y de nada en el interior de su coche, comiéndose un helado de McDonald's.

-Creía que se enfadaría. Os veis tan poco y ahora vas a comprometer cuatro horas semanales más sin ella...

-A ella también le viene bien que pasemos tiempo separados. Ahora está muy liada con el último curso del instituto y los preparativos de Selectividad. Y si a eso le sumamos que de esta manera puedo estar más tiempo contigo...

Bruno le guiñó un ojo. Alma sintió cómo le temblaban las piernas, aunque intentó aparentar que lo tomaba como una broma que en nada le afectaba.

-¡Mira que eres zalamero! -contestó con una voz flojita que casi quedó apagada por el sonido del motor al arrancar.

-En serio, Alma. Me encanta estar contigo. Eres alguien super especial para mí. Me divierto muchísimo contigo y cuando estamos solo puedo hablar de cosas de las que no me atrevería a hablar con nadie más. Me transmites mucha paz.

Su amiga se rió. A ella le ocurría todo lo contrario. A pesar de actuar con naturalidad a su lado, cada segundo que compartían lo vivía con tensión, en busca de una señal o una promesa de algo mejor.

Mientras iban de camino a la universidad, la conversación fue saltando de un tema a otro. Bruno volvió a decirle lo guapa que la veía esa noche justo antes de ponerse a hablar de lo divertidas que serían las clases de inglés juntos. Especularon sobre las sorpresas les tendrían preparadas la universidad y sobre qué les esperaba a cada uno de los miembros del grupo esa noche. El nombre de Olga no volvió a formularse en toda la noche, algo que Alma agradeció. Cuando salía a colación, se sentía una horrible persona por coquetear con Bruno a pesar de que no tragaba a la novia. En cambio, si no se la mencionaba, todo era maravilloso y casi podía olvidar que el chico tenía pareja.

Conforme se fueron aproximando al campus, el tráfico fue aumentando. La rotonda de acceso, de hecho, estaba saturada. Debieron esperar más de veinte minutos para entrar. Después no encontraban hueco en el que aparcar. Típico en un día como ese. Terminaron por estacionar el vehículo en el extremo contrario de la universidad, por lo que siguieron solos un rato más, camino a la puerta principal del recinto instalado para la fiesta, donde tenían previsto encontrar al resto de amigos del grupo.

Al llegar, les costó bastante dar con ellos, ya que la puerta estaba abarrotada de universitarios ansiosos por saltar, bailar, cantar, beber y darlo todo ahí dentro. Al primero que vieron fue a Jonathan, compañero de curso de Alma, que apareció por detrás de la pareja e intentó en vano cubrirle los ojos a los dos para sorprenderlos. Bruno y Alma se dieron la vuelta, felices, y abrazaron a su amigo a la vez.

-¡Jon! -exclamó Bruno-. ¡Vamos a liarla!

Los dos chicos dieron un grito al aire, emocionados.

-¿Dónde están los demás? -preguntó Alma.

-En la cola. ¡Vamos! -Jon cogió de la mano a sus dos colegas y los arrastró entre la muchedumbre hasta un punto cercano al acceso a la fiesta-. Pero... ¡Alma! ¿Y tu camiseta?

La joven miró a su compañero y se encogió de hombros. En clase, los alumnos de cuarto habían decidido lucir una camiseta blanca personalizada que los hiciese destacar como colectivo. En el pecho, con una intrincada letra cursiva, podía leerse "To drink or not to drink, that is the question". No todos sus amigos la llevaban, ya que su grupo estaba compuesto por una miscelánea de alumnos de segundo a cuarto curso. Sin embargo, todos los demás compañeros de clase sí la llevaban.

-Está claro que hoy Alma quería dejar claras sus intenciones... ¡y no son beber! -bromeó Marina.

Alma le lanzó una mirada asesina a su amiga. La chica, dos años menor que Alma, era la única del círculo más cercano a quien había hecho partícipe de sus sentimientos por Bruno, así que tenía miedo de que se fuera de la boca. Marina le sacó la lengua y se calló.

-Entonces me va a tocar estar al lado suyo todo el día -comentó Bruno-. En estas fiestas hay mucho loco pervertido suelto y no voy a permitir que nadie se aproveche de ella. ¡Por encima de mi cadáver!

Todos los amigos echaron a reír, incluida Alma. Si él supiera...

* * *

El evento de inicio de curso comenzó como todos los años anteriores. La música retumbaba en los oídos de los estudiantes que, poco a poco, iban sucumbiendo a los designios del alcohol. Inicialmente, todos brincaban frente al escenario, cerveza en mano, pero no tardaron en llegar los pequeños accidentes: un vaso que, entre saltos, se derrama sobre otra persona, lo cual da pie a una pelea o a una oportunidad de conocer a gente nueva entre disculpas, un amigo que se marea y al que los demás compañeros acompañan al cuarto de baño (o a un rincón, si no les da tiempo) para que pueda vomitar, desagradables roces con personas desconocidas que aprovechan el barullo para palpar a su alrededor sin complejos...

