Capítulo 4

Siete era el número de ventanas que había en ese lugar. Seis el número de largas bancas que había en cada fila de la pequeña iglesia. Cinco eran las personas que estaban de pie. Cuatro el número de veces que Nicholas le preguntó a su madre qué era aquella caja rodeada de flores que había al centro de la capilla. Tres las veces que pensó un sin fin de formas coherentes para poder escapar de ahí. Dos las veces que se arrepintió de pensar aquello, y finalmente una había sido la vez que se limitó a ver atentamente el nombre de su padre en aquel bello y enorme arreglo floral que estaba a un costado de su ataúd.

- Mí más sentido pésame, señorita. - dijo un trabajador de tercera edad a sus espaldas - Su padre era un gran hombre. - la castaña se permitió regalarle una pequeña sonrisa forzada al trabajador y luego volteó ligeramente hacia la izquierda para ver a su hijo ser cargado por su hermana de forma maternal

- Gracias. Con permiso. - trató de que su voz no sonora tan afectada como internamente lo estaba y se alejó lentamente del ataúd y del trabajador que aún la observaba con pena

La última vez que alguien le había dado aquella mirada de pena fue cuando sus ex profesores se habían enterado que estaba embarazada, pero en esta ocasión era una pena diferente. Ellos estaban apenados por verla "arruinar" su futuro con un embarazo no planificado, y el trabajador estaba apenado por verla perder a alguien importante.

- Hola. - saludó a su hermana menor tan pronto como llegó a su lado - ¿Cómo te sientes?

- La pregunta correcta sería, ¿cómo te sientes tú? - respondió

- No lo sé. - suspiró, no estaba acostumbrada a hablar sobre lo que sentía, sobre todo en situaciones así, le resultaba muy difícil todo aquello que tuviera que ver con sus emociones - ¿Nos vamos?

- Bien. - la castaña menor se puso de pie con cuidado y acomodó mejor a su sobrino en sus brazos - Se estaba muriendo de sueño, y le dije que podía dormir un poco mientras te esperábamos. - explicó al ver que su hermana la observaba con seriedad

- Sabes bien que no tiene permitido dormir en -- ...

- Es un niño, Camila.

- Sí, y está creciendo.

- Muy rápido. - contraatacó - Sólo tiene ocho años, deja que disfrute un poco más de estas comodidades. No te comportes como nuestra madre.

- Yo no soy como Sinuhe.

- A veces lo eres. Abre. - pidió haciendo un movimiento con su cabeza para señalar la puerta de la iglesia - Gracias. ¿Sabes? Creo que en tu antigua vida fuiste una especie de dictadora o algo así. - rió un poco

- No seas idiota, Sofia.

- Creo que estoy siendo realista, no idiota. Hola Liam. - saludó amablemente al hombre rubio que las esperaba apoyado en la misma camioneta con las que las había ido a recoger al aeropuerto

- Hola, señorita Cabello.

- Dime Sofía, Liam. - respondió risueña - Aún no paso de los veinte y no me gusta la palabra señorita.

- Es usted muy alta para aún no pasar de los veinte. - comentó el hombre mientras abría la puerta para que la castaña pudiera meterse junto con su pequeño sobrino

- Creo que yo si heredé la estatura de mi padre biológico. - sonrió con burla haciendo gruñir a su hermana

Antes de ir al funeral, la menor de las hermanas Cabello se había enterado por boca de la mayoría de los trabajadores y empleadas que su padre al parecer había sido un hombre muy alto y encantador, así que tan pronto como esa información había estado en su poder, Sofía se encargó de molestar a su hermana mayor por su gracioso y pequeño metro cincuenta y dos.

Camila definitivamente había heredado la estatura de Sinuhe y era algo con lo que ya había aprendido a vivir desde el primer momento en que supo que su hermana menor sería una chica alta, sin embargo ahora tenía que volver a acostumbrarse a eso ya que Sofia parecía tener muchos chistes al respecto gracias a su nuevo descubrimiento.

- Súbete y cállate. - habló Camila empujando ligeramente a su hermana - ¿Podrías conducir con cuidado está vez? Hace un rato casi nos matas.

- Sí, lo lamento, señorita. - se disculpó sinceramente el rubio aún apenado por el violento frenón que tuvo que hacer por culpa de un perro

- Como sea. - dijo para después tomar la puerta de la camioneta y cerrarla - ¿Me pasas la botella de agua? - le señaló a su hermana la pequeña botella que descansaba en el portavasos que estaba a su lado

- Claro. ¿Tienes migraña?

- ¿No es obvio? - gruñó tomando la botella - Gracias. - agregó

- De nada. - le quitó los anteojos a su sobrino y los acomodó a un lado de donde estaba sentada - ¿Has pensado en ir al doctor? Últimamente tienes más migrañas de lo habitual.

- He estado trabajando mucho.

- ¿Y apenas te das cuenta?

