Cinco

—¿Es realmente necesario que asista? —Mirando el semblante severo de mi madre, pensé en mi padre que felizmente se regodeaba entre sus soldados en la frontera y quise huir rápidamente.

—Sí, debes.

—Pero no me invitó. —Agitando mis manos en un ademán que pretendía mostrarle mis palmas vacías de cualquier invitación o nota, hice un pequeño berrinche por mi poca disposición a ir a un lugar que no conocía y bajo la premisa del no saber a qué tendría que prestar atención.

—Alizeé, debes entender que ya no eres una niña y no puedes seguir poniendo excusas que piensas que son realistas para dejar tus obligaciones de lado, ya tienes quince años, te casarás pronto y tendrás que hacerte cargo de una casa, serás madre-

—¡Madre! —Interrumpiéndola, me di por vencida y suspiré con desgano— Iré.

Ella sonrió y pareció satisfecha con mi respuesta. Luego, volvió a recordarme la importancia de ser autoconsciente y se fue llevándose consigo el eco de sus regaños.

El lugar en cuestión al que en principio me había negado a ir, era la sede de los caballeros y quien no me había invitado era, obviamente, mi prometido, no obstante, la noticia de que mi prometido estaría recibiendo una especie de... ¿homenaje? ¿condecoración? Algo por el estilo, por haber salvado al rey de un asesino.

Francamente, desconocía lo que había pasado con claridad, pero lo que si sabía, era que no había recibido ninguna palabra de su parte y por tanto, no quería ser tan descarada como para ir a un lugar al que no había sido invitada.

Mi suegra y mi madre no pensaban lo mismo y así era como de alguna forma, me encontré seleccionando un vestido que no resultara demasiado llamativo para acompañar a la madre mi prometido a la pequeña ceremonia.

Estaba anonadada por el hecho de que el mismo rey haría presencia en el lugar, pero cuando vi dónde se encontraba el lugar, no pude menos que reírme. Debí suponer que la sede de los caballeros no podría estar muy lejos del palacio y efectivamente, no lo estaba, con decir que si no estaba adentro, era cuestión de caminar algunos metros desde la entrada del palacio hasta donde las imponentes puertas de madera se dejaban ver.

—Ah... hace un largo tiempo que no estaba por aquí. —Recogiendo mi falda para subir la escalinata, escuché el suspiro de la mujer a mi lado y la miré de soslayo encontrando sus afiladas facciones cubiertas de cierto anhelo. Aun era una mujer joven, sin embargo, se había retirado hace un tiempo considerable.

No sabía exactamente por qué la duquesa había tomado la abrupta decisión de retirarse y estaba fuera de los límites inmiscuirme en sus cosas, pero... ¡me mataba la curiosidad! Sabía que mi madre se negaría a hablar conmigo si es que lo sabía y que nadie me prestaría atención ahora. Mal que me pesara, todavía era una niña en un mundo demasiado grande, no tenía mucha influencia, pero si pudiera hacerme de la confianza de esas grandes madames... entonces ¿no estaría el camino pavimentado?

Cuando terminé de subir hasta el último escalón, sentí que me faltaba un poco el aire y me sentí envidiosa de mi suegra que tan bien se la veía.

—Querida, mantente a mi lado ahora. —Mirándome, sonrió y sentí que el mundo era un lugar más bello, quizá porque las personas que menos sonríen tienen las sonrisas más hermosas o porque era mi suegra y quería pensar bien de ella. Una de dos.

Asentí y la seguí obedientemente, pasando los ojos por todo lo que me pareciera nuevo o curioso, pero la verdad era que la mayoría de las cosas eran muy normales a mis ojos. Aunque mi madre se hubiera esforzado por hacer de mí una correcta señorita, alejarme del constante ir y venir de caballeros en mi hogar era como querer separar el té del agua luego de ser preparado, imposible.

