Treinta y uno

Scarlett estaba sentada a mi lado en la mesa que habían dispuesto bajo uno de los árboles del jardín. Fiel a su estilo, la vegetación que rebosaba con el inicio de la primavera, tendía más a la sencillez; había flores de varios tipos, pero el pasto de un verde tierno se extendía por metros y metros sin tener fin; a mi padre y sus amigos les convenía más este tipo de ambiente. 

—¿Cómo está todo? He leído tus cartas, pero me gustaría escucharlo de tu boca. —Mis ojos estaban enfocados en los dos niños cuyas manos estaban ocupadas por dos ramas más o menos rectas; jugaban a que eran guerreros -o algo así había escuchado-, mientras que Fleur dormitaba sobre una manta en el suelo. 

—Bien, mejor de lo que esperaba. —La voz de Scarlett sonaba suave, mucho más moderada de lo que había sido en la capital—. Sabes que el marqués desheredó a Adrien en el mismo momento que abandonó su puesto de caballero. Fue la mejor excusa para él. 

—Lo sé, Louis Klein se pasea muy satisfecho de sí mismo por la ciudad… aunque escuché que se metió con la señorita Mably, los encontraron juntos en la cama. —Volteé la cabeza para ver la expresión de mi amiga y, como era de esperarse, hubo una mezcla de conmoción, satisfacción y gracia. 

Su risa no se hizo esperar y los hombros se agitaron al seguir el ritmo de su pecho vibrante. 

—¡Oh! ¡Por amor a todos los dioses! ¿Qué cara habrá puesto esa vieja zorra, con perdón de todas las zorras, al encontrar a su amado hijo con su sobrina?

—Bueno, ¿no es mejor para ella? La familia Mably es ambiciosa, tener una relación con el heredero del marqués les favorece mucho; después de todo, Sir Adrien… 

—Ya no es más Sir, querida Ali, que no se te olvide que ahora somos plebeyos. —Su observación estuvo cargada de risas; a ella no le importaba y se veía feliz—. Y volviendo al tema, lo que ella quería era darle un mal matrimonio a mi esposo; pero para su hijo, quería algo mucho mejor, así que me pregunto cómo se las va a arreglar para salir del problema. No creo que esa familia la deje ir. 

Reflexioné sobre sus palabras y me di cuenta de que era verdad, como mujer que había escalado socialmente, la marquesa no parecía alguien dispuesta a dejar que su hijo se uniera a la familia de un barón.

—De todas formas, ese no es el punto. ¿Qué tal estás? ¿Pudiste… adaptarte?

—¿A una vida de plebeya quieres decir? —Los labios de un rosa vibrante se estiraron y vi paz en sus ojos—. Nada ha cambiado mucho, con tu palabra de por medio, su excelencia le ha prestado más atención a Adrien y la duquesa ha sido tan dulce como una madre para mí. Soy feliz, Ali, porque veo alegría en los ojos de mi esposo; ya no hay ninguna presión sobre nosotros… y Robin… Robin puede crecer sin inconvenientes. El dinero tampoco ha sido un problema; una parte del salario de Adrien como caballero no se usaba y como soldado también se le paga una cantidad de dinero por mes; además, mi dote sigue intacta.  

Hubo una pausa en su constante flujo de palabras y yo tampoco hice nada para apurarla; podía sentir la sinceridad en sus oraciones y la placidez en su tono. 

—No sé cómo es la vida de una plebeya en realidad, no siento que viva como una; pero sí me liberé de todas las cargas que traía ser una mujer noble. 

—Es bueno siempre que seas feliz y estoy contenta de poder escucharlo de tu boca. 

—Sin ti no habría sido posible; estoy agradecida de ese día en que decidí hablarte. 

A mi mente vino aquel primer encuentro con la extravagante Scarlett de quince años, esa que había sacado a bailar a su serio prometido con gesto coqueto; la misma que preguntó en dónde había conseguido las flores que adornaban mi vestido. 

—Cierto. —Le di la razón y me agaché para cubrir mejor a Fleur con la manta; aunque el sol era cálido, la brisa primaveral seguía siendo fría—. ¿Has hablado con tus padres? Vi a tu hermana en una fiesta de palacio no hace mucho. 

—Papá me ha mandado algunas cartas, al igual que mi hermana y mi hermano; pero mi madre todavía se rehúsa a perdonarme. —Sin perder la sonrisa, se encogió de hombros como si nada; no sabía si fingía o si de verdad estaba tranquila con eso—. Si quiere hablarme, le responderé gustosa, si no quiere, no forzaré las cosas; ella hizo su familia con el hombre que quería y yo hice la mía con Adrien. Estoy contenta con mis decisiones y nadie tiene derecho a reclamarme. 

