Nueve

—¿Irás? —Sentados en una mesa a la sombra de un árbol en el jardín de la casa, miré el rostro de Alexandre ligeramente sonrojado por el resplandor. Todavía no podía entender cómo era que, estando expuesto al calor y resplandor del sol en los entrenamientos, su piel permaneciera blanca.

—¿Esta tarde? —preguntó y sentí que el corazón se me estrujaba un poco al ver su vacilación. Sabía que estaba ocupado, pero tenía la esperanza de que esta vez, pudiera hacerse un espacio más amplio que solo media hora para tomar el té, y viniera a ver lo que yo había hecho, incluso si fuera la misma media hora, estaría contenta.

—Sí, ya queda poco para que los trabajadores terminen. Me gustaría mostrarte. —Sonriéndole, sofoqué esa vocecita en mi mente que me decía que no necesitaba insistir, que si no quería venir, no había problema. Rumeurs era mío y no había necesidad de compartirlo si él no quería... pero nuevamente, me acordé de las palabras de Margot y de mi madre— Por favor.

Alexandre me miró y lo vi tragar un poco más pesadamente cuando mis ojos lo enfocaron.
—Está bien. Iré. —Asintiendo, lo vi llevarse la taza a la boca y sonreír levemente antes de estirar su mano y ponerla sobre la mía que estaba a unos centímetros de la suya— Lo lamento, sé que es importante para ti, pero estuve enfocado en mis propias cosas. La próxima vez, puedes recriminármelo en la cara, no es necesario que lo escondas. Sé que estás molesta.

«¿Sabe que estoy molesta?» Mi primer pensamiento ante esto, fue reírme, pero cuando me miró tan fijamente, no tuve más opción que callarme. No tuve o no pude, cualquiera era una respuesta decente para mí.

—Hablas menos y te enderezas más en la silla —dijo y la forma de arquear las cejas y levantar el borde de sus labios me hizo comprender que no mentía—. Iré esta tarde.

Levantándose de la silla, le dio un último trago a su té con leche y acercándose a mí, dejó un beso sobre mi frente. Se suponía que tenía que levantarme y acompañarlo, pero me había quedado rígida en el lugar, observando como su espalda desaparecía detrás de las grandes puertas.

—Él te quiere. —Saliendo de la casa, mi madre se sentó junto a mí en donde antes había estado mi prometido— Solo que es duro, como su madre.

Se rió y yo estuve a punto de hacerlo también. Reírme porque no terminaba de convencerme, reírme porque no entendía del todo.

—¿De verdad lo crees? —pregunté y probablemente, ella vio que mis dudas iban mucho más allá que una simple creencia— Porque yo no lo siento así... sinceramente... dudo cada vez más sobre llevar a cabo este matrimonio.

Los ojos pálidos de mi madre se enfocaron en los míos, ambas teníamos el mismo color, y sin embargo, los de ella siempre me habían parecido más hermosos. A veces me encontraba envidiándola, envidiando que todo en ella pareciera perfecto, que sus interacciones nunca tuvieran falla y ahora... ahora la envidiaba por el hecho de que cuando yo me casara, ella regresaría nuevamente a casa, con papá y sin este sentimiento de incertidumbre horrible que me atosigaba.

Margot me decía que era cuestión de tiempo y que era normal, que seguramente todas las mujeres pasaban por esto antes de casarse, pero que después, todo iría bien, que mi prometido era una buena persona, con un futuro excelente y que yo sería la esposa de ese hombre y a mí, eso me destruía un poco.

En casa era Alizeé, la hija de, aquí sería la esposa de. Un cambio que, aunque poco significativo, no dejaba de ser molesto.

—¿Tienes miedo? —Preguntando sin cambiar el semblante tranquilo sobre el rostro, le hizo una seña a la doncella que había permanecido cerca para servirnos, haciendo que se retirara. Ahora estábamos solas.

