Capítulo 23°: Arco III Parte IV


Arco III Parte IV


Nunca te arrepientas de tu caída, Oh Ícaro del vuelo intrépido. Porque la mayor tragedia de todas es nunca sentir la ardiente luz.

—Oscar Wilde.


Seokjin no podía recordar muchas cosas de su vida trescientos años atrás.

La mayoría de sus recuerdos se veían empañados por el tiempo y ya no estaba seguro de poder confiar en ellos. Aquella villa en la que había pasado su niñez ¿Tenía dos pisos o solo uno? Recordaba vagamente el olor a humedad que a veces se desprendía de las paredes; y el perro de la familia ¿Había sido un labrador o un galgo? ¿Cuántos años había vivido?

No recordaba los nombres de los amigos que había tenido, tampoco distinguía con claridad si su primer trabajo había sido en la boticaria o si ese había sido el segundo. Recordaba vagamente la apariencia de su hermano mayor, pero su voz, sus manías, su olor, todo eso había desaparecido con el tiempo.

Que solitario era, pensó, ser el único que se quedaba para recordar.

Que solitario era cargar con la culpa del olvido.

Pero Seokjin no era, ni remotamente, como los vampiros que había visto en películas, que guardaban el recuerdo de sus grandes amores por milenios insostenibles, que mantenían sus resentimientos cerca de sus inamovibles corazones.

Porque trescientos años era mucho tiempo para recordar solo.

Seokjin olvidaría, inevitablemente, hasta las cosas importantes.

Recordaba con un poco más de claridad, sin embargo, la manera en la que había perdido su humanidad, solo que los detalles que lo habían llevado hasta ahí se le escapaban por las ranuras de su memoria.

Sabía que había sido alrededor de su trigésimo primer cumpleaños...

—Seokjin-ah, no lo pensé muy bien —la voz de Yoongi, atravesando la bruma de su corta ensoñación, sonaba avergonzada, y honestamente, Seokjin no lo culparía (no había sido, exactamente, la mejor idea), pero incluso así, no pudo evitar la sonrisa que tiró de las comisuras de sus labios.

Así que habían ido a la playa. De día. Solo porque Min Yoongi lo había pedido.

Ahora, Seokjin no tenía precisamente un deseo de muerte ¿de acuerdo? Pero descubrió que era bastante difícil decirle que no a Yoongi. Seokjin no era mejor que cualquier hombre con un enamoramiento ¿Sí? Sí.

Ni siquiera había pensado mucho para cerrar la floristería por el día, buscar sus gafas de sol y una chaqueta que, por razones de pura estética, cumplía con los requerimientos monocromáticos de casi toda su ropa. De alguna manera, la gran chaqueta impermeable negra combinaba graciosamente con la enorme sombrilla que Yoongi había conseguido prestada de alguno de los negocios adyacentes.

Una sombrilla lo suficientemente grande como para cubrir a dos hombres adultos sentados en la arena y huyendo del sol.

Porque ahí estaban.

El segador los había transportado con sus oh grandes poderes de ser inmortal y desde que había utilizado gran parte de su energía en ello —fíjate, vivían a unas buenas seis horas de la playa más cercana —, Yoongi no tenía suficiente fuerza mental como para volver a su forma humana.

Quizá era algo que había previsto el segador, pensó Seokjin, porque habían ido a parar a un lugar donde ni una sola alma pasaba por azar. Seokjin no tenía ni la más remota idea de donde estaban.

Se habían sentado directamente debajo de la sombrilla, abrazando sus rodillas contra sus pechos para no quemarse los pies; un vampiro con chaqueta impermeable, colmillos, gafas oscuras, piel pálida como el papel; y un segador con túnica ceremonial, cabello hasta la cintura, guadaña en el piso y neblina negra saliendo de vez en cuando de las plantas de sus pies.

Seokjin pensó que, de tomarse una foto, podrían representar perfectamente un cartel pop art que dijese en grandes letras: "What, pray tell, the fuck?"

Pero nadie les tomaría una foto, de todas maneras.

Gracias a San Sebastian. (1)

Seokjin... él no recordaba haber visitado antes de la playa.

Quizá lo hizo, no estaba seguro. La provincia en la que había crecido había desaparecido en algún momento en el pasado y ya no estaba del todo seguro de recordar si había estado cerca de la playa o no. Y luego de su larga siesta de casi dos siglos, en la que se perdió de casi todos los cambios más ilustres de la humanidad, Seokjin había estado viviendo siempre lejos, siempre ocupado tratando de adaptarse a la eternidad.

