Quince
—Señora. —Voces unísonas se dejaron escuchar en la entra de la mansión.
Frente a mis ojos, cinco doncellas de porte elegante y miradas tranquilas estaban dispuestas en fila. A los pies de cada una, había un pequeño baúl que supuse contendría sus pertenencias.
—Lo que me pidió, Señora. —Una mujer, de apariencia más estricta y refinada que las cuatro jóvenes, dio un paso adelante y me miró con graciosa complacencia.
—Gracias. —Dejé salir un suspiro al tiempo que elegía ignorar las miradas de los demás sirvientes que pasaban por el lugar. Se creían disimulados, pero no lo eran y sabía que estaban investigando lo que hacía— Es bueno verte, Juju.
—Justine, Señora, Justine. —La vi rezongar, como siempre y no pude evitar reírme ante su expresión angustiada. Podía decirse que ella y yo habíamos crecido casi a la par, pero no era tan así. Justine Fleming me llevaba unos buenos cinco años y contrario a lo que todos esperaban, no se había casado y había tomado un puesto en el palacio como instructora de etiqueta.
—Juju siempre será Juju, pero concederé porque me estás dando una gracia. —Su expresión mejoró mucho y vi sus ojos destellar— ¿Son las mejores?
—Entrenadas por mí, por supuesto.
Pasé la mirada nuevamente sobre ellas y asentí satisfecha. Aquel día en que había despedido a la sirvienta que me había tirado el té encima, había pedido tinta y papel; si los sirvientes de la mansión no podían ser leales a mí, bien podía obtener otros.
—¿Qué piensas tú? Margot.
Me di la vuelta y miré a mi doncella personal que hasta entonces había permanecido en silencio y cuyos ojos se paseaban sobre las cuatro muchachas al frente y de repente, sonrió.
—Si fue la señorita Justine quien las instruyó, ¿puedo dudar?
—Claro que no. —Fue la misma Justine quien contestó y levantó la barbilla con suficiencia— Las he instruido para que sean sirvientas en el palacio, su etiqueta es perfecta, y su apariencia agradable. Su sentido de la lealtad es hacia su maestro, así que una vez que se firmen sus contratos, solo responderán a la Señora.
No pude evitar que una curva generosa se asentara sobre mis labios. Un sentimiento de independencia y superación me llenaba el pecho al ver aquellos rostros de sonrisas tenues; todo allí gritaba moderación y respeto. Lo que yo necesitaba.
—¿Sus nombres? —pregunté.
—Anne, Lucie, Irina, Zoé y Élise. —De nuevo, fue Juju quien habló y las jóvenes permanecieron en silencio, con la cabeza levemente inclinada hacia abajo, como si levantarla significara una falta de respeto.
—Entonces... ¿Qué tal si revisamos sus contratos? —Margot tomó la iniciativa de alejarnos de la vista de los demás sirvientes que seguían merodeando alrededor y las comisuras de mis labios tiraron hacia arriba sin que pudiera detenerlo.
Cinco doncellas no se consideraba mucho, pero eran suficientes para atender mis necesidades básicas, incluso si quisieran hacerme las cosas difíciles, ya había demostrado ser alguien que no dudaba. Ni siquiera ante mi esposo.
Su sola mención logró ensombrecerme el ánimo.
Di un paso detrás del otro en dirección al pequeño salón que había hecho de mi propiedad y a medio camino, Jerome, que parecía guardar una mueca de ansiedad bajo una capa de control, se interpuso.
—Uno escuchó que la Señora incorporará nuevos sirvientes a la mansión.
—Así es. —En mi corazón, estaba riéndome ante las bocas rápidas dentro de estas paredes.
—Ya que es así, no es necesario que la Señora se moleste con estas cosas y pude dejar que me encargue de sus contratos; una vez que se haga, me encargaré de asignarles sus habitaciones.
Arqueé una ceja y vi de soslayo como las de Justine hacían lo mismo. Su espalda recta y rostro severo no disminuían la belleza en sus facciones. No era hermosa, cierto, pero su aire elegante era más noble que el de muchas damas de la aristocracia.
