- Información confidencial -
Lo que había comenzado con la promesa de un té acabó convirtiéndose en una improvisada salida de tapas por los alrededores de la universidad. Algo en el interior de Carla le decía que no era buena idea alternar de esa manera con sus estudiantes, y menos con el curso recién iniciado, pero ignoró las señales de peligro que le enviaba su mente: la chica necesitaba desahogarse y había confiado en ella. No podía dejarla tirada.
Conforme abandonaron el aulario y se dirigieron a la cafetería de la universidad, el teléfono de la docente había sonado. El nombre de su novia apareció en la pantalla.
-¿Sí?
El saludo fue secó, pese a no pretenderlo. Simplemente quería preservar su intimidad de pareja en el entorno laboral, por lo que consideró que cuanto menos supiese Alma de Blanca, mejor.
-Hola, cariño. ¿Va todo bien? -escuchó a través del aparato.
-Sí, claro, ¿por qué lo preguntas?
Silencio al otro lado de la línea.
-No te acuerdas, ¿verdad?
Por instinto, se llevó la mano al rostro de un modo afectado. Había quedado para ir a tomar algo con su chica a un local que le habían recomendado otros profesores y lo había olvidado por completo.
-Sí, sí. Es que...
-A ver, sorpréndeme -pese a todo, las palabras de la otra chica sonaron con un tono jovial-. Eso sí, sorpréndeme en persona mientras nos tomamos unas cervezas, que de algún modo tendrás que compensar el tiempo que llevo esperándote junto al coche.
Carla resopló.
-Lo siento muchísimo. Estaba hablando con una alumna de unos asuntos y he perdido la conciencia del tiempo.
-Otra vez -apuntilló Blanca.
-Otra vez. Y además... íbamos a tomarnos algo en la cafetería justo en este momento.
-Carla -aunque Alma no podía oírlas, Blanca bajó la voz antes de formular las siguientes palabras-... No deberías involucrarte tanto. Sabes cuánto te afectan luego estas cosas.
-Lo sé -reconoció su novia, resignada.
-Supongo que ya no puedes echar atrás ese plan, ¿verdad?
-No... Aunque se me ocurre una idea genial. ¡Podríamos tomarnos algo las tres!
Alma, que había estado todo el tiempo comprobando su cuenta de Instagram, alzó la mirada del teléfono y sonrió, encantada por la propuesta. Cualquier amiga de la profesora debía ser buena persona y le vendría bien relacionarse por una vez con gente que tuviera intereses más allá de la fiesta de inicio de curso o el dinero que había que poner para el botellón del sábado.
Por su parte, a Blanca no le resultó tan maravilloso el plan. Carla dedicaba muchas horas a su trabajo y en semanas como esa apenas coincidían para cenar juntas y dormir. Salir a cenar por ahí era la oportunidad perfecta para disfrutar la una de la otra. Con una tercera persona, su velada romántica se iba al garete. No obstante, no fue capaz de negarse. Sus ganas de conocer a los alumnos de su chica se encontraban entre cero y ninguna, además de que conocía la opinión de Carla respecto a socializar con ellos fuera de clase, pero por algún motivo no podía despedirse de aquella estudiante. Quiso confiar en su juicio y a regañadientes respondió:
-De acuerdo. No os entretengáis y venid hacia el coche. Os espero aquí.
Con la primera tapa de calamares a la romana, los problemas amorosos de Alma quedaron apartados de la conversación. Se habían encontrado con Blanca en la puerta del Toyota azul. Alta y delgada, con gafas de pasta negra y unas graciosas pequitas en las mejillas, se acercó a Carla y la abrazó. Vergonzosas, como dos niñas pequeñas, se dieron un breve y dulce beso en los labios. La estudiante no pudo evitar sonreír al ver a las dos chicas juntas. Hacían una bonita pareja. Además, era la primera vez que veía a un profesor dar muestras de afecto a alguien tan cercano y le agradó comprobar que eran tan humanos como cualquier otra persona.