Después del primer concierto, en el que el público se desgañitó coreando La Mujer de Gris del popular Mr Cocoa, el grupo de amigos de Alma salió del recinto entre carreras injustificadas y risas. El alcohol comenzaba a subírseles a la cabeza a todos menos a ella, que no bebía. De todos modos, Alma seguía el ritmo de sus amigos, corriendo como la que más, enfundada en su vestido corto.

Al tiempo que correteaban y se empujaban unos a los otros, encontraron un espacio libre en un lateral del terreno acotado para el concierto. Se dirigieron a ese par de metros escasos libres entre unos alumnos de enfermería con sus batas verdes y un grupo de amigas de diversas carreras, ataviadas cada una con una camiseta identificativa diferente con un único aspecto en común: todas llevaban sus nombres escritos a la espalda en letras plateadas.

Jon, Bruno y los demás se sentaron en el suelo o en el bordillo, donde pudieron. Alma se quedó de pie, riendo al ver a sus amigos tumbarse en el suelo sucio con la respiración entrecortada. Marina le pasó un brazo sobre los hombros y le susurró al oído:

-¿A qué esperas?

Alma miró a Bruno bromear con Jon ahí, acostado. Le parecía tan atractivo...

-No puedo -le contestó por lo bajini a su amiga-. Tiene novia.

-¿Y tú la ves por aquí?

Marina le dio un empujoncito con el hombro para que fuera a por su presa. Animada por la otra chica, se dirigió hacia Bruno, aunque nada más llegar frente a él perdió el valor.

El muchacho, al verla venir tan directa hacia él, se incorporó y la miró. Jon intentó arrastrarlo al suelo mientras le gritaba unas palabras indescifrables, pero él no se dejó llevar. Le tapó la boca entre risas a Jonathan y solo le contestó:

-¡A dormir! -después volvió a centrar su mirada en la joven, que se había quedado quieta y muda frente a él- ¿Va todo bien, Alma?

No tuvo opción de recibir ninguna respuesta ya que, en ese preciso momento, ocurrió algo que nadie esperaba. Uno de los enfermeros de la pandilla se acercó a Alma, le dio un inesperado abrazo y al separarse, le quitó el collar de su madre. Echó a correr, mientras sus compañeros observaban entre risas la cara estupefacta de la chica.

Alma tardó unos instantes en reaccionar.

¿Acababan de robarle?

Estaba paralizada, aún más que cuando había decidido ir a declararse a Bruno o a hacer un movimiento estratégico. En realidad no tenía ni idea de qué había pretendido hacer. Y ahora... ahora tampoco había sabido reaccionar.

No demasiado lejos podía ver al chico correr entre el gentío al tiempo que alzaba la mano al aire y le mostraba el collar. ¿Qué narices...?

Ante su impasibilidad, Bruno se levantó de un salto del suelo y salió corriendo hacia el chaval. El otro chico, sorprendido, dejó de correr, como si no esperase que aquello pudiese pasar.

-¡Eh, eh! ¡Tranquilo! ¡Ya te lo devuelvo! -pudieron escuchar todos los enfermeros y los amigos de Alma, aunque la mitad de ellos estaban demasiado borrachos como para enterarse de nada.

Bruno no frenó. Corrió hasta el estudiante de enfermería y lo embistió como un toro.

-¡Vaya con el enclenque! -se burló otro de los enfermeros.

El amigo de Alma no pudo escuchar esas palabras. Estaba encendido, probablemente a causa de los varios cubatas que se había tomado durante el concierto. Agarró al otro joven de la solapa de la bata y lo arrastró hasta él, pegando la frente del chico a la suya.

-¡Tío, en serio, toma! ¡Era una broma!

Su rival le colocó la gargantilla a la altura de los ojos, en señal de paz. Bruno la cogió con rabia. Después apartó al otro chico de su mirada con otro empujón. Su rostro denotaba odio.

-¡No te vuelvas a acercar a mi amiga, imbécil!

El enfermero clavó sus ojos en él, desafiante. Desde la distancia, sus compañeros de carrera reconocieron esa mirada y se acercaron a toda prisa a los chicos, igual que Alma, que no quería que Bruno se metiera en problemas por su culpa.

-¡Eh! ¡Ya vale, Marcos! -gritaron unos-. Vámonos de aquí, tío.

-¡Dejadlo, por favor! -exclamó la otra.

El corrillo de alumnos de enfermería lograron llevarse a su amigo de allí, aunque no antes de que pudiera decir unas últimas palabras.

-Quédate con tu amiguito, zorra.

