- Jaque -
Por desgracia, a lo largo del curso las vidas de los dos jóvenes habían ido entretejiéndose hasta convertirse en una. La universidad, el grupo de amigos los fin de semana, las clases de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas... Quisieran verse o no, debían hacerlo con una inquietante frecuencia que hasta poco antes había supuesto un regalo del cielo para Alma, mientras que ahora no podía tratarse más que de una maldición. En sus manos estaba hacer cambiar aquella situación, o al menos suavizarla un poco, y eso hizo.
En primer lugar, comenzó a ir a la universidad en autobús con la burda excusa de que necesitaba estudiar más y en la biblioteca se concentraba mejor. No mentía cuando explicaba que llevaba mal todas las asignaturas, ya que desde el inicio del segundo trimestre no había sido nada constante con los estudios y se le había acumulado el trabajo, pero su mente nada más pensaba en Bruno y, a ratos, en la detestable Olga. Cada vez que sacaba los apuntes (incluso en la biblioteca o en el autobús camino a la uni) terminaba ignorándolos y se limitaba a garabatear los márgenes con letras de canciones melancólicas. A pesar de que le rompía el corazón, tuvo la suerte de que Bruno dejara de mandarle mensajes al móvil con tanta frecuencia y, como si supiese la estrategia que estaba siguiendo, no insistió en llevarla a clase ni quiso saber qué le pasaba para estar tan distante con él. No intercambiaban mensajes personales y solo sabían el uno del otro por los numerosos grupos de Whatsapp que tenían en común.
Con el grupo de amigos resultó más sencillo cambiar los hábitos, ya que se dieron varias circunstancias que desestabilizaron el grupo. Para empezar, Marina y Jonathan se enrollaron una noche durante las vacaciones de Pascua y habían terminado como el rosario de la aurora. Él, como siempre había dejado claro, no tenía más interés en ella que un esporádico revolcón, algo que la muchacha no estaba dispuesta a aceptar. Pese a que la actitud de su amiga no era acertada porque el joven nunca la había engañado, el grupo se dividió en dos bandos. Alma esperó a ver qué postura tomaba Bruno, que intentó no posicionarse y llevarse bien con todo el mundo aunque al final dejó claro su apoyo a Jonathan. De ese modo, ella pudo hacer lo que realmente sentía: convertirse en miembro del "Team Marina". Las dos estaban despechadas al sentirse manipuladas por los chicos, así que se entendían a la perfección. Puesto que el bando de Marina en esa guerra de grupos era mucho más reducido que el del chico, las dos decidieron conocer a gente nueva. Alma encontró en la revista de la universidad un par de anuncios de búsqueda de cantante y guitarrista para una banda de música, uno de los sueños de su vida. Arrastró a Marina a las pruebas aunque su amiga cantaba como un pato agonizante y cuando fueron rechazadas en ambas lo celebraron con una escapada al lúgubre karaoke del centro de la ciudad.
En las clases de la Escuela Oficial de Idiomas, sin embargo, tenía más problemas para no relacionarse con Bruno. La profesora estaba tan acostumbrada a que hicieran todas las actividades juntos que siempre que uno de los dos se ofrecía voluntario para presentar un diálogo, pedía al otro que fuera su interlocutor. Si a eso le sumamos que varios de los compañeros se habían dado de baja del curso debido al gran nivel de exigencia al que se enfrentaban, nos encontramos con que en la mayoría de ocasiones Alma y Bruno no tenían escapatoria y debían trabajar codo con codo. Ella se sentía completamente fuera de lugar con él en especial porque él no había cambiado ni un ápice su modo de tratarla. La cogía de la mano con frecuencia, bromeaba con ella sobre cualquier asunto y le hablaba con tanto cariño... ¿Cómo podía ser tan hipócrita?
Para colmo, lo peor estaba por llegar. Con el fin del curso y los exámenes a la vuelta de la esquina, las clases de inglés todavía le deparaban una perturbadora sorpresa que se materializó el día del examen oral.