Carla dejó sus cosas en el interior del vehículo antes de echar a caminar hacia la zona de bares junto a la universidad. De camino, Alma se abrió a Blanca y le contó con todo lujo de detalles qué le ocurría con el chico del que estaba enamorada. Por algún extraño motivo, confiaba en ella sin conocerla, igual que le ocurría con su profesora. Tal vez se debiese a esa tonta manía que tenía de pensar lo mejor de todas las personas y creer que los secretos podían mantenerse presos mucho tiempo o simplemente porque supuso que Carla acabaría por contarle los motivos de su tardanza a su novia. Sea como fuere, narró su historia de nuevo, esta vez sin llorar. Con las dos chicas se sentía protegida. Blanca intervino un par de veces dándole su opinión sobre el asunto que le preocupaba. Su visión difería bastante de la de Carla.
-Quien tiene pareja es él, así que tú no le debes nada a su chica -ante la atónita mirada de Carla, puntualizó qué pretendía decir-. Yo nunca intentaría romper una relación, pero si crees que a él le gustas, tal vez ese chico solo necesite un empujoncito. Muéstrale que te interesa y ya verás qué pasa después.
-Eso sí, no tengas nada con él mientras tenga novia -señaló la profesora-. Si no lo haces por ella, hazlo por ti. Valórate lo suficiente para no ser el secreto de nadie.
En el primer bar, cuando llegaron las primeras tapas, Alma ya le había explicado a sus dos nuevas amigas que en realidad sí conocía a la novia del chico, aunque era una cría. Esa relación no iba a ninguna parte, no solo por la edad sino por la diferencia de caracteres de ambos, por lo que tal vez fuera verdad que le vendría bien una ayudita para dejarla y poder empezar una relación en serio con alguien que lo valorara.
-Ahora solo hablo como su amiga: esa tía es una niñata.
-¡Qué buena amiga eres! -contestó Blanca, con voz dulce.
Su novia la miró con discreción y mirada recriminatoria. Conocía bien a su pareja y sabía que pese a que sus palabras parecían sinceras se trataba de un comentario irónico.
-La verdad es que a mí también me gustaría tener una amiga que se preocupara tanto por mí -dijo Carla para desviar la atención de su chica-. Eso sí, sin buscar nada más, claro. Estoy muy feliz con la persona que tengo a mi lado.
Le guiñó un ojo a Blanca, que le devolvió la sonrisa antes de dar un trago a su bebida.
A raíz de ese momento, la conversación cambió de dirección. Sin tener muy claro el motivo, Carla comenzó a hablar de sus amigas en su ciudad natal, de quienes se sentía muy desconectada desde que se había mudado. Blanca permaneció callada mientras su novia hablaba, puesto que no quería opinar sobre el tema. Sabía que la forma en que Carla y ella entendían la amistad no era la misma y no quería que esta se sintiera herida por sus comentarios. Sin embargo, estaba segura de que esas chicas en las que Carla pensaba con frecuencia no correspondían el cariño que ella les tenía. Eran sus amigas, sí, pero a lo largo de los años habían tenido varios encontronazos que la profesora había perdonado y alguna de ellas parecía no querer olvidar.
-¿Y vosotras? ¿Os conocisteis cuando te viniste a vivir aquí -preguntó Alma a Carla antes de desviar la mirada a Blanca- o ya os conocías antes?
-Nos conocimos en la universidad -contestó Carla mientras se sonrojaba.
-Sí, en el último curso -continuó diciendo Blanca-. Coincidimos haciendo las prácticas. A ambas nos habían asignado el mismo instituto: a ella para dar clases de inglés y a mí de tecnología de la información.
-Vamos, informática -intervino su novia.
Blanca frunció el ceño.
-Como quieras llamarlo. Antes de iniciar las prácticas teníamos que realizar unas sesiones informativas en la uni y... ¡pum! Ahí estaba ella.
