Capítulo 6 "Dos conjuros"

"Dos conjuros"

No había pasado mucho tiempo desde la conversación que mantuvo con la diosa y el inicio de su recorrido hacia las tierras ocultas bajo la arena.

La deidad le había advertido que no sabía si sería capaz de protegerlo de la resonancia, lo que indicaba que una gran concentración de Esencia podría encontrarlo de frente, después de todo no era un secreto para nadie que aquella presencia mágica despertaba sus poderes.

Lo reconfortante de todo aquello a pesar de que parecía ser absolutamente desconocido el porvenir, esa vez podía contar con la compañía de la persona a la que más confianza le tenía. La diosa caminaba a su lado.

Le habían comentado que para poder elevar el pegaso hacia los terrenos sostenidos por la mano de Dios, debían caminar a lo más bajo de las tierras excavadas, ya que el túnel de entrada se encontraba justamente en el círculo mágico impulsor bajo la tierra.

Tenía sentido entonces que los jinetes de pegaso entrenaran tan duro para poder guiar a sus compañeros alados en la oscuridad y sin el suficiente oxígeno para detenerse a pensar en si lo que hacían era lo correcto.

No podía negar que pensar en eso le ponía un poco nervioso, después de todo, su pegaso Sirrah el único recuerdo que tenía de su hermano y consideraba al animal como parte de su familia también, sin embargo, aunque apenas y acabara de conocer a Henry, le había prometido ayudarlo, simplemente porque consideró que su sufrimiento podría ser un poco más tolerable si le apoyaba.

El hecho de que el muchacho tuviera consigo una espada criada, significaba que había perdido a alguien muy cercano y custodiaba su alma en la vaina junto a la hoja afilada y si se comparaba con él, por lo menos sabía que su hermano se encontraba en algún lugar... y que un día podría encontrarse nuevamente con él.

—¿Todo bien?...

La voz de la diosa lo trajo de inmediato a la realidad, dándose cuenta de lo pensativo que había estado todo el rato.

—Sí... lo lamento, es solo... que me quedé pensando en tantas cosas, pero en realidad no tienen importancia.

Sonrió tratando de aparentar normalidad ante ella, quien precisamente había descubierto recientemente que la sonrisa de Alistair podía desaparecer, reaparecer y fingirse, tal como recién lo había hecho, a veces le gustaría imaginar que su sonrisa fuera auténtica siempre, pero sabía lo imposible que eso era, por lo que se sintió avergonzada de pensar algo tan tonto.

Y sin saber cómo más expresarle que quería estar ahí para él, es más, que ahí estaba, le tomó la mano tal como lo hizo la vez anterior que él la escuchó aun sin revelarle nada.

Desde más atrás, Amrita y Ritter miraron la situación entre los dos.

—¡Son tan puros!

Juntó las manos entre si la vicecapitana, mientras los miraba disfrutando de lo que parecía un dulce amor de niños.

—Solo espero que esos acercamientos no resulten contraproducentes...

Miró con seriedad hacia los más jóvenes, el capitán.

—Vamos, no seas aguafiestas...

—No lo digo por eso, es solo que Alistair está muy enamorado, creo que a estas alturas es algo que se le sale por los poros y la diosa... no estoy seguro si lo que ella pretende es... una relación de amor de ese tipo...

—Creo que lo estás tomando demasiado serio, en realidad creo que ninguno de los dos puede ponerle nombre a lo que tienen...

—Eso es... exactamente lo mismo que me dijiste a mí... aunque nuestras circunstancias eran muy diferentes.

—Y creo que sigo sosteniéndolo... pues el amor es así, se ensaña en agarrarse de los más finos tejidos del corazón para arraigarse con una fuerza imposible de desprender y se entreteje mientras pasas el tiempo con esa persona y cuando menos lo notes... tienes una maraña tan enorme dentro que, aunque quieras no la puedes deshacer, a menos que la cortes... o te la corten... o te la dejen intacta, pero te quiten la posibilidad de tocar a tu amado...

Ambos guardaron silencio por la reflexión.

—Lo siento, fui muy lejos...

—Ami... cuando me abrazaste... tuve el momento más feliz de mi vida en los últimos 7 años...

—¡No!

