Dos
Me habían contado que la Capital era fabulosa, un lugar en que hasta la dama más pobre podía vestirse espléndidamente. Por supuesto, esto último era mentira, pero no era de extrañar que las palabras fueran exageradas. Todas mis conocidas que habían ido y venido por diversos motivos, se habían sentido encandiladas con las grandes damas de la corte, con sus encantadores y pomposos vestidos, con sus reuniones de té y, si tenían suerte, con el palacio.
Yo no había querido debutar en el palacio como tantas otras, las tierras en la frontera parecían mucho más dulces para hacerlo... por lo menos no temería a las pintadas bocas femeninas.
—¡Señorita! —El grito de mi doncella junto a mí me sacó de mis pensamientos y me di cuenta de que en algún momento me había quedado colgada en mis divagaciones— ¿Se ha despertado ya de su enamoramiento?
—¿Enamoramiento? —Me reí y miré las mejillas sonrojadas de Margot con diversión— ¿Enamorada de qué?
—No puede ser que después de conocer a su prometido no se sienta al menos un poco emocionada. —La desilusión le bañó los ojos y sentí que, aunque hubiera casi cinco años de diferencia entre ambas, la mayor era yo.
—No estuvo mal. Es un muchacho... agradable... aunque no habla demasiado.
—¿Cree que eso será un inconveniente?
—No lo sé. —Negué y acepté con cierto humor que nunca podría cumplir con las expectativas acarameladas que mi compañera esperaba de mí.
Vi sus labios fruncirse en un puchero encantador antes de que suspirara.
—¿Todavía quiere salir?
—¿Ha vuelto mi madre? —Desde que había puesto un pie en la ciudad había planeado recorrerla por puro interés práctico. Si me casaba, sabía que tendría que permanecer aquí indefinidamente y conocer no estaría de más.
—No lo ha hecho. ¿Prefiere esperarla?
—En lo absoluto, es más, vayámonos antes de que regrese. —Energizada, dejé el té que había estado sosteniendo a un lado y alisando las arrugas inexistentes de mi falda, caminé hacia la salida arrancándole de las manos a una sirvienta el abrigo que me había ofrecido y casi corrí hacia afuera. Era perfecto. Si mi madre no estaba, no tendría que controlar demasiado mi curiosidad y mis movimientos.
—¿Va a salir? Señorita. —Inmediatamente después de poner un pie fuera de la mansión un guardia me cortó el paso y supe que mi estimada madre ya había supuesto que no la esperaría.
—Así es... ¿hay guardias preparados para acompañarme?
—Los hay, están esperando junto al carruaje.
—¿También está listo el carruaje? —Mi asombro pareció causarle gracia al hombre que sonrió y rápidamente se compuso antes de asentir.
«Debí suponerlo».
—Gracias.
Ya no tenía sentido sentirme completamente superada por mi propia madre y viendo que no había forma de escaparme sin que ella lo supiera, subí obedientemente al carruaje seguida de una sonriente Margot sabiendo que interiormente se estaba burlando de mí.
Realmente... que fracaso. Uno más a la lista.
—¿A dónde desea ir? —La voz del cochero llegó desde el frente y por un segundo no supe qué responderle.
—...vayamos al centro, al área comercial. —Por fuerza, tendría que haber un área comercial, así que no había forma de que me equivocara y efectivamente, cuando los caballos empezaron a avanzar y las tranquilas mansiones fueron dejadas atrás, pude ver como las calles se poblaban y los inicialmente finos vestidos se mezclaban con el algodón de los atuendos de los plebeyos.
De cierta forma, me sentía deslumbrada por el simple ir y venir de las personas. El sonido de las voces mezclándose unas con otras y las conversaciones perdiéndose a medida que avanzábamos me habían hecho sonreír involuntariamente sobre todo cuando el grito de la panadera al que suponía, era su marido, reverberó por toda la calle.
—De aquí en adelante es imposible seguir con el carruaje, me temo que deberá seguir a pie, Señorita.
No era necesario repetirse. En cuanto nos detuvimos y la puerta se abrió, acepté la mano de uno de los caballeros y bajé mirando hacia los lados. Había pensado que ya era suficientemente animado desde el carruaje, pero cuando me vi parada entre la multitud, me impresionó el volumen exagerado con que cada producto era promocionado.
—¡Cintas de seda de oriente! ¡Rojo, blanco, negro, amarillo!
—¡Dulces de limón!
—¡Telas! ¡Telas de algodón, seda, lienzo...
