Veintisiete

La tapa del baúl cayó de repente e hizo que pegara un respingo en el lugar.

—¡Ten cuidado! ¿Qué haces arrodillada en el suelo? —Alexandre dio pasos grandes en mi dirección y sin mucho esfuerzo me levantó del suelo. Su mirada recorría mi cuerpo y solo se detuvo en mi cara una vez que hubo asentido en conformidad—. Estás embarazada, cuídate un poco más.

—Lo sé, no pasa nada, recién me había agachado para ver el interior del baúl. —En mi interior, una chispa de culpa se alzó en cuanto me di cuenta de lo aliviada que me sentía de que no hubiera alcanzado a ver lo que había en el interior.

—¿Qué estás buscando? ¿Por qué no dejaste que las doncellas se encargaran? —Sus ojos celeste pálido se fijaron en el cofre a mis espaldas y volvieron a mí muy rápido.

—Estaba buscando un regalo para Scarlett, no puedo dejárselo a las doncellas.

—¿Oí que el marqués está preparado para pasarle el título a su hijo menor?

Su pregunta quitó por completo de mi mente las flores y al chico que me las había dado. Mis labios se torcieron hacia abajo y le di una mirada de insatisfacción al hombre frente a mí, su cabello blanco brillaba incluso en la tenue luz dentro del armario.

Sus labios se inclinaron hacia arriba de forma tenue y su mano pasó detrás de mi cintura para empujarme fuera del pequeño cuarto.

—¿Estás molesta?

—¿No debería? Ese hombre tonto no tiene ningún disernimiento, solo favorece a ese chico porque es hijo de esa mujer cuestionable y deja de lado al pobre Sir Adrien. —Resoplé llena de justa indignación y le di otra mirada más penetrante a la persona junto a mí.

—¿Al pobre Sir Adrien? ¿Son tan cercanos? —Advertí el tinte insatisfactorio con que lo dijo y arqueé una ceja en su dirección.

—¿Es ese el punto importante, querido esposo? —Me di la vuelta para enfrentarlo y levanté la cabeza para poder verlo bien.

Sus rasgos no eran excesivamente afilados ni demasiado redondeados y su belleza podría estar a la par con la de una mujer si no fuera por las notables líneas definidas de su barbilla y nariz; sus cejas bien pobladas enmarcaban sus ojos, en general, serios.

Levanté la mano y delineé con ellos el contorno de su cara y me detuve sobre sus labios un segundo; al siguiente, me puse de puntillas y rocé la punta de mi nariz con la suya.

—El punto importante es que el hombre no es justo ni con su propio hijo, si tu hicieras lo mismo, no te perdonaría. ¿Entendido? —Me reí al ver su expresión; sus ojos se abrieron un poco más de lo normal y sus irises celestes me mostraron pequeños puntos más claros, tan claros que parecían blancos.

—Entendido. —Su voz sonó como si le estuviera respondiendo a su propio capitán y no a mí, que era su esposa; así que me reí y acorté la última distancia para dejarle un beso corto sobre la boca.

—Está bien, tenemos un acuerdo, Alexandre Blanchett, si lo rompes... —Hice una pausa para pensar el castigo y cuando se me ocurrió uno, lo dije sin pensarlo—: Ya no podrás llamarme Ali.

—¿Por qué no?

—Porque eso significará que ya no seré tu esposa. —Me alejé unos cuantos pasos sin voltear y le di una sonrisa de suficiencia—. Piénsalo bien, no querrás perderme.

Advertí la chispa de diversión que pasó por sus ojos hasta alojarse en las comisuras de sus labios, curvándolos hacia arriba y me sentí revitalizada. Momentos antes, la nostalgia por el pasado me había hecho sentir apesadumbrada, ahora no veía la necesidad de pensarlo demasiado; si podía hacerlo reír aunque sea un poco, no veía la pérdida.

«Puse mi corazón en ti, no me decepciones... no nos decepciones», pensé y me acerqué a la puerta del armario para cerrarla. El pasado era pasado y allí debía quedarse.