Trató de detenerlo como siempre lo hacía cuando tocaban esos temas, pero no lo consiguió.

—Así como te lo prometí esa noche... te lo repito, no voy a dejar morir esto que tenemos... aunque no tenga un nombre...

—Por... favor...

Mencionó conteniéndose lo más que pudo para no lanzarse a sus brazos nuevamente.

—Ay... preciosa...

—¡No!

Sacó la espada alejándolo a tres pasos hacia atrás de inmediato. Por lo que él levantó ambos brazos en son de paz.

—Fue tu culpa por murmurarme así esa súplica... es que es imposible decirle que no a eso.

Sacudió su camisa en señal de sentirse acalorado.

—Con razón el pobre Ali está en modo de enamorado desesperado si tú eres su guía, solo espero no le hayas dicho nada extraño al niño.

—No te preocupes, él... es mucho más fuerte de lo que tú y yo creemos.

Continuaron su camino, guiados por Henry, quien luego de dos días de viaje avistó la entrada de la morada subterránea.

El camino era pedregoso hacia abajo, cual las rocas hubieran sido ubicadas con el cometido de crear una entrada inamovible y que se pudiera encontrar en medio del desierto, aunque la tierra había cubierto mucho de su superficie, el tacto al caminar sobre ello era diferente.

Solo habían dado un par de pasos hacia abajo cuando aquel dolor que al ser más pequeño lo doblegó, acudió al príncipe como una ráfaga de relámpago que, así como llegó se fue, pero tirándolo al suelo por el ardor.

—¡Ali!

Rápidamente los tres acompañantes más cercanos llegaron hasta él, arrodillándose, esperando ayudarlo a levantar.

—No puede ser... no hemos bajado siquiera y ya siente la resonancia...

Analizó la diosa, para entonces percatarse de la mirada incrédula de los capitanes.

—¿Qué hay ahí abajo?...

Miró hacia la deidad, Ritter, para entonces voltear hacia Henry.

—Overland... el pueblo desterrado de Overland...

La sorpresa fue inmensa para todos menos para la diosa.

—¿Qué quieres decir con desterrado?...

Lo miró incrédulo el príncipe.

—Yo pensaba que era una historia bastante conocida... pero parece que los aldeanos de Underland no la conocen... pues en palabras cortas, somos la gente que tuvo que salir de las tierras de Overland a causa de la maldición del Príncipe Alasdair... para no ser reconocidos como el pueblo de las bestias.

—¿Maldición?...

Parecía que la curiosidad iba a acabar con Alistair si no obtenía la respuesta que buscaba en ese momento.

—No sé exactamente cómo... pero el príncipe Alasdair nació con una mutación extraña... como una bestia, la noche que él nació todos los aldeanos que en ese momento se encontraban en Overland mutaron de la misma manera, les brotaron cuernos en la cabeza.

El rey dijo que no podían mostrarse así ante los otros reinos... y por eso ya no podían pertenecer a Overland, incendiaron nuestras viviendas... por si la esencia oscura había quedado dentro...

—¿Incendiaron sus casas?...

Bajó la mirada el príncipe y se llevó una mano a la boca tratando de controlar sus emociones, ante la extrañeza de su reacción en pensamiento de Henry.

Entonces él no era el único...

Pensó y de inmediato se pudo en pie, para correr al interior de la catacumba.

Sus ojos se llenaron de lágrimas sin saber la razón o cuál de los sentimientos que albergaban su pecho en ese momento era el imperante, la culpa por saber a toda aquella gente desterrada de su reino de nacimiento o la maravilla de ver a tantos seres como él reunidos en un solo lugar.

Sus enormes ojos perlados no podían parar de ver a los alrededores, como las dunas y cimientos parecían ser recorridos con precisión por aquellas personas que lo consideraban su hogar.

Aquellas catacumbas no parecían tan terroríficas como se las había imaginado.

—¡¿Qué hace él aquí?!

Escuchó el bullicio entre la multitud, lo que lo alertó, tal vez le reconocerían, pero su hipótesis fue descartada al ver que el aludido se había acercado al pueblo, lo que significaba que Henry se había apersonado.