Sus ojos se volvieron hacia mí y supe que estaba esperando mi reacción ante la situación.
Mi suegra dijo que debía ganarme el respeto y la lealtad de los sirvientes, pero era obvio que las buenas intenciones estaban más inclinadas a obstruirme.
—No será necesario, aunque incorporaré nuevos sirvientes a la mansión, solo me servirán a mí. Lo que respecta a sus contratos, puedo manejarlo sola. Gracias.
Cada oración se había dicho en tono tajante, que no daba lugar a réplicas y sin esperar a que pudiera decir algo, lo pasé de largo.
La risa de Margot y Justine se combinó y me sentí mucho mejor que antes. Como si mis pasos se hubieran vuelto todavía más firmes.
*
El ambiente en la mansión había cambiado, quizá era lo que ahora, las principales encargadas eran las doncellas a mi disposición y que ya no me sentía condicionada por los propios sirvientes... o quizá era que tenían miedo y habían comenzado a portarse mejor.
En cualquier caso, mientras tomaba el té con Justine, tuve la oportunidad de degustar el nuevo pastel de nueces que el chef principal de Rumeurs había presentado en la mañana. Los grandes ventanales que daban al jardín del establecimiento, mostraban los estragos del otoño.
—Escuché muchas cosas —dijo.
—¿Qué cosas?
—Maravillosas no, de eso puede estar segura —respondió y me reí con cierta amargura. Estaba segura de que no había escuchado nada maravilloso— Pero lo más importante es: ¿Qué harás al respecto?
Por un momento dudé en contestar y bajé la cabeza, la situación con Alexandre era... tirante, sí, esa era la definición exacta. Cada uno había tomado un extremo de la cuerda y tiraba sin darse por vencido, incluso si nos había empezado a quemar las palmas. El asunto había empeorado todavía más cuando fui consciente de algo aún más preocupante.
—Estoy encinta, Juju —solté y escuché como mi compañera tomaba una bocanada de aire. La expresión en su rostro debía ser todo un espectáculo y confiando en eso, levanté la mirada. Las pestañas oscuras me devolvieron una imagen entrecortada de un rostro sorprendido que se suavizó y sonrió.
—Esto es una gran noticia.
—Supongo que sí. —Notaba más preocupación que felicidad en mi tono.
Había experimentado una cantidad de síntomas leves que pese a todo habían hecho sospechar a mis doncellas y presta a no cometer ningún error, había citado al médico en una de las habitaciones privadas de mi salón. Lejos de la mansión y con la seguridad de saber que el hombre tenía la discreción suficiente como para mantener la boca cerrada y de mezclarse con los empleados del lugar.
La noticia me había caído como algo medio sabido, después de escuchar las suposiciones de Élise, una de mis nuevas doncellas, que venía de una familia numerosa, consentí en que era posible.
Mi relación con Alexandre había sido armoniosa durante meses y habíamos dormido en la misma habitación día tras días. Sería extraño que, siendo ambos personas jóvenes y sanas, no ocurriera. Lastimosamente, no era el momento adecuado.
—Es un buen momento para que llegue, te dará una excusa para hablar con él y a él le dará la excusa para bajar la cabeza.
—¿No seré yo la que baje la cabeza? —Me había estado haciendo a la idea de que este sería el caso si no quería que mi estado pasara en un mar de malos sentimientos. Los sirvientes se habían vuelto cada vez más y más dóciles, pero mi esposo y yo más rígidos.
—En lo absoluto. —Justine dejó la taza sobre su platillo con una suavidad tal que ni siquiera pude oír el habitual choque de la porcelana. Cada movimiento se medía al extremo— Dile y verás su reacción. O mejor aún, derrúmbate ante él.
—¿Qué?
—Querida Ali, la etiqueta es importante y los valores aún más, pero nadie gana sin saber manipular un poco las circunstancias. Finge derrumbarte en el momento exacto, desmáyate o... —Su sonrisa se ensanchó lo justo, pero sus ojos adquirieron un brillo malicioso— O aprovecha para deshacerte de la basura que todavía queda en tu casa.
Mis cejas se arrugaron y la miré sin estar del todo convencida.