—Tengo miedo. —Acepté— Miedo de que las cosas no resulten como espero y de que todo esto sea tiempo perdido. No quiero perder el tiempo, no quiero, porque lo he visto, todas esas mujeres infelices que no hacen más que seguir viviendo continuamente con sus esposos y que cada vez se vuelven más y más viejas.

—Aún eres joven y-

—¿Y qué? —Los labios me temblaron y tuve que hacer un esfuerzo descomunal para no llorar, porque yo no lloraba, yo me amoldaba al cambio y lo seguía. ¿Desde cuándo había empezado a resistirme?— Soy joven ahora, pero dentro de dos meses, me voy a casar y de ahí en más, van a pasar los años... voy a tener suerte si Alexandre es lo suficientemente respetuoso como para no tener una amante fuera, ¿y yo qué? ¿Me quedo en casa, tengo hijos y sigo viviendo?

—También existe la opción de que vivas una vida hermosa y que tu esposo te ame... las cosas que dices, se vuelven livianas cuando estás junto a la persona correcta. Él puede serlo, lo veo, veo que cuando te mira se le iluminan los ojos. ¿Por qué no lo ves? —Ahí estaba de nuevo, ese rostro comprensivo, esa voz que pretendía seducirme y hacerme pensar que mis pensamientos eran simples divagaciones de una niña asustada.

—¿Y si no es así? No todos tenemos tanta suerte como para ser amados por nuestros esposos, papá te ama.

—¿Qué te hace pensar que él no?

—Papá siempre te presta atención cuando hablas, se detiene de lo que esté haciendo y mira lo que hiciste, te pregunta cómo estás, qué hiciste mientras él no estuvo... ¿Alguna vez tuviste que decirle por favor para que fuera a algún lado contigo?

Mamá no dijo nada y negó en silencio antes de bajar la cabeza.

—Ambos... trabajamos en nuestra relación. Fue un paso a la vez, cariño, escalón por escalón... las relaciones no se construyen de un día para el otro y Alexandre no es igual a tu padre, son personas completamente diferentes, con pensamientos distintos y formas opuestas de querer. —Se rió y posó su mano sobre mi mejilla antes de seguir— Tu padre anda saltando por todos lados, siempre sonriendo y explotando de energía, tú no eres muy diferente... quizá un poco más perezosa, siempre quieres hacer todo, todo ya, todo rápido, no quieres esperar por nada y estas cosas llevan tiempo, tiempo y paciencia.

—¿Solo tengo que esperar? ¿Y si esto nunca cambia?

—Eres mi hija, mi hija puede con todo, así te criamos. —Por un momento, me sorprendí y la sonrisa me llegó a los labios, aunque interiormente tenía mis dudas.

—¿Y si no puedo?

—No hay lugar para el no poder. No tenemos esa opción. —Se levantó y vi que estaba dispuesta a dejar la conversación allí, pero al final sus pasos vacilaron y dándose la vuelta, abrió la boca— Pero si realmente sientes que no puedes con esto... buscaremos una solución, sin embargo, espero que seas consiente de que ese niño no es una opción.

No hizo falta que me dijera nada más para saber que ella ya estaba al tanto de lo que yo pensé que nadie más conocía. Margot y yo éramos las únicas conscientes de mi pequeño traspié casi un mes atrás, cuando me había dado cuenta de que era imposible que siguiera apegándome a Belmont y la certeza de que mi madre sabía, no me era preocupante, sino humillante.

Pensaba que tenía todo bajo control y la verdad, era que ella me había dejado salir a correr libremente lo que durara mi tiempo de soltera. ¿Qué habría pensado cuando retiré todas las flores del tocador? ¿O cuando le dije a Margot que llevara ese baúl al armario?

