♱Capítulo 17♱
—Rin, amada mía. Pronto estaremos juntos de nuevo. Y ya no nos volveremos a separar.
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Aquella tarde, Kaito se encontraba tranquilo. Era casi imposible lograr sacarlo de aquel estado. Sujetaba entre sus manos un libro de bordes dorados, mientras su cuerpo se recargaba contra el tronco de un árbol de oro. La brisa alborotaba un poco sus cortos cabellos. Y así se mantuvo un buen rato, hasta que notó una presencia que lo estaba observando en silencio, pero al contrario de molestarle, quedo fascinado, puesto que se trataba de la mujer que tanto quería.
—Rin...
—Lamento tanto la tardanza, el gran maestro nos estaba dando la eucaristía de hoy.
—No debes disculparte, mi niña. ¿Has recibido como se debe el cuerpo de Cristo?
Pese a que Rin no cambio su expresión, su acompañante pudo notar que ella trató de desviar la mirada. —No me la han dado.
—¿Qué dices?– Dijo Kaito cerrando de golpe su libro.
—Me han dicho, que no estoy en condición de recibir al señor. No me quejaré, están en su derecho de negarme o concederme el derecho de comulgar. Ellos sin dueños de mi total existencia.
Kaito no pudo soportar escuchar aquello. Se puso de pie lo más rápido que pudo, y sujetó de la muñeca a Rin, obligándola a seguirle el paso. Ella estaba muy confundida, pero no dijo nada.
Todo cobró sentido en el momento que ambos llegaron a una hermosa iglesia dorada. Los asistentes de la misa ya se habían retirado, solo quedaba el encargado de aquel sitio, que se encontraba limpiando el cáliz con un pañuelo blanco.
—Arcángel Kaito, me es un honor tenerle aquí, en la casa de nuestro supremo señ...
—Mi presencia aquí se debe a una enorme inconformidad, puesto que no posee el derecho de negarle el cuerpo de Cristo nuestro señor a ninguno de sus fieles servidores, y Rin es una de ellas. Quizás la más devota de todos.
Aquella interrupción claramente molestó a aquel hombre, de largos y platinados cabellos. —Mis disculpas señor, pero me temo que su condición de mujer le impide recibir la comunión.
El rostro de Kaito se ensombreció.
—Está bien, Kaito. Lo entiendo bien. –Susurró la joven chica.
—¿Acaso Dios le negó la comunión a su primogénita en el jardín del Edén? –Al parecer había ignorado a la joven.
—Eva al igual que todas las mujeres, son pecadoras. Por ella fueron desterrados de los aposentos del señor y luego vivieron eternamente en pecado. Son seres débiles que no poseen la capacidad de resistirse a las tentaciones.
—Si es del modo que usted afirma, ¿por qué Adan se dejó seducir ante las provocaciones de la mujer? Al igual que ellas el hombre es débil de cuerpo y mente. Y aunque ambos dejaron las tierras sagradas, el señor cuidó de ellos siempre. Él jamás se negaría a estar en quienes lo aceptan en su ser. Por lo tanto, lo que usted hace va en contra de los ideales de nuestro supremo Dios.
Hubo un devastador silencio durante al menos un minuto. Rin estaba muy asustada y temía a la represaría de sus superiores. Y aquello Kaito lo notó.
—No temas, yo jamás permitiré que nada te pase. Aunque me cueste la vida, ten por seguro que estarás bien. –Le susurró Kaito lo más bajo que pudo.
—Kaito...¿por qué lo haces?
—Me temo, que su condición de mujer no le permite estar aquí ahora, al menos hasta que mis superiores me lo indiquen.
—Yo soy su superior. –Replicó Kaito. —Rin pronto será del consejo celestial. Y negarle comulgar es un crimen atroz.
Aquel hombre estaba muy presionado. No encontró más salida que acceder a las peticiones de aquel hombre. Se dirigió en busca de la sagrada hostia. La cual representaba el cuerpo de Cristo.
—Rin acércate , de rodillas.
La chica esbozó una dulce sonrisa. Obedeció igual que siempre sin dudarlo.
—El cuerpo de Cristo.
—Amén.
Dicho aquello, Rin abrió la boca y recibió la hostia.
—Andando. –Dijo Kaito dándose la vuelta y saliendo del lugar, seguido por su aprendiz.
—¿Por qué lo hizo? –Preguntó curiosa la joven ángel.
—Te lo dije, ¿no? Siempre te protegeré y estaré a tu lado.
El rostro de Rin cambió, a uno de clara sorpresa, Kaito no pudo evitar sonrojarse. —M-me refiero a que eres mi protegida, no podía permitir tal injusticia.
—Ya veo. –Respondió Rin con dulzura. —Muchas gracias.
—De nada. – Trató de sonar serio, lo que causó que Rin comenzara a reír.
—Quiero que reciba esto. –Rin buscó en uno de sus bolsillos, hasta que sacó un precioso rosario de plata. —Sé que debe tener muchos más hermosos que este, pero por favor consérvelo mi señor.
—Rin... es tu rosario.
—Tengo otro, pero este especial para mi. Por eso espero que lo acepte. Cuidara de usted, por si debe ir a otra guerra santa.
El hombre le sonrió de vuelta. Y gustoso aceptó el obsequio.
—Si un día me lo regresa, entenderé que no quiere saber nada de mi.
—Entonces lo llevaré conmigo hasta el día en que mi inmoralidad sea arrebatada.