Lo que hizo pensar a Alistair al atar los cabos, significaba que Henry y su hermanita en algún momento salieron de la tierra de las arenas para su reino, el lugar donde antes había sido la morada de su gente, ¿Qué estarían buscando allí?...

Sin embargo, sus preguntas deberían esperar un poco más.

—¡Si regresó es porque trae noticias!

—¡¿Qué encontraste?!

—¡¿Qué hiciste?!

Las preguntas hechas a gritos por parte de los aldeanos daban a comprender que efectivamente se había marchado en la búsqueda de algo, pero por el rostro de Henry parecía que no traía buenas noticias consigo.

—Lo he traído conmigo...

Pronunció mientras aún le daba la espalda a Alistair, para entonces voltear despacio hacia él, dándole a entender a las personas reunidas que se refería precisamente a él.

—¿De qué rayos estás hablando?

Intervino Ritter al escuchar la mención, no pudo evitar caer preso de la preocupación al pensar que hablaba del príncipe Alasdair, a quien llevar precisamente frente a la gente que había sido exiliada por su nacimiento, seguramente odiarían.

—¡El jinete!

Respondió casi al mismo tiempo el muchacho de cabellos castaños, expresando sorpresa ante la reacción de Ritter.

Sin embargo, la muchedumbre no pareció notarlo y se mostraron más interesados en otros detalles del recién llegado.

—¡Es muy parecido al príncipe!

Ante el comentario, Amrita intervino antes que todo aquello le causara un mal cardiaco al capitán.

—La gente de Overland comparte características físicas similares, dependiendo de la estirpe.

—¡De haber sabido que eras de Overland te hubiera tratado mejor!

Le dio un manotazo en la espalda Henry.

—¿Gracias?

—Después me agradeces, lo mejor es que ahora vayas con la modista.

—¿La... modista?...

El impacto de la mención lo llevó a encontrar a dicha mujer en la habitación donde parecía llevar acabo sus confecciones, mientras era acompañado por la diosa.

—¿No creerás que permitimos que nuestros pegasos desluzcan a causa de los jinetes sucios y malolientes que tenemos? Sin duda es una de nuestras preocupaciones más grandes, aun si van a morir deben hacerlo representando con dignidad a la estirpe.

—Ya... Ya veo.

Nervioso observaba como lo miraba con detenimiento, mientras media con agilidad y rapidez cada parte de su cuerpo.

—Con este porte... crearé una obra maestra, señorito perfecto.

—Pero... esas telas son diminutas.

Miró horrorizado el retazo que le estaba colocando a la cintura.

— La regla de oro de la cortesía en los enfrentamientos de elegidos es mostrar la piel sobre los órganos vitales para asegurar la posibilidad de derrota ante el enemigo.

Explicó la diosa que miraba divertida desde un poco más atrás.

—¡¿Qué?!

Se cubrió con las manos a pesar de ir todavía vestido.

—No te preocupes... eso es algo que ya había pensado, a pesar de que lleves la figura descubierta, mi poder de madrina te protegerá.

—Mi diosa...

Respondió embelesado para luego murmurar entre dientes que no se llamara así a ella misma, pero la sonrisa de ella al ver la reacción que le había provocado era la dosis perfecta para dejar la molestia.

—¿Habla de las runas de protección, diosa?

Entró a la conversación la modista, a lo que la divinidad asintió.

—Entre los pergaminos de historia encontré una vez la leyenda de los jinetes de pegaso... la verdad me sorprendí bastante cuando descubrí que en realidad existía este rito para poder acudir a las tierras santas. En esos escritos se mencionaba que los héroes se dejaban esculpir la bendición por parte del ente divino al que le rendían tributo, aunque por ninguna parte decía cómo lo hicieron, me pregunto si con un pincel bastará...

—Pues... esperemos que sí, porque una cosa es pintar y otra esculpir... ambas bellas artes, pero... con instrumentos drásticamente distintos.

Rio nervioso Alistair de pensar que algo como eso pudiera suceder.

—No voy a usar un cincel sobre tu piel, Alistair...

—Solo, solo me aseguraba.

Aniñó un poco la voz en señal de temor.