La confianza con que habló llenó mi corazón de un sentimiento reconfortante; sentía que una parte de mí se realizaba a través de ella. No sentía envidia por su vida libre y despreocupada, solo alegría; para Scarlett y Adrien, que se habían amado desde pequeños y cuyas vidas se habían visto agrisadas por otros, experimentar la paz y la felicidad era algo merecido. En mi interior, elevé una plegaria para que esa felicidad nunca se terminara. 

—¿Cómo has estado tú? —Al mismo tiempo que la rubia preguntaba, vi caer a mi hijo al césped con una rama apuntando a su cuello; Robin lo miraba desde arriba con una sonrisa jovial. Mi primer impulso fue pararme y preguntarle si estaba bien; pero al ver como el “vencedor” de tan emocionante batalla extendía su mano para ayudarlo, calmé mi instinto y dejé que se arreglaran entre ellos. Quería que Bastian hiciera un buen amigo, alguien genuino. 

—La capital es un hervidero, como siempre; pero la relación con sus majestades ha mejorado bastante. —Miré a mi alrededor para comprobar que no había nadie cerca y luego proseguí—: Desde que Fleur nació, las cosas han estado muy tranquilas; la reina la considera la siguiente princesa heredera. 

La idea seguía siéndome odiosa, pero aún tenía confianza en que otra niña nacería y mi hija sería libre.

—Espero que tenga una alternativa. —Los rizos rubios de mi amiga le acariciaron los hombros cuando volteó a verme de forma seria; sin embargo, su semblante cambió al instante—. Mi hijo está disponible si eso pasa. 

Una carcajada, nacida desde lo más profundo de mi pecho, se escapó de mis labios.

—¿De qué te ríes? ¿No es mi Robin una belleza? —Se quejó.

—Lo consideraremos cuando sean mayores. —Me llevé la taza a la boca para disimular la risa persistente—. Quiero que Fleur elija por sí misma. 

Luego de mis palabras, caímos en un silencio apacible que se cortaba cada vez que los niños exclamaban en medio de su juego. Bastian no parecía resignado a perder.

—¿Cómo estás tú, mi preciosa duquesa? 

—Bien. —Me encogí de hombros y me detuve en ese simple "bien", porque no había nada que resaltar.

—¿Bien? ¿Hay algún problema? 

Mis labios formaron un "no", de forma inconsciente ,que no llegué a decir; la incómoda sensación que había experimentado al despedirme de Alexandre volvió a sobrecogerme y no pude evitar mirar a mi amiga.

Las cejas claras se arquearon y su mirada me insistió a hablar, o quizá era yo la que quería hacerlo.

—¿Me creerías loca si te dijera que cada vez que Alexandre se va por un tiempo, me siento intranquila? —pregunté con cierta dificultad y esperé expectante su contestación.

—Bueno, es normal, a mí también me preocupa cuando Adrien se va. —Su nariz respingona se arrugó—. Después de todo, aún no puedo descansar bien al pensar en qué estado llegará a casa o si está a salvo. 

Enseguida me di cuenta de que no me entendió; pero cuando quise rectificar su error advertí un nudo en mi lengua, un nudo llamado vergüenza. 

De repente no me sentía segura para hablar sobre aquel defecto de confianza que tenía; porque la relación de Scarlett y Adrien era demasiado buena. 

«¿Y la nuestra no?», pensé y mí corazón dio un salto brusco en mi pecho. Fue como si me hubieran bañado con agua helada. 

—Ya veo. —Esbocé una sonrisa y cambié de tema hacia uno que no me produjera un malestar innecesario. 

Sea como fuere, no podía hacer nada.

*

El afluente de personas se dispersó en el jardín lleno de mesas; la refinada decoración mostraba todo el esplendor de la recién comenzada primavera.

Flores de todos colores adornaban los manteles y sillas mientras que una doble capa de gasa colgaba por encima de nuestras cabeza como una forma glamorosa de evitar el sol.

Fleur no podía apartar sus ojos del brillo que emitía este escandalosamente caro techo y se mordía el labio en pensamientos que podía ver reflejados con claridad sobre su mirada infantil: admiración, curiosidad, encanto y deseo.

Varias mujeres que recordaba de mi infancia se acercaron a mí con rostros curiosos.

—Qué nostálgico. —La voz de Margot detrás de mí llegó en un susurro y tuve que darle la razón en cuanto las alejé después de unas cuantas oraciones; sin embargo, antes de que clamara victoria, oí a alguien más dirigirse a mí. 

—La última vez que te vi, aún no te habías casado y ahora eres madre. —Una joven pecosa se acercó a mí cargando una niña y con otra a su lado cuya mano se sostenía de su falda—. Sigues tan bonita como siempre, Ali.

La mujer me hizo una reverencia educada, pese a que sus palabras carecían de rigidez. 

—¡Sara! —De inmediato me levanté y admiré la figura de la mujer—. ¡Qué bonita te ves!

—No tanto como tú, el aire de la capital te favoreció. —Se rio e intercambió un par de palabras más antes de sentarse a mi lado y dejar que sus hijas se mezclaran con los demás niños. 