Quizá nunca visitó la playa, si lo pensaba bien.

No sabría si olvidaría con facilidad el olor del mar, el sonido de las olas golpeando la orilla, la brisa contra la poca piel descubierta de su cuerpo, los diminutos granos de arena bajo sus pies descalzos.

Quizá si hubiese visitado la playa, esta sensación de agravio no sería nueva: el agravio de sentir que le fue arrebatado algo que pudo haber tenido.

—No sería lo mismo —fue lo que dijo, después de lo que se sintió como una vida entera de silencio —De noche quizá...no se puede ver nada.

Yoongi asintió y Seokjin pensó escuchar un profundo suspiro. Cuando volteó a mirarlo, el segador tenía la vista perdida en el horizonte.

—De donde vengo, —dijo Yoongi —es imposible ver el mar.

Y tal vez el vampiro pensaría que se refería al umbral que los separaba del río del olvido; sin embargo, Yoongi no había dejado de pensar en el Territorio desde que llegaron a la playa.

Si bien, las reservas de agua en el Territorio provenían de la mayoría de afluentes de agua dulce que existían entre los límites de las cuatro regiones que constituían la pequeña zona en la que los humanos habían ido a parar; los paisajes naturales como estos, no perdurarían incluso si trataban de replicarlos de manera artificial.

Incluso su agua, en algún punto, había dejado de producirse de manera natural; siempre había algún factor de laboratorio que intervenía.

Y entonces, combinando los recuerdos de las vidas que ya había vivido, en realidad Yoongi había visto la playa, pero no había estado en ella.

La mano de Seokjin aterrizó suavemente sobre la de Yoongi por accidente, el toque tan ligero como el soplo del viento, desapareciendo tan rápido como había sucedido; fue lo suficiente como para recuperar la atención de Yoongi, arrastrada suavemente a la dulce curvatura de la sonrisa tranquila de Seokjin.

No había necesidad de decir nada; entre los dos había un sutil aire de comprensión que no requería de explicaciones, como si ambos supiesen lo que pensaba el otro y ofrecieran sinceras simpatías y velado entendimiento.

El silencio consumió el tiempo tan lentamente que casi parecía que este se había detenido; tranquila y ligeramente como si se hubiesen convertido en estatuas a merced de los milenios. Seokjin solía pensar que el silencio era símbolo de incomodidad entre dos personas, pero allí, junto a Yoongi, sintió como probar un ápice de eternidad.

¿Se sentiría así?, se preguntó, ¿Se sentiría así pasar el resto de sus años con su compañía?

Estaba bien, de ser así.

Seokjin estaba acostumbrado al silencio, compartirlo con Yoongi sería lo más cercano que tendría a haber expiado todos sus pecados y haber recibido una recompensa.

Compartir el tiempo. El peso del olvido. La euforia de recuerdos hechos de la nada.

La quietud, la simple compañía separada por algunos siglos y treinta centímetros de arena blanca.

Pero Seokjin era ambicioso.

Treinta centímetros y treinta décadas se consumían en el espacio turbulento de su corazón como si fuesen lo mismo. Si Yoongi nunca hubiese aparecido, Seokjin nunca habría notado la creciente y angustiante desesperación por compañía que lo mantenía constantemente balanceándose entre la cordura y el abismo. La necesidad de tocar, de un asentimiento comprensivo, del silencio reflexivo de un alma en sintonía con la suya.

Al final del día Seokjin solo sentía el permanente de agravio de haberse quedado en esta tierra solo. De estar separado por treinta décadas y treinta centímetros del motivo de sus afectos y de la luz.

Del sol en su cenit que Seokjin absolutamente no podría sentir nunca sobre su piel.

La ansiedad crepitaba por debajo de su piel como termitas y así era exactamente cómo se sentía querer algo que no podías tener.

La luz del sol.

O Min Yoongi.

—Que desperdicio, ¿no crees? — al final, fue Yoongi quien rompió su burbuja de reproche, suspirando dramáticamente como quien acaba de perder una batalla. —Venir a la playa y no entrar al mar, deberían ponernos una multa.

Seokjin dejó escapar un resoplido, más bien una risa oculta, antes de encogerse de hombros —Puedes ir. Te veré desde aquí. El agua refleja con mayor facilidad el resplandor del sol, incluso si tomamos la sombrilla con nosotros, la proyección podría quemarme...lo siento.