La siguiente vez que vi a Scarlett, corría alrededor del salón supervisando que todos los pesados baúles estuvieran listos. Daba órdenes a diestra y siniestra sin que el precioso recogido que mantenía sus rizos acaramelados sobre su cabeza se viera afectado y Robin iba detrás de ella arrastrando un muñeco gris, que en algún momento había sido blanco.

—¡Ah! ¿Pero si no es mi duquesa preferida? —exclamó en cuanto me vio. El sirviente de la entrada no se molestó en anunciarme, a estas alturas no hacía falta; con que me abrieran la puerta era suficiente.

—¿Tenías otra?

—¡Para nada! Tú eres mi única amante, pero que no se entere Adrien, es un secreto entre las dos. —Me guiñó un ojo con coquetería y vi a su hijo mirarla e intentar copiarla. Ese niño era igual de travieso que ella, y me temía, que en un futuro, no habría mujer que se le escapara—. ¿Trajiste a mi sobrino?

Me hice a un lado tras su pregunta y dejé a la vista al niño que caminaba detrás de mí y que no se había tomado la molestia de salir. Estaba inmerso en sí mismo y en sus manos; por alguna razón, le gustaba mirárselas y no era extraño que permaneciera largo rato solo jugando con sus dedos.

Muy pronto, su quietud se vio rota por mi amiga, que sin importarle nada, lo tomó entre sus brazos y besó sus mejillas de forma sonora antes de dejarlo junto a Robin. Ambos niños se miraron el uno al otro y balbucearon algo inentendible antes de alejarse seguidos por la niñera de los Klein.

—Entre ellos se entienden, no te preocupes. —Scarlett le restó importancia y me instó a seguirla al pequeño saloncito semi vacío. En él solo permanecía un sillón largo y una mesita, todas las decoraciones se habían ido, lo que me hizo preguntarme si ya nunca volverían.

—Veo que ya casi está todo —comenté y pasé la mirada por cada rincón desolado de la habitación, pese a que la luz pálida de un sol invernal entraba por la ventana, no hacía nada por animar el espacio.

—Gracias Enid, sí, ya casi está todo listo. —La emoción en la inflexión de su voz no disminuyó ni un poco—. Creo que cuando se den cuenta de lo que estamos por hacer, se morirán de la impresión.

—Dirán que no son conscientes de nada —dije y me recosté contra el mullido respaldar—. Apuesto todo lo que tengo que ese chico no perderá el tiempo para decir lo inconsciente que es sir Adrien por haber abandonado el título.

—Al irnos le estamos dando la excusa perfecta para no quedar mal, dirán que fue Adrien quien rechazó el título. —Scarlett levantó la mirada y fijó sus ojos en los míos—. Gracias.

Intenté negar apenas la escuché y abrí la boca con toda la intención de decirle que no había ninguna necesidad de hacerlo; sin embargo, me sentí atascada entre lo que quería decir y lo que en realidad sentía.

—Estoy feliz de ayudarte y a la vez estoy arrepentida de mandarte tan lejos. —Desvié la mirada hacia la pared vacía que mostraba la marca de un cuadro que ya no estaba y suspiré—. Me temo que me he hecho daño a mí misma.

Mi amiga se rio y estiró la mano para tomar la mía.

—Yo también te extrañaré y lamento mucho no estar presente cuando nazca, pero haré lo posible por conocerla.

—¿Sigues insistiendo en que es una niña?

—Estoy segura, como que me llamo Scarlett y soy hermosa. —La jovialidad de sus palabras me sacó una sonrisa y disipó la amargura que me provocaba su partida; en mi interior sabía que era algo necesario.

Ambas nos reíamos, pero el silencio se hizo presente en cuanto no tuvimos nada más que decir; la doncella que traía el té lo dejó sobre la mesita luego de servir y se alejó después de que la rubia se lo indicara. La vi tomar un sorbo sin siquiera esperar a que el vapor se disipara, y como era de esperarse, su pequeña nariz respingona se frunció.