No fue mucho el tiempo el que pasó entre su conversación y verse aguantando la respiración entre los nervios que le provocaba tener su figura prácticamente expuesta ante la deidad. Quería hacerlo bien, deseaba servirle de la mejor manera y si su papel era el mostrarse cual lienzo dispuesto lo haría, pero la sensación de inseguridad era más fuerte que él.

Le llevó a apretar fuertemente los ojos, y detener la inhalación hacia sus pulmones, al notarlo, la diosa separó al pincel de la piel del pecho y levantó su mirada ámbar hacia el príncipe.

Al encontrarse con tal estampa, buscó tomar una de sus manos la cual parecía un puño hecho de roca, misma que abrazó entre sus dedos.

—Ali...

Los ojos perla del príncipe se abrieron ante el llamado, al sentir el contacto de su mano sobre la suya. Era la primera vez que la escuchaba llamarle por el diminutivo de aquel nombre que ella misma le dio.

—Perdón... ¿me moví?

—No, lo estás haciendo bien al estar quieto... ¿pero sabes? Me da la impresión de que lo que hago te perturba demasiado..., creo que fue grosero de mi parte solo sugerir pintar las runas sobre ti sin antes preguntar si estabas de acuerdo.

Las palabras de la diosa le llevaron a exhalar todo el aire que estuvo conteniendo desde que todo empezó.

—Perdóneme mi diosa, he sido un total descortés... Me dejé llevar más por el acto que por lo que representa, siendo usted quien me brinda nuevamente su bendición para el campo de batalla...

Se arrodillo frente a ella con ambas rodillas contra el piso, dándose cuenta de su inmadurez.

—¿Estabas nervioso porque te estaba pintando la piel?

La pregunta de la diosa le dio hasta vergüenza.

—¡Lo lamento!

—Es un alivio...

Sus voces chocaron en el aire con sus respuestas tan distintas.

—Es un alivio porque en realidad pensé que estaba actuando contra tu voluntad... pues yo solo asumí que... quería hacer lo que fuera que estuviera en mis manos para protegerte... y sin consultar me adelanté... simplemente por mi estatus... pero Alistair... la realidad es que si la persona no desea la bendición... habrá una separación, aunque yo quiera darla...

—¡De ninguna manera puede pensar que yo no deseo su bendición!

—Por eso te dije que es un alivio que no sea esa la causa de tu malestar... supongo que es normal sentirse nervioso mientras te pintan... porque alguna runa puede quedar torcida.

—S...si, exacto.

Se limitó a responder al darse cuenta una vez más, que no existía malicia alguna en la diosa. Y se dispuso a trasformar la palabra de soportar a disfrutar el momento, tal vez sería un completo pecador al pensar de esa manera, pero era inevitable si ella lo tocaba de aquella manera tan delicada.

Su condición siempre había sido delgada y a sus once años, aunque entrenara con la espada desde pequeño cual escudero no oficial del reino, sus pequeños músculos apenas y se marcaban, pero sin duda era una pieza firme para la labor de la diosa.

Una vez aquellas letras que le colocó en su conjuro estuvieron listas, la energía lo envolvió como en ocasiones anteriores a su lado, aquella vez cuando recién le conoció e hizo emerger sus alas en forma de energía y el día que realizaron su pacto, en ambas ocasiones estaba demasiado pequeño como para recordarlo bien y tan herido que pasó sin que pudiera notarlo demasiado.

Pero la energía de la diosa le remembraba muy bien aquellos momentos, con la calidez que irradiaba en aquel brillante color rosáceo que en ese momento parecía incrustar las letras en un grabado sobre su piel, transformando la pintura en luz.

Todo parecía ir bien y los segundos pasaban solo con una leve queja en el rostro del príncipe, hasta que en unos momentos más la queja evolucionó a dolor, evidenciándose en el cerrar de sus ojos y abrir de su boca entre jadeos; fue como si el impulso de poder divino que entró en su cuerpo activara el sello que ya tenía impuesto, el anillo de la diosa liberó las cadenas que en un segundo lo envolvieron, ante los ojos incrédulos de la diosa.

—¡Aaaaagh!

El cambio de color que mostró en sus ojos era algo que jamás había visto la deidad, un dorado tan intenso que parecía quemar cual oro ardiente, mientras las cadenas que lo retenían temblaban contra la forma espiritual de las alas que una vez más se hacían evidentes.