Bruno, furioso, hizo un amago de lanzarle un puñetazo al otro chico, pero Alma se interpuso en su camino.

-¡Para! -gritó, a punto de romper a llorar.

Pese a que el golpe no le había acertado de pleno, el puño de su amigo le había rozado ligeramente en un lado del pómulo.

Al ver a Alma tan desvalida, los demás amigos, que hasta ese momento habían observado la escena impertérritos, se acercaron a ellos.

-¿Estás bien? -preguntó Bruno arrastrando las sílabas por el efecto del alcohol; volvía a recuperar la calma.

-¿No has visto que ese chaval solo quería ligar con Alma? -le preguntó, acusadora, Marina.

La joven abrazó a su amiga, que rompió a llorar. Necesitaba descargar la tensión de alguna manera. Había pasado miedo ante la idea de perder el collar de su madre, al que la mujer tanto aprecio le tenía, además de creer que Bruno se metería en problemas. Y todo por su culpa.

Los demás compañeros le hablaban en un intento de calmarla, pero no oía nada. Se empezaba a marear. El pecho le palpitaba a toda velocidad y el mundo a su alrededor parecía dar vueltas como una peonza. Hacía mucho tiempo que no le pasaba eso, desde su último ataque de ansiedad hacía más de dos años. Intentó respirar tranquila, pero no lo logró. Cuanto más intentaba relajarse, más angustiada estaba.

Bruno, que había estado presente la última vez que algo parecido le había ocurrido, no tardó en actuar. La cogió de la mano y apartó de su alrededor con un grito a sus amigos. Echó a caminar con ella a su lado mientras pedía por favor que le abrieran paso. Le costó bastante salir de la zona abarrotada de jóvenes, ya que todos parecían tener sus propios dramas e historias que les impedían ver lo que ocurría a su lado. Al fin dejaron atrás a la multitud y se adentraron en una zona ajardinada más tranquila. Buscó un banco cercano e instó a su amiga a sentarse allí. Con un gesto rápido indicó a los demás amigos, que los habían ido siguiendo entre el gentío, que los dejaran solos. Todo estaba bien.

-Respira a la vez que yo, Alma -le pidió a la chica, con voz dulce.

Ella clavó sus ojos en los de él, desesperada. No podía hacerlo. Al percatarse de ello, Bruno la cogió de las manos y las colocó sobre su pecho.

-¿Notas mi corazón? El tuyo debe latir a la par. Vamos a intentarlo, venga. No puede ser tan difícil; a fin de cuentas, estamos en la misma sintonía siempre.

La sonrisa del chico la animó a recuperar el control sobre sí misma. En su cabeza, comenzó a contar hasta diez. Sus manos, al mismo tiempo, le servían de metrónomo. Tenía que acomodar su pulso al de Bruno. Sus corazones debían latir como si fueran solo uno.

Unos instantes después, notó cómo se tranquilizaba un poco. Separó su mano del pecho de Bruno y, sin separar la mano de la del chico, la llevó a su pecho.

-¿Ves? Ya estás mejor.

Al escuchar la voz del joven, separó la mano del pecho, rauda.

-Perdona... -musitó, con la vista clavada en el suelo.

-No, perdona tú -respondió él-. No debería haberme metido. Como decía Marina, ese chaval solo quería tirarte los trastos. Fui un idiota al salir corriendo detrás de él.

-Mi idiota... -murmuró Alma, muy flojito.

-¿Qué? -le preguntó él.

-Decía que gracias. Eres un buen amigo.

La pareja se abrazó, como hacían mil veces al día, pero en esa ocasión, Alma sintió que ese abrazo era distinto. Entre sus brazos, sentía la debilidad de Bruno. Estaba indefenso. La bebida había sacado una versión suya que pocas personas conocían: protectora y valiente a la vez que inocente como un niño.

En un impulso, acarició con la punta de sus dedos el cuello del chico sin dejar de abrazarlo. Como respuesta, el le dio un suave beso en el cuello. Alma no quería que ese abrazo terminara nunca; quería seguir notándole tan cerca, tan suyo. No obstante, la separación podía dar pie a un beso, ese esperado beso que marcara el fin de su relación con Olga. El beso que hiciese comprender a Bruno que ella era la persona con la que debía estar.

Con lentitud, se fue separando de su amigo. Él, un poco mareado, también se movió, a trompicones. Se miraron a los ojos unos segundos. En el profundo azul de los de ella, Bruno pudo encontrar una mirada entregada. En los de él, enrojecidos y algo acuosos, ella encontró una mirada que no supo reconocer.

Estaban tan cerca... tan sumamente cerca...

Sus labios apenas estaban separados por unos milímetros. Si se echaba un poco adelante, Bruno sería suyo. Para siempre.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un movimiento en los labios del joven tras unos instantes de silencio. Se separaron para dar paso a unas palabras:

-¿Volvemos con los demás?

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