No era el tipo de quemadura a la que Seokjin le tendría miedo incluso cuando era doloroso, pero prefería evitar situaciones incomodas como tener que beber más sangre o, cristo no lo quiera, morder a Yoongi. Que humillación.

Yoongi lo miró con las cejas arqueadas —¿Cómo has vivido trescientos años sin volverte loco?

—El secreto está en dormir dos siglos, le hace maravillas a la piel. Si lo piensas, soy un joven de 131.

Tiene sentido, pensó Yoongi, pero no lo dijo, porque realmente incluso si dormía, Seokjin tenía 331 años, lo cual no era algo muy educado de decir.

—Y si te preguntas cómo no he enloquecido, bueno...es una larga historia.

Yoongi se inclinó hacia atrás en sus manos, balanceando su cabello por encima de su hombro y dejando que colgara libre a sus espaldas, ensuciando las puntas con la arena.

—Tenemos todo el tiempo del mundo. —sonrió.

Seokjin pensó que, si Yoongi seguía sonriendo tan libremente, lo besaría. Lo besaría hasta dejarlo sin aire. Lo besaría incluso si no recordaba haber besado nunca a nadie, y tendrían que buscar alicates para separarlo de sí mismo. Seokjin era un hombre perturbado por una obsesión que ni siquiera había visto venir. Y moriría una segunda vez voluntariamente si le dieran la oportunidad de un beso.

Sonriendo tontamente de vuelta, el vampiro relajó sus hombros y en una voz suave y lenta, le contó a Yoongi una historia del pasado.

—Bien, esta es mi historia de Halloween... —El vampiro carraspeó mientras Yoongi reía.

De verdad era una historia del pasado.

Seokjin recordaba vagamente a su familia: dos padres, dos hermanos mayores. Uno de ellos había muerto muy joven, el otro le llevaba algunos años a Seokjin y trabajaba como comerciante de telas o algo por el estilo así que Seokjin no lo veía mucho.

Sabía que pasaba gran parte del tiempo con su madre, y que él mismo había nacido durante la dinastía Joseon. Sabía que su padre lo había obligado a estudiar el confucianismo, taoísmo y budismo, pero Seokjin no podía recordar mucho de eso tampoco.

Tampoco recordaba nada de su padre ni muchas cosas de su infancia, pero sabía que nada demasiado interesante había sucedido en sus primeros años de vida, eso hasta que llegó a lo que ahora era conocido como adolescencia.

Cuando Seokjin tenía catorce años, todavía era bastante infantil e inmaduro, pero ya tenía edad suficiente como para comenzar a buscar esposa.

Mamá Kim no era especialmente una madre estricta y papá Kim tampoco era el tipo de padre que obligaría a su hijo a crear una familia de la nada, pero las ofertas habían comenzado a llegar y como era natural tanto por la época como por su apellido y sus conexiones de sangre, al menos lo habían comenzado a considerar.

Para nadie era un secreto que el hijo menor de los Kim era bastante apuesto, bastante inteligente y con bastante dinero.

Seokjin escapó de casa por primera vez en ese momento.

De esa época, en realidad, había pocos detalles en su memoria. Seokjin sabía que volvía siempre a casa y que escapaba cada vez que alguien mencionaba algo respecto al matrimonio.

Y es que no era que Seokjin no quisiese casarse per sé, Seokjin no quería casarse con una mujer.

A Seokjin le gustaba el hijo del boticario.

Miró a Yoongi, que no había parpadeado ni siquiera con la mención de que a Seokjin le gustase un chico, y decidió que le contaría la historia de su primer amor.

—No lo recuerdo —dijo, un poco indiferente. —Ni su rostro, ni su voz, ni cómo era el sentimiento. No puedo sentir nada, porque lo he olvidado todo —jugó un poco con la arena cerca de sus pies, tratando de recordar con mucha dificultad —De alguna manera, siento que lo he traicionado, que debe haberse decepcionado de mí...pero ha pasado mucho tiempo.

Se habían conocido por pura casualidad la primera vez que Seokjin había ido a comprar plantas para una infusión medicinal, o eso era lo que recordaba.

Tenía diez años.

Él tenía once, pero era más bajo que Seokjin; enfermizo y totalmente atesorado por su padre cuya avanzada edad no le permitía trabajar, el joven no salía de la boticaria y su piel era tan pálida y tersa que a Seokjin le parecía una bolita de arroz.