- No me molestes.

- Hey, soy tu hermana, es mi trabajo. - trató de bromear un poco, pero al ver que su hermana no reía mejor decidió continuar: - ¿No crees que deberías tomar un descanso, Mila?

- ¿Un descanso? - rió amargamente - Necesitan de mi en Furdiong, no puedo darme un descanso. De ahí sale mi sueldo, y de mi sueldo sale para comprar todo lo que le compro a Nicholas. ¿O qué? ¿Creías que todos aquellos telescopios, enciclopedias y aviones me los regalaban?

- ¿Sabes que necesita realmente Nick? - preguntó tranquilamente la otra castaña observando a su sobrino - Te necesita a ti. No a las enciclopedias, o a los telescopios, a ti.

- Por favor, tu también no. - llevó sus manos a las cienes y se masajeo un poco tratando de aliviar el dolor que estaba sintiendo - Tengo suficiente con Ryan hablando sobre eso.

- Ryan tiene razón.

- Ryan a veces es un idiota.

- Para ti todos somos idiotas.

- Mi hijo no es idiota y por favor, cállate. Mi cabeza está a nada de explotar y no necesito de más sermones. Es mi trabajo y mi hijo y yo decido como manejo la situación. - sacó otra pastilla de su bolsa y la puso en su boca para después tomar otro trago de agua - Liam.

- ¿Sí? - respondió el trabajador que hasta hace unos segundos se había mantenido absolutamente en silencio mientras conducía

- Acelera, necesito llegar ya.

- Sí, señorita.

* * * * * *

El sonido molesto de su tono de llamada fue lo que la despertó. Al parecer Gibson, su asistente personal, se había encargado de decirle a todo el mundo que su padre acababa de fallecer y ahora todos le estaban mandando mensajes de fortaleza y algunos simplemente le hacían llamadas, mismas llamadas que mandó directamente al buzón por haberla despertado.

- Buenos días, mamá. - dijo sonriente su hijo al verla entrar al comedor

- Buen día, cariño. - se acercó y apretó ligeramente su hombro para después sentarse a su lado - ¿Y tu tía?

- Está en la cocina, fue por jarabe.

- ¡Aquí está el jarabe, qué no entre el pánico, por favor! - gritó dramáticamente la menor de las Cabello haciendo reír al niño - Oh, mira a quién tenemos aquí. Buen día, señora amargura. - se acercó a su hermana y le dejó un beso en la mejilla - Creí que te quedarías todo el día en la cama. Incluso aposté.

- ¿Por qué sonríes en las mañanas? - preguntó irritada la mayor

- Porque soy joven y aún se disfrutar de cada bello día sin preocuparme de cosas tan horribles como el trabajo. - explicó sentándose en su lugar

- Mamá, ¿puedo ir con tía Sofi a ver los caballos? - pidió Nicholas

- No.

- Mamá. - suplicó

- He dicho que no.

- Pero, mamá, por favor.

- Nicholas. - advirtió con firmeza

- Camila. - las dos hermanas Cabello y el pequeño castaño voltearon rápidamente al oír aquella voz y todos excepto Camila se sorprendieron de ver a un hombre de unos setenta y seis años apoyado en el marco de la puerta del comedor

- Señor Nico. - un ligero toque de emoción resonó en su voz

Desde su lugar Sofia y Nicholas observaron como Camila se ponía rápidamente de pie y caminaba a paso veloz hacia el anciano que la esperaba con los brazos abiertos.

Ver a Nicolás Sampietro nuevamente era una de las mejores cosas que le podían suceder a Camila en estos momentos, sobre todo por el hecho de que necesitaba paz en su vida y aquel hombre definitivamente significaba aquello y más.. Cuándo se mudó a Brooklyn con su madre luego del divorcio, creyó que jamás volvería a ver a aquel hombre barrigón y estaba absolutamente contenta de haberse equivocado al respecto.

Nicolás era un agradable Italiano que trabajaba para su padre. Cuando ella era pequeña, Nicolás se había encargado de enseñarle cosas simples como montar a caballo o arreglar las llantas de su bicicleta. Alejandro quería a Nicolás cómo si hubiese sido hermano mayor o algo así, y por ello lo había nombrado su mano derecha, cosa que Sinuhe odiaba.

Pero bueno, ¿realmente existía algo que Sinuhe Estrabao no odiase?

- No puedo creer que seas tú, mi niña. Mírate, estás preciosa. - sonrió con ojos rojos el anciano - Cuando Lauren me dijo que estabas aquí yo simplemente no pude creerle.

- Bueno, creelo, estoy aquí. No en las mejores condiciones, pero estoy aquí y eso es lo importante. - respondió

- Lamento mucho lo de tu padre.

- Yo también, Nico. - dijo abrazando nuevamente al hombre que tantos recuerdos bellos le había regalado de niña - Yo también.

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N/A:

Hola, bebés.

🌹❤.

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