—No te mentiré, Ali, también estoy un poco triste por irme —habló con la vista fija en su taza y no me atreví a interrumpirla cuando su semblante se notaba tan serio. A lo lejos se escuchaba a Robin gritar y sus labios se inclinaron hacia arriba—. Pero es algo necesario y bueno. Adrien ha sido infeliz toda su vida en esa familia y yo no puedo hacer mucho por él, si tuviera un poco más de influencia, quizá podría, pero no la tengo... en el futuro, me temo que Robin tampoco tendría una buena vida.

—Es un niño feliz.

—Mm, lo es y quiero que siga de esa forma. —Volteó a mirarme con una ligera inclinación de cabeza y sus labios rosados se curvaron hacia arriba—. Odio decir esto, mi bella duquesa, pero te compadezco.

Por un momento, sus palabras lograron desconcertarme y luego lo entendí.

—No me compadezco tanto a mí como a ellos —murmuré y puse mis manos sobre mi notable estómago—. Si soy sincera, espero que sea un niño; porque al menos, si lo es, no tendré que preocuparme por lo que pasará en el futuro.

Bastian ya tendría que vivir parte de su vida dentro del palacio solo por la desconfianza de los monarcas y si tuviera una hija, también era probable que sufriera el mismo destino. Ninguna niña había nacido durante estos años en ninguna de las familias principales, lo que había dejado el puesto de princesa heredera vacante. El príncipe ya tenía dos años y su prometida ya tendría que haber nacido o estaría pronta a nacer.

Ahogué el suspiro de preocupación en mi pecho y le eché té encima.

Si yo fuera Scarlett, también querría que mis hijos fueran felices por sobre ricos o poderosos.

—¿Te preocupa la reina?

—¿Cuándo no me preocupa? —Negué con impotencia y pensé en la multitud de tardes que tuve que pasar en su compañía—. No me agrada, pero la entiendo.

—Es una mujer lamentable. —Scarlett se acomodó mejor y se sostuvo la barbilla con una mano—. Mi hermana mayor solía jugar con ella, así que la conozco un poco. Ser reina no es fácil, no la culpo por ser una arpía a veces; pero tampoco lo apruebo.

Afirmé sin dudarlo y recordé en la cantidad de inconvenientes que había experimentado yo al casarme dentro de una casa que me igualaba el estatus; mi suegra y mi esposo no eran malos conmigo y mis responsabilidades no eran tantas. Podía salir a jugar cuando quería, visitar a mi amiga y cuidar de mi hijo sin la intervención de nadie; pero Madelyn Bleu no podía ni podría nunca ser una mujer libre.

La corona la había encadenado de por vida y eso era lo que más me asustaba.

«Ojalá seas un varón», le hablé al niño que todavía no conocía.

Envié en silencio una plegaria a los dioses que, para mí alegría e impotencia, no se cumplió; porque a finales del décimo mes del año, cuando el calor ya comenzaba a ser notable, di a luz una niña.

Sus pestañas transparentes se notaban por sobre lo enrojecido de su piel y el fino cabello que apenas se veía sobre su cabeza me confirmó que, al igual que el copito, ella era tan blanca como los botones de jazmín que apenas empezaban a formarse en el jardín.

—La señorita nació en un día extraño —dijo la partera que ordenaba las cosas con ayuda de algunas doncellas—. Aunque el calor ya empezó, está nublado y llovizna.

—¿Y eso qué significa? —pregunté sin darle demasiada importancia, más preocupada por delinear sus rasgos que todavía no podían ser definidos con seguridad.

La mujer negó con la cabeza y antes de que pudiera decir algo, la puerta de la habitación se abrió y detrás de la joven que había salido a anunciarle a todos los que esperaban afuera, estaba mi esposo y un pequeño copo, que parecía más torpe que de costumbre.

Por esos momentos, disfruté del nacimiento de mi hija y no me preocupé por lo demás.

Más tarde me enteré, junto al ruido de la creciente tormenta, que la lluvia vaticinaba lágrimas. 

Un capítulo cortito, que espero les haya gustado. 

Nos vemos esta noche con quienes vayan a estar en la videollamada. 

Gracias por leer!

Flor~

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