Treinta y cuatro

El estado de ánimo de Alexandre era más bajo de lo habitual y sentía que no podía consolarlo; las palabras resultaban demasiado escasas y lo sabía muy bien porque yo también estuve en su lugar.

Levanté la mano y la puse sobre su brazo, quería hacerle saber que, a pesar de todo, yo todavía estaba a su lado. Ahora que Marion no estaba y dado que el antiguo duque llevaba años fallecido, solo los niños y yo teníamos una relación de familia con él; sin embargo, por alguna razón, mi esposo parecía más lejano que nunca.

Sus ojos se volvieron hacia mí y la fina línea que conformaba su boca se estiró de forma sutil. No dijo nada y yo tampoco me atreví a expresarle mis pensamientos.
A partir de lo que pude oír, supe que la condición de mi suegra se había deteriorado a paso lento pero seguro; no obstante, al recordar su apariencia durante sus cortas estadías en la capital, no pude relacionar la imagen cansina que me pintaban los sirvientes del ducado con la que yo veía.

En mi corazón, todavía me sentía incómoda al respecto y aunque quería encontrar una oportunidad para plantearle mis dudas a Alexandre, encontré que, o las palabras no salían o bien alguien siempre estaba en el medio.

Ahora que teníamos un momento de silencio, tampoco me atrevía a romperlo.
Por eso vi cómo los sirvientes se movían en un silencio sepulcral y se preparaban para recibir a aquellos conocidos que se acercaran a despedir a Marion Bleu. La idea me resultaba demasiado amarga y en silencio alabé mi decisión de dejar a Fleur y Bastian en casa; no quería exponerlos una vez más a este tipo de evento amargo.
Bajé la cabeza y me pasé la mano por el rostro, como si con esa acción pudiera arrastrar el cansancio y la pesadez que me generaba la situación; yo también me sentía un poco débil y desganada.

—Aún falta un tiempo para salir, puedes dormir un poco más. —Su voz me despertó del pequeño trance en el que me había metido sin darme cuenta y como acto reflejo, miré la ventana del salón; el cielo todavía era rosado y el sol apenas una línea de luz luchando por hacerse notar en el horizonte.

—Ya estoy despierta, no tiene caso —dije y reprimí un bostezo tras mis dedos—. Esperaré contigo.

Forcé una sonrisa y la hice parecer natural antes de enderezar mi postura medio caída; Alexandre me dio una mirada y pareció conmovido, porque el borde de sus ojos enrojeció sin lágrimas.

La vista me sorprendió, pero así como llegó, se desvaneció con el brusco movimiento de su cabeza al girar hacia un lado. Me quedó claro que no quería que notara esa reacción en él.

«¿Tan tímido?», me hice esa pregunta en mi mente y lo dejé pasar. Por mucho que quisiera, el momento no era apropiado como para que yo pinchara su ego o bromeara con él.

Sea como fuere, la hora pasó rápido y pronto estuvimos frente a la entrada de la mansión listos para seguir el cortejo. La imagen me recordó mucho a cuando mi madre murió, salvo que las personas que nos seguían mantenían un ambiente mucho más sereno que el que precedía el ataúd en Carmine.

Me quedé a un lado de mi esposo e igualé su paso lento; el velo negro tiñó mi mundo de una oscuridad sedosa que ni el sol pudo alegrar. No era un momento colorido; sin embargo, esa oscuridad comenzó a ahogarme un poco.

Nunca sentí que un camino pudiera ser tan largo y como resultado de mi mente divagante, comencé a preguntarme qué estarían haciendo mis hijos. Antes de irnos no les dijimos lo que había pasado, mucho me temía que fuera un golpe demasiado devastador para ellos.

Pensé y me fui por vías interminables de sentido y sinsentido hasta que nos detuvimos frente al mausoleo de la familia Blanchett; en la puerta, Enid posaba sus manos sobre la frente de un bebé. Supuse que era un representación del momento de la bendición al primer ancestro de la familia; en la fortaleza de Carmine había un cuadro con nuestra bendición, pero nuestro dios, Adhair, no parecía tan pulcro y benevolente como la diosa de la vida.
Enmudecí mi admiración e incliné la cabeza en señal de respeto hasta que fue mi momento de dejar las flores que una doncella llevó detrás de mí todo el tiempo. Había una combinación de flores blancas y azules en el ramo, para representar a la familia Bleu.
Para mi madre no hubo flores azules y lo entendí; no había remordimiento por morir dentro de otra familia, pero quizá, para Marion era diferente.

Vislumbré debajo del velo los alrededores marmóreos del interior del mausoleo y la idea de terminar allí me heló la sangre. Los Roux no teníamos mausoleo, sino un cementerio propio, pequeño y vibrante; las flores rojas crecían como pasto sobre las tumbas y una suave corriente recorría el lugar sin descanso.
Incluso en la muerte, pensé que el paisaje no sería demasiado desolador; pero ahora le temía a este frío glaciar que calaba los huesos incluso en primavera.

Me aferré al brazo de Alexandre y observé su imagen levemente distorsionada por el encaje; parecía tan sobrio y adecuado como una estatua protectora.

Tomé aire y recé en silencio al alma de Marion para que no sintiera este frío y llegara con Drusila lo más rápido posible y solo cuando puse un pie fuera, respiré un poco mejor.

Me levanté el velo y dejé mi cara al descubierto; la luz del sol me llegó como una suave caricia y pestañeé con rapidez para aclarar mis ojos secos.

