♱Capítulo 1.♱
Ella se fue, y ya no volverá.
Las alas de un ángel, peligrando están.
Fue tiempo atrás, cuando se enamoró.
–Has caído en el pecado original.
—He caído en el pecado en el pecado original - Repitió una pequeña deidad. Se encontraba en un lugar tan blanco, que le costaba tener los ojos abiertos por completo.
—Lo peor de todo. Con tus sucias tentaciones lograste seducir al arcángel, Kaito. No son dignos de servirle más al señor.
—Mujeres. Ellas son quienes sucumben ante los placeres de la tierra. Desde la creación y luego, quieren contaminar al resto- Una tercera voz se encontraba dando su opinión. —Ella es quien no es digna de seguir aquí.
—Ha sido nuestra equivocación. No debimos nunca permitir que una mujer hiciese parte del consejo de ángeles. Es nuestra segunda manzana podrida, sin remedio ni salvación.No mereces las alas que se dieron.
—No mereces seguir existiendo- Completó una cuarta voz—La corte ha decidido de manera unánime, que seas ejecutada. Eres culpable de incitar al pecado. Estaremos orando por ti.
Un juicio divino su vida destruyó.
Rin, ese era su nombre asignado. Ella simplemente se inclinó a manera de reverencia—Espero que mi muerte tenga más sentido que mi vida. Si he de morir para saldar mis pecados contra ustedes y contra Dios, entonces moriré dichosa de limpiar mi alma.
Ella ya lo había aceptado. No se opuso, tampoco tenía miedo. El juicio había terminado para ella, y su vida también.
Fue escoltada al lugar donde debía esperar, mientras arreglaban todo para su ejecución . Ni por un momenro dejó de rezar y pedir perdón. Ya nada le importaba realmente, no había sentido ni razón.
—Rin- Una voz llamó su nombre. Aún así no dejo de orar.—Rin, debemos irnos. Van a hacerte mucho daño.
—Amén- Aquella aparente joven había terminado—Kaito, debes irte a rezar, pedir perdón.
—¿Por amarte?, ¿amarte es pecado?- Él arcángel estuvo a punto de acariciar una de sus mejillas, pero la chica se alejó bruscamente.
—No quiero ensuciarte más las de mi género son impuras desde Eva. Por favor, ya acepté mi destino. Hazlo tu también
—Tú final aún no ha llegado, Rin. No será este. Y jamás aceptaría una vida tan vacía sin ti a mi lado.
—Es hora de pagar por mis pecados. Mis culpas, mis pensamientos impuros que me han manchado y me han condenado.
—No has pecado. Por ello, debo salvarte.
—No permitiré que sigas perdiendo el camino.
Rin estaba a punto de volver a ponerse de rodillas, y seguir pidiendo perdón por pecados ajenos. Pero Kaito no lo iba a permitir.
—¡No voy a seguir viviendo sin ti! No lo acepto, no podría. Serás responsable de mi eterna agonía. Rin, por favor. Podemos irnos, nunca nos encontrarán. Déjame salvarte.
Realmente lo respetaba. Ella estaba dispuesta a morir por salvarlo. No le importaba realmente. Pero, al verlo en tal estado de desesperación, supo que debía obedecerlo. Como siempre lo hizo.
—Nos iremos juntos. ¿Ahora?
—No tenemos tiempo. Puedo sacarte de aquí, tu solo espérame. Si nos fugamos los dos, habrán miles de los nuestros buscándonos. Si me quedó podré controlarlos. Cuando sea seguro, nos reencontraremos y jamás te dejaré ir.
—No me dejes ir ahora.- Rin, pudo presentir lo que que sé aproximaba.
—Nunca te voy a dejar, estaré contigo en cada momento. Pero, ahora debo sacarte de aquí.
—¿A dónde iré?
—Con los humanos, ningún ángel goza de aquel mundo, estarán reacios de buscarte ahí.
—Los humanos- Repitió —No soy como ellos.- Aquello le parecía un castigo.
—No tienen la capacidad de ver nuestras alas. Debes esconderte entre ellos. Te juro amor mío, pronto estaremos juntos de nuevo. Pero, por ahora nuestro tiempo se ha terminado.
Rin sintió una fría espada atravesándole el pecho. Perdió el aliento. Pero, no sintió dolor. Simplemente
se sintió cansada. Cerró los ojos. Y todo de repente le pareció un sueño.
Sentía una extraña sensación, como si estuviese cayendo. Pero, ese momento su cuerpo no le pertenecía. Nunca le había pertenecido.
—Aguarda por mi, amor mío.
***
—Rin,abre los ojos.
—¿Hmm?-Igual que siempre, obedeció. Estaba muy oscuro, y eso realmente le asustó ya que de donde ella provenía solo existía la luz —Este no es el cielo. Tampoco el infierno.
Le costaba incluso verse las manos.