Unas semanas antes, los alumnos del grupo de C1 habían debatido la conveniencia de escoger ellos sus compañeros para la prueba oral. Para sorpresa de la profesora del curso, la mayoría preferían que les fuese asignado un compañero al azar puesto que así funcionaba la prueba de certificación. Solo un par de alumnos estaban en contra de la propuesta; uno de ellos era Bruno. El chico, que ignoraba hasta qué extremo estaba tensa su relación con Alma, deseaba realizar la prueba con ella como pareja, ya que confiaba en el hecho de que ambos se conocían tan bien que eran capaces de adelantar qué diría el otro. Esto era una ventaja en esos momentos en que uno se ponía nervioso y no sabía cómo proseguir, pero Alma no estaba dispuesta a tener en cuenta ese beneficio y votó, como la mayoría de compañeros, que las parejas de la prueba oral se formasen al libre albedrío de la profesora. Esta, que no era tonta, intuyó que algo debía haber ocurrido entre los dos universitarios, por lo que por primera vez decidió que trabajaran con otras personas.
El día del examen llegó. Alma estaba desquiciada, aunque no por los nervios. Hacía tiempo que había comprendido que no aprobaría, pues había pasado los últimos meses vagando sin rumbo, como un barco a la deriva. Su orgullo la obligaba a presentarse a la prueba aun siendo consciente de que sus posibilidades de éxito eran nulas. El verdadero motivo de su agonía ese día era un vídeo que había visto unas horas antes en la cuenta de Instagram de Olga. Por lo visto, la noche anterior había sido su aniversario con Bruno y el joven le había preparado una sorpresa. Con la ayuda de Jonathan y la nada desdeñable colaboración de Pizza Hut había organizado un romántico picnic en la playa. Habían montado una zona chill out con unos colchones blancos algo apartados de una hermosa y elegante mesa con altos candelabros de plata, rodeada a su vez de cientos de velitas. Alma no había sido capaz de ver los últimos stories, en los que Bruno y Olga se intercambiaban los regalos de aniversario.
Había roto a llorar hasta quedar exhausta. A continuación se dio una larga ducha relajante que de poco sirvió, se pintó los labios con el carmín más rojo que tenía y se dirigió al edificio donde tendría lugar el examen, con la cabeza confusa y el corazón hecho trizas.
Llegó tan apurada que los demás compañeros ya estaban sentados en sus sitios. Bruno la saludó desde un lateral del aula con una sonrisa, pero al ver la mala cara con que le correspondió su amiga, desvió la mirada y la centró en el documento que la profesora estaba comenzando a entregarles.
La primera media hora, Alma fue saltando de ejercicio en ejercicio sin responder nada. A pesar de estar acostumbrada a leer en inglés, el texto de comprensión escrita le parecía un indescifrable jeroglífico, un galimatías sin sentido. Comenzó a completar las actividades de vocabulario y gramática, pero no encontraba las palabras para terminarlas en condiciones. En cuanto al tema de redacción, no le inspiraba en absoluto. Solo veinte minutos antes del fin de la prueba encontró la calma suficiente para enfrentarse a ella; desafortunadamente, carecía del tiempo necesario para demostrar su conocimiento en inglés, por lo que decidió dejar la redacción para otra ocasión y comenzar con los ejercicios de léxico y estructurales gramaticales.
Cuando la profesora anunció que quedaban cinco minutos para recoger los exámenes, estaba terminando de leer el texto, de modo que contestó tan solo un par de preguntas de ese apartado antes de entregarlo, consciente de que debería repetir la prueba íntegra en septiembre. Aun le quedaba la parte oral, que ya no le preocupaba como hasta ese día: no iba a servirle de nada, así que... ¿para qué agobiarse?
Su pareja fue una de las primeras en llevarla a cabo, algo que agradeció, puesto que antes dejaría atrás ese suplicio y podía regresar a su cuarto para seguir llorando. Los minutos de examen pasaron volando y, debido a que no estaba nerviosa por la prueba, le salió mucho mejor de lo esperado.