Los grandes campos de entrenamiento por un lado y las pequeñas salas personalizadas me resultaron familiares, los muñecos de práctica medio destartalados se me hicieron gracioso y me acordé que el que estaba en uno de los salones de mi casa en la frontera tenía cara. Un ojo más grande que el otro y una sonrisa torcida que yo misma había dibujado muchos años atrás cuando insistía en seguir a papá a todos lados.

Según yo, sería una estupenda mujer caballero, pero me rendí cuando encontré el entrenamiento extenuante. Afortunadamente, mi dominio de la magia era digno de admiración y había podido compensar por ese lado.

—¿Cómo están las cosas con mi hijo? —La voz de la duquesa me sacó de mis pensamientos y pensé en cómo contestar a esa pregunta que se me antojaba a trampa, pero lo cierto es que no creía que hubiera algo por lo qué preocuparse.

—Señora... su hijo y yo nos estamos conociendo, pero creo que hasta el momento puede decirse que no hay inconvenientes mayores. —Mi elección de palabras era por lo menos, deplorable, no había sido tan fina ni elegante como esperaba serlo, pero la mujer pareció aliviada y me miró con aprobación. Uno de mis mayores temores respecto al matrimonio era no poder caerle bien, pero mi preocupación parecía infundada.

—Ese hijo mío es un buen muchacho, pero su carácter necesita templarse un poco más... sé paciente querida. —Su mano tomó la mía y con la otra me palmeó el dorso con suavidad. Casi pude sentir un tinte de compasión en ese gesto y mi corazón se alarmó por un segundo antes de volver a la normalidad.

Alexandre tenía diecinueve años, los hombres maduran más tarde y tienen la sangre caliente, es normal que su carácter no estuviera del todo asentado. Como mujer, no tenía permitida esa concesión, pero confiaba en que el tiempo pudiera llegar a amoldarnos a ambos en favor del otro.

Sonreí y apreté ligeramente la mano de la mujer. No sabía qué era lo que la preocupaba, pero creía que su preocupación era exagerada. Su hijo, pese a todo, parecía una buena persona, hoy estaba recibiendo un reconocimiento de parte del mismo rey, debería estar orgullosa, no afligida.

*.*.*.*

¡Dioses!

Contuve el aliento cuando vi que no solo el rey había venido, sino que la misma reina de la que tanto se había estado hablando también lo había hecho. La miré de arriba abajo sin perderme detalle y quise correr hacia ella para preguntarle quién había hecho su vestido. Ella era tan joven y bonita que me parecía una diosa, pero su semblante era tan rígido que pensé que, en vez de una persona, estaba enfrentando una estatua.

«Que pena».

Mientras todos tenían sus ojos en la plataforma y los oídos en las palabras del rey, no pude evitar divagar. Mi mirada se movía disimuladamente entre los presentes, desde el honrado que venía siendo mi prometido y cuyas mejillas se mostraban tenuemente rosas, hasta los jóvenes aprendices que se habían mantenido al margen posicionados a los costados del salón. Parecía que estaban allí por lástima y que habían venido corriendo desde sus respectivos entrenamientos porque a algunos todavía se les notaba la brillante capa de sudor sobre las frentes.

—...es un honor y un orgullo para nuestro reino contar con jóvenes que todavía estén dispuestos a ofrecer su vida por sus gobernantes y Alexandre Blanchett es el ejemplo de que esta tierra guarda grandes talentos, grandes promesas para el futuro... —El rey seguía hablando y yo, en vez de sentirme emocionada como los demás cuyos irises brillaban intensamente, me sentí aburrida. Papá hacía lo mismo con los nuevos reclutas, hablaba de honor, de campos de batalla aturdidos de los gritos de hombres valientes, de corazones valerosos, lides bañadas del resplandor de las espadas solo para mover las emociones de los jóvenes.