Débilmente, aquel ángel caído que aún portaba vestimentas blancas. Decidió ponerse en pie, no distinguía nada. Y cuando comenzaba a entrar en pánico, una tenue luz, que retaba a las amargas tinieblas parecía indicarle el camino.
Al comenzar a caminar se dió cuenta de que un punzante dolor en su pecho estaba presente. Pero, no había una sola gota de sangre. Y si bien aquella sensación de era agobiante, no se detuvo. Cada paso que daba, le resultaba mas doloroso.
—Kaito...-Suspiró el ángel-¿Qué castigo es este?, tan horrible que le teme a la misma muerte.
Cuando estaba lo suficientemente cerca de las luces como para distinguir lo que la rodeaba, se percató de que eran un par de antorchas de fuego que iluminaban la entrada de un pequeño pueblo. Todo estaba desolado, por lo tanto, decidió adentrarse.
Solo en ese momento se dió cuenta que habían muchas cosas que no conocía. Es más, todo era realmente nuevo para aquella joven. De dónde provenía, solo se le enseñaba lo que sus superiores consideraban que debía saber, y al ser creada en un cuerpo femenino, la lista de conocimientos se le reducía. Pero, siempre se le había recalcado que cuando se encontrase desolada buscase refugio en la oración. Y así lo hizo durante un buen rato, sin destino fijo. Vagó sola, abandonada.
Entre tanta incertidumbre, pudo reconocer uno de los templos sagrados destinados a ser un intermedio entre la tierra y el cielo. Tenía el conocimiento de que los mortales lo llamaban "iglesia". Decidió desplomarse en la entrada. Y sus brazos cubrieron sus piernas.
Aquella desamparada fue testigo del amanecer. Le asustó un poco ver como "el sol se comía a las tinieblas" y temió ser la siguiente. Después de un rato comprendió que esta escena no le haría daño a ella.Era la primera vez que veía algo tan majestuoso, sintió un poco de calor en sus mejillas, aquello le resultó agradable. Pero, con aquel acto tajo consigo que los habitantes de aquella aldea se hiciesen presentes. Era justo, ellos eran los dueños de aquel mundo. Ella una simple prófuga.
Las personas la vieron, claro que sí. La ropa que traía puesta contrastaba con el estilo victoriano de la época, por supuesto que llamaba la atención.Pero, nadie la ayudó.
—Los humanos son egoístas. Ya lo sabía- Rin apoyó su espalda contra una viga.
—"Esas ropas son tan vulgares, seguramente se dedica a la galantería."
—"A de ser una indigente desafortunada".
—"Por supuesto que no. Esta limpia."
—"Aún así. Se ve tan impura."
Los crueles murmullos de la gente, cegados los prejuicios se hicieron presentes, cada ves que alguien pasaba cerca de ella.
—Debí ser ejecutada. Hubiese sido más simple, menos doloroso- Ella trató de no llorar, pero le resultó imposible—Piedad Dios, acaba conmigo.
Herida y triste pensaba en morir.Sola vagó, no tenía a donde ir.
Se suponía que aquel mundo era el intermedio entre cielo y el infierno. ¿Entonces por qué tantos demonios?
—Dios, he de pagar mis culpas en el purgatorio. Acaba conmigo. Es mi destino- Pensó.
—"Es una esclava del placer ajeno."
—"La abandonaron aquí, claramente no es de este pueblo."
—"Me causa repulsión ver lo bajo que caen las mujeres por un par de monedas."
Y de nuevo. Aquellos murmullos invadieron su mente. De nuevo, la estaban apedreando con palabras. Lo merecía, se había ganado cualquier acto inhumanidad posible. Y ya había aceptado que su vida terminase justo en aquel lugar. Ya lo había aceptado todo.
—¿A dónde vas?, ¿te puedo ayudar?
Todo, había quedado de repente en silencio. En tranquilidad.
Rin se estremeció un poco, antes de levantar completo su rostro , y se encontró con la tierna mirada de un joven rubio. Con una brillante y pura sonrisa. Creyó que uno de los suyos la había encontrado, pero no. Ni los mismos querubines del cielo eran tan piadosos.
Rin no fue capaz de hablar. Aquel hombre la había embrujado.El chico le extendió una de sus manos, las cuales estaban cubiertas por guantes negros.
Ella retrocedió un poco. Estaba asustada, no hubiese imaginado nunca que alguien le fuese a hablar. Y no lo merecía. Quería respetar su exilio, pero no pudo.
Sin saber por qué su mano aceptó.
Lentamente, y aún con mil dudas una de sus manos se dirigió a la cual aquel hombre le había extendido y finalmente ambos se entrelazaron. Él le ayudó a levantarse del suelo. Y fue por culpa de su debilidad, que ella cayó contra el pecho del rubio.
—¿Te encuentras bien?- La voz de su misterioso salvador estaba cargada de preocupación.
Todo se tornó oscuro.
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