Una vez se hubo despedido de los profesores que actuaban de tribunal del examen, charló un rato en la puerta con su compañera sobre la fecha de las notas y fue al cuarto de baño. De reojo, vio cómo Bruno se levantaba del lugar en que se encontraba, en un banco frente al aula de examen, y la seguía. Apretó sus pasos para que el chico no pudiera alcanzarla y entró a toda prisa en el cuarto de baño femenino. Una vez en su interior, respiró tranquila. Se había librado de él, al menos por el momento. Miró las ventanas del aseo, demasiado altas y pequeñas para permitirle escapar por ellas. Estaba tan desesperada por evitar al chico que de haber podido, habría huido por las ventanas, pero solo podía rezar para que al salir del aseo él se hubiese marchado.
Una vez más, la suerte no estuvo de su parte. No solo no logró esquivar al chico, sino que este se coló en el cuarto de baño de las chicas sin ningún pudor. Mientras Alma se miraba en el espejo, triste, la puerta se abrió y Bruno apareció en el umbral, con su habitual sonrisa. Esa misma sonrisa que desearía poder borrarle de los labios de un guantazo, lanzándole un jarrón o quién sabe cómo. No podía verlo.
-¿Qué tal? -le preguntó.
Hacía tanto tiempo que no se dirigían la palabra en persona que Alma no supo a qué se refería.
-¿Cómo ha ido el examen? -explicó él, al contemplar su rostro confuso.
Dio unos pasos al frente hasta quedar al lado de la chica, que se encogió de hombros.
-Bueno.
Estaba realmente nerviosa por más que intentara esconderlo.
-¿Si te seduzco me dirás que ha salido?
La bromita de Bruno vino acompañada de un rápido movimiento inesperado: el joven alargó su brazo derecho hasta la cintura de su amiga para, de un tirón, aproximarla a su pecho. Después de todos esos días separados, la distancia que Alma había procurado interponer entre ellos se vino abajo como los muros de un castillo al ser atacado por un dragón.
Los profundos ojos del chico se clavaron en los de ella, que notaba cómo su corazón latía desbocado. ¿También él lo notaba? Esa sonrisa que unos instantes antes había detestado la tenía atrapada. Esos labios... Dios, no podía dejar de pensar en cuánto deseaba besarlos.
Pese a que su cuerpo le pedía todo lo contrario, colocó sus manos sobre el pecho de Bruno y le dio un empujón hacia atrás para separarse de él.
-Ya vale de jueguecitos, Bruno -murmuró-. Si quieres saber las preguntas del examen no tienes más que pedirlo. Para eso están los amigos, ¿no? Pero deja de hacer el tonto.
El muchacho la abrazó con cariño.
-¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres la mejor!
A toda velocidad, Alma le detalló qué le habían preguntado en el examen y qué tipo de interacción había tenido que llevar a cabo con su pareja. Agradecido, Bruno la abrazó una vez más antes de marcharse del cuarto de baño. Mientras la puerta se abría, Alma escuchó cómo la profesora lo llamaba. Justo a tiempo.
Impotente ante lo que acababa de ocurrir, entró en uno de los cubículos del cuarto de baño, bajó la tapa del váter y se sentó. No quería venirse abajo, y menos allí, con él tan cerca, pero de nuevo comenzó a llorar. Entre lágrimas, mandó un mensaje de audio a varias amigas, entre ellas Carla.
-Hola, chicas. Estoy fatal. Bruno ha vuelto a coquetear conmigo y no he sido capaz de frenarle. Cada vez que me sonríe y me toca me derrumbo. Ya no sé cómo lidiar con esto. Necesito dejar de verlo de una vez. De lo contrario... no sé qué puede pasar.
* ¡Hola! ¿Hay alguien por ahí? La historia de Olga ha ido avanzando sin prisa pero sin pausa y ya estamos cerca de la mitad. A partir de aquí nos centraremos de lleno en el misterio del prólogo. ¿Qué pensáis que encontraréis en los próximos capítulos? ¿Entendéis a Olga? ¿Y qué os parece Bruno? Me encantaría saber qué impresiones os ha despertado la novela hasta este momento, de modo que vuestros comentarios serán más que bienvenidos para ayudarme a mejorar.
Muchas gracias por acompañarme en esta aventura y un abrazo muy fuerte.
Lucía*
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