Podía apostar la mitad de mis vestidos a que tres cuartas partes del florido discurso del rey no era más que el deseo por no solo obtener la lealtad de mi prometido, sino la de todos los jóvenes presentes. Él quería hacer arder sus corazones con las llamas del reconocimiento, alentándolos a ser mejores por él y para él.

Sin embargo, yo era una simple espectadora que había venido casi sin opción y que cuando llegara el momento, aplaudiría. Sí, naturalmente, eso haría.

Reprimí las ganas de bostezar y me divertí con las manos fuertemente apretadas de mi suegra que, sentada a mi lado, parecía estar conteniendo sus emociones. Por un momento, la imagen de ella saltando de su asiento y arrodillándose frente al rey me pasaron por la mente y me mordí los labios antes de reírme.

Adoraba su leal disposición, pero odiaba mi imaginación proactiva. ¿Y si fuera novelista? Olvídalo, no era una ocupación honorable para una mujer.

Negué y seguí escuchando hasta que la incomodidad de sentirme observada volvió a desconcentrarme. Mi atención era endeble, pero podría haber escuchado unos minutos más.

Peiné la habitación lo más disimuladamente que pude, pero no pude encontrar los ojos que estaban sobre mí y empecé a pensar que, dado mi aburrimiento, había empezado a imaginar cosas que me liberaran de seguir escuchando las flores en la boca de nuestro gobernante. El hombre no era demasiado mayor, pero irradiaba simpatía por cada poro, un contraste demasiado grande con la mujer parada a su lado.

—Querida, no divagues. —Tomada por sorpresa en mi distracción, sentí que las mejillas se me enrojecían y que el calor aumentaba hasta mis orejas cuando los ojos celestes de la duquesa me enfocaron. Había una sonrisa divertida sobre sus labios que no supe descifrar. ¿Se reía porque me encontraba cómica o se burlaba?

—Lo siento. —Me encogí en mi asiento y ya no me atreví a seguir dejando que mi mente se fuera de mi cuerpo y terminé de presenciar todo el proceso por el cual el precioso hombre de cabello blanco que venía siendo mi flamante y efectivamente prometedor prometido aceptaba una medalla y las sinceras felicitaciones y agradecimientos del rey con un gesto que, aunque serio, mostraba la emoción de verse reconocido.

Por un momento, sus ojos me enfocaron desde el escenario y pude ver el destello de sorpresa en ellos antes de que una ligerísima arruga de insertara entre sus dos cejas y se desvaneciera tan rápido como había aparecido.

¿Se había sorprendido de verme? ¿Le disgustaba?

Sinceramente, no podía más que sorprenderme yo por sus reacciones.

Quizá este matrimonio llevaría más esfuerzo del que había esperado.

—No te preocupes. —Nuevamente, la duquesa habló y quiso calmar mis preocupaciones. Quizá pensaba que tenía que hacer este esfuerzo por la pequeña nuera que había obtenido.

—Mm. No estoy preocupada. —Sonreí a medias y me acomodé mejor esperando a que finalmente todo terminara y pudiera levantarme a tomar un poco de aire. No era propio de mí sentirme mal por una simple mirada, pero el disgusto en ese ceño fugaz había sido como un golpe a mi orgullo.

En primer lugar, yo no quería venir.

Aunque no lo quisiera, sus palabras seguían rondando mi mente desde nuestra última reunión y podía decir, con confianza que mi presencia no le era del todo grata y había estado haciendo un gran esfuerzo por enfocarme en otras cosas y convencerme que fuera cual fuera su prejuicio y desagrado hacia mí, podríamos trabajarlo lentamente... igualmente me sentía incómoda.

Apreté los labios y me levanté con los demás cuando fue la hora de aplaudir y sonreír con fingida felicidad.

Para mi desgracia, una vez que todo terminó y el rey se retiró con un leve asentimiento de reconocimiento hacia mi suegra, Alexandre se acercó a nosotros y besando la mano de su madre, asintió hacia mí. Las preguntas en sus ojos eran tan fuertes que quería esconderme. Todavía no había aprendido el método de transmitir respuestas con le pensamiento y creí impropio seguir de esta forma y se ve que él mismo encontró la situación lo suficientemente incómoda como para proponer un pequeño paseo por la sede.