Eso era lo que pasaba por su cabeza cuando Seokjin era un niño, eso lo podía recordar con claridad por lo ridículo que era.

Por el contrario, Seokjin tenía la piel tintada por el sol, más color oliva que otra cosa, de tanto trabajar en el campo de arroz con su padre, de tanto ayudar en los cultivos a mamá, de tanto jugar en la tierra seca de su colonia y ensuciarse con barro aquí y allá.

Seokjin se sintió inadecuado, es lo que recuerda: sentirse inadecuado y querer verse bien la próxima vez que fuese por una planta medicinal.

Todas las semanas, sin falta, Seokjin se pondría sus túnicas más limpias, iría y preguntaría por cualquier planta, le pediría al chico que le explicara cómo usarlas, y luego correría de regreso a su casa.

Una semana tras otra. Mamá Kim no sabía qué haría con tantas plantas en casa, pero Seokjin siempre trabajaría por la semana, y todo lo que ganara lo usaría para ir a la boticaria.

Con los años, cada vez que Seokjin escapara de casa, iría a parar al mismo lugar, a la misma persona y, de alguna manera, en algún punto de todos esos años, terminó trabajando allí también.

Seokjin sabía que se había enamorado.

Estaba enamorado, o eso creía ahora, que ese había sido su primer amor. Había estado enamorado por veinte años de su vida para ese momento, y si lo pensaba, habían sido más los años de quererlo que los que había vivido sin conocerlo, y para él, eso estaba bien.

Seokjin pensó que podría vivir el resto de sus años así.

Pero el tiempo siempre probaría que Seokjin no obtendría jamás aquello que anhelaba.

Lo comprobaría cuando llegara la propuesta de matrimonio de la hija del gobernador.

Seokjin tenía treinta, casi treinta y un años y la chica apenas alcanzaba la mayoría de edad, pero el Seokjin que jugaba en la tierra había quedado enterrado tan lejos en el pasado, que ya no era sombra de aquello. Su piel ligeramente bronceada se veía clara y limpia, su cabello negro lustroso y sus ojos llenos de vida, sus labios llenos, su postura erguida, su manera suave de hablar, rodeado de plantas medicinales y un aire erudito que no pertenecía a ese lugar.

Seokjin olía a eucalipto la mayoría del tiempo, pero su cabello siempre llevaría consigo el olor de las flores del jardín del boticario con las que preparaban esencias, siendo su favorita la que usaba jacintos; y todos los días, sin falta, leía en voz alta justo en la entrada de la boticaria solo para una persona que se sentaba adentro a escuchar.

La hija del gobernador lo había visto una de estas veces, y con solo una pregunta y una moneda en su mano le había resultado bastante fácil averiguar sobre la familia de Seokjin, sobre este eterno soltero que podía recibir una propuesta de matrimonio.

La chica se había encaprichado y quien era el gobernador sino un padre que no quería casar a su única hija menor. Si la chica conseguía un buen partido de bajo apellido que, en lugar de llevársela lejos, entraría en la familia del gobernador, donde él pudiera manejar y cuidar lo que sucediera, era un buen trato. (2)

No amenazaría su posición.

Seokjin había mirado a sus padres cuando recibió la carta y había sabido que escaparse no era ni siquiera una opción.

Ese día, llegó a la boticaria temprano donde el chico, ahora hombre, lo había estado esperando como todos los días. Seokjin casi podía recordar de repente cómo el aire se había sentido frío y estancado en el momento en que le había contado la noticia de que se casaría.

Seokjin casi podía recordar los brazos de la persona que lo sostenía como si no pudiera dejarlo ir.

—Rechacé la propuesta ese mismo día...

—¿Y qué pasó después? —susurró Yoongi, con la cabeza apoyada sobre sus rodillas, completamente absorto en las palabras de Seokjin.

—Un grupo de hombres entró en la boticaria más tarde y nos acusaron de sodomía. Delito sumamente grave. Mientras intentábamos escapar, me hirieron de gravedad, pero seguimos corriendo. Creo que ya era demasiado tarde cuando me di cuenta de que la persona que corría a mi lado tenía la piel casi completamente quemada...

—¿Era un vampiro?

Seokjin asintió y luego negó —No lo era completamente, había sido un niño enfermizo y usaban sangre para mantenerlo con vida; no podía salir al sol, pero podía envejecer. —sonriendo con pesar, Seokjin se sumergió lentamente en esa escena, la que sí podía recordar con claridad —Pensé que ambos moriríamos allí, pero incluso cuando el dolor era agonizante, me cargó sobre su espalda...el sol era inclemente, Yoongi, lo podía sentir atravesándome las capas de la ropa, no podía imaginar el dolor que estaría experimentando mientras su piel se quemaba.