Las dos chicas se sonrieron con complicidad.
-¿Entonces te has venido a vivir aquí por ella? -quiso saber la estudiante, sorprendida.
Pese a que todo el mundo la veía como una chica fuerte, divertida, autónoma y despreocupada, era una niña de corazón y adoraba las películas Disney, sobre todo las de princesas que acaban resolviendo todos sus problemas gracias al amor. Cada día encontraba menos historias románticas en la realidad que llegaran a conmoverla, puesto que tenía la impresión de que las parejas ahora eran de quita y pon, como una chaqueta o una camisa. Conocía a poca gente que no fuera de la generación de sus padres cuya relación de pareja hubiese superado el temido umbral de los tres años.
-Se podría decir que sí, aunque también ayudó bastante que encontrase una oferta de trabajo muy interesante en la zona. Una empresa francesa me contrató para gestionarle los equipos informáticos de su oficina en la ciudad y proveer cualquier tipo de soporte digital que pudieran necesitar aquí, ya fuese relacionado con la página web y redes sociales o con la creación de sistemas informáticos propios.
Alma abrió los ojos como platos.
-¡Vaya! Debe ser muy complicado.
-En realidad no tanto -confesó Blanca-. Trabajo en colaboración con un par de compañeros que son unas profesionales como la copa de un pino y la mayoría de peticiones que recibimos son bastante simples. La verdad es que por ahora estoy feliz en mi puesto, pero no descarto dejarlo en un par de años.
-¿Y eso?
-No veo muchas posibilidades de promoción en la empresa. Digamos que nuestro superior en la oficina no es la mejor de las personas. Aparece por allí muy poco, pero cuando lo hace... sube el pan.
-Es un misógino y un homófobo de cuidado -explicó Carla.
-Hasta ahora piensa que Carla es solo una amiga y me ha dejado tranquila, pero antes o después descubrirá la verdad... y no quiero ni imaginarme qué puede pasar -continuó diciendo Blanca.
-Nunca hemos ocultado que somos pareja. Nos parece que a estas alturas de la vida, en pleno siglo XXI, el problema no somos las parejas del mismo sexo, sino aquellos que ven algo malo en que nos queramos. Aun así, en esta ocasión Blanca ha preferido no dar demasiada información en el trabajo para no meterse en líos. Cuando le tocan su lado sensible, puede ponerse más alterada de lo que convendría -señaló la profesora.
-¡Más de lo que convendría no! ¿Por qué tengo que aguantar que alguien me desprestigie por tener novia y no novio? ¿En qué me hace eso inferior?
Como Carla había anticipado, las palabras de su chica sonaron más altas que las anteriores y no lograban ocultar cierta rabia proveniente del hartazgo que le despertaba el tema.
De nuevo, las tres chicas decidieron cambiar de tema y retornar a asuntos más banales y tranquilos. El resto de la comida transcurrió con conversaciones de series, videojuegos y películas, muchos de los cuales Blanca y Alma tenían en común. Carla estaba encantada de ver que las dos jóvenes habían congeniado bien. El grupo social que tenían en la nueva ciudad era muy limitado por ahora y no le venía mal encontrar a alguien con quien quedar a charlar de vez en cuando. A pesar de todo, la idea de que una profesora universitaria no debería de entablar una relación tan cercana con una de sus alumnas ocupaba sus pensamientos todo el tiempo, flotando como una oscura nube de lluvia sobre la alegría de ese momento de confesiones y risas.
Carla no creía en los eventos paranormales ni en las premoniciones, pero tal vez en esa ocasión debería haberse fiado de su instinto. Unos meses más tarde, una calurosa tarde de junio, recordaría el momento en que Alma se dirigió a ella en clase, cómo la acogió en su entorno más íntimo, el de su pareja, cómo parecía que desde ese momento nada podría salir mal.
Pobre Carla. ¡Cuánto se equivocaba! Los problemas no habían hecho más que comenzar.
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