—Te conozco de toda la vida, y sé cómo son tus métodos. Eres directa y honesta, pero aquí no sirve. Quizá allá en Carmine sí, porque la gente es más simple, pero aquí en donde los intereses se sopesan más profundo que las aguas del océano, es importante que lo repienses —dijo y me miró directo—. La fama que te hagas ahora, es la que perdurará. Los rumores sobre aquella doncella y el disgusto con tu esposo son manejables ahora, pero no podrás soportarlo por siempre. Aún más, ¿ese niño en tu vientre estará seguro?
*
Las palabras de Justine dieron vueltas en mi cabeza durante toda la noche. Sola en aquella habitación y con una mano sobre el vientre todavía plano, me había hecho reconsiderar todo lo que hasta el momento había hecho. Sí, estaba acostumbrada a la apacible vida que llevaba en la frontera; pero ahora estaba en la capital y con un bebé en camino.
Me había horrorizado escuchar de su boca los incidentes en que las jóvenes habían sido tramadas por sus sirvientas y perdido a sus hijos incluso antes de que vieran la luz.
Por eso mismo, cuando me levanté mi visión estaba cambiada y les di un par de tareas a cada una de mis doncellas. Si iba a actuar, necesitaba ayuda. No podía deshacerme de todo yo sola.
Lo más preocupante era la cantidad de jóvenes doncellas que miraban a Alexandre como una oportunidad de solucionar sus vidas y que me tomaban como su rival. Ya avisadas de lo que podría pasarles por aquella doncella que había sido despedida, no se atrevían a ser directas; pero en más de una oportunidad había visto como se arreglaban a sí mismas para parecer más agradables.
Si hubiera sido meses antes, me habría despreciado por las acciones que llevaba a cabo, ahora solo quería darme palmaditas en la espalda por atreverme a hacerlo y, con todo, le envié una carta a mi madre para comentarle.
Sentía que, si podía confiárselo a alguien y ver si mi juicio estaba errado o no, era ella.
Un mes después de que hubiera estado haciendo este disimulado corte de maleza, la respuesta llegó dejándome con el corazón en calma. Quizá, de todo lo que se había escrito, lo más importante era que debía proteger aquello que fuera importante para mí, independiente del costo.
¿Era cruel? Seguro.
Pero nunca había sido una persona que pagara las malas intenciones con bondad.
—¿Cuánto falta para que llegue? —pregunté y me aseguré de tener todo preparado.
—El Señor debería llegar dentro de poco, Señora.
La persona que había respondido no era otra que Jerome. Él, al igual que muchos otros sirvientes habían estado sufriendo la tensión entre Alexandre y yo; así que cuando pedí su ayuda para organizar una pequeña cena de "reconciliación", había estado de acuerdo de inmediato.
Asentí y esperé paciente a que mi esposo llegara. Me había arreglado lo mejor posible y hecho que las cocinas prepararan todos los platos que sabía le gustaban a él. La impresión que quería dar era la rendición. Estoy aquí y ahora ofreciéndote una bandera de paz.
Aunque la situación estaba lejos de ser esa.
Miré a Margot, a Irina y Zoé que se encontraban paradas cerca de la pared con las manos cruzadas sobre la falda y me reí en mi mente al ver que la otra doncella presenta, era la única de la cual todavía no me había deshecho. Tenía un rostro agradable y una mirada suave y más de una vez la había visto correr hacia el estudio mientras Alexandre estaba en cada.
Por fortuna, ese hombre guardaba algo de consciencia.
Me burlé, pero la idea de saberlo con otra persona envió un pinchazo persistente en mi pecho. Aún no le había dicho nada sobre el bebé y estaba asustada.
Sin embargo, cualquier pensamiento sobre esto quedó a un lado cuando el familiar paso firme de sus botas resonó en el pasillo. No era el salón de siempre, por lo que alguien lo había guiado hasta aquí siguiendo mis órdenes.
El rostro bonito de Anne apareció primero al abrir la puerta y luego entró él. Llevaba la chaqueta de los caballeros reales y el cabello fuera de su peinado habitual.