La duquesa estaba contenta con la propuesta y yo resignada.

—¿Por qué vino?

«Que directo».

—Su madre y mi madre así lo dispusieron. —No hallando en mí la amabilidad para responderle más elaboradamente o con la floritura de una noble señorita, opté por decirle la verdad sin molestarme en mirarlo.

Cada vez que nos encontrábamos pasaba lo mismo, intercambiábamos dos palabras para luego generar una breve pero contundente conversación en la que yo pensaría si mi impresión había mejorado o no y luego continuaría conmigo tratando de desentrañar sus pensamientos. Hoy no tenía ganas.

Miré la medalla sobre su chaqueta y lo vi enderezarse y sacar el pecho extremadamente orgulloso de sí mismo. Me reí interiormente y no dije nada cuando sus ojos miraron los míos con cierta expectativa. ¿Debería felicitarlo? Parecía que sí.

—Lo felicito, ha realizado una obra verdaderamente grande. —Sonreí y sentí la tirantez de la falsedad en las mejillas. Me acomodé el cabello de un rojo brillante sobre el hombro y procedí a ignorarlo con educado disimulo.

—Era mi deber. —Entonces, porque era su deber ¿no debía felicitarlo? Estaba segura que quería que lo hiciera.

Afirmé silenciosamente y volví a sonreírle sin saber si seguirle la conversación o si quedarme callada. El silencio era un hecho al que ya estaba habituada y dado que nuestros pasos se hacían lentos y pesados en la fresca galería, encontré innecesario tratar de romper la tensión metiendo palabras que no quedarían bien entre el eco de los tacos de los zapatos.

—Esta es el área de los novatos. —No era la primera vez que abría la boca para señalar un lugar o indicarme el uso de algunas cosas. La mayoría las reconocía, pero no encontraba la voluntad de detener sus explicaciones.

Pasé mis ojos por el área señalada y vi las siluetas sudorosas de vario jóvenes que entrenaban el uso de la espada. Las estocadas se daban con fuerza y agilidad, pero más de uno perdía el equilibrio y resoplaba fatigosamente antes de volver a intentarlo.

«Pobre gente... pero es tortura voluntaria».

Sintiendo que mis pensamientos eran graciosos, me encogí de hombros antes de frenar la creciente curvatura de mis labios.

—Si seguimos por aquí, llegaremos al área de prácticas de los caballeros más avanzados. —Alejé la mirada de los campos de los novatos para seguir la línea indicada por mi prometido cuando el sonido de pasos rápidos nos detuvo.

Me di la vuelta inmediatamente sintiendo que la persona no tenía intenciones de detenerse y cuál fue mi sorpresa cuando me topé cara a cara con el chico del mercado. El cabello negro completamente despeinado y la camisa mojada por el sudor le marcaba el pecho. Las mejillas coloradas por el fuerte sol le habían dado un toque de vida a su rostro oscurecido por lo mismo que ahora se las había enrojecido y los ojos, brillantes como rubíes se detuvieron en los míos un momento. La sonrisa en sus labios se hizo amplia y se me contagió.

—Joven Belmont. 

*

*

*

Bueno, sí, soy impaciente, pero estas horas de publicar es porque mañana no voy a estar así que disfruten los caps. tempranos jajaja 

Espero que les hayan gustado y que no hayan encontrado demasiado lento el progreso, pero cuando me puse a escribir sobre Ali, su hilo de pensamiento se me antojó ligera y con una viveza increíble, es una chispa.

Sus interacciones con el duque son realmente divertidas para mí y Belmont... para Belmont tienen que esperar un poquito, no me olvidé de él, ya ven jajaj

Gracias por leer. 

Flor~

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