—Cuida de Lette, Cosette —ordenó al dirigirse a la mayor, que no tendría más de siete años; y le dio una mirada suspicaz a la menor que, al igual que Fleur, miraba la seda sobre nuestras cabezas.

—Ve con ellas, Margot, llévalas a jugar y no dejes que se lastimen. 

—Sí, señora. —Le di un vistazo a mi doncella cuyas manos sostuvieron dos más pequeñas y volví mi atención una vez más hacia los ojos almendrados de mi vieja amiga.

—Cuando me fui, Cosette recién había nacido. 

—El tiempo no perdona. —Tal como antes, Sara Lane seguía tan apacible como siempre, su sonrisa no había cambiado en nada—. Pero tú te ves bien, los chismes sobre ti vuelan entre las damas. Están envidiosas de que pudieras casarte bien.

Resoplé divertida al escucharla y negué; no me sorprendía para nada. 

—No se cansan de hablar porque es lo único que tienen para hacer, no es nada nuevo —declaré y le hice una seña a la doncella para que sirviera el té. Mi madre no paraba de recibir invitados, y no estaba obligada a esperarlos; la fiesta estaba dispuesta de esa forma, para que cada mesa comenzara cuando lo desease. 

—Claro que no, no te olvides que fui el centro del chisme por mucho tiempo. 

—Bueno, no todas las herederas se casan con sus empleados —bromeé y recordé lo escandaloso que resultó que la única hija del conde de Pair se casara con su caballero. 

—Todavía dicen que me sedució por el título. —Sara soltó una suave carcajada y yo la acompañé en el gesto—. Él es mucho más apto que yo para manejar las tierras; eso de pasarme jornadas interminables sobre el caballo ya no es para mí. 

La comisura de mis labios se estiró hacia un costado y no pude evitar rememorar la increíble forma de Sara sobre su montura. Que se casara con ese joven que siempre la acompañaba, no me resultó nada raro. 

A menudo me encontraba con ella en los límites de nuestras tierras y las suyas.

Recordar ese tiempo y la libertad que experimenté una vez, una libertad que creía domesticada, trajo a colación otros rostros.

—¿Y Marguerite? 

Apenas pregunté, escuché los nítidos regaños de una mujer cuya compañía agradaba y dolía a la vez.

—Ahí la tienes. —Sara señaló con la cabeza hacia esa dirección y reconocí con algo de sorpresa la figura que se acercaba.

El cabello de un rubio casi traslúcido, lacio como una cascada, se movía detrás de la mujer cuyo vientre abultado ralentizaba su paso. A su alrededor caminaban una niña y un niño, mientras que una doncella detrás de ella traía a un bebé de no más de un año alzado.

Mi barbilla cayó de forma imperceptible y tuve que luchar para no jadear de sorpresa.

—¿Esa es Marguerite? 

—Drusila la bendijo con un vientre fértil. —Ante el comentario de mi compañera de té, no pude más que darle la razón; pero no dejaba de impactarme.

Esa era Marguerite Garnier, la misma rebelde Marguerite que se rehusaba a casarse. 

—Se casó casi dos años después de que te fuiste… tiene al marqués jugando en su palma. 

—Me sorprendería si fuera de otra forma. 

—¿Verdad?  

Fuera como fuese, aquella figura grácil como una gacela se acercó e hizo la reverencia a medias. No podía dejarla, no con semejante panza y tal como esperaba, luego del breve momento de encuentro, los comentarios ácidos de Marguerite llenaron la mesa. 

Con cada pastel que comía caía un nuevo chisme; me sentí en Rumeurs.

Poco tiempo después se sumó Scarlett, cuya presencia estaba asegurada pese a su falta de título; y con su llegada, fue como si lo viejo y lo nuevo se superpusiera. 

Me sorprendió la manera en que las cosas habían cambiado; me sorprendió ver las pequeñas cabezas que ahora se mezclaban en el jardín, hijos nuestros.

La hija mayor de Marguerite, Loana, corría junto a Bastian y Robin pese al evidente disgusto de su madre por su actitud poco femenina. 

—Por lo general es una niña centrada, pero a veces no tiene control. 

Miré la cabeza rubio miel que se movía junto a mi hijo con la pura intención de intimidar a Robin y sonreí divertida. 

—Eras igual. —Me burlé y Sara me secundó, mientras que Scarlett escuchaba con diversión las historias vergonzosas sobre Lady Marguerite "la rebelde". 

Entre las risas de las damas y las de los niños, mí corazón se dejó caer en una cómoda placidez. Toda la preocupación, la aprensión y los pensamientos oscuros, se desvanecieron. 

*

*

*

Hola, fées! Acá está el cap. de la semana. Aunque no lo crean, está listo desde temprano, pero al parecer no le di a publicar 🤦🏻‍♀️

Por otro lado, vayan preparándose.

Flor~

PD: Qué les pareció? Amo mucho las simples reuniones en donde todos hablan, pero no sé si ustedes se aburren.










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