Seokjin, con la ropa empapada de sangre, sabía que iba a morir.

—Perdí la consciencia en algún momento y cuando desperté, ya era esto... —en el horizonte, los primeros signos del atardecer se pintaban en el cielo, la sonrisa melancólica de su rostro nunca vaciló —La persona que me convirtió, a quien él me llevó para salvarme, era un vampiro elemental. Me permitió recuperarme y luego me pidió que me fuera. Yo estaba hecho un lío, tenía su collar colgando de mi cuello, un collar que le había visto usar toda la vida, pero él no estaba por ninguna parte.

Sin saber qué estaba pasando, sintiéndose devastado y desconociendo la cantidad de tiempo que había transcurrido, Seokjin huyó del lugar en el ni siquiera había rastros de esa persona, de su persona, incluso si sabía que no había nada que pudiera hacer.

Se escabulló hacia la provincia por la noche y, si era sincero, Seokjin solo podía recordar imágenes borrosas, el desespero que nublaba su visión mientras corría sin rumbo.

Cuando llegó, no había rastro del hombre que lo había salvado y Seokjin supo en lo más profundo de su pecho que había muerto ese día mientras lo cargaba en su espalda.

La boticaria había sido quemada hasta los cimientos y de las ruinas pudo recuperar la pluma y el tintero que el chico que le escribía poemas guardaba celosamente en una caja fuerte, y de su recuerdo solo quedó el collar que colgaba en su cuello.

—Y pensé, bueno, ahora soy inmortal, tan fuerte y tan veloz como cualquier otro ¿Debería vengarme? ¿De qué me sirve? Perdí a mi persona amada, y eso me hacía tan débil y vulnerable como un recién nacido. Podría hacerlo todo, pero no podía hacer lo que quería y podría ir a donde quisiera, pero ni siquiera podía ir a casa. Así que caminé y caminé y me fui lo más lejos posible —Seokjin suspiró y cerró los ojos.

No supo en qué momento dejó de sonreír.

—Lo siguiente que supe fue que había dormido por doscientos años y había olvidado los rostros de todas las personas a las que conocía, incluyéndolo a él. La ventaja fue que incluso olvidé cuanto había dolido, y ahora solo quedaba el pensamiento de la eternidad. Si preguntas cómo no enloquecí, bueno, fue porque lo olvidé.

Yoongi lo miró y sus ojos estaban llenos de pesar, sus cejas se fruncían hacia abajo y sus dientes mordisqueaban su labio inferior con una extraña expresión de preocupación. Seokjin podía entender su compasión, pero había pasado el tiempo suficiente como para que ya no pudiera sentirlo en absoluto.

Para Yoongi, esto era solo la historia triste del pasado de un amigo, para Seokjin era solo el recuerdo de la vida de alguien más.

No había dolor, solo melancolía.

—Es difícil ¿No? —murmuró Yoongi después de un tiempo —perder a la persona que amas.

—Lo es ¿Verdad?, ¿Has perdido a alguien así?

—Sí —respondió sin vacilar, casi tomando por sorpresa a Seokjin. —A la persona que amaba más.

Una vez dicho, los ojos de Yoongi se abrieron una fracción y luego se cerraron, el pensamiento había aparecido tan naturalmente como una ola en el océano.

—¿Por qué luces sorprendido? —preguntó el otro en voz baja

—Es la primera vez que lo admito en voz alta — Yoongi abrió los ojos, un poco desenfocados y con simpatía, recibió una sonrisa triste del vampiro.

—Es la primera vez que cuento esta historia también, así que estamos a mano.

Seokjin se preguntó quien había sido esta persona, la persona que pondría una mirada tan afligida en los ojos de Yoongi; pero ni siquiera tendría tiempo de ponerse celoso, él también había perdido a alguien importante; alguien por quien, en su momento, pensó dar su vida.

Y Yoongi, bueno, él no había tenido los trescientos años de silencio que había tenido Seokjin para olvidar.

—¿Era tu pareja?

Yoongi negó con la cabeza, casi escandalizado, divirtiendo la curiosidad de Seokjin.

—Mi mejor amigo.

—Oh, pero tu declaración fue bastante romántica —Molestó en tono coqueto, siete partes celoso, tres partes curioso.

