- Cadena perpetua -

Del mismo modo que la historia de Olga había dejado petrificada a Alma, al escuchar esta confesión la influencer perdió la capacidad de expresarse (e incluso de pensar) unos segundos. Las dos chicas, frente a frente, se quedaron calladas durante lo que pareció una eternidad. Ninguna sabía qué decir; ni siquiera el tremendo odio que se habían profesado les daba pie a increparse. Al haberse reunido y haber hablado cara a cara se había resuelto el misterio de la muerte de Bruno, el quebradero de cabeza que les había robado el sueño a ambas durante meses y que las había unido en el duelo cuando nadie hubiese creído capaz que pudiesen compartir nada.

La primera en reaccionar fue Olga. Su labio inferior tembló ligeramente mientras sus ojos comenzaban a brillar con intensidad. No pudo controlar sus emociones y rompió a llorar. Pese a todo pronóstico, mientras se cubría los ojos con la mano derecho, notó como unos dedos acariciaban su mano izquierda, que había permanecido rígida sobre la mesa. Supo sin mirarla que se trataba de Alma, que intentaba consolarla a pesar de todo lo que las separaba.

-Lo siento... -balbuceó.

También ella lloraba, de un modo más discreto aunque igual de profundo al considerarse la culpable de la muerte de Bruno.

-Yo... bueno... no fue tu culpa -sollozó Olga-. Al menos no toda... Yo también tuve mi parte de culpa.

Entre lágrimas, le confesó a Alma cómo le había pedido a Ricky que se deshiciese de ella. Su actuación se había motivado únicamente por los celos y la rabia. Le había pedido a su ex novio que distrajese a Alma y la alejase de Bruno esa noche para evitar números y dramas pensando que cualquiera podía ver y grabar el encuentro entre Bruno y Alma para luego subirlo a las redes sociales y dejarla a ella en evidencia. ¡Mirad a Olgalita, la famosa influencer que no es capaz de evitar que su novio la deje plantada en una fiesta para tontear con otra!

Le explicó cómo había visto que Ricky la había drogado y reconoció, muerta de vergüenza, que hasta ese momento no le había importado. No había tenido en cuenta el peligro al que había expuesto a la otra chica. Estaba cegada de envidia porque nada más con verla, Bruno había dejado de centrarse tan solo en ella para pensar sin parar en su amiga.

No le contó su gran secreto: lo ocurrido aquella noche con Ricky cuando aun era una niña. Nunca había confesado que su entonces pareja la había violado y Alma no era la persona más adecuada para ser la primera en saberlo. ¿En qué lugar iba a quedar ella, que le había pedido a un violador que se encargase de quitar a una chica borracha del medio como fuera? Su arrepentimiento era sincero, pero no podía hablarle de eso. No a ella, pero sí a la policía.

En cuanto las dos jóvenes se hubieron relajado un poco, tomaron una determinación: de la cantina del club social irían directamente a la comisaría. Iban a contar juntas lo que habían descubierto. Sus dos historias unidas constituían las últimas piezas del puzle con el que jugaban las fuerzas del orden. Al fin, la policía sabría todo lo que había pasado la noche de la fiesta y se podrían tomar las medidas necesarias para meter a Ricky entre rejas el resto de sus días.

Alma y Olga. Olga y Alma. Caminaban juntas, casi rozándose. La cercanía de la otra las llenaba de calma y seguridad. Ahí terminaba una larga etapa de odio entre las dos, aunque ambas eran consciente de que una vez que todo ese asunto concluyese, no podrían considerarse amigas. Eran, más bien, compañeras de viaje, de un viaje terriblemente triste y dramático que había comenzado con una chica obsesionada con su mejor amigo y una novia celosa que lo había empujado contra el abismo. Ricky era el asesino, pero ellas nunca dejarían de sentirse culpables. 

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