Volteé hacia Alexandre, cuya cabeza se elevaba hacia el cielo en un gesto que resultó resignado y deslicé mi mano en la suya. Sus dedos se entrelazaron con los míos y percibí la baja temperatura en ellos.

—¿Estás bien? —susurré al tiempo que me inclinaba más en su dirección.

—Bien… estoy bi...en. —Sus palabras se cortaron y su cuerpo se tensó de forma tal, que si no estuviera sosteniendo su mano, no habría sido capaz de percibirlo; sus ojos miraban en una dirección fija.

Seguí la línea que trazaba su mirada y antes de que pudiera ver con claridad, sentí el tirón en mi mano al ser llevada hacia delante.

Fruncí el ceño y giré la cabeza en esa dirección una vez más.

—Ali, mira hacia adelante, te vas a caer. —Aunque su tono estaba lleno de preocupación, todavía podía percibir cierta rigidez en él.

Mi corazón se inquietó y mi boca se llenó de un sabor agrio.

No pude ver demasiado con la lejanía, pero vislumbré con claridad el rizado cabello rubio de una mujer.

*

La partida se organizó con rapidez pese a que pensé que sería necesario quedarnos algunos días más para que Alexandre se encargara de lo que fuera que estuviera pendiente ahora que Marion no estaba; sin embargo, me sorprendió el hecho de saber que no había mucho por hacer.

Las cosas estaban bien organizadas dado que, aunque mi suegra supervisaba, el título y la responsabilidad hace mucho que estaban en manos de mi esposo.

También sugerí alargar nuestra estadía por si surgía algo que requiriera de su atención inmediata; no obstante, la mirada del hombre parecía perseguida por un fantasma y, aunque no quería admitirlo, eso solo tensaba más las fibras de mí corazón.

Varias veces abrí la boca para hablar, para preguntar por qué estaba tan apurado, qué era lo que lo tenía así, pero cosí mis labios hasta que la distancia entre la mansión y nosotros fue la suficiente como para sentirme segura.

Estaba horrorizada por esta cobardía impropia de mí, así que, en un intento por salvar frente a mi conciencia, algo de dignidad, pregunté:

—¿Quién era esa mujer?

Ni siquiera un segundo después de que los sonidos terminaran de saborearse en mi lengua, la persona que permanecía recostada contra una de las esquinas del carruaje, se estremeció. Fue como si una corriente de aire helado lo recorriera de pies a cabeza; porque hasta la sangre en su rostro lo abandonó y la mía fluyó con mayor fuerza. Podía sentir los latidos de mi corazón en mis oídos.

—¿Qué mujer? —preguntó y casi escuché un chirrido al ver su cuello tenso voltear hacia mí.

—La mujer del cementerio. —No me atreví a levantar la voz ni tampoco a andarme con rodeos; la mezcla extraña de emociones pesaba en mi pecho de tal forma, que no supe cómo actuar.

—¿Cuál de todas? Pensé que ya te habías familiarizado con los presentes el día del funeral.

Al ver la forma en que hablaba y me esquivaba, como si jugara, logró que una chispa de ira se encendiera dentro de la inquietante incertidumbre.

—¿Me tomas por tonta? —Levanté un poco más la voz y las cejas oscuras se tejieron sobre mi frente—. La mujer que no me dejaste mirar.

Mi declaración pareció impactarlo, porque sus ojos se ampliaron y vi sin ningún sentimiento de admiración, el celeste pálido de sus irises.

Se hizo un silencio sordo en el que el sonido del exterior se filtró en mis oídos con mayor claridad que nunca en mi vida. Casi pude escuchar mis propios pensamientos desordenados flotar en el espacio.

—¿Quién era? —repetí y esperé por su respuesta con una mota de fe ciega. Sabía que tenía un problema de confianza, con el tiempo lo había trabajado, pero no podía deshacerme del todo de las dudas; quizá la increíble cantidad de ácidos rumores sobre amantes entre la nobleza me volvían sensible al tema.

—Nadie —respondió al fin y antes de que pudiera replicar, volvió a hablar—. No es nadie.
Su firmeza calló mis dudas y su mano, que se enganchó en la mía, las calmó.

—¿Nadie? —interrogué medio confusa si negarme a su contacto.

—Nadie. —Su cabeza se movió de manera afirmativa y sus ojos miraron directo a los míos. Sabía cómo era él, sabía que no podía esperar mucho más que estas cortas palabras y que tendría que conformarme… quería conformarme con ello.

«Nadie», repetí una vez más en mi mente y una vez más, como tantas otras, ignoré las extrañezas y elegí recubrirlas con una espesa capa de confianza enseñada.

Si él decía que no era nadie, entonces era nadie.

Borré de mi mente las dudas y pensé en los días que faltaban hasta llegar una vez más a la capital en donde retomaríamos la rutina; pensé en mis hijos, que esperaban nuestra llegada y pensé en visitar Rumeurs.

Ya era hora de que revisara las cuentas y dividiera la parte que le correspondía al palacio; tal vez la reina quisiera que llevara a Bastian a jugar con el pequeño príncipe.

Enumeré las cosas que tenía que hacer y dejé que el tiempo fluyera.

De hecho, fluyó tanto, que no me di cuenta de cuándo pasaron los años.

*

*

*

Hola, fées! Hoy les dejo un capítulo cortito pero significativo. Me temo que algunas pueden estar un poco decepcionadas con Ali, pero espero puedan entender sus pensamientos, porque el rompimiento de esta fe "ciega" es esencial en la historia posterior.

Ya queda poquito para el final.

Muchas gracias por leer!

Flor~

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