—Bienvenido. —Me levanté para recibirlo y sonreí apenas. Había algo de genuina vergüenza allí.
—Hola.
El salón se sumió en un silencio incómodo al siguiente segundo y me mordí el interior de la mejilla, frustrada con él por no ser un poco más despierto.
—Hice que prepararan esto para nosotros. —Me acomodé el cabello que había decidido dejar suelto y miré hacia abajo— Hay algo que quiero decirte.
Su ceño se arrugó y asintió antes de sentarse a la mesa. Parecía rígido, tan rígido como la doncella detrás de él. Tal como hubiera hecho una buena servidora, se había acercado y servido una copa de vino para ambos mientras que Jerome permanecía al margen. Él estaba allí para supervisar.
Hace unos días había mandado llamar un médico y me había asegurado de que ambos estuvieran presentes. Él y la doncella. Había charlado en voz alta sobre mi emoción y de cómo quería decirle a Alexandre sobre el tema en persona, por lo cual esperaba que mantuvieran las cosas en secreto hasta entonces.
De ambas personas, Jerome parecía contento. Era un hombre bueno, leal a su señor y parecía contento por la noticia. Ella, por el contrario, no había podido quedarse quieta. Mis doncellas habían descubierto poco después, en sus habitaciones, una cantidad considerable de hierbas abortivas, pero parecía no atreverse a utilizarlas. Hoy esas hierbas se habían mezclado con el vino.
Vi a Alexandre tomar un sorbo con calma y me alegré de saber que las hierbas no lo afectarían, mientras que yo, por el contrario, si bebiera un sorbo, podría despedirme de mi hijo.
Respiré hondo y no toqué la copa por un buen rato, dedicándome a generar una conversación con Alexandre que parecía más relajado. Había un toque de alegría en sus ojos que se acentuaba a medida que el ambiente se ponía más cómodo y me arrepentí de tener que romperlo.
—Tengo una noticia que compartir contigo —dije y tomé la copa llevándomela a los labios.
No habló pero asintió en respuesta, clavando sus ojos celestes sobre mi rostro.
Volví a dejar la copa en su lugar y me limpié los labios con la servilleta, tratando de borrar cualquier rastro de humedad.
—Yo... —Tomé aire y le rehuí la mirada mientras sentía que los colores me subían al rostro. Miré a Margot de soslayo y luego a la doncella que permanecía con el rostro bajo. Estaba más pálida, pero no se había movido.
—¿Qué pasa? —Su tono se tornó preocupado y solté un suspiro en mi corazón.
«Lo siento».
—Estoy embarazada. —Me reí de su expresión que pareció desencajarse de su habitual seriedad y me complací con la sonrisa que comenzaba a nacerle sobre los labios. Era de esas sonrisas que me gustaban a mí, amplias, sinceras.
Lo vi pararse y rodear la mesa hasta estar frente a mí y acepté el abrazo que me había obligado a pararme. Le devolví el gesto y hundí el rostro en su pecho. Me había parecido una eternidad desde la última vez que lo había tenido tan cerca y no pude evitar el querer permanecer de esta forma un poco más, pero la mirada de una de mis doncellas, me despertó.
Guardé cualquier otro sentimiento que tuviera en ese momento y me aferré a la tela de su chaqueta con más fuerza antes de doblarme sobre mi misma.
—Ah. —Solté un jadeo lastimoso y me llevé las manos al vientre. Una expresión de pánico doloroso me llenó los ojos al levantar la cabeza y mirar hacia Alexandre.
Su rostro no era mejor que el mío y tirando a un lado cualquier recaudo, me mordí los labios tan fuerte que sentí el sabor de la sangre en mi boca antes de cerrar los ojos y dejarme caer. Sentí sus manos aferrarse a mí y la desesperación con la cual llamaba mi nombre.
«Lo siento», me disculpé una vez más, pero todo fuera por proteger a mi hijo.
*
*
*
Lamento mucho la increíble tardanza, pero les juro que estoy viviendo casi exclusivamente para la universidad.
¿Qué les pareció?
Flor~
PD: Bastian bebé ya existe jaja
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