Cualquiera hubiera sido el pensamiento, la realidad era que tenía razón y yo lo sabía, lo había asumido desde el momento en que el viaje a la capital había comenzado, quizá antes, cuando tomé consciencia de que las mujeres nobles casi nunca tenían la oportunidad de elegir, incluso menos que las plebeyas, solo que, en vez de granjeros, carpinteros y vendedores, nos casaban con caballeros, duques, marqueses y todo el repertorio de títulos que le seguía.

Entonces, dudar había sido un error. Tener miedo había sido un error.

Me lo había dicho mi maestra, esa señora insoportablemente elegante pero infinitamente realista, que las mujeres eran más felices cuando no esperaban nada más que vestidos y joyas, porque cuando esperaban amor, desfallecían y yo había hecho de ese pensamiento, mi mantra personal.

Entonces, ¿Cuándo había comenzado a esperar algo de Alexandre?

No lo sabía, pero lo que sí sabía, era que luego del almuerzo, comenzaría a prepararme para ir a ver cómo seguía todo y a esperar que esta vez, se presentara porque por muchos ánimos que me diera, estaba segura de que me rompería un poco si no llegaba y entonces... entonces Belmont me miraría con sus brillantes ojos y vería un poco de pena, un poco de tristeza, un poco de rabia y lo más importante, me vería a mí misma, riéndome y poniendo una excusa al tiempo que me retiraba.

*

El ruido apacible que hacían los pinceles sobre la superficie de la pared me calmó enseguida. Solo Margot y yo nos encontrábamos en el lugar en la compañía de los pintores. Hoy Belmont no estaba, llegaba tarde, lo que me resultaba por lo menos, si no extraño, preocupante y mi mano se movía inquieta sobre la superficie cubierta de una de las mesas que hacía poco habían llegado. El olor a madera nueva me había llenado los sentidos cuando las vi.

—Será increíble. —A mi lado, mi doncella suspiró por lo bajo y sus ojos oscuros delinearon la totalidad del lugar. Sabía que ella había sido la primera en dudar, después de todo, ese era su trabajo, porque según sus propias palabras, alguien tenía que ponerle los pies en la tierra. A veces, solo a veces, deseaba que se callara.
—Hasta que al fin lo admites. —Riéndome de su cara que se había agriado, miré a mi alrededor también. Los candelabros habían sido colocados ayer y el vidrio tintado que componía las lagrimitas que caían de ellos, reflejaban, ahora durante el día, una leve luz.

Los muebles estaban cubiertos con una tela blanca para que nada los dañara y los pintores estaban terminando con los detalles. Había hecho mi propio jardín dentro de estas paredes y esperaba que las cuidadosas consideraciones de color a la hora de instalar los vitrales hicieran el efecto que esperaba. Casi podía verlo, el rojo, el amarillo, el verde y el rosa reflejándose entre las paredes floreadas y las enredaderas.

Ahora, lo único que faltaba por terminar, era el piso superior que seguía en remodelación y que me molestaba terriblemente. Ese andamio de metal con varias tablas de madera en medio en donde había visto a los trabajadores subirse, me había revuelto el estómago de puro vértigo y más al notar como se lanzaban ladrillos de un nivel al otro, inclinándose hacia abajo como si nada y ahora, los cubos rellenos de ladrillos que no habían sido puestos aún en su lugar, estaban dispuestos descuidadamente sobre algunas tablas, mientras que otros colgaban de las sogas bien amarradas.

—Eso, sin duda alguna, es un espanto. —Señalé y negué, pensando que tendría que pedirles que la próxima vez fueran un poco más ordenados.

—Bueno, no hay belleza sin que ocurra un desastre antes.

—¡Belmont! —Exclamé en cuanto lo oí y dándome la vuelta, no pude evitar sonreír, pero en seguida mis labios se volvieron una línea. Su tez estaba pálida y las ojeras se le marcaban sobre el rostro formando círculos oscuros— ¿Estás bien?

Margot se acercó unos pasos y enseguida se tapó la nariz antes de mirarme con una expresión de incredulidad que entendí apenas estuve a unos pasos de él. El fuerte aroma a alcohol proveniente de su cuerpo me entró por la nariz haciéndome cerrar los ojos y pestañear rápidamente al tiempo que volteaba la cara en otra dirección.

—Lo siento... ¿Huelo mal? —Tomando el cuello de la camisa y bajando la cabeza se olió a sí mismo y sonrió avergonzadamente— Lo siento. —Volvió a repetir.

—Yo... está bien, pero... ¿qué te pasó? —Sin saber exactamente qué le pasaba, hice caso omiso al fuerte hedor que se desprendía de él y lo llevé a una sillamientras se tambaleaba antes de hablarle a Margot— Trae un poco de té, agua, lo que sea.

Ahora que lo miraba de cerca, era obvio que su noche había sido la causa de su actual tardanza y estado y no pude evitar preguntarme qué era lo que había pasado para que el siempre carismático Belmont, apareciera con un aspecto tan desaliñado. Estaba fuera de mis expectativas.

—¿Belmont? —llamé y volví a llamar unas cuatro o cinco veces. Parecía perdido, mirando un punto fijo de la mesa.

—Mamá murió —dijo y yo me quedé helada, sin palabras, no sabía como reaccionar—. Anoche.

Abrí la boca un par de veces y volví a cerrarla. Se suponía que la gente decía cosas que pudieran consolar al otro, darle algún ánimo, pero no me salía nada. Quizá la expresión en su rostro, que se mostraba ligeramente desorientada y triste me inhibía.

—...lo siento.

—Está bien, no lo sientas. —Su respuesta, acompañada de una tenue sonrisa y un levantamiento fugaz de cejas me indicó que mis palabras y el silencio, hubieran sido lo mismo y pensé, que seguramente había estado escuchando lo mismo desde hace unas cuantas horas— Era esperable ¿no?

—No era necesario que vinieras hoy, podrías haberte quedado a descansar. —Viendo la silueta de Margot entrar desde la cocina, que hasta entonces solo contaba con un poco de té y agua, le indiqué con los ojos que dejara las cosas y se fuera.

—¿Y hacer qué? No hay nada que yo pueda hacer en casa, quizá si venía aquí, podría hacer algo. Despejarme, aunque tendría que haberme dado un baño antes de venir. —Se rió y yo suspiré con algo de alivio, si podía reír, aunque sea fingidamente, quizá no le tomara tanto tiempo recuperarse a su ser normal.

—¿Qué pasó con el velorio?
—No hubo, no tenía sentido, no es como si se fuera a levantar del cajón si esperábamos junto a él. —El sarcasmo con que lo había dicho, me pareció hiriente, como si se estuviera convenciendo a sí mismo y caminando hacia el interior del salón, dejó el té que Margot había traído, sin tocar.

—Podrías haberte despedido de ella.

—Vengo despidiéndome de ella hace meses. ¡¿Qué sentido tiene?! ¿Eh? —Riéndose, lo vi pararse junto a las escaleras que habían colocado junto al andamio y subir un escalón, tambaleándose— Despedirme ahora o después, no es como que fuera a escucharme. No me escucharon los dioses cuando me arrodillé junto a su cama anoche y se supone que ellos nos escuchan ¿no? Nos protegen... entonces, si ellos no me escucharon, ¿por qué habría de hacerlo ella?

—Porque es tu madre —respondí y me acerqué lentamente a él, sentía que si daba un paso más sobre esa escalera, quizá no fuera solo su madre la que estuviera enterrada—. Ahora baja, no es necesario hacer nada aquí.

—¿No me quieres? Señorita —preguntó y volteó la cabeza hacia abajo para verme, solo se sostenía con una mano y un pie, y el resto estaba en el aire— ¿También te molesto a ti?

—Te caerás. —Sentencié y cuando lo vi subir dos escalones más, supe que no podía quedarme quieta más tiempo. Di la vuelta sobre mí misma, dispuesta a caminar hacia el lugar en donde los tres pintores que quedaban, continuaban dándole los últimos retoques a las flores, cuando el estruendo de algo cayendo al piso me hizo palidecer.

Mirando hacia arriba, lo vi con la cabeza apoyada sobre uno de los tablones y uno de los ladrillos que estaban allí había sido empujado al piso, rompiéndose en pedazos.

—Belmont, Belmont, escúchame, baja de ahí y entonces, podrás ir a casa y descansar, te vas a lastimar.

—¿Lastimarme? —Levantó la cabeza y me pregunté si el alcohol le había freído el cerebro— ¡Es imposible!

Riéndose, dio un paso más arriba y el pie se le resbaló, dejándolo sostenido de una mano.

—¡Margot! ¡Alguien! —grité— ¡Que alguien venga!

Esa debía ser la única vez en toda mi vida que había gritado tan llena de miedo y sin embargo, todos parecían moverse a una velocidad mínima, porque nadie venía y Belmont se movía de un lado a otro, queriendo incorporarse sobre las escaleras y cuando lo hizo, en vez de bajar, se quedó sobre un tablón y parándose allí, tomó un ladrillo e intentó ponerlo en el aire y el fuerte estrépito al romperse sobre el suelo, volvió a repetirse.

Dio un paso hacia atrás y vi, con los ojos abiertos de horror, como uno de sus pies quedaba fuera de la madera. Mi primer instinto fue correr hacia él y el otro, maldecirlo. Volví a gritar, temiendo que no me hubieran escuchado y di un paso en la escalera, sintiendo como mi estómago empezaba a contraerse a medida que subía. La falda me molestaba y el calor súbito, que no sabía de dónde venía, me hacía sentir sofocada.

Belmont seguía moviéndose de un lado a otro y su rostro, parecía más dormido que despierto.

—¡Quédate quieto! —temblando, di un paso sobre la madera y lo miré— Solo... no te muevas, por favor.

En el mismo momento en que me aferré a la barra de metal del costado, oí el grito de mi doncella. Su rostro se veía confuso desde la altura, aunque sabía que era yo y el mareo que me sobrevino, y no la distancia hasta el suelo, lo que me hacía verla distorsionada.

Cerré los ojos un momento y respiré hondo. Tendría que haber esperado a que alguien nos ayudara y no subir yo misma.

—¿Señorita? —Abrí los ojos solo para ver como Belmont se acercaba a mí y cómo sus ojos parecían perder cierta de esa bruma intoxicada— ¿Qué hace aquí?

—Belmont... —Me temblaron las piernas, pero le estiré la mano para que la tomara. No tenía ni idea de cómo haría para bajar la escalera.

Margot seguía gritando y la vi mover los brazos de un lado al otro mientras le hablaba a los pintores. Esto era estable, no tenía por qué fallar y sin embargo, cuando Belmont me tomó la mano, me dio la impresión de que todo a mi alrededor se movía. Quizá era yo la ebria y no él, pero solo sé, que cuando uno de los hombres había intentado subir, el andamio entero se movió y un grito penetrante se me escapó de la boca.

Di un paso adelante y el cuerpo se me fue hacia un lado. Apreté con más fuerza la mano de Belmont, pero no escuché lo que dijo.

—¡Ali! —Alguien gritó pero me rehusé a abrir los ojos— ¡Baja de ahí!

El andamio volvió a moverse y el estómago se me revolvió.

Lo siguiente que supe, fue que alguien me había agarrado desde atrás y después, todo se volvió negro.

.

Solamente quiero decirles, que sean gente responsable y no beban cuatro días seguidos, porque se atrasan con las actualizaciones. Y en realidad, siento que cada capítulo de Ali es un desastre tras otro, quizá deba pausarla, pasarla a borradores y reescribirla desde cero. 

Que tengan un hermoso día.

Flor~

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