—¿Lo fue? Pero es verdad, era...es mi mejor amigo.

Ninguno de los dos dijo mucho después de eso.

El cielo se veía cada vez más naranja, y el sol se metía cada vez más en el horizonte. Sin pensar mucho, Yoongi tomó la mano de Seokjin y lo cubrió ligeramente con una capa de su propia neblina oscura; cada parte descubierta del vampiro con una capa protectora de humo. Cuando se aseguró de quedar cubierto, sacó a Seokjin de la sombrilla y lo ayudó a retirar su enorme chaqueta impermeable al igual que su propia túnica exterior.

El vampiro lo miró con cierta confusión, sin embargo, no dijo nada mientras se dejaba guiar fuera de la sombrilla, tomado de la mano con tanta delicadeza como aquel primer encuentro en el que Seokjin quemó su mano por tocar la frente del otro.

Descalzo, confiado, Seokjin sintió ligeramente la calidez de un sol que no quemaba su piel mientras atravesaba el humo en el que Yoongi había recubierto su piel como una caricia, y poco a poco, sus pies siguieron el camino irregular que la arena bajo sus pies trazaba con destreza hasta llegar al mar.

Tomados de la mano y en silencio tácito, sumergieron sus pies en el agua tibia, calentada por el sol, con el temor de pequeñas criaturas que prueban algo por primera vez, y el completo éxtasis de conquistar su miedo.

Sin prisa, saboreando la calidez y la humedad, caminaron hasta que el agua les llegó a la cintura, solo deteniéndose cuando las olas comenzaron a golpear directamente sus pechos cubiertos, como si el mar supiese que no pertenecían allí y estuviese tratando de arrastrarlos hasta la orilla.

Seokjin nunca había sentido tanta fascinación, tanto delirio. No pudo evitar la carcajada que se escapó de su boca, con su mano firmemente apresada por Yoongi bajo el agua y el continuo vaivén del agua, la luz del sol que no podía quemarlo y la brisa que parecía golpearlo con la fuerza del golpeteo de su propio corazón.

El cabello de Yoongi flotaba artísticamente en la superficie del agua y su mirada en ningún momento había dejado el rostro iluminado de Seokjin.

Seokjin. Seokjin.

La persona que estaba luchando por traer de vuelta.

La persona que había perdido y estaba sonriendo a su lado.

Seokjin sonreía, incluso si la tela de su camisa se pegaba por la humedad a su pálida piel.

Y Yoongi sonreía de vuelta, incluso si en su pecho, una picazón incomoda, lo hacía querer llorar.

De repente tenía muchas, muchas ganas de llorar.

En la calidez del atardecer, Yoongi cerró los ojos y solo dejó correr un par de lágrimas mientras Seokjin, a su lado, sostenía su mano y sonreía.

El mundo estaba lleno de silencio y olvido, pero en ese momento no importaba; solo existían ellos dos.

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N/A:

(1) Se dice que San Sebastian es el patrono de los homosexuales, en realidad no hay confirmación de esto pero en la cultura popular se le conoce como icono LGBTQ+ gracias a Oscar Wilde.

(2): Bueno, este es un poco más complejo de explicar, pero en las antiguas dinastías, y en realidad en la actualidad de muchos países de Asia, la mujer se casa en la familia del hombre así que es como dejar atrás a su familia completamente; sin embargo, digamos que en cuestión de estatus, podía pasar lo contrario, que el hombre entrara en la familia de la mujer, lo cual era muy raro, pero dependía del rango y la posición de la familia. En cualquier caso, quien se case en la familia de otro, deja a su propia familia atrás. 


Holis~, el capítulo fue corto en realidad, pero gracias por la paciencia.

Avisos parroquiales~:

Sobre crear un grupo para darles actualizaciones, lo pensé muy bien y no creo que IG sea una buena idea ya que sé que muchxs de ustedes tienen información personal en sus cuentas y no es seguro ¿Verdad?, así que pensé en crear el grupo en X/Twitter que es un poco más impersonal. 

Pueden dejarme su usuario o me dejan un mensaje por X, mi usuario es Andy_Mar24

Crearé el grupo el viernes (11 de octubre), pero si ven esto mucho después, no hay problema, igual me escriben y los agrego. La idea es tener donde comunicarme con ustedes con mayor facilidad [me da un poco de ansiedad social, perdón :<]

Les quiero, gracias por todo. Mua, Mua~


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