Podían estar pasado dos cosas según el análisis rápido de la diosa: la primera, el cuerpo de Alistair había empezado a repeler su poder como diosa... al haberlo estado reteniendo todo ese tiempo... lo que significaba que sus conjuros ya no funcionarían en él, y la segunda era que el hechizo de protección no podía colocarse en él al tener ya un conjuro de restricción encima... porque eran contrarios...

—El... hechizo de protección vincula las energías de la deidad hacia la zona de protección, lo que roba energía al sello de restricción...

Analizó finalmente, dándose cuenta de que había debilitado el hechizo que mantenía los poderes de bestia controlados.

—¿Cómo no lo pensé?...

Miró sus manos sintiéndose extraña consigo misma y recordar el porqué buscó a Alistair en primer lugar aquella noche... quería contarle que sus poderes no estaban funcionando con normalidad... ¿Es porque su juicio estaba desvinculado?... ¡¿Qué la distraía?!

Se acercó con urgencia a él al verlo caer al piso abrazándose a sí mismo.

Los gritos del príncipe llegaron hasta afuera de la habitación, por lo que Ritter y Amrita corrieron hacia adentro, mientras Henry corrió en busca de ayuda.

Fueron algunos minutos de desesperación, los cuales la diosa recordaba con dolor de pensar que por su análisis deficiente no hubiera razonado lo que podría pasar con el choque de conjuros en una persona como él.

Al ver entrar a Ritter a la habitación pensó que podría ser lo mejor brindarle más energía para sellar sus poderes ya que las runas de protección se lo estaban robando, la demanda sería mayor para ella, pero mientras pensaba en otra forma...

Una vez iniciado aquel proceso ya no recordaba nada más.

Al despertar, Alistair estaba inconsciente a su lado, ambos recostados en aquella cama en aquel lugar en el que nunca habían estado. Al reconocerlo, los ojos se le hicieron agua al instante, sentándose a su lado para poder evaluar su bienestar.

Notó como las runas símbolo de su protección se habían grabado sobre su pecho y abdomen, mismas que no se atrevió a tocar al sentirse indigna, para terminar, viendo su rostro sobre el cual una venda envolvía parte de su frente, las manchas de sangre seguían frescas por lo que el emerger de sus cuerpos recién había cesado.

—Aún no se encuentra bien...

Pronunció el capitán, viéndola desde un asiento más atrás.

—No le haga caso, diosa, dice esas cosas porque no ha dormido nada, por estar velándolos a los dos.

Al escuchar la voz desconocida, la diosa se limpió las lágrimas y se sentó con prudencia y decoro.

—¿Sigue muy mal?... ¿Señor?...

Se sintió avergonzada al no saber como dirigirse a aquel hombre con apariencia de vasta experiencia.

—Oliver, soy el curandero del pueblo. En realidad, he vivido para ver toda clase de cosas naturales... nada como esto... porque ninguno de los habitantes del desierto tiene alas, a muchos de los niños les he ayudado a pasar por la parte del emerger de los cuernos, pero solamente.

—¿Niños?...

—Así es, es lo común para pasar por situaciones como esta. Solo piense esto, en los niños algunas enfermedades no son tan graves como en los adultos, lo mismo sucede en este caso, si hubiera enfrentado esto de niño, no hubiera sido tan nefasto como ahora, simplemente por el tamaño de las alas, ellas deben poder levantar el peso del muchacho por lo que sus dimensiones deben ser enormes y sin un camino de salida previamente marcado, me temo que su espalda se reventará.

—¿Qué?...

—Puedes visualizar de lo que hablo con sus cuernos, seguramente cuando salieron de pequeño hicieron una obra maestra de sangre, pero definitivamente menor a lo que hubiera pasado ahora. Porque es lo natural, que los niños tengan una capacidad de recuperación mayor.

Simplemente ya no podía pensar, las palabras del curandero eran tan abrumadoras que daban a comprender que todo por lo que habían pasado hasta ahora no tenía sentido de ser.

—Antes de pensar en un método para ayudar... necesito saber algo, se dirigió el curandero hacia Ritter y Amrita quien entraba en ese momento.

—Si podemos ayudar...

—¿Es este el príncipe Alasdair?... ¿El real?...

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