—Siempre.
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~Unido está, pasado y presente.
Por más que lo intenten ya nada se puede borrar. ~
Una luz logró iluminar por completo el cielo, pese a que eran altas horas de la noche. Y con ello, las tierras cercanas temblaron. Enseguida, comenzó a llover. Lo cual era extraño puesto que la noche estaba en completa calma.
Casualmente, cerca del lugar de los acontecimientos se encontraba una hermosa mujer, de largos cabellos rosados. Habitante del infierno. Aquel estruendo logró captar su atención. Se frotó un poco los ojos para tratar de ver mejor en la niebla que se formó.
—Esto ya lo había sentido. El día que Rin llegó.
Trató de darse la vuelta y seguir su camino. Pero, pudo escuchar los quejidos de alguien más. Y no tardó en reconocer aquella voz.
Sin darse la vuelta, habló con tranquilidad. —Kaito. Me alegra que estés aquí.
—Ni se te ocurra voltear a verme. No eres digna después de tus actos de traición contra el reino de los cielos. Y después de que usaras mí apariencia para seducir a una novia de Cristo.
—No dije serlo. Sé bien que no lo soy. Aún así me gustaría preguntar, ¿qué hace usted aquí?
—He venido a buscar a uno de los nuestros. –Respondió el hombre. El cual se encontraba mirando sus largos y húmedos cabellos.
La mujer tardó en responder. —Buena suerte entonces.
Dijo antes de retomar su camino. Sin mirar atrás.
—La has visto, ¿no es verdad?
No hubo respuesta.
El arcángel dirigió una de sus manos a su pecho, y pudo sentir el rosario de Rin. —Estás muy cerca, amada mía. Voy por ti, y ya jamás nos volveremos a separar. Es nuestra promesa.
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—Ah...
Cierta dama, de larguísimos cabellos azulados había despertado de golpe. Y pudo sentir su respiración agitada. Su corazón estuvo a punto de salirse de su pecho. Y comenzó a sentirse muy mal de repente.
Volteó un poco su rostro y observó a su amado esposo durmiendo tranquilamente a su lado. Y sintió que aquello ya lo había visto hace muchos años atrás. Pero, no precisamente con aquel hombre.
Sacudió un poco su cabeza, trató de olvidarse de sus amargos pensamientos y decidió ponerse de pie y dirigirse a una pequeña tina.
Encendió al menos unas tres velas para iluminarse, y dejó caer sus ropas al suelo, con ayuda de un trapo comenzó a frotar un poco de agua en su cuerpo. Tardó en notar que en la pared, su sombra reflejaba su cuerpo. Pero, la silueta negra retrataba una de sus antiguas alas. La otra ya la había perdido hace tiempo atrás, en otra vida.
Una de sus manos delineo la figura, y logró sentir aquella suavidad, luego llevo una de sus manos a su espalda, y en cierto punto sintió un verdadero dolor. Que la hizo gemir suavemente. Amargos recuerdos manchados con sangre invadieron su mente. Pero, antes de consumirse en aquellos pensamientos, escuchó una de las tablas de madera del suelo crujir. Su primer instinto fue tratar de cubrir su cuerpo desnudo.
—L-len...¿estás ahí? –No hubo respuesta.
La chica trató de vestirse rápidamente. Y salió a averiguar que había sido ese ruido. Pero, no encontró nada. Por lo tanto se dirigió a la entrada de la casita, y solo logró ver oscuridad.
—Debí de haberlo imaginado. –Tal cual dijo aquello, pudo sentir unas firmes manos sujetando sus hombros. Por lo tanto la chica gritó con todas sus fuerzas.
—¡Miku!- Era su esposo, Len. —¿Qué ocurre?
—Me has asustado. –La chica dejó un par de suaves puños en el pecho de su marido, y luego dejó caer su cabeza sobre él.
Aquella acción le causó ternura al chico. Y la recibió gustoso en sus brazos, dejándole un suave beso en su frente. —Lo lamento amada mía, ¿regresamos a la cama? –Propuso el chico, sujetándola de la mano, y entrando nuevamente a la casa.
Antes de entrar, Miku volteó un momento al bosque, y nuevamente no fue capaz de ver a nadie.
—Miku...
Un amargo susurro se dejó escuchar en los adentros de aquel frondoso bosque, y el sonido de unos lamentos lo invadió por completo. Era él, un enamorado arcángel había visto a la mujer que amaba, era ella. Vio sus preciadas alas, o al menos una de ellas. Y lo entendió. Su querida mujer había caído en la tentación del mundo cruel. Y ya no había vuelta atrás.
Lloró, lloró amargamente. Las tierras cercanas se secaron instantáneamente. Y golpeó su corazón varias veces.
—Por mi culpa, por mi culpa. Por mi gran culpa.
Aquel hombre, sintió haberlo perdido todo. Trató de pensar en todas las opciones que tenía. Pensó en volver al cielo y azotarse en castigo por haberle fallado a los suyos. Pensó en llevarse a Rin a la fuerza. Pensó en entregarse al infierno por sus pecados. Pensó simplemente en morir.
Pero, no era capaz de olvidar la promesa que le hizo aquel día. No era tan fuerte para ignorar sus propias palabras.
"—Te lo dije, ¿no? Siempre te protegeré y estaré a tu lado."
—Siempre...
~Este es el fin, caerán muy hondo.
Vistiendo de luto vivirás por siempre.~
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