Mi cabeza giró en todas direcciones y pensé que el campo se me escapaba por los poros y que más de uno se estaría riendo de mí, pero, para mi alivio, nadie me estaba prestando atención. Al menos no al principio, pero mi presencia se volvió evidente cuando mis dos escoltas y mis doncellas casi obligaron a los demás a hacer espacio para que pasara. La vergüenza se hizo un espacio gigante en mi pecho, pero no pude más que sonreír y simular que nada estaba mal.
Visité cada uno de los puestos con curiosidad y, aunque era un tanto ridículo, la protección exagerada de los caballeros me había permitido mirar a mis anchas. Las cintas de seda, en realidad no lo eran, los dulces de limón eran demasiado agrios y la tela no me interesaba.
Yendo de un lado a otro me encontré con algunas cosas novedosas, en su mayoría comida y postres desperdigados en puestos dispuestos al azar que me comí con cierta culpa, pero hubiera estado mucho mejor si en vez de tener que sostener papeles al azar, hubiera podido pedirlos en algún local de comida, pero sabía que este tipo de comida no me sería servida en ningún lado que no fuera en estos puestos callejeros.
Di vueltas sin descanso hasta que, en un momento, bajo la insistencia de Margot, me senté en el borde de una fuente. Ya no había tanta gente como al principio y me pareció casi triste. A esta hora, en el sur, sería cuando todos se estarían preparando para salir con más ganas después de haber terminado con la faena diaria.
—¿Está satisfecha? —A un lado, Margot me miraba casi ofendida y se masajeaba disimuladamente las piernas.
—¿Cómo podría? Aún queda mucho por ver. —Me reí de su expresión y negué divertidamente antes de mirar como el cielo celeste se empezaba a oscurecer— Supongo que ya es hora de volver.
Respiré profundo y me llené del aroma de la comida y los perfumes, no era en lo absoluto algo agradable, pero la imagen que me evocaba no era aburrida ni descolorida y supuse que el punto bueno de vivir en este lugar sería que quizá, si me sentía hastiada de mi vida, podría venir a perderme entre las personas.
«Aún no te has casado y ya estás pensando en que te aburrirás. Querida Alizeé... que desastre».
Me sentí repentinamente horrorizada como antes no lo estaba respecto al matrimonio y cuando me levanté, no tuve cuidado y me topé con alguien.
—Lo siento. —Nada había pasado, pero por pura cortesía me pareció apropiado hacerlo.
—No es nada. —La persona con la que había chocado, me daba la espalda y cuando se volteó me sonrió, aunque creo que, en vez de sentirme encandilada, me sentí ligeramente ofendida cuando primeramente miró al aire antes de bajar la cabeza y verme. Era pequeña pero tampoco tanto.
Pareció un poco avergonzado cuando mi expresión se agrió ante el recuerdo de mi baja estatura y se disculpó en un susurro dando un paso atrás.
Ahora que lo había visto, estaba genuinamente sorprendida por el color rojo en sus ojos, era fuerte y brillante que, por un segundo, tuve el deseo de tocarlos. Que vergonzoso y extraño hubiera sido si no hubiera detenido la inquietud desubicada de mi mano, seguro habría pensado que estaba loca.
Lastimosamente, sus ojos eran lo único reluciente de su aspecto.
Sentí una molestia infundada al ver el desgastado color en los pantalones y la mala calidad de la tela de la camisa e inconscientemente, bajo mi inspección, mis ojos cayeron sobre la canasta en su brazo y mis cejas se alzaron cuando los colores relucientes brillaron fuertemente desde allí.
La curiosidad fue más fuerte que yo y me incliné hacia adelante. Él pareció notar que mi atención se había desviado hacia lo que llevaba y riéndose entre dientes, adelantó la canasta llena de flores. El dulce aroma me llenó la nariz y sentí la necesidad de aferrarme a ella.
—¿Le gustan?
«Me gustan» pensé.
Estiré la mano y toqué una de un color rojo furioso y quedé encantada con la textura suave de los pétalos. Al inicio había pensado que eran flores comunes y corrientes, pero cuando le había dado una segunda mirada, me había encontrado con que todas ellas estaban hechas de tela, algunas eran brillantes y tersas, otras eran un poco más opacas y ásperas, pero todas, absolutamente, estaban hechas con una perfección que ni siquiera mi maestra podría replicar.
—Margot —llamé y esperé a que mi doncella, que había permanecido dos pasos detrás de mí, se adelantara y como si ya lo hubiera sabido, ni siquiera me molesté en rodar los ojos cuando vi el brillo soñador en sus ojos mientras deslizaba la mirada entre el joven y yo— Sostén.
Una por una, saqué flor tras flor y naturalmente sentí que el joven frente a mí exudaba un aire de alegría que me instó a elegir tres veces más la cantidad que deseaba.
—Esta blanca, y esta azul... esta violeta también... dioses, ¡que preciosa! ¿Qué flor es? —Mirándolo, tomé con adoración la pequeña flor y sin lugar a dudas la prendí del pecho de mi vestido con la pequeña aguja cocida debajo de los pétalos.
—Es una camelia blanca. —Se rió y sentí que las mejillas se me encendían. Que precipitada y que niña me habré visto— Simbolizan el amor puro. Si la lleva consigo siempre, tendrá uno y si lleva dos, estoy seguro de que durará mucho tiempo.
—Pff. —Margot se rió y yo negué firmemente con la cabeza tratando de no burlarme.
—Está bien, eso lo acabo de inventar, pero no mentí en su significado. —Sus ojos se achicaron cuando sonrió y los irises rojos se volvieron medialunas brillantes.
«¡Demasiado lindos!» Interiormente grité cuando el sol le volvió traslucido el color en los ojos y me sentí repentinamente apenada. Un niño tan lindo...
—Puedo llevarme dos. —Sentencié y lo vi reírse satisfecho antes de rebuscar en la canasta y luego sonreír vergonzosamente.
—Creo que con una sola bastará, no es necesario tener un accesorio repetido.
—...que considerado... —Miré la canasta y comprobé que la flor que había tomado y puesto en mi pecho era la última— Pero quisiera una más... ¿las haces tú? Puedo esperar a que las hagas.
De un vistazo había comprobado que, en un bolso aparte, el entramado de varias telas se dejaba ver por la solapa abierta. No tenía prisa por volver y sentarme a ver cómo podía formar una flor a partir de un trozo de tela no me parecía un desperdicio de tiempo.
—No puedo, incluso si quisiera, me temo que la señorita me pediría el dinero de vuelta, es mi madre quien las hace.
—¿Tu madre? Bueno... es una lástima. —Solo necesitaba una flor y con las que ya llevaba, estaba segura de que me alcanzarían para decorar varios vestidos y si lo deseara mi propia cabeza, pero tozudamente, me había encaprichado con la camelia y deseaba una más.
—Si... si realmente le gusta, vengo todas las semanas a la misma hora. Tendré una lista para usted.
Levanté la mirada para verlo directamente y asentí segura. Luego, tomé la pequeña bolsita con monedas de bolsillo oculto en la falda y saqué una y la puse en su mano.
—Es demasiado, me temo que no tengo cambio suficiente. —Negando, pareció afligido y el corazón en mi pecho se ablandó.
—Guárdala... ¿Cómo te llamas? —Observando el color plateado de la moneda todavía en su palma, pregunté.
—Belmont Dubois.
—Muy bien, joven Belmont. —Sonreí y me tomé el atrevimiento de cerrar los dedos de su mano sobre la moneda— Guárdala y sigue trayendo flores para mí, de todos los colores y con los significados más bonitos.
Él pareció congelarse y tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, asintió con gravedad, como si hubiera hecho una promesa de vida o muerte.
—Lo haré.
Naturalmente, luego de su respuesta, ya no tenía más palabras que decirle y no tuve más remedio que darme la vuelta y enfrentar la mirada ardiente de mi doncella que me siguió al carruaje con la boca aplanada en una línea. El preludio de una explosión de desvaríos, supuse y no me equivoqué.
Cuando regresé a la mansión, cargada de pequeñas cositas que mi madre miró interesadamente, ya había escuchado las mil y una bellas historias que Margot había imaginado mientras el joven de las flores de tela y yo hablábamos.
Extrañamente, no me pareció tan molesto como antes.
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Lo subí antes, porque sí, porque así soy (conste que lo puse a votación en face e IG y ganó que lo suba) quizá mañana, si tengo el 3, también lo suba.
Solamente quiero decirles que disfruten la dulzura de estos primeros encuentros y que aprecien a esta Alizeé todavía inocente. Ella sabe muy bien cuáles son sus responsabilidades, pero todavía está verde, viene del campo prácticamente, con unos padres amorosos que la protegieron mucho y Margot... también tienen que disfrutarla así mientras le dure.
Espero que no se hayan aburrido